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REVISTA DEL ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN
Historia
Diversiones públicas y reformismo Borbón:
el juego de la pelota en la Lima del siglo XVIII
Henry Barrera Camarena1
Resumen
Unos de los primeros entretenimientos con que contaron los limeños, luego de es-
tablecido el virreinato, fue el juego de la pelota. Por medio de la revisión de fuentes
documentales inéditas se rastreará su devenir, particularmente la gran acogida que
tuvo dentro de la llamada plebe. El propósito de este artículo es, además de lo seña-
lado, evidenciar que la política urbanística de las autoridades borbónicas y la reforma
social, impulsadas por los criollos ilustrados en el siglo XVIII, se hizo sentir en este
juego aparentemente simple.
Palabras claves: juego de la pelota, casa de juego, reformas borbónicas, Ilustración,
plebe.
Public amusements and Bourbon reformism:
the ballgame in Lima of the 18th century
Abstract
One of the rst entertainments that Lima inhabitants was ballgame. Reviewing pri-
mary sources, its development can be traced, particularly the great reception it had
within the so-called plebe. Besides that, this article’s aim is to show how the urban
policy of Bourbon authorities and social reforms promoted by illustrated Creoles in
the eighteenth century was felt in this apparently simple game.
Keywords: ballgame, play place, bourbon reforms, illustration, plebs.
1
Biblioteca Nacional del Perú. Licenciado en Historia. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lima,
Perú. Correo electrónico: henrybarrera20@gmail.com
Recibido: 1/03/2019. Aprobado: 13/12/2019. En línea: 29/12/2020.
Citar como: Barrera H. (2019). Diversiones públicas y reformismo Borbón: el juego de la pelota en la
Lima del siglo XVIII. Rev Arch Gen Nac. 34(2), 77-89. doi: https://doi.org/10.37840/ragn.v34i2.96
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Introducción
Una de las diversiones públicas que estuvo muy arraigada dentro de la población colonial
limeña fue el juego de la pelota. Considerado como un juego deportivo, por combinar
la habilidad, agilidad, reejos, rapidez, viveza, destreza, desenvoltura y fortaleza de sus
participantes2, era un excelente medio de entretenimiento y relajo. López Cantos (1992,
pp. 249-250) ofrece una interesante descripción sobre en qué consistía esta diversión:
Este deporte se realiza en un frontón, pared lisa sobre la que se lanza la pelota
[…]. La competición se puede realizar individualmente o por parejas. El juego
consiste en arrojar la pelota contra el muro teniendo el contrario que devol-
verla. Aquel que falla, pierde un punto.
El juego de la pelota, al igual que el resto de los juegos que llegaron al continente
americano, caló rápidamente en el gusto de los habitantes. Si bien son escasas las
referencias que se tienen acerca de su práctica en los primeros años coloniales, ello no
signica que no haya gozado de popularidad en aquel tiempo. Al igual que la diver-
sión de las corridas de toros, el juego de la pelota se convirtió, con el paso de los años,
de un entretenimiento exclusivo de la clase alta en un medio de distensión también del
resto3. Para el caso limeño, son exiguas las referencias que existen sobre su práctica y
se ubican entre mediados del siglo XVIII e inicios del XIX4.
Las primeras referencias sobre una casa o local (equivale lo mismo) para el juego de
la pelota son las que proporciona Guillermo Lohmann Villena, quien apunta que para
nales del XVI el juego ya era muy popular entre la población, aunque no brinda dato
de la presencia de un local. Sí lo hace para el siglo XVII: en 1634 un tal Manuel de
Ribera, autor de comedias, dirigía un local en el barrio de San Marcelo (Lohmann
1945, p. 67, 88).
Juan Bromley (2019, p. 191, 224), por su parte, consideraba que la existencia de va-
rias calles en Lima con el nombre de la Pelota se debía a que existieron más casas para
este juego. Señala que la calle llamada Copacabana se denominaba del Frontón su pri-
mera parte y de Molino la segunda, proviniendo el primer nominativo de la existencia
de un local de juego de pelota vasca. Asimismo, la calle llamada Leones también era
conocida como de Pelota. Falta dilucidar si estos locales son del mismo o de diferente
año. Finalmente, una última alusión a otra calle con el nombre de la Pelota es una que
estuvo cerca de la plaza de Acho5.
2 Del mismo modo, Ángel López (1992, p. 246) sostiene que “la competitividad constituye lo central. Si
carecen de ella pierden su propia esencia, convirtiéndose en un simple ejercicio atlético”.
3 El 10 de agosto de 1617, los indios de la ciudad de Santa Fe en vez de acudir a su doctrina optaron por
jugar a la pelota, o “el pato”, como luego lo llamarían (Zapata, 1942, p. 294).
4
En el virreinato de Nueva España la realidad fue distinta: solamente en la ciudad de México existieron
varias canchas para jugar a la pelota (Viqueira, 1987, p. 245).
