75
Las diversiones públicas en Lima a
nes del período colonial
Henry Barrera Camarena*
Sumilla
El presente trabajo busca demostrar cuál fue la predominante imagen
que se tuvo en Lima, a nes del período colonial, sobre las diversiones
públicas, en un contexto en el que la ciudad pasaba por un proceso
de reordenamiento de su entramado urbano. El mismo que estuvo
relacionado con la disposición de crear nuevos espacios de entretenimiento,
y que respondió a la necesidad de despejar de los ambientes abiertos, las
diversiones callejeras y trasladarlas hacia espacios especícos. Pese a las
críticas y rechazo que pesaban sobre ellas, esto no signicó un sintomático
alejamiento, sino por el contrario se buscó reformarlas y reordenarlas en
bienestar tanto de la urbe como de los acionados limeños y extranjeros.
De este modo se busca desplazar las expresiones “primitivas y bárbaras
pasiones” con que se les suele identicar equívocamente, al no ser esa la
preponderante imagen que se tuvo sobre estas formas de manifestaciones
culturales de la plebe.
Palabras Claves: Plebe / Diversiones públicas / Reordenamiento urbano /
Ilustración / Lima / Siglo XVIII.
Abstract
is paper illustrates de public entertainment predominant image in
Lima at the end of the colonial era during a context of urban reorganization.
is issue was linked to the disposition to create new sceneries for
* Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Revista del Archivo General de la Nación
76
entertainment as a response to relocate all kinds of street performance.
Besides all criticism and rejection, street entertainment was not replaced;
instead, was reformed into proper entertainment according to urban
decorum for its Lima citizens and foreign followers.
In this sense, expressions like “primitive and barbaric passions” should
be replaced because they do not represent the predominant image of all
these cultural expressions from that time.
Keywords: People / Public entertainment / Urban reorganization /
Illustration / Lima / XVIII century.

Para lograr una mejor comprensión de las manifestaciones culturales
de un determinado pueblo, es necesario el análisis de los gustos y de los
intercambios materiales y simbólicos que en él se logran establecer, según
arma Mauricio Sánchez
1
. Y precisamente diversiones como los toros,
teatro, gallos, por sólo mencionar algunos, son medios perfectos para
conocer la participación e interacción de los involucrados, así como las
diferencias socioeconómicas existentes.
Desde mediados del siglo XVIII hubo en Lima un mayor cuestionamiento
a las diferentes manifestaciones culturales de la plebe, señaladas como un
lastre para el progreso social, buscándose que sean suprimidas, o en el peor
de los casos, reformadas y restringidas. Juan Carlos Estenssoro ha precisado
para el caso del baile, la música, las estas populares, que las autoridades
las utilizaron como un medio de manejo social, paralelamente alejándose
de ellas como signo de diferenciación y raticación de su posición social
2
.
1 Mauricio Sánchez Menchero. “Hacia una historia cultural de las diversiones públicas. Estudios
culturales sobre el juego, la risa y el sobrecogimiento, En Estudios sobre las Culturas Contemporá-
neas. México, época II, volumen XIII, número 26, 2007, pp. 25-45.
2 Agrega también que “los cambios ocurridos en el pensamiento la sensibilidad de las élites desde
mediados del siglo XVIII los hará no solo tomar distancia de las manifestaciones populares, sino
que los opondrá a ellas como parte de su propio prestigio. Véase, Juan Carlos Estenssoro. “Moder-
nismo, estética, música y esta: élites y cambio de actitud frente a la cultura popular. Perú 1750-
1850”, en Tradición y modernidad en los Andes. Henrique Urbano (comp.). Cusco: Centro de Estu-
dios Regionales Andinos Bartolomé de las Casas, 1992, pp. 181-195.
77
A grosso modo, es importante precisar algunos dictámenes en contra de
algunas de las manifestaciones culturales de la plebe. Por ejemplo, en 1780 el
virrey Manuel de Guirior emitió un bando en el que prohibía la realización
de juegos y de los abusos que se cometían en los días de carnestolendas,
que muchas veces iban acompañados de violencia e injuria por parte de
la plebe
3
. Mientras que en 1789 el virrey Teodoro de Croix decretó la
prohibición de danzas y diablillos en las procesiones de cuasimodo
4
. Su
sucesor el virrey Taboada y Lemos, envió en 1791 un ocio a los alcaldes
ordinarios de la ciudad para que se preocupen del orden que debía haber
en las escuelas de danzas y en los juegos de títeres
5
.
No obstante, si eso ocurría con estas manifestaciones, ello no implica
que necesariamente lo mismo haya ocurrido con el resto. El caso concreto
de las diversiones públicas, analizadas en esta ocasión, son un claro
ejemplo de que no hubo un discurso homogéneo de rechazo y alejamiento
general sobre todo aquello que estaba relacionado con la plebe. Más aún,
si se recuerda que diversiones como los toros, gallos y caballos fueron
elementos importados por los primeros españoles durante el proceso de
colonización del territorio americano. Desde los primeros años de la colonia
fueron básicamente los primeros conquistadores quienes disfrutaban
exclusivamente de estas diversiones, siendo el pueblo indígena un mero
espectador o asistente
6
. Situación que cambiaría cuando éstas empezaran
a ser interiorizadas por el mismo pueblo, convirtiéndolas en una diversión
popular; hecho que produjo el paulatino alejamiento de la nobleza limeña
y su rechazo hacia ellas.
Un rechazo que no fue homogéneo, pues no fue acatado por todos
los miembros de la nobleza, inclusive algunos ilustrados dieciochescos
llegaron a mostrar su anidad por algunos de estos espectáculos.
3 Archivo Histórico de la Municipalidad de Lima (en adelante AHML). Ayuntamiento. CA-CO2.
Libro XXX, año 1780.
4 AHML. Ayuntamiento. CA-CO2. Libro XXX, año 1789.
5 AHML. Ayuntamiento. CA-CO2. Libro XXX, año 1791. Sobre los títeres se puede revisar el pio-
nero trabajo de Ella Dunbar Temple. Títeres y titiriteros en la Lima de nes del siglo XVIII. Lima:
Escuela Nacional de Arte Escénico, 1955.
6 Ángel López Cantos. Juegos, estas y diversiones en la América española. Madrid: Editorial Ma-
pfre, 1992. Para el caso mexicano se puede ver el trabajo de Juan Pedro Viqueira Albán. ¿Relajados
o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la ciudad de México durante el siglo de las luces.
México: Fondo de Cultura Económica, 1987.
Las diversiones públicas en Lima a nes del período colonial
Revista del Archivo General de la Nación
78
Por lo general cuando se hace mención a las diversiones públicas de
mediados del siglo XVIII, es para sostener que fueron catalogadas por
las autoridades locales, incluso por los ilustrados, como manifestaciones
culturales licenciosas y vulgares.
Las corridas de toros, las peleas de gallos fueron estigmatizadas bajo el
tulo de diversiones bárbaras que atentaban contra el orden y progreso
de la ciudad. En tanto que el teatro pese a ser considerado “la escuela de
la moralidad, por las nuevas funciones éticas y morales que le fueron
insertadas, no pudo moderar las costumbres de la población, y en especial
de la plebe limeña. Una plebe que era señalada la causante del “relajamiento
de las costumbres” de la época. Las pautas señaladas en el párrafo anterior
serán el hilo conductor del presente trabajo que tratará de demostrar que
tal imagen no era la preponderante.
Las peleas de gallos, el Coliseo de Comedias, las corridas de toros, las
carreras de caballos, no fueron simplemente vistas como expresiones
bárbaras contrarias al proyecto de modernizar la ciudad, sino que por
el contrario, se consideraron importantes para el progreso de la ciudad,
mediante su reordenamiento y reglamentación desde mediados de la
decimoctava centuria
7
. Por ello, en esta oportunidad se estudiarán tres
fuentes históricas. La primera, es el elogio del rector de la Universidad de
San Marcos don Joseph Morales de Aramburú y Montero hacia el virrey
Manuel de Amat y Junient en 1770; la segunda, el Mercurio Peruano,
principal órgano difusor de las ideas ilustradas en el Perú; y por último,
los testimonios de los viajeros de la época.