5 Archivo General de la Nación (en adelante AGN). Cabildo (CAJA-2). Leg. 225, Cuad. 138, 1818.
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Diversiones públicas y reformismo Borbón: el juego de la pelota en la Lima del siglo XVIII
El juego de la pelota, siglo XVIII
Pese a las referencias citadas sobre la ubicación de locales de juego de la pelota en
Lima, las fuentes consultadas para el siglo XVIII sólo indican el funcionamiento de
un establecimiento que se ubicaba en la calle de Jesús María6.
El 28 de noviembre de 1777, los vecinos Juan Becerra Polanco y Francisco Xavier de
Veira decidieron juntarse para correr con los gastos de la plaza del juego de la pelota7.
Para lo cual Veira entregó a Becerra la suma de trescientos pesos para solventar la
mitad del gasto realizado en el arrendamiento de la plaza. Con ello, Veira se hacía
acreedor de la mitad del dinero que erogaría el juego. Según la escritura de contrato
hecho entre Becerra y el arrendatario, el marqués de Lara, la cesión era por ochos
años, siendo los primeros cuatro forzosos y los cuatro restantes voluntarios. En el caso
que no se cumpliera el plazo de la escritura por parte del arrendatario, éste debía de
devolver el dinero que los socios habían gastado por la obtención de la plaza.
Un punto indicado en el contrato era que cada uno de los socios debía de recibir la
mitad de las utilidades que se obtendrían. No pasó mucho tiempo para que empiecen
a surgir problemas por este aspecto. A inicios de 1778, Veira acusó a Becerra de no
entregarle la mitad del dinero que se obtenía por la plaza en base “a causa de las mali-
ciosas falsedades con que la parte contraria pretende oscurecer el hecho que me asiste
manteniéndome en el despojo violento que ejecutó de propia autoridad”. Becerra era
el único que disfrutaba de todas las utilidades de la pelota, por lo cual Veira solici-
taba que cada uno de ellos disfrute de los benecios un mes intercalado. Este pleito
fue aprovechado por Becerra para sindicar a Veira de una deuda que le tenía por 150
pesos que se había comprometido en darle para que pueda viajar en el navío llamado
“Aquiles”, el cual había zarpado meses atrás del Callao hacia Cádiz8.
El asunto se vio en el Cabildo, quedando en manos del alcalde ordinario y maestre de
campo, Francisco Castrillón y Arango, el solucionarlo. El 18 de mayo del mismo año
dicho alcalde, asesorado por Juan Antonio de Arcaya, abogado de la Real Audiencia,
decidió:
[…] con repetida audiencia de ambas partes sobre que turne ambos por se-
mana en el manejo del juego de pelota que se expresa, y percepción de su
respectivo producto por semanas, en consecuencia de la compañía que sobre
la razón de dicha casa de pelota resulta celebrada entre uno y otro9.
Transcurrido los ocho años de arrendamiento, el 16 de abril de 1785 se revisó en
el Cabildo un expediente a pedido de un scal de la Real Audiencia, el mismo que
indicaba que el juego de la pelota era “una diversión honesta del que no resulta per-
juicio al público”, y por lo tanto debía aprobarse que haya un local destinado a dicho
6 Se tiene noticia que en algunas provincias del virreinato peruano también se jugaba a la pelota. Producto
de la visita pastoral que, en 1782, iniciara el obispo Baltasar Jaime Martínez Compañón a su obispado
de Trujillo, están los retratos que dibujó de la ora, fauna, costumbres, caminos, vida cotidiana de la
población y sus entretenimientos Entre ellos retrata a indios jugando a la pelota en espacio abierto sin
ningún tipo de restricción (Macera, 1997).
7 AGN. Cabildo. Causas Civiles. Leg. 91, Cuad. 1360, 1778, f. 3r.
8 Ibídem, f. 1r.
9 Ibídem, f. 4v.
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entretenimiento10. ¿A qué se debía este argumento? Resultaba que este juego, al igual
que los otros juegos que se practicaban en Lima, estaba siendo cuestionado por ser
foco de reunión de gente sin ocio ni benecio. No cabe duda de que vagos, tahúres
y apostadores, cuya presencia era más notoria que antes, eran asiduos visitantes del
local de la pelota. Para algunas autoridades este hecho era suciente para clausurarlo;
para otros, debía de ser tolerado.
Precisamente la postura del scal de la Real Audiencia acerca de la pelota era su
continuación. No solo era un medio de diversión para la plebe limeña: era un idóneo
medio para que el Cabildo empiece a recibir dinero por este nuevo arbitrio11. En otras
palabras, el juego de la pelota, aparte de entretener, contribuiría a favor del fondo pú-
blico de la ciudad. El contexto económico del Cabildo no era favorable, los recursos
estaban extenuados en sus rentas, era un tanto difícil realizar obras públicas y demás
funciones destinadas al benecio de la población12.
En marzo de 1785, el visitador general Jorge de Escobedo, que estaba en Lima desde
1782, estableció su famoso reglamento de “División de Cuarteles y Barrios e Ins-
trucción para el establecimiento de alcaldes de barrio en la capital de Lima”. El n
fue claro: tener un mayor control sobre los habitantes, con énfasis en la plebe. El
reglamento disponía que las nuevas autoridades, los alcaldes de barrio, vigilen los
diversos establecimientos públicos que incitaba a la reunión de personas de diferente
índole. Las casas de juego eran uno de ellos (Moreno Cebrián, 1981, p. 106)13. Casas
de juego, como el de la pelota, por momentos eran verdaderos garitos de personas
sin escrúpulos, afectando la presencia de aquellos que sólo buscaban un momento de
entretenimiento sano entre amigos o familiares.
Paralelamente al reglamento de Escobedo, desde España el rey Carlos III dispuso que
el nuevo ramo de la pelota sea manejado por las reales ordenanzas de intendentes,
bajo las leyes, reglas y formalidades peculiares de la misma14. Luego de revisada a la
disposición real, procedió inmediatamente el Cabildo a rematar la plaza de este juego.
Calixto Pozo y Manuel Carranza, enterados de la noticia, de antemano presentaron
sus posturas respectivas sobre sus deseos de obtenerla. El expediente del remate dis-
ponía que la plaza se entregue al mayor postor, informándose del mismo al visitador
Escobedo. Su injerencia en el manejo de este ramo fue evidente. A pesar de ello, los
miembros ediles no cuestionaron su participación, por el contrario, la aceptaron. Las
10 AHML. Libros de Cédulas y Provisiones Reales. Libro XXIV, 1785, f. 249v.
11 Si bien existía una casa donde se jugaba a la pelota desde el siglo XVII, recién en estos años pasó a
formar parte de los arbitrios del Cabildo.
12 Álex Loayza señala que este escenario llevó a que la importancia social del Cabildo, para mediados del
XVIII, decaiga considerablemente. Ello se evidenció en la falta de regidores (s/f, p. 4).
13
Los alcaldes de barrio, a la vez, debían de cumplir la llamada pragmática del 6 de octubre de 1771. En
ella el rey Carlos III dispuso una serie de medidas para contrarrestar la gran cantidad de jugadores, dolos
y apuestas prohibidas que se realizaban sin reparo alguno en los reinos americanos. La sexta medida
de la pragmática mencionaba al juego de la pelota considerándola un juego permitido, al lado de otros
juegos, por poseer algunos rasgos tales como: no era de envite, de suerte ni de azar. La apuesta no estaba
prohibida, siempre cuando no pasase de un real de vellón (Nueva Recopilación de las Leyes de España,
1831, t. III, libro XII, título XXIII, ley XV, De los juegos prohibidos).
14
Carlos III tuvo una política clara de reformar el estado de propagación de los juegos en territorio ameri-
cano. Principalmente los llamados prohibidos. Además de otros desenfrenos como el ocio, embriaguez,
peleas callejeras, la delincuencia, por solo mencionar algunos (Pino Abad, 2011, p. 100).
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Diversiones públicas y reformismo Borbón: el juego de la pelota en la Lima del siglo XVIII
siguientes palabras dan muestra de lo manifestado: “ha dicho señor las debidas gracias
por el esmero y próvido celo con que se interesa en el mayor aumento y esplendor de
este cuerpo para proporcionar al público la utilidad y el benecio”. El respeto y subor-
dinación que se tuvo al visitador fue notable, y más aún cuando se trataba de medidas
que beneciaran las arcas del cabildo. Ya con el beneplácito del visitador, se procedió
a pregonar el remate de la plaza de la pelota, se jaron carteles en los lugares acostum-
brados para que los vecinos, principalmente los postores, se enteren del día en que se
realizaría. Como debía de ser, Jorge de Escobedo fue informando de todo lo ocurrido15.
El 11 de julio de 1785, con el consentimiento del scal de parte y lo expuesto por
el cabildo, Escobedo aprobó el remate del nuevo ramo del juego de la pelota que se
había realizado el 18 de mayo pasado16. Manuel Carranza, que ya había mostrado su
interés en adjudicarse de esta plaza, resultó el elegido al proponer la mejor oferta,
estableciéndose que manejaría la plaza por tres años. Luego de cumplido el tiempo de
la licencia, el ramo de la pelota sería nuevamente rematado.
Desde unas décadas atrás, el virreinato peruano estaba siendo reorganizado en sus
diferentes aspectos por medio de las Reformas Borbónicas, siendo uno de ellos el ur-
bano. Civilización, un vocablo en boga en gran parte de Europa occidental por aquella
fecha, no fue ajena a Lima, es más, tuvo estrecha relación con la renovación urbana.