        
   
En 1770 el rector de la Universidad de San Marcos, don Joseph Morales
de Aramburú, en su elogio titulado “Ventajoso estado político del Perú bajo
7 Tal proceso no fue exclusivo del virreinato peruano. En el mismo Madrid la nueva idea de civiliza-
ción, progreso, traía consigo una reglamentación nueva, de la cual se derivaban prohibiciones y una
legislación. Aquello que representaba expresión de modernidad era automáticamente legislado con
normas y regulaciones. Véase, Joaquín Álvarez Barrientos. “La civilización como modelo de vida en
el Madrid del siglo XVIII”, En Revista de Dialectología y Tradiciones Populares. Consejo Superior
de Investigaciones Cientícas. Madrid, volumen LVI, 2001, p. 152.
79
la gobernación del excelentísimo señor don Manuel de Amat y junient…”,
realizó un recuento de las obras más resaltantes de dicho virrey que habían
permitido obtener un mejor orden y gobierno en la ciudad
8
.
En su elogio no podía dejar de mencionar a las diversiones públicas.
Precisamente Aramburú comienza por la diversión más “bárbara”: los
toros. Según su testimonio una de las más resaltantes obras de Amat fue
la Plaza de Toros, cuya instalación poseía una “gura y demás agregados
que la constituyen mejorada a todas las demás de la Europa donde se lidian
unas eras hasta donde se puede extender su nesa y deje satisfecho el gusto
de la ación española
9
. Con este nuevo edicio público atrás quedaba la
acostumbrada congregación del vecindario por realizar jugadas torpes
10
,
principalmente en las carnestolendas, por ser ahora “imposible lo que no se
puede oír sin admiración del mundo, en tan repetidas corridas no ha habido
ni se cuenta una muerte, no faltara quien diga que dicho accidente penderá
de que nuestros toros no son tan furiosos como los de España, a lo que se
responde que ellos mismos son testigos de las ventajas, fortalezas y tamaño
con que los criollos exceden, y solo les daremos la primacía a dichos toreros,
por su destreza y disciplina, llevando también otra nueva ventaja los nuestros
en su barbaridad de donde sale la conclusión legítima que el no haber muchas
muertes es conocido milagro y felicidad del príncipe que hasta en esto parece
lisonjea la dicha su piedad y misericordia
11
. Apuntaba también en relación
al coso de Acho que “se concluyó a la perfección, no se omitió el mayor
gasto a su fortaleza y perpetuidad, después queda un distinguido propio a
la ciudad; una diversión honesta y también en la substancia un ahorro de
salud, y dinero al vecindario, aunque haya barbaros que digan lo contrario
Antes de la edicación de la plaza, las distinguidas familias de la ciudad
tenían la vieja costumbre, durante las carnestolendas
12
, de realizar paseos
8 Biblioteca Nacional del Perú (en adelante BNP). Cuaderno duplicado en que se da noticia del ver-
dadero ventajoso estado político del Perú bajo la gobernación del excelentísimo señor don Manuel
de Amat y Junient … por el doctor don Joseph Morales de Aramburú y Montero, rector de la Real
Universidad de San Marcos de Lima … 25 de enero de 1770. Fondo Antiguo Manuscrito. Código
C987, 1770.
9 Ibídem nota 8. Folio 41v.
10 Una arraigada costumbre de la población era jugar toros con soga, y sin ella, en las cercas y pla-
zuelas de los conventos de religiosas. Razón que llevó a su prohibición por el virrey duque de la Pa-
lata mediante un decreto de 14 de julio de 1682. AHML. Ayuntamiento. CA-CO2. Libro I, año 1682.
11 Ibídem nota 8. Folio 42r.
12 Por la esta de los carnavales en la Plaza Mayor se construía una plaza portátil en donde se reali-
zaban corridas de toros. Incluso el mismo Jorge de Escobedo, visitador general de la superintenden-
cia de la Real Audiencia e Intendencia de Lima, reconocía la construcción de tablados efímeros para
Las diversiones públicas en Lima a nes del período colonial
Revista del Archivo General de la Nación
80
por una semana entera hacia el lugar donde se celebraba esta diversión,
que duraba por lo general ochos días. Aunque comúnmente terminaban
siendo más días de lo previsto, por el júbilo y jocosidad del que se gozaba,
causándoles gastos que oscilaban entre los quinientos y mil pesos. Actos
que eran seguidos por “la nueva gala, competencia entre las familias
que, según sus profusiones, realizaban apuestas en los juegos de dinero. Y
nalmente la jornada no podía culminar sin los juegos de agua que muchas
veces les provocaba un gran resfrío. Ahora, señalaba, con el mayor interés
hacia los toros, se ha ahorrado dinero y se ha conseguido comodidad. Se
regula el gasto de un cuarto y con el solo hecho de montar un coche en breves
instantes ya se estaba subiendo a la galería y luego de concluida la función
y haberse divertido, cada quien volvía a su casa”. Por último, concluye que,
a dicha obra sólo se opondrán todos aquellos que no son acionados, o
por viciosos apetecen la libertad del campo: lo cierto es que cuando no se
lograra otro benecio que una congregación del pueblo bajo de reverencia
y honestidad, donde son todos vistos con moderación, la diversión que
ocasionan sus colores y matices formando un país de maravillas, bastaba solo
para ser una obra heroica
13
. Pese a lo exagerado que resulta su testimonio,
sin duda el coso de Acho ayudó a reformar la diversión, congregando a los
acionados en un solo punto y obteniendo así un mayor celo y vigilancia
sobre la plebe limeña en particular.
En folios posteriores del Cuaderno duplicado… en la mención que realiza
sobre la casa de gallos, le es inevitable volver a pronunciarse sobre los toros,
al agregar que el n último de Amat no era otro que “darles diversiones
honestas y acabar con todo vicio”, pues no había celebración alguna que
no se redujese a la función de toros, los cuales siempre terminaban en
repetidas averías o techos que se callan, quebraduchas de pies y manos, otros
estropeados, atropellados de los caballos de modo que toros, bestias, cuerdas
o barreras, todos eran enemigos, y la función más lastimosa era las más
plausible y la que dejaba memoria para el recuerdo
14
. Hecho que camb
con la construcción de la Plaza de Toros en 1766, que estuvo a cargo del
hacendado Agustín Hipólito Landaburu y Rivera, y la erradicación de las
corridas callejeras
15
.
que albergue las jornadas taurinas. Archivo General de la Nación (en adelante AGN-Perú). Sección
CA-GC5. Caja Nº 31, año 1785.
13 Ibídem nota 8. Folio 43r-43v.
14 Ibídem nota 8. Folio 45r-45v.
15 Uno de los primeros personajes en ofrecerse para construir una plaza rme fue don Miguel de
81
En el caso del Coliseo de Comedias, Aramburú sostuvo que todos
los europeos que residían en la capital acudían a las comedias, y que
gracias a las reformas del virrey Amat se habían exterminado todo tipo
de desorden, que en los cuartos todos se presentaban en público con una
previa separación de hombres y mujeres, el coliseo era iluminado por dentro
y por fuera, un cuerpo crecido de tropa existía para su mejor orden, mientras
que sus jueces realizaban la continua ronda, del cual resultaba no solo una
diversión honesta, sino que el mismo hospital San Andrés se beneciaba por
el aumento de ingresos por todo lo mencionado anteriormente
16
. En efecto,
el principal ingreso económico con que contaba el H. Real de San Andrés
era el proveniente del Coliseo de Comedias
17
.
Así lo demuestra el hecho de que tres años antes del arribo de Amat al
virreinato peruano, el coliseo había sido cerrado por, según el testimonio
de su mayordomo de entonces don Jerónimo de Angulo, conde de San
Isidro, hallarse “en un atraso imponderable, falta de apetencia del público,
deciencia del ingreso con el egreso; siendo los mayores perjudicados el
asentista, los cómicos, el público acionado
18
y en especial el nosocomio,
pues contaba con este ramo para poder socorrer a los pobres enfermos que
se encontraban a su resguardo. No obstante, con la llegada del virrey Amat,
no sólo se reactivaron las funciones teatrales, pues el coliseo volvió a abrir
sus puertas, sino que el mismo hospital pudo recuperar la renta proveniente
de esta diversión y así brindar la mejor atención posible a los aquejados. Sin
duda las medidas adoptadas por Amat incidieron en la obtención de un
mayor orden y vigilancia afuera y, primordialmente, dentro del coliseo,
pues las conductas licenciosas del público disminuyeron. Pero en denitiva
esto no signicó un total exterminio del desorden según maniesta, ya que
siguieron existiendo hasta en la propia república.