Una sociedad civilizada albergaba en su seno diversiones, espectáculos, juegos que
eran la alternancia a la vida monótona. Por ese motivo, la política de los Borbones en
lo urbanístico contemplaba la creación de un espacio para cada actividad especíca
(Ramón, 1999, p. 313), espacio que debía de poseer las condiciones para vigilar y
controlar cualquier comportamiento díscolo de la plebe limeña. La particularidad de
las casas de juego, como el de la pelota, es que no necesitaban de esta medida. Casa
de juego signicaba necesariamente un espacio denido donde jugar, los aperos ne-
cesarios para realizarlo y un dueño, o arrendatario, que se benecie económicamente.
Lima no se caracterizó por albergar juegos callejeros pues, si bien existieron, no fue
esa la tendencia. Algunas casas llegaron a ofertar varios tipos de juegos en sus in-
mediaciones, lo cual no estaba prohibido, siempre y cuando el Cabildo haya dado su
venia al momento de otorgar la licencia para la apertura de dicha casa. Así vemos que
la casa de la pelota compartió espacio y acionados durante la etapa borbónica.
El 7 de octubre de 1786, Juan Antonio Urrutia Ladrón de Guevara, arrendatario de la
casa del juego de la pelota de la calle Jesús María, realizó una denuncia contra José
Antonio Alzugarate por una deuda que le tenía17. Alzugarate era dueño de la casa don-
de se cobijaba al juego de la pelota, condición que aprovechó para instalar ahí mismo
una mistelería y una cocina con sus respectivos aperos. Además, y no es un dato
menor, en este lugar también se practicaban otros juegos como bolas, billar y mesa
de truco. No obstante, Alzugarate contrajo varias deudas y debía a sus empleados el
sueldo de varios meses. La situación lo preocupaba, sus ingresos no eran sucientes
para costear sus gastos, por lo cual decidió huir de la ciudad. Sus acreedores, encabe-
15 AHML. Libros de Cédulas y Provisiones Reales. Libro XXIV, 1785, f. 250r.
16
Ibídem, f. 276v-277r.
17 AGN. Cabildo. Causas Civiles. Leg. 112, Cuad. 1908, 1786. Está por esclarecer cómo, en 1786, Juan
Urrutia gura como arrendatario de la casa de la pelota si, en el concurso que ganó Carranza en 1785, se
estipulaba que sería poseedor de la plaza por tres años.
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zados por Urrutia, solicitaron el 14 de octubre de ese año que se evaluara y se tazara
los bienes dejados por Alzugarate, para que, de ese modo, puedan cobrar parte de la
deuda18. La mistelería y la cocina fueron cerrados.
El 18 de noviembre se realizó el inventario de los bienes del local de la pelota ha-
llándose, entre otras cosas, lo siguiente: doce tacos, un juego de bolas y una mesa de
billar. La casa que albergaba el juego de la pelota también era utilizada para practicar
otros juegos, lo que signicaba una alta concentración de la plebe en este espacio.
La decisión de cerrar la mistelería terminó siendo perjudicial, días después los acree-
dores notaron que los licores que se encontraban en su interior podían “corromperse”,
además que “la puerta de dicha misteleria indispensablemente ha de ser la entrada
de los concurrentes a la diversión de los juegos de pelota, truco y billar, de los que
emana la paga que se ha de vericar a su majestad”19. Por tal motivo solicitaron que,
luego de realizada la tasación de los bienes de la mistelería, les concedan licencia
para abrirla nuevamente. En líneas anteriores se mencionó que entre los acreedores
se encontraban los empleados de Alzugarate. Ellos solicitaron a Urrutia, quien era el
máximo acreedor, que se les cancele el dinero que les debían. La respuesta de Urrutia
no se hizo tardar, manifestando a su favor:
[que] la mencionada cafetería estaba constituida únicamente en el nombre,
reducida únicamente a vasos y frascos, y un poco de mistela, y yo con el motivo
de habérseme franqueado con licencia judicial la entrada para allí para la di-
versión del juego de la pelota, del que soy asentista y estar pagando al ilustre
cabildo de esta ciudad 530 pesos, habilité la dicha cafetería con los demás li-
cores que no tenía, de suerte que no he sido más que habilitador de ella y surtir
los efectos que le faltaban, sin que por ningún motivo me corresponde pagar
por lo más leve a los dichos mozos, quienes tuvieron trato con Alzugarate20.
Los virreyes Borbones tenían el claro objetivo de reformar Lima urbanísticamente.
Lo que sucedía en el interior de los locales de las casas de juego era, también, de su
interés. Nunca tuvieron la consigna de extirpar estos establecimientos sino de acep-
tarlos, pero bajo un control. En ese sentido, el testimonio de Urrutia es revelador: la
casa de la pelota, y de otros juegos, era un punto de venta de bebidas. La plebe jugaba,
tomaba, se divertía con libertad, el control borbónico no se hacía sentir en este lugar.
La política urbanística para Lima contemplaba mayor vigilancia del interior de los
espacios de recreación, algo que no siempre se dio.
La Ilustración y el juego de la pelota
En este periodo, las autoridades anes a la corriente de la Ilustración y los criollos
ilustrados se encargaron de proveer a la plebe limeña de elementos de recreación que
18
Antes de su fuga, el 25 de setiembre, Alzugarate, había emitido un pagaré a favor de Ignacio Morales.
En este documento indicaba que le debía 166 pesos del aguardiente que le había proporcionado para el
abasto de su casa-fonda del juego de la pelota. Ibídem, f. 9r.
19 Ibídem, f. 14r.
20 Los siguientes folios del documento corresponden a la disputa que los empleados entablaron contra
Urrutia para que se les cancele sus deudas, la misma que continuó hasta el año siguiente.
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Diversiones públicas y reformismo Borbón: el juego de la pelota en la Lima del siglo XVIII
venían con un trasfondo social: imponer costumbres acordes a la nueva moral ilus-
trada. La Ilustración fue acogida por un gran sector intelectual, que encontró en ella
la base teórica para reformar Lima en términos sociales. No estaba entre los planes
de los criollos ilustrados conseguir una plebe ‘inmersa en las luces’, la variedad de
castas los empujaba a rearmar su superioridad social, su pertenencia a una élite con
mayores condiciones losóco académicas. Les bastaba con que esta gente interiorice
patrones morales, respeto a las leyes y a la autoridad.
El juego de la pelota fue considerado un deporte moderno, sin que ello signique
propio de un sector social. La plebe también gozó de este entretenimiento al igual que
la clase alta limeña. José Rossi y Rubí (1791, p. 29), ilustrado italiano y miembro del
círculo intelectual Sociedad Amantes del País, sostenía en las páginas del Mercurio
Peruano que “la pelota cuya casa es pública, ofrece un buen rato al espectador, y un
ejercicio provechoso a la salud del que juega”. La forma del juego estuvo muy impli-
cada en los preceptos de la modernidad europea de la época, pues no solo se trataba de
un simple entretenimiento sino que era también un deporte que permitía desarrollar en
quienes lo practicaban dos hábitos fundamentales: la moderación y la salud (Viqueira
Albán, 1987, pp. 245-246.)21.
En ese contexto, en España postulaba el reformador ilustrado Gaspar Melchor de
Jovellanos un discurso similar respecto al juego de la pelota. Lo que sucedía en Lima
no era un caso exclusivo, la misma península no fue ajena al descarrilamiento de sus
diversiones y juegos. Intelectuales, autoridades y élite española cuestionaban la forma
de divertirse de la población. Pese a ello, en su Memoria para arreglo de la policía
de los espectáculos, Jovellanos (1952 [1790], p. 21) es claro al indicar la utilidad del
juego de la pelota en aras de forjar hombreságiles, robustos y con presencia física”.
Pero antes de difundirlo a todas las provincias españolas, era necesario reformar aque-
llos rasgos incompatibles con la nueva sociedad que se estaba formando. En Lima los
criollos ilustrados buscaban lo mismo. Las formas de entretenimiento que tenía la ple-
be debían guardar coherencia con el nuevo orden social que ellos deseaban instaurar,
uno libre de vicios, desenfrenos y gente sin ocio.
Otro criollo ilustrado que se pronunció sobre el juego de la pelota fue Hipólito Unanue
(1974 [1806], p. 156), quien no compartió todo lo dicho por su colega Rubí. A causa
de que el juego demandaba ejercicios de mucha agitación y fuerza, lo consideraba
no conveniente para los limeños por poseer éstos un pecho endeble. Por el contrario,
actividades como la danza, particularmente la pantomímica, a su juicio era de mucha
utilidad al ser un ejercicio que ayudaba a conservar mejor la salud, a comer con más
apetito y conciliar el sueño de manera más apacible. La cual, lejos de desgurar el
cuerpo, según Unanue contribuía a dar soltura, garbo y belleza a los cuerpos, en es-
pecial los de los jóvenes. De ahí que considerara que debía de ser el minué el baile
favorito del limeño, por reunir todas estas circunstancias.
21 Por su parte, Gerardo Álvarez (2001) sostiene que en la República Aristocrática, a inicios del siglo XX,
se forjó el proyecto de transformar el país modernizando los diversos aspectos de la vida, cuestiones que
inuenciaron en la difusión del fútbol, un deporte que se había introducido en Lima pocos años antes de
la guerra con Chile, al haber una mayor preocupación por construir una sociedad de ciudadanos sanos,
fuertes y de alta moral. Se encontró, de este modo en el fútbol y en los deportes en general, un canal muy
funcional a través del cual podían transmitir su propuesta.