Adrianzén en 1762, al proponer al virrey Amat construir uno parecido al de Madrid. AHML. Ayun-
tamiento. CA-CO1. Libro XXXVI, año 1762. Sin embargo, el gran artíce de tal monumento arqui-
tectónico fue el hacendado, maestre de campo y coronel de las milicias de caballería del regimiento
del partido de Mala, don Agustín Hipólito Landaburu y Rivera, descendiente del primer alcalde de
Lima, y también alcalde de la ciudad en dos oportunidades (1755 y 1766). El decreto aprobatorio
para la construcción de la plaza rme fue dado por Amat el 15 de junio de 1765. Archivo Central de
la Benecencia Pública de Lima (en adelante ACBPL). Documento Empastado. 15 de junio de 1765.
16 Ibídem nota 8. Folio 43v-44r.
17 Henry Barrera. “Asistencialismo, enfermos y caridad. El Hospital Real de San Andrés en Lima
colonial. Inédito.
18 ACBPL. Documento Empastado. 13 de diciembre de 1758, citado en Guillermo Lohmann Vi-
llena. El arte dramático en Lima durante el virreinato. Madrid: Escuela de Estudios Hispano-Ame-
ricanos, 1945, p. 426.
Las diversiones públicas en Lima a nes del período colonial
Revista del Archivo General de la Nación
82
Mientras, sobre las peleas de gallos describió los benecios que trajo
consigo la construcción del coliseo de gallos en 1762, comparándolo con
lo que sucedía hasta antes de su edicación.
Manifestaba que las peleas de gallos “habían puesto en alboroto a la
ciudad, tanto así que no había corralón, huerta, casas caídas, baluartes
de murallas, donde no estuviese la mayor parte de la capital y la plebe
destinada a esta diversión, sin dejar de mencionar la también presencia de
mucha gente distinguida. Lo cual era pernicioso porque la plebe dejaba sus
labores, los esclavos dejaban de servir a sus amos, las personas distinguidas
abandonaban sus ocupaciones, y la censura que daban las personas juiciosas
no bastaba para acabar con esta inutilidad. Y en vez que la justicia se centre
en reprimir actos incorrectos ocurridos en la ciudad, los días los ocupaba en
sosegar las tropelías, desorden, robos, puñaladas, historias, delitos ocurridos
por esta diversión
19
. Situación que cambió con la creación del coliseo de
gallos. El coliseo, para el rector, se parecía mucho a las fabricadas en otras
ciudades, pues en su interior se habían construido espacios especícos
según la condición de los sujetos y con separaciones altas y bajas
20
. Sobre
la reglamentación, indicaba que se había promulgado un bando en donde
se prohibía que se jugase a los gallos en la ciudad y en sus contornos,
amedrentando con ello a aquellos que realizaban jugadas ilícitas con el
miedo de ser severamente castigados, al ser ahora fácilmente descubiertos.
19 Ibídem nota 8. Folio 44r-44v.
20 Para la época existían espacios privados y públicos para cada sector de la sociedad. Mientras
que la pulpería, chingana, café, casas de juegos, entre otros, fueron espacios públicos más relacio-
nados con la plebe limeña, del mismo modo, la aristocracia limeña contaba con espacios privados
donde reunirse sin intromisión del populacho, como fueron las reuniones literarias, salones de casa.
Jesús Cosamalón cita el caso de la quinta del señor Baquíjano, punto de reunión de los hombres
más brillantes de la capital. Jesús Cosamalón. Indios detrás de la muralla. Matrimonios indígenas y
convivencia interracial en Santa Ana (1795-1820). Lima: PUCP, 1999, p. 211. Así mismo, también
empezaron a aparecer nuevos espacios que se caracterizaron por ser públicos a toda clase de gente.
Aparte de las ya conocidas Plaza Mayor, alamedas, las mismas calles, por sólo mencionar algunos,
la Plaza de Toros, el Coliseo de Gallos y el mismo Coliseo de Comedias fueron espacios que con-
gregaron a gente de diferente condición socioeconómica. Aunque por supuesto ello no implicaba
igualdad entre todos. Juntos pero no revueltos. Situación similar se vivió en España, donde las re-
laciones sociales experimentaron cambios notables, de acuerdo con las transformaciones derivadas
del reformismo ilustrado. María de los Ángeles Pérez Samper. “Espacios y prácticas de sociabilidad
en el siglo XVIII: tertulias, refrescos y cafés de Barcelona, en Cuadernos de Historia Moderna. Ma-
drid, número 26, 2001, p. 12.
83
Con este proyecto, a juicio de Aramburú, se había conseguido
exterminar todo lo benigno de esta diversión, consiguiéndose, de forma
paralela, congregar como él lo llamaba un cuerpo perdido en los días de
descanso en, ahora, una diversión honesta. Antes del coliseo, “la ocupación
de la plebe era el juego
21
, la deshonestidad, el robo, la aniquilación de las
huertas y otros entretenimientos que fraguaba la malicia. En cambio ahora
la ciudad contaba con un coliseo donde lidiar gallos sin ocasionar perjuicios
ni daños a terceros
22
De este modo se evidencia que el virrey Amat tuvo una clara intención
de fomentar y otorgar medios de sosiego a la población, aunque suene
atrevido por el hecho de basarnos en un solo testimonio. Si bien es claro
que con este elogio Aramburú quiso ganarse la simpatía del virrey y quien
sabe algún “favor, no podemos descartar por completo su testimonio, sino
que debemos rescatar los aspectos objetivos y concretos. Y prosiguiendo
con lo que dice el Elogio, las diversiones públicas jugaron un papel clave
en las reformas urbanísticas de Amat, quien al ser consciente de que no era
posible, ni tampoco recomendable, extinguirlas y dejar a la plebe sin alguna
diversión, optó por mejorarlas, despojándolas de los visos de iniquidad
que tenían. Aunque no llegó a “puricarlas” por completo, pues seguirían
poseyendo elementos benignos y contrarios al deseo de los reformadores
e ilustrados.
21 El gusto por el juego se remonta a los primeros años de la colonia. No obstante, será en la segun-
da mitad del XVIII donde la anidad por el juego alcanzará niveles superiores en comparación con
décadas anteriores. Así lo muestra la cantidad de solicitudes de gente, principalmente proveniente
de la plebe, requiriendo la obtención de licencia para abrir una casa de juegos, en la cual se practica-
rían juegos lícitos, aunque a veces de forma camuada se fomentaba la práctica de juegos prohibidos.
AGN. CA-JO1. Caja Nº 91, año 1778. Antonio Gonzales Carnero contra Lorenzo Lamas, sobre des-
alojo de tienda donde tiene mesa de truco, la que ocasiona graves perjuicios. Incluye boleta. Ante
Ignacio Cabero Vásquez de Acuña, maestre de campo, alcalde ordinario de Lima. AGN. CA-GC5.
Caja Nº 31, año 1787. Francisco García solicita licencia para continuar con la apertura de una casa
de juegos en la esquina de la Moneda, barrio de Santa Ana. Visto en audiencia pública del cabildo de
Lima. Incluye informe de Francisco Antonio del Rivero, alcalde del barrio. AGN. CA-JO1. Caja Nº
123, año 1790. Teodora de la Carrera, contra Francisco Sánchez, sobre cantidad de pesos por prés-
tamo para la habilitación de una chingana y una mesa de truco. Para una mayor información sobre
los juegos coloniales véase. Henry Barrera. “La plebe y los juegos. Control y manifestación social del
mundo lúdico en Lima borbónica, 1750-1820”, en Revista del Archivo General de la Nación. Lima,
número 28, 2013, pp. 141-164.
22 Ibídem nota 8. Folio 45r.
Las diversiones públicas en Lima a nes del período colonial
Revista del Archivo General de la Nación
84
  
Los ilustrados peruanos contaron con una importante tribuna escrita,
mediante la cual dieron a conocer su opinión sobre los distintos aspectos
del virreinato. El Mercurio Peruano se remonta a 1787, fecha en que se
reunía un grupo de jóvenes intelectuales en una especie de asociación
privada denominada Academia Filarmónica. Los miembros de esta
asociación pasaban el tiempo en el debate de temas losócos y literarios,
pero pronto cuatro de sus miembros decidieron separarse de la asociación,
los miembros restantes, junto a cuatro nuevos integrantes, cambiaron de
nombre a la asociación, denominándola Sociedad Amantes del País, con
el objetivo de publicar sus discusiones académicas. Encabezados por el
empedernido jugador José Baquíjano y Carrillo, se dieron a conocer en 1790
y al año siguiente publicaron la revista cientíca Mercurio Peruano. En el
primer número de la revista se señala cuál era el objetivo de la publicación:
“hacer mejor conocido el país
23
. De ahí la variedad de temas abordados por
los mercuristas, desde economía, política, educación, salud, meteorología,
reforma de las costumbres de la población, entre otros. Interés en
concordancia con gran parte de las reformas borbónicas impuestas desde
años anteriores. Es en ese sentido, que las diversiones públicas ocuparon
un espacio honroso en los primeros artículos de la revista.
Por lo común se considera que los ilustrados fueron reacios a las
manifestaciones culturales de la plebe, que atentaban contra la renovada
moral que buscaban imponer. Pero es paradójico que se sostenga que
hayan considerado a las diversiones públicas, como los toros y los gallos,
primitivas y bárbaras pasiones
24
, cuando en un par de artículos existentes
en el Mercurio Peruano se aprecia una imagen diferente. Uno de los
máximos representantes de tal imagen fue el mercurista Jacinto Calero y
Moreira, quien bajo el seudónimo de Chrisypo
25
, dedicó un artículo a la
23 José Rossi y Rubí. “Idea general del Perú, En Mercurio Peruano. Tomo I, 2 de enero de 1791.
Edición Facsimilar de la Biblioteca Nacional del Perú. Lima, 1984, p. 7.
24 Fanni Muñoz. Diversiones públicas en Lima 1890-1920. La experiencia de la modernidad. Lima:
Red para el Desarrollo de las Ciencias Sociales en el Perú, IEP, Universidad de Pacico. 2001, p. 145.
25 María del Rosario considera que el verdadero autor del artículo es José Rossi y Rubí “Hesperio-
lo, por la relación que encuentra en este mercurista, al haber sido el único que escribió sobre los
espacios de diversión, entre ellos, sobre las peleas de gallos. Además por la semejanza encontrada
entre el artículo en mención y uno posterior que trata sobre los entierros en las iglesias, cuyos escri-
85
construcción del Coliseo de Gallos, sosteniendo lo siguiente: deseando
arreglarlo el excelentísimo señor Don Manuel de Amat y Junient, aprobó en
el año de 1762 la propuesta hecha por don Juan Garrial de nacionalidad
Catalán, de erigir un coliseo jo y estable para lidiar gallos, obligándole a
costear toda su fábrica, la que pasados los años del primer remate había que
quedar a favor de S.M. satisfaciendo además mil pesos en cada uno, aplicados
los quinientos a obras públicas de la ciudad y los restantes al Real Hospital
de San Andrés
26
.
De esta forma, la pelea de gallos fue ocializada por el virrey, quien
lejos de erradicarla, la impulsó y la reglamen. No sólo se trataba de
sedentarizarla al ubicarla en un lugar jo y rodeado de cuatro paredes
27
,
sino que el nuevo recinto en sí formaba parte del proyecto ilustrado de
embellecer la ciudad, para lo cual era necesario reordenar los espectáculos
itinerantes y que generaban molestias a las autoridades coloniales y a los
moradores, por el alboroto que se creaba, y en donde sin duda, estaba
involucrada la plebe, por ser su principal público.
Por otro lado, la descripción de Jacinto Calero del coliseo reeja el pensamiento
ilustrado de la época sobre la idea de orden e higiene
28
. Respecto al concepto
de orden sostiene que ésta forma un hermoso anteatro de guras circular
con su orden de asientos y nueve gradas para los espectadores, dos puertas de
entrada para ocuparlos, frente de las cuales corresponden otras dos en que se
tos comparten semejanza en la mención del aseo, limpieza; o sea la salud pública. María del Rosario
Solís. “Invención del lector ilustrado, En Tinkuy, Boletín de Investigación y Debate. Montreal, nú-
mero 6, 2007, p. 66-87.
26 Jacinto Calero y Moreira. “Historia y descripción de nuestro Coliseo de Gallos, en Mercurio
Peruano. Tomo I, 20 de enero de 1791. Edición Facsimilar de la Biblioteca Nacional del Perú. Lima,
1984.
27 Gabriel Ramón. “Urbe y orden: evidencias del reformismo borbónico en el tejido limeño, en:
Scarlett O`Phelan Godoy (comp.). El Perú en el siglo XVIII. La era borbónica. Lima: Instituto Riva
Agüero, 1999, pp. 295-324.
28 Respecto a la mayor preocupación higiénica que hubo en Lima, existió todo un proyecto de
limpieza y aseo de la ciudad. En 1767 don Juan de Lacomba buscó obtener el permiso para correr
con la limpieza y aseo de las calles de la capital. AHML. Ayuntamiento. CA-CO1. Libro XXXVI, año
1767. Posteriormente en 1781 Benito de la Mata Linares, oidor de la Real Audiencia, solicitó el reco-
nocimiento del Paseo de la Alameda para su embellecimiento. AGN. Sección CA-GC4. Caja Nº 29,
año 1781. En dicho proyecto de limpieza también fueron involucrados los presos, quienes eran obli-
gados a pagar sus penas con trabajo comunitario a favor de la ciudad. AGN. Sección CA-GC4. Caja
Nº 30, año 1804. “Miguel de Oyague y Sarmiento, regidor comisionado de la policía, solicita pro-
videncia para evitar la falta de herramientas que necesitan los presos para la limpieza de las calles”.
Las diversiones públicas en Lima a nes del período colonial
Revista del Archivo General de la Nación
86
depositan con separación por los interesados los gallos que han de lidiarse en
la tarde
29
. La noción de orden fue uno de los más importantes preceptos
ilustrados. Y precisamente el moderno coliseo contribuiría a desterrar de
los ambientes abiertos las lidias de gallos que sólo ocasionaban desorden,
bullicio e intranquilidad; perjuicios que sólo terminaban dañando la
imagen pública de la ciudad. Una ciudad que estaba en pleno proceso de
reordenamiento más racional
30
.
Pero el coliseo no sólo era sinónimo de orden, también lo era de higiene.
En la descripción que elabora sobre el coliseo, Jacinto no culmina sin antes
mencionar que no podemos dejar de añadir en el elogio del fundador del
Coliseo de Gallos, que eligió el más oportuno lugar para situarlo”. Se reere
a la plazuela de Santa Catalina, la última de la ciudad y casi contigua a sus
muros. Además que el copioso raudal de agua que corre a su puerta, las
frondosas y extendidas huertas que por todas partes lo rodean, no solo le
dan una vista agradable, sino concurren también a su aseo y limpieza, y a
conservar un aire puro y fresco, sin el cual es preciso se originen en los teatros
graves enfermedades
31
.
En efecto, el tema de la limpieza e higiene también formó parte del
programa de las reformas borbónicas en pro del bienestar y la salud de
los habitantes de la Ciudad de los Reyes, en cuya quijotesca tarea no sólo
participaron las autoridades coloniales, sino también algunos vecinos
32
.