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El juego de la pelota no era el único que propiciaba benecios para la salud. La mesa
de billar también surtía esos efectos en sus practicantes. Así lo manifestó el ilustrado y
teniente de policía José María Egaña, el 23 de mayo de 1801, al interceder por María
del Villar ante el virrey marqués de Avilés para que se le conceda licencia para abrir
una casa con este juego22. El testimonio del teniente Egaña es sintomático porque re-
presenta la concepción que se tenía sobre aquellos juegos que eran provechosos para
el progreso social: “es máxima de buen gobierno permitir en los pueblos los juegos
lícitos porque ellos presentan un arbitrio para la distracción de las ciudades, poniendo
en ejercicio las fuerzas de quien los usa, y evitan tal vez a la sociedad y al estado males
muy graves, siendo así útiles en lo político y en lo físico”23. El juego del billar, al igual
que la pelota, no sólo era útil a la sociedad sino que ayudaba a desterrar los vicios y las
diversiones dañinas (Viqueira, 1987, p. 247). Y qué decir del benecio físico, el efecto
saludable de ambos era signicativo para el desarrollo muscular y mental, exigía tener
destreza y habilidad en el concursante.
Empero, ello no implica que todas las solicitudes que llegaban al Cabildo para obtener
licencia de apertura de una casa con el juego del billar hayan sido aceptadas. En 1814,
Juan García pidió licencia para abrir una mesa de billar en la calle Santa Teresa. El
Cabildo envió a uno de sus miembros, el regidor comisionado de policía Francisco
Colmenares, para que recabe información24. Una semana después Colmenares, en su
informe, declaró no haber lugar a la solicitud25. Pese a la insistencia de García en su
pedido, la decisión ya había sido tomada26.
A pesar de los benecios que signicaba jugar a la pelota, como la mayoría de los
juegos, no estaba exenta de la presencia de jugadores díscolos, jugadores propuestos
a apostar más de lo permitido. Independientemente del juego que se tratase, si el
dinero que estaba de por medio superaba lo permitido por las autoridades, el juego
era estigmatizado como prohibido. El juego de la pelota no era pernicioso en sí, eran
aquellos que infringían las normas los que lo convertían en prohibido. Un entreteni-
miento honesto, con las bondades que ilustrados como Rubí veían en él, rápidamente
podía pasar a formar parte de ese grupo. El viajero Tadeo Haenke (1901, p. 29), que
estaba en Lima a nales del XVIII, sostenía que en la casa donde se jugaba a la pelota
se apostaba mucho dinero27. Por tal motivo, en 1792 el local fue cerrado por los daños
ocasionados por los apostadores al convertirlo en un verdadero garito. Al respecto,
Rubí Rubí (1791, p. 29) apuntaba:
Las apuestas que se hacen a favor de algún partido, no deberían pasar de
pocos pesos. El que atraviesa cantidad de onzas de oro da a conocer, que va a
allí a buscar un juego ruinoso, y no una honesta diversión.
22 AHML. Libros de Cédulas y Provisiones Reales. Libro XXVII, f. 58v.
23 Paralelamente, el Tribunal de la Santa Inquisición, en su postura por reprimir lo pagano, había puesto su
mirada en espacios de recreación como cafés, tertulias y salones de billar por ser lugares potenciales de
difusión de ideas y lecturas censuradas por los índices (Peralta, 2002, p. 79).
24 AHML. Libros de Cabildo de Lima. Libro XLIII, 1814, f. 110r.
25 Ibídem, f. 112v.
26 Ibídem, f. 123r.
27
Igual opinión tuvo el cientíco español Hipólito Ruiz. Durante su estadía en Lima en la década de 1780,
producto de la expedición botánica de la que formaba parte, observó la costumbre de arriesgar mucho
dinero en la pelota (Jaramillo, 1949, p. 266).
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Diversiones públicas y reformismo Borbón: el juego de la pelota en la Lima del siglo XVIII
Un año antes del cierre, el 21 de julio de 1791, Juan Urrutia elevó un pedimento al
Cabildo para que se le permita establecer otro juego en el mismo local de la pelota:
el de los bolos. A cambio, contribuiría con cien pesos más a su pago anual28. El pro-
curador general del Cabildo se encargó de revisar el documento, debido a su escaso
conocimiento sobre este nuevo ramo, solicitó que se le entregue el expediente del
asiento de la pelota para así realizar un estudio completo29. A pesar de que estaba en
su facultad emitir una decisión, optó por que sea el mismo virrey Francisco Gil quien
resuelva el asunto30.
Controversias en torno al juego de la pelota
La última década del XVIII fue testigo de las idas y vueltas respecto a la continuación
de la práctica del juego de la pelota. El cuestionamiento tenía su raíz en la presencia
de gente, proveniente de la plebe, con costumbres relajadas. Este era su momento más
agudo. El 23 de diciembre de 1791, se hizo presente en el Cabildo un expediente que
giraba en torno al juego. El texto es corto pero relevante por mencionar un superior
decreto dado por el virrey, en el cual declaraba su “continuación”. El expediente se
trasladó al procurador general31.