Al mismo tiempo, la estructura interna de la casa manifestaba las
diferencias sociales existentes, que se observan cuando Calero apunta “que
en la parte superior del circo está una cómoda y descansada escalera para
29 Calero y Moreira, Jacinto. loc. cit.
30 Uno de los promotores de tal reordenamiento fue sin duda el visitador e intendente Jorge de
Escobedo, al derogar en 1785 el reglamento para la división de la ciudad en cuarteles y barrios,
similar al dado en 1769 por el virrey Amat. Mientras que al año siguiente dará la ordenanza del
Nuevo Reglamento de Policía, con la nalidad de lograr un mayor orden, limpieza, tranquilidad,
vigilancia, seguridad; en n, un mejor gobierno de la ciudad. BNP. División de quarteles y barrios, e
instrucción para el establecimiento de Alcaldes de Barrio en la capital de Lima. 1785. Bóveda - De-
vuelto por Chile. Código 4000000041. BNP. Nuevo reglamento de policía agregado a la instrucción
de Alcaldes de Barrio. 1786. Bóveda - Fondo Antiguo. Código 4000002125.
31 Calero y Moreira, Jacinto. óp. cit. p. 44.
32 Paula Rivasplata y Elvira Valenzuela. “Conciencia higiénica y salubridad en Lima borbónica,
1750-1816”, en Revista Ensayos en Ciencias Sociales. Lima: Fondo Editorial de la Facultad de Cien-
cias Sociales. UNMSM. Volumen 2, número 3, 2004.
87
subir a los cuartos y galerías que conforman la plaza, sin contarse la que ocupa
el señor juez, que por su extensión y adorno se distingue como es debido de
todas las demás”. Precisamente de lo que se trataba era de que, si bien la
lidia de gallos era una diversión muy generalizada dentro de la población
limeña, provocando el encuentro de la plebe con la nobleza en un mismo
lugar, ello no debía implicar necesariamente la igualdad social. El coliseo,
como enfatiza Jacinto Calero, sirvió para recrear en su interior las diferencias
sociales y colocar a cada individuo en el lugar que debía de ocupar.
En el caso de las funciones taurinas, José Rossi y Rubí, Hesperiophylo, en su
artículo sobre las diversiones públicas de Lima, realiza una directa alusión
33
.
El ilustrado lejos de mostrar su repudio por una diversión sangrienta,
como sus pares españoles, muestra por lo contrario su asentimiento por
una diversión tan popular entre la plebe y la aristocracia limeña. Mientras
que sobre los toreros menciona que “cuando no pueden mostrar valentía,
nos admiran con su ligereza. El concurso suele ser pacíco y numeroso.
Resulta más llamativo cuando se pronuncia sobre la lid entre el toro y el
torero. Es claro cuando señala solo es mala la costumbre de desjarretar el
toro que no embiste: se debiera idear otro modo de matarlo, sin valerse de este
que tiene un no sé qué de desairado y traicionero”. Sobre la vestimenta del
público dice “ya se puede concurrir a los toros con un vestido estrenado:
la moda no es tan cruel en esta parte, como lo era ahora seis u ochos
años, y por último hace mención de las bebidas que tomaba la ación: “los
chisgarabises que andan enredando los tablados pregonando agua de berros,
venden bajo este nombre un punche tan recargado de aguardiente, que
sería funesto en cualquier otro pueblo menos moderado que este
34
. Manuel
33 José Rossi y Rubí. “Ideas de las diversiones públicas de Lima, en Mercurio Peruano. Tomo I, 13
de enero de 1791. Edición Facsimilar de la Biblioteca Nacional del Perú. Lima. 1984, p. 29. Así como
los intelectuales de la ilustración española hicieron compatible su labor erudita con la experimen-
tación; es decir, que la experimentación se erigió como el valor fundamental para el conocimiento.
Mariela Insúa. “La falsa erudición en la ilustración española y novohispana: Lizardi”, En Revista Es-
tudios Filológicos. Chile, número 48, 2011, p. 63. Del mismo modo, el conocimiento que obtuvieron
los mercuristas de los recintos de divertimento público era producto de acercamiento directo a ellos.
34 Pese a la moderación mencionada por Rubí, muchos actos delictivos y violentos sucedían bajo el
consumo del aguardiente y en general de la bebida. AGN. Sección CA-JO2. Caja Nº 205, año 1808.
Autos seguidos de ocio de la real justicia contra Diego Machuca, Charque, sobre el homicidio per-
petrado en la persona del Norberto Encalada. AGN. Sección CA-JO2. Caja Nº 207, año 1813. Autos
de ocios seguidos por José Ignacio Palacios, teniente coronel del regimiento de dragones, alcalde
constitucional de Lima, contra Andrés Barreto, indio barbero sobre lesiones por cuchilladas que
inrió a Sebastián Vásquez, cuando estaba embriagándose en la cafetería de San Agustín en la calle
Las diversiones públicas en Lima a nes del período colonial
Revista del Archivo General de la Nación
88
Atanasio Fuentes apuntaba que la autoridad celosa y vigilante dispuso que
en Acho no se pregonara ni se vendiera aguardiente, la primera parte de la
prohibición se había llevado a cabo; “para nada se nombraba al aguardiente,
más los que lo venden pregonan agua de nieve, cebada con piña, la suertes.
En cuanto a la venta, alguna concesión había de hacer la autoridad a los
negociantes obedientes que ya no pregonaban el aguardiente sino dándole
otros nombres
35
.
En el argumento dado por uno de los más importantes mercuristas, se
presencia más que un rechazo hacia esta diversión, una contribución a una
mejor imagen sobre ella. En la descripción dada, las críticas apuntan no a
impugnar, sino a resaltar algunas de sus características y a destacar a sus
principales actores como son los toreros.
Sin embargo, la diversión que contó con la mayor aceptación por parte
de los ilustrados fue sin duda el Coliseo de Comedias, básicamente por la
función moral que le asignaban.
Nuevamente Rossi y Rubí, en su ya nombrado artículo sobre las
diversiones públicas, hace mención de las comedias. Para el ilustrado el
principal divertimento era la comedia
36
. La misma que se caracterizaba
por tener unas regulares decoraciones, los comediantes no eran malos, por
lo contrario tenían la suciente habilidad, alguno de ellos, para actuar en
Madrid o en Nápoles. La casa era cómoda y aseada, y en donde reinaba el
buen orden gracias a la vigilancia de los jueces
37
. Hasta el momento, al
de San Marcelo. AGN. Sección C1. Causas criminales. Caja Nº 126, año 1813. Causas seguidas con-
tra Jacinta Carpio y Collasos por el homicidio de María Natividad Soto. AGN. Sección C1. Causas
criminales. Caja Nº 141, año 1819. Autos criminales seguidos de ocio y por denuncia del alcalde
del barrio, contra José García, Manuel Molina, pulpero de la alamedita Nueva, y Manuel Zambrano,
sereno del barrio, por lesiones que fueron resultado de la riña que sostuvieron y al defenderlos el
sereno disparó un tiro de pistola en la cara de Manuel Molina.
35 Manuel Atanasio Fuentes. Apuntes históricos, descriptivos, estadísticos y de costumbres. Lima:
Librería Escolar e Imprenta E. Moreno, 1925, p. 148-149.
36 Rossi y Rubí, José. op. cit. p. 28.
37 Resulta llamativa la imagen que tenía el Coliseo de Comedias para la época. Si se recuerda que
años anteriores, luego del movimiento sísmico de 1746, había adquirido “la fama de ser un lugar
enfermizo y nocivo para la salud, porque el viento que repercutía en la cerca de la frontera del men-
tado convento agustiniano, penetraba en la sala por el callejón en entrada a la misma, y en el estío,
en vez de refrigerante, formaba una corriente que se reputaba como dañina, provocando dolores
de costado y romadizos. Lohmann, Guillermo. op. cit. p. 406. Hecho que mermó las ganancias del
89
igual que el Coliseo de Gallos, la imagen que brinda es la de un espacio
cuyo gobierno interior encajaba perfectamente con las modernas pautas
seguidas y propuestas en la época. Orden, control y limpieza eran los
elementos tripartitos que debían reinar en todo establecimiento público a
favor de la ciudad y de los pobladores.
A pesar de esto, al continuar con su descripción Rubí no puede evitar
detenerse para preguntarse ¿por qué la parte sensata de los concurrentes se
mezcla en aplaudir unos entremeses, que se ejecutan sólo para congeniar
con la ínma plebe? ¿Ignoran tal vez que un palmoteo intempestivo arraiga
más fuertemente el gusto depravado con que se elogian las comedias de
religiosos, papas y santos, que debían desterrarse en un siglo, y en un país
tan ilustrado como el nuestro? Efectivamente, pese a compartir el mismo
espacio y gusto las diferencias debían seguir manteniéndose en todo
aspecto cotidiano que se pudiese
38
. Como en los toros, la diferencia de
los precios de las gradas, balcones, galerías, era un signo de diferencia y
superioridad; del mismo modo, el aplaudir los entremeses en el coliseo
permitía por unos instantes un aire de igualdad que se quería evitar. Y aún
más, si se trataba de elogiar las comedias religiosas, que en pleno siglo de
las luces seguían siendo representadas, cuando ya debían de haber sido
extirpadas.
Antes de culminar, recomienda algunas pautas que ayudarían a
mejorar el teatro haciéndolo más agradable para una mayor concurrencia
del público. Señala, comparando el teatro limeño con el europeo, que el
nuestro guardaba mayor moderación y decencia en cuanto al trato interior
coliseo, pues la asistencia del público disminuyó notablemente. ACBPL. Documento Empastado.
13 de diciembre de 1758. No obstante, serían los posteriores arrendatarios de la casa los que se
encargarían de realizar diversas mejoras en benecio del espectáculo y del público. AGN. Protocolo
Notarial siglo XVIII. Tenorio Palacios. 1765-1766, folio 67. AGN. Protocolo Notarial siglo XVIII.
Tenorio Palacios. 1767-1768, folio 17. AGN. Protocolo Notarial siglo XVIII. Domingo Gutiérrez.
1768-1777, folio 482. AGN. Protocolo Notarial siglo XVIII. Gervasio de Figueroa. 1782, folio 125.
Para una mayor amplitud de los cambios y mejoras realizados en el coliseo, véase el excelente texto
de Guillermo Lohmann Villena apuntado en la cita número dieciocho.
38 En el Nuevo Reglamento de Comedias dado por el virrey Teodoro de Croix el 22 de diciembre de
1786 para el mejor gobierno interno y externo del coliseo, se buscó entre otras cosas, erradicar tales
actitudes de los espectadores; empero por los apuntes de Rubí, tal n aún no llegaba a imponerse.
Archivo General de Indias (AGI). Audiencia de Lima, 676, número 2. Carta nº 537 de Teodoro de
Croix, virrey del Perú, a José Gálvez, Secretario de Indias, marqués de Sonora.
Las diversiones públicas en Lima a nes del período colonial
Revista del Archivo General de la Nación
90
de los palcos
39
y luneta, y que un poco de gusto moderno en la predilección
de las piezas teatrales, mayor estudio en los cómicos, menos ejercicio en
los apuntadores, el olvido de los cigarros durante las escenas y el favor de
la opinión para que cualquiera pueda sentarse en el patio, sin tener que
consultar por su vestido o peluca, pueden no solo mejorar nuestro teatro, sino
hacerlo mucho más agradable y útil su concurrencia”.
La anidad que tuvieron algunos ilustrados, en el caso de estos dos
mercuristas, con las diversiones públicas fue más allá del simple gusto,
acercamiento y crítica. Buscaron principalmente fomentarlas entre el
público limeño y extranjero por considerarlas entretenimientos idóneos
para el relajo de las vicisitudes de la vida cotidiana. Parecida situación
ocurrió en la ciudad de Cádiz a inicios del siglo XIX, en donde la
divulgación y prácticas de juegos y espectáculos para el pueblo fue de gran
interés para los pensadores ilustrados, entendidos dentro de un proyecto
de cambio destinado a conseguir una sociedad feliz, activa, inmersa en las
luces y volcada hacia el compromiso ciudadano
40
. No obstante, no se puede
dejar de mencionar la constante censura que existía en tales divertimentos.
Censura que era el dispositivo de la máxima expresión de dominio de las
autoridades contra las manifestaciones culturales de la plebe
41
.
   
En el siglo XVIII la presencia extranjera en la ciudad será notoria. Lima
recibirá la visita de europeos para cumplir diversos nes. Desde aquellos
como Jorge Juan y Antonio de Ulloa, que fueron partícipes de la expedición
cientíca para medir el arco del meridiano terrestre en el Ecuador y así
dilucidar la verdadera forma de la tierra y sus exactas dimensiones; hasta
39 En 1793 el portero del coliseo, Miguel Marqués, envió una consulta al cabildo en el que hacía
presente la necesidad de fabricar unas nuevas bancas para el palco; además de refaccionar las que
servían en las funciones de tabla, componer la vela que resguardaba del sol a los carruajes de los
señores, vestido del verdugo y pregonero. Medidas que debían ser realizadas por el mayordomo
síndico bajo la dirección del conde de Velayos. AHML. Ayuntamiento. CA-CO1. Libro XXXVIII,
año 1793.
40 José Claudio Narganes Robas. “Juegos y diversiones en el inicio del siglo XIX gaditano, en Revis-
ta Clave XXI. Reexiones y Experiencias en Educación. España, número 2, 2010, p. 2.
41 Héctor Rojas y Gloria Tirado. “Censura moral en las diversiones públicas. La ciudad de Puebla
en la primera mitad del siglo XIX, En La Manzana. Procesos históricos. México, N° 9, 2012.
91
quienes llegaron a causa de la labor que ejercían, es el caso de los viajeros,
marinos de guerra o mercantes, balleneros entre otros. Sin soslayar a los
que arribaron con el deseo de quedarse y tener una nueva vida aquí.
Durante el tiempo de su estadía serán testigos de la forma de vida
urbana limeña, que plasmarán en sus escritos cuando dejen la ciudad en la
que compartieron vivencias con sus habitantes.
Es en ese sentido que sus testimonios resultan vitales para conocer qué
imagen se tenía de las diversiones públicas citadinas desde afuera. De qué
forma los foráneos, en base a sus condiciones socioculturales, comprendían
estas manifestaciones culturales de toda una sociedad. Y pese a no ser, el
testimonio de los viajeros, una fuente del todo dedigna, por estar llena,
en la mayoría de casos, de subjetividad, prejuicio, aberraciones y aspectos
propios de las culturas de donde provienen, no deben descartarse por
completo. Como arma acertadamente Estuardo Núñez: “el testimonio
de los viajeros no es denitivo y debe ser siempre sometido a la crítica
histórica.
En el caso preciso de las comedias, los diversos testimonios van a
caracterizarse, sin ninguna intención de homogeneizarlos, por relatar las
actitudes de los espectadores y qué tan provechosa era una diversión como
esa en “una civilización tan proba como la limeña.
Empecemos con la descripción del viajero checoslovaco Tadeo Haenke,
quien estuvo en Lima a inicios del siglo XIX. Haenke sostuvo que el coliseo
tenía buen orden y aseo, a pesar de que no dejan de fumar los espectadores
durante la representación
42
; las decoraciones son medianas, y los actores
bastante regulares. Por lo común no se representan otras comedias que las
que llamamos de magia y de santos. Apláudelas mucho el público, y es de
sentir que parezca todavía remota la época en que se destierren del teatro
aquellas groseras producciones que, lejos de ilustrar, vician el entendimiento
42 El gusto por el tabaco tuvo un gran impacto en la sociedad colonial. Desde la alta clase limeña
hasta la plebe acudían a los llamados estanquillos, lugares donde se proveían cigarrillos, y que se
encontraban en diferentes partes de la ciudad. Uno de ellos estaba próximo al coliseo. Por ello, el
público pasaba primero por el estanquillo para adquirir el deseado tabaco y fumar durante las repre-
sentaciones teatrales. Julio Olivera Oré. La renta del tabaco en el Perú en el siglo XVIII. Tesis para
optar el Grado de Bachiller en Historia. Lima: UNMSM, 1970, p. 20.