Posteriormente, el 3 de febrero del siguiente año, se vio en cesión edil un documento
remitido por el virrey Gil acerca del estado de otro documento del teniente Egaña. En
dicho papel, Egaña expresaba su preocupación por lo “perjudicial que es la conserva-
ción de la casa del juego de la pelota”32. Asimismo, se basaba en la presencia de gente
de dudosa reputación en la casa, quienes eran el germen de los desórdenes que ahí
se advertían, pese al esfuerzo invertido por el procurador general, conde de Velayos,
por extirpar estos males33. Veamos algunos ejemplos. El 11 de diciembre de 1791
Romualdo Pérez, de cuarenta y seis años, indio natural de Chile, soltero, de ocio
labrador, fue llevado preso a la real cárcel de la ciudad por el mismo Egaña, siendo el
motivo no tener otra ejercitación que “frecuentar el juego de la pelota y las canchas de
bochas”34. Romualdo tenía antecedentes que hacían sospechosa esta conducta lúdica.
Antes había sido prendido por haber hurtado sombreros, lo cual lo llevó al encierro en
el presidio del Callao. Por si fuera poco, era conocido por ser “vago de profesión”. Al
ser interrogado Romualdo declaró que:
lo prendió un alguacil sin más razón que haberlo visto entrar a un callejón
del Portal de Escribanos a orinar. Una vez estuve preso en la cárcel de corte
[...], siendo desterrado al presidio del Callao, de donde salió hace 3 o 4 años
y viniéndome a Lima35.
28 AHML. Libros de Cabildo de Lima. Libro XXXVIII, 1791, f. 241r.
29 Ibídem, f. 246v.
30 Ibídem, f. 251v. Desafortunadamente, no se ha hallado el documento que contiene el veredicto del virrey.
31 Ibídem, f. 268r.
32 Ibídem, f. 277v.
33 Ibídem, f. 282v.
34 AGN. Real Audiencia. Causas criminales. Leg. 69, Cuad. 823, 1791, f. 1r.
35
Ibídem, f. 4r.
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Al ser preguntado por el motivo que no trabajaba, adujo que se debía a la enfermedad
que padecía desde que estuvo encerrado en la cárcel de corte. Lo que no se esperó
Romualdo era que el cirujano de la cárcel de corte sea interrogado. El cirujano fue en-
fático al testimoniar que la salud de Romualdo, durante su permanencia, estaba libre
de dolencia alguna, se hallaba completamente sano. El 9 de marzo de 1792, Romualdo
fue condenado al destierro en el reino de Chile, bajo la advertencia de que no retorne.
Caso contrario sería connado a uno de los presidios del rey36.
Para mediados del XVIII, en la Lima ilustrada, cada vez era más notorio que gente de
la plebe desatienda sus obligaciones por preferir frecuentar las casas de juego, en esta
ocasión el de la pelota. Las obligaciones eran descuidadas, incluso llegaban a fugarse
de sus casas. El caso de Manuel del Campo Foronda es ilustrativo. En 1791, el joven
español Toribio Arauz, natural del puerto de Valparaíso del reino de Chile, de ocio
sastre y soltero, indicó ante las autoridades haber conocido a Manuel en la casa de
Juan de Urrutia37. Toribio solía ir a la casa de Urrutia para cobrarle, por parte de su
patrón, algunos pesos que le debía. Hasta el momento que era atendido por Urrutia,
esperaba en el billar que había en el interior de la casa, y fue en esas que se percató de
la presencia de Manuel, convirtiéndose pronto en amigos. El gusto por el mismo juego
fue el nexo para que surja una amistad entre ambos. De lo poco que pudo conocer de
Manuel, fue que paraba en la casa de la pelota, no sabía dónde pasaba la noche38. Pese
a contar con un techo, no dudaba en escaparse de su casa por estar en el juego.
El juego de la pelota no era perjudicial en sí, como ya se ha sostenido. Si aquel que
lo practicaba no controlaba sus impulsos lúdicos, podían generarle inestabilidad emo-
cional y no ser consciente de sus actos. No obstante, el local fue cuestionado no solo
por ser centro de vagos, jugadores o fulleros, sino también por llevar a la ruina social a
algunos concurrentes que la visitaban. A juicio de las autoridades, el juego de la pelota
incitaba a abandonar las tareas laborales y familiares.
El informe del teniente Egaña fue trasladado al virrey para que lo examine. Luego de
discernir sobre el futuro del juego de la pelota, el 5 de mayo de 1792 Gil de Taboada
determinó que el local que lo albergaba sea clausurado, y no solo eso:
[…] demoliéndose inmediatamente la cancha de bolos que también ay en ella,
apercibiendo a dueño y asentista para que no permita que desde el dia de la
noticación se juegue en el sitio y patios que se acostumbraba, pelota, bolos,
ni otro alguno, quedando de consiguiente extinguido el arrendamiento que se
le tenia hecho por ese cabildo39.
Tres días después el cabildo recibió el ocio del virrey que contenía su disposición,
con lo cual debía procederse a su ejecución. La noticia se hizo saber a Mariano Zárate,
síndico mayordomo, para su conocimiento de lo determinado40. El cierre del local no
36
Ibídem, f. 5r-5v.
37
AGN. Real Audiencia. Causas criminales. Leg. 71, Cuad. 850, 1791, f. 33r. El documento también es
citado por Richard Chuhue, 2006, f. 205.