Las diversiones públicas en Lima a nes del período colonial
Revista del Archivo General de la Nación
92
y arraigan el mal gusto
43
. Pese a lo último que señala y que coincide en
gran forma con el argumento ilustrado, no deja de mostrarse favorable
al teatro, al destacar el orden y aseo en su interior. Coetáneo con él, el
viajero norteamericano Amasa Delano, apuntó por su parte que los
entretenimientos de los ciudadanos de Lima son como aquellos de los
habitantes de otras grandes ciudades. He visto muy elegantes presentaciones
en los escenarios de los teatros de esta ciudad. Los actores tienen voces que
asemejan las notas de melodiosos pájaros cantores. De todos los lenguajes
que he escuchado, no ha habido nada tan musical como las voces que he
oído en escena en Lima
44
. Queda de más decir que su imagen del teatro
fue aceptable, aunque el que no se pronuncie sobre algún tipo de desorden,
no implica que no haya ocurrido. Por otro lado, tenemos al viajero inglés
Bennet Stevenson en Lima, en las postrimerías del colonialismo, quien
sostuvo lo siguiente : el principal lugar de entretenimiento público en Lima
es el teatro, que es un edicio pequeño pero cómodo […] el escenario no es
despreciable y he visto algunos muy buenos actores, tanto cómicos como
trágicos; pero estos son principalmente españoles
45
. No sólo se mostraba a
favor de las comedias, sino que las consideraba la principal diversión de la
población.
Otros viajeros más que mostrarse contrarios a las comedias, se sorprendían
por el poco nivel que tenía el coliseo limeño en sí, acompañado del algunos
hábitos de los asistentes, contrarios a la decencia y a la salud. Precisamente
el viajero francés Camile de Roquefeuil, al referirse al coliseo, dijo que “la
sala de espectáculos se encuentra adornada de un modo simple y fresco, y
parecería agradable sino estuviese mal alumbrada […] con excepción del
palco del virrey y algunos otros más o menos arreglados, el conjunto responde
a los teatros de nuestras ciudades de segundo orden. La conducta que observa
el auditorio en Lima podría servir de modelo a la de varios de nuestros
departamentos meridionales. Hay que decir, sin embargo, que los habitantes
de las clases todas tienen una costumbre que repugna a nuestras ideas de
decoro. No bien ha bajado el telón, se escucha una crepitación de briquetes;
43 Tadeo Haenke. Descripción del Perú. Lima: Imprenta El Lucero, 1901, p. 29.
44 Amasa Delano. “Impresiones de Lima virreinal en 1805 y 1806”, En Colección Documental de la
Independencia del Perú. Tomo XXVII. Relación de Viajeros. Lima. 1971, p. 21.
45 William Bennet Stevenson. “Memorias sobre las campañas de San Martin y Cochrane en el Perú”,
en Colección Documental de la Independencia del Perú. Tomo XXVII. Relación de Viajeros. Lima.
1971, p. 171.
93
cada boca, hasta la más bonita, enarbola un cigarrillo, y en medio de la nube
de humo, que se eleva a todas partes, no se distingue desde un lado a otro de
la sala sino el resplandor de estos lanzallamas
46
.
De pensamiento similar fue el viajero inglés Basil Hall al aludir que en
los entreactos mientras que el virrey se retiraba por unos instantes, cada uno
en la platea saca su eslabón y pedernal, enciende su cigarro, y echa bocanadas
de humo, […] el chisporroteo de tantos pedernales a la vez, que hace aparecer
la platea como si se hubieran soltado mil chispas, y la nube de humo que
se levanta en seguida y llena la sala, son detalles menudos que sorprenden
la mirada del extranjero, como más decididamente característicos que
incidentes realmente importantes
47
. El inglés enfatiza las actitudes poco
moderadas de los espectadores, principalmente de la nobleza, quienes en
vez de mostrar sus virtudes, se comportaban muy lejos del recato adecuado.
Más que enfrentar aquellos testimonios que se mostraban favorables
a las comedias con aquellos que describían la repugnancia de algunas
de las costumbres de los asistentes, se trata de comprender el grado de
actitudes heterogéneas con el teatro. Aunque igual se puede apreciar un
factor común: y es que si bien algunos viajeros se muestran displicentes
por ciertos hábitos horrendos, la mayoría de los aquí mencionados, a pesar
de sus críticas, expresan su aceptación por una diversión que se buscaba
sea amoldada a los nuevos valores ilustrados. En el caso de los toros, unos
viajeros expresarán su inclinación a favor de la lid de estas bestias; otros en
cambio, no aquearán en criticarla mostrando su indignación por actos
tan violentos. Empecemos por los primeros.
El viajero francés Julián Mellet, quien estuvo en Lima en 1815, al
pronunciarse sobre los toros sostuvo hay también una hermosa plaza
rodeada de palcos, destinados a las corridas de toros, las que se verican
todos los lunes
48
. Su compatriota Camile de Roquefeuil, un tanto ambiguo,
sostenía “este espectáculo sanguinario ha resultado la diversión favorita
notable por su dulcedumbre. No llama menos la atención la imparcialidad con
46 Camile de Roquefeuil. “Lima y Callao en 1817”, En Colección Documental de la Independencia
del Perú. Tomo XXVII. Relación de Viajeros. Lima. 1971, p. 135.
47 Basil Hall. “El Perú en 1821”, En Colección Documental de la Independencia del Perú. Tomo
XXVII. Relación de Viajeros. Lima. 1971, p. 220.
48 Julián Mellet. “Impresiones sobre el Perú en 1815”, En Colección Documental de la Independen-
cia del Perú. Tomo XXVII. Relación de Viajeros. Lima. 1971, p. 85.
Las diversiones públicas en Lima a nes del período colonial
Revista del Archivo General de la Nación
94
que se reparten los aplausos a todos los combatientes, hombres o toros, según
las proezas de cada uno. Raras veces ocurren accidentes graves
49
. El inglés
Bennet Stevenson, un confeso acionado a los toros
50
, apuntó lo siguiente:
casi nadie habla de la española diversión de las corridas de toros sin sentir
una tensión nerviosa; pero la misma persona disfruta de un match de box
mostrando síntomas de deleite. He visto temblar a ingleses que simpatizaban
con un caballo herido por un toro, quienes se habrían deleitado ver “cegar un
ojo negro de Langan” de Spring. Cuando no tenemos nada que corregir en
casa dediquémonos a buscar defectos en nuestros vecinos; por mi parte, soy
amigo de las corridas de toros, pero enemigo del homicidio pugilístico. Si los
acionados de este “ejercicio de hombres” arguyen que enseña a defenderse
a un hombre contra otro, puedo responder que la corrida de toros le enseña
cómo defenderse contra un furioso animal
51
.
Ahora veamos el otro lado de la vereda, en la que se encontraban aquellos
que mostraban su rechazo e indignación ante el deleite de los moradores
limeños por escenas crueles y feroces
52
.
El viajero inglés John Shillibeer fue claro y directo al sostener sobre
las corridas de toros este entretenimiento brutal, tan falto de gracia para
un poder civilizado, es mantenido aquí en la más alta consideración y es
generalmente llevado a cabo en los meses de enero, febrero o marzo […] el
mero de toros sacricados en un día de entretenimiento y de expansión,
está ceñido a una cuenta. Aquellos son colocados la noche previa en un coso
o patio apropiado para ese uso, del cual son llevados separadamente a un
establo enrejado con una puerta que da a la plaza. En este lugar sufren a su
turno el cruel designio de ser engalanados con adornos fantásticos y elegantes,
cosidos ya sea a la piel o pegados con pequeños clavos de los cuernos. En el
49 Camile de Roquefeuil. “Lima y Callao en 1817”, En Colección Documental de la Independencia
del Perú. Tomo XXVII. Relación de Viajeros. Lima. 1971, p. 136.
50 Entre los primeros historiadores acionados a las corridas se encuentran Ismael Portal. La esta
española en el Perú. Lima: Imprenta de la Escuela de Ingenieros, 1892; Antonio Garland, Lima y el
toreo; Lima: Librería Internacional del Perú S.A. 1948, por sólo mencionar a algunos.
51 William Bennet Stevenson. “Memorias sobre las campañas de San Martin y Cochrane en el Perú”,
en Colección Documental de la Independencia del Perú. Tomo XXVII. Relación de Viajeros. Lima.
1971, p. 172.
52 En el virreinato de Nueva Granada se llegó al extremo de prohibirlas. Valeriano Sánchez Ramos.
“Prohibiciones de estas de toros en el reino de Granada, en Demólo. Revista de Cultura Tradicio-
nal de Andalucía, 1998, número 25, pp. 89-103.