38 Ibídem, f. 33v.
39
AHML. Libros de Cédulas y Provisiones Reales. Libro XXVI, f. 126r.
40 AHML. Libros de Cabildo de Lima. Libro XXXVIII, 1792, f. 295v.
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Diversiones públicas y reformismo Borbón: el juego de la pelota en la Lima del siglo XVIII
signicó necesariamente la prohibición de seguir jugando a la pelota. La plebe siguió
disfrutando ya sea en las calles, lugares apartados o callejones. Por su parte, la alta
clase limeña contaba con sus casas u otros ambientes privados. Se desconoce hasta
que año el local estuvo cerrado, siendo la siguiente referencia de 1801.
E1 1º de diciembre de 1801 los señores Miguel de la Lama y Josef de la Riva arrenda-
ron a Miguel de Garate y Manuel de Odriozola un local donde se practicaban diversos
tipos de juego, entre ellos el de la pelota. El contrato de arrendamiento sólo contem-
plaba este último. El local era de propiedad de Rosa de Salazar y Gabiño, la condesa
de Monteblanco41, y se ubicaba en la calle del Monasterio de Jesús María, es decir, el
mismo que en 1792 había sido clausurado por el virrey Gil de Taboada. La cesión del
espacio era por cinco años, los dos primeros de manera obligatoria y los tres restantes
de manera opcional. Los arrendatarios, a cambio, pagarían mensualmente setenta y
cinco pesos, llegando a la suma anual de novecientos pesos42. Además, ellos mismos
tendrían que suministrarse los accesorios o aperos que les harían falta para llevar
adelante el negocio43.
Conclusiones
Tan igual que el resto de los juegos conocidos en la Lima del siglo XVIII, el de la
pelota estuvo entre los preferidos por la población, en especial por la plebe. La clase
alta limeña también lo jugó, pero el mayor acionado fue el hombre del común, pese
a que solo se conoce de un local donde jugaron. Las distintas castas se reunían en este
centro para compartir un gusto afín. Negro, indio, mestizo, español, joven, adulto,
todos jugaban, ya sea por mero entretenimiento o con el afán de ganar unos pesos.
Permitir que se entretengan no estaba en discusión, es más, fue avalado pero con mo-
deración. Aunque no podían faltar aquellos díscolos que iban con un motivo diferente
a los indicados, siendo justamente ellos la razón del cuestionamiento que cayó sobre
el local de la pelota.
En un periodo donde se trató de reformar socialmente Lima, la alta tasa de jugadores
era alarmante. El Cabildo fue consciente de ello e intentó sacarle provecho. El ramo
de la pelota no buscó otra cosa que generar ingresos por medio de este juego. Incluso,
llegó a tener el respaldo de la Corona española. A diferencia de otros juegos donde
el azar o la apuesta eran los elementos centrales, el de la pelota tenía una marcada
diferencia: era propicio para la salud corporal. Ese detalle le evitó al Cabildo ser cues-
tionado por la medida establecida.
41
Rosa de Salazar y Gabiño fue hija de Agustín de Salazar y Muñatones, primer conde de Monteblanco,
título recibido de Fernando VI en 1755. Rosa de Salazar perteneció a una de las familias aristocráticas
limeñas más importantes de la época. En 1764 contrajo matrimonio con Fernando Carrillo de Albornoz y
Bravo de Lagunas, hombre también de un importante linaje, sexto conde de Montemar (Swayne y Men-
doza, 1951, p. 525). Entre los dos llegaron a acumular una fortuna que residía en la posesión de bienes,
haciendas y esclavos (Rizo-Patrón, 2005, p. 318).
42
AGN. Protocolos Notariales. Vicente de Aizcorbe, protocolo 71, 1801, f. 532r.
43
Llama la atención que en ningún momento se menciona al Cabildo, si se recuerda que el ramo de la
pelota formaba parte de los arbitrios creados a favor de los propios y rentas de dicha institución. Más si
en otro documento de fecha posterior, 3 de junio de 1806, se relaciona el remate “de la pelota” con el
cabildo. AHML. Libros de Cabildo de Lima. Libro XLI, 1806, f. 56v.
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Por otro lado, los aires de cambio que se suscitaron producto de las reformas borbóni-
cas y la Ilustración no inuyeron en la manera de jugar, menos en el propio acionado.
Las costumbres relajadas que mostraba un sector de los jugadores fueron el blanco de
las medidas adoptadas. Empero, es poco lo que se pudo hacer. El control borbónico
no terminó por imponerse en el interior del local que cobijaba a la pelota, pero una
consecuencia positiva fue que este agelo social se visibilizó buscando la política bor-
bónica cambiar este escenario, no a uno totalmente diferente pero sí a uno hasta cierto
punto permisible, uno donde la ación del populacho no afecte otras actividades, o
menos a otras personas.
Referencias
Fuentes Primarias
Documentos
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