95
instante en que la puerta se abre se encienden cohetes y pólvora y la furiosa
bestia, ansiosa de verse libre de una tortura, corre, es acometida con una
lluvia de dardos y petardos que al explotar hienden su piel. […] Estos actos
de crueldad son para los limeños el más grande festín que pueden disfrutar.
Es su “esta de razón y su aliento del alma
53
.
De igual forma el viajero inglés Basil Hall, al asistir a unas corridas de
toros celebradas en honor al nuevo virrey, se sorprendió al señalar como nos
habíamos chasqueado en Valparaíso con un simulacro de corrida
54
, esperábamos
ver aquí un espectáculo digno de la metrópoli. Pero la semejanza fue no menos
defectuosa, aunque en sentido contrario, porque los toros eran llevados a la
muerte con muchas itiles circunstancia de crueldad, para no solamente hacerlo
desemejante a las buenas lidias de toros, sino también para privar del placer del
espectáculo a las personas no habituadas a presenciarlo […] la mayor parte
del público, aunque mujeres, parecía tan encantada con la escena brutal que se
desarrollaba ante su vista, que busqué vanamente en torno una sola cara seria;
todos los individuos parecían estar completamente contentos, y era triste observar
gran número de niños entre los espectadores, y supe por una niñita de ocho años,
que había presenciado tres corridas, cuyos detalles refería con grande animación
y placer, deteniéndose principalmente en aquellas horribles circunstancias que
he descrito. […] Las reexiones que vienen a la mente cuando se contempla una
población entera que presencia frecuentemente tales escenas, son de naturaleza
penosa; pues parece imposible concebir que, donde el gusto está tan completamente
corrompido, haya quedado base de buenos sentimientos para levantar sobre ella
una superestructura de principios, de ilustración, o de sentimientos justos
55
.
La crítica de Hall, al igual que la de Shillibeer, apuntaba a la cuestionable
preferencia y deleite hacia las escenas sangrientas y las formas brutales de
matar al toro, que tenía la población limeña. Hall muestra su anidad hacia
el animal, pero también su sorpresa y su pena al presenciar un espectáculo
53 John Shillibeer. “Lima y Callao en 1814”, en Colección Documental de la Independencia del
Perú. Tomo XXVII. Relación de Viajeros. Lima. 1971, p. 363-364.
54 Al igual que los limeños, el pueblo chileno era un asiduo acionado a las jornadas taurinas.
Isabel Cruz de Amenábar. La esta: Metamorfosis de lo cotidiano. Santiago de Chile: Universidad
Católica de Chile, 1995.
55 Basil Hall. “El Perú en 1821”, En Colección Documental de la Independencia del Perú. Tomo
XXVII. Relación de Viajeros. Lima. 1971, p. 207-208.
Las diversiones públicas en Lima a nes del período colonial
Revista del Archivo General de la Nación
96
salvaje en una ciudad “civilizada. Y cuando ambos mencionan población
limeña, por supuesto hacen referencia tanto a la plebe como a la nobleza
local y principales autoridades que acudían a estas celebraciones.
Para terminar veamos el caso de las peleas de gallos. En este punto
tenemos nuevamente el testimonio del viajero norteamericano Amasa
Delano: “las peleas de gallos son un entretenimiento muy favorito de los
habitantes de Lima. Existe un edicio particular erigido para aquella
diversión en la pequeña plaza de Santa Catalina, pximo a los muros de
la ciudad, rodeado de hermosos jardines y perspectivas extensas. El edicio
mismo forma un hermoso anteatro de una forma regular, con hileras de
asientos y galerías
56
. Mientras Delano se mostraba favorable a los gallos
y al anteatro, el inglés Bennet Stevenson apuntaba que se juegan buenos
ejemplares de gallos y no hay tarde sin que se echen al ruedo cuatro o
cinco pares
57
. En cambio otros, como Camile de Roquefeuil, preferían
simplemente describir a grandes rasgos la diversión de gallos mostrando
su posición neutral al no otorgar algún juicio de valor
58
. Pero el argumento
del checoslovaco Tadeo Haenke es el que resume en pocas palabras, de los
viajeros aquí tratados, la percepción sobre la lid de gallos al manifestar lo
siguiente: entre todas las diversiones, las peleas de gallos es la que más llama
la atención de los limeños, y puede mirarse como la diversión favorita de
aquellos naturales
59
.
Según los viajeros mencionados en el presente trabajo, quienes no deben
diferenciarse tanto de otros que también estuvieron en Lima por aquella
época, la imagen de las peleas de gallos fue evidentemente aprobatoria. Y
es importante que sea remarcado, porque los argumentos de estos viajeros
son una combinación de las de los ilustrados y de las autoridades coloniales,
más allá de sus propias intenciones. Es decir, se mezcla lo presentable,
hermoso e higiénico, preceptos que los ilustrados veían en dicha diversión,
aunque con la existencia de inconvenientes y desórdenes.
56 Amasa Delano. “Impresiones de Lima virreinal en 1805 y 1806”, En Colección Documental de la
Independencia del Perú. Tomo XXVII. Relación de Viajeros. Lima. 1971, p. 34.
57 William Bennet Stevenson. “Memorias sobre las campañas de San Martin y Cochrane en el Perú”,
En Colección Documental de la Independencia del Perú. Tomo XXVII. Relación de Viajeros. Lima.
1971, p. 173.
58 Camile de Roquefeuil. “Lima y Callao en 1817”, En Colección Documental de la Independencia
del Perú. Tomo XXVII. Relación de Viajeros. Lima. 1971, p. 136.
59 Tadeo Haenke. op. cit. p. 29-30.
97

La imagen acerca de las diversiones públicas no puede quedar sometida
sólo a los cuestionamientos, críticas o hasta aberraciones de algunos
personajes del tiempo que estudiamos. Con las tres fuentes históricas
tratadas queda claro que no todo fue negativo al pronunciarse sobre ellas.
Autoridades importantes como el rector de la Universidad de San Marcos
en su elogio al virrey Amat, realiza toda una exaltación de las obras públicas
que propició el virrey durante su mandato, estando en su consideración,
los monumentos recientemente construidos: el Coliseo de Gallos (1762) y
la Plaza de Toros (1766). Cierto, un solo hombre no puede representar el
pensamiento de su época, no se puede homogeneizar las diversas opiniones
sobre los divertimentos. Pero ello no es impedimento para sostener que
personajes destacados se mostraron a favor de las diversiones. Incluso los
ilustrados Rubí y Moreira pronunciaron abiertamente su anidad. En esa
misma línea es inevitable tratar el caso concreto de las jornadas taurinas.
Por lo general, se apunta que eran escenas de violencia y salvajismo por
la forma como era sacricado el toro, argumento al que no le falta razón;
y se critica la temeridad de las personas al arriesgar sus vidas, o en el mejor
de los casos, a sufrir lesiones y heridas graves. Sin embargo, resulta curioso
que más allá de las fuentes expuestas en el presente trabajo, son exiguos
los documentos y testimonios del período que se hayan pronunciado
al respecto.
Se puede acotar que no había celebración importante en la ciudad
en la que no estuvieran presentes las corridas de toros. Uno de los casos
más sintomáticos fue la celebración de la restitución del monarca borbón
Fernando VII, El Deseado, al trono español, hecho que fue festejado en Lima
con una orden del virrey Fernando de Abascal, del 18 de octubre de 1814,
al ayuntamiento de la ciudad para que se realizasen corridas de toros en el
coso de Acho en conmemoración de este acontecimiento. Dicho esto, no
se pueden reducir las diversiones públicas sólo a sinónimo de vulgaridad y
barbarie, cuando fueron para la plebe formas de entretenimiento, de júbilo;
mientras que las autoridades coloniales, de manera paralela, vieron en ellas,
formas de coacción para mantenerla adormecida y “distraída” según los
intereses que perseguían. Así mismo, con ciertos cambios y reformas, fueron
medios necesarios para la propagación de los nuevos valores ilustrados.
Las diversiones públicas en Lima a nes del período colonial
Revista del Archivo General de la Nación
98
Además, formaron parte del proyecto urbano de embellecimiento de la
ciudad mediante la creación de nuevos espacios de entretenimiento, según
los cánones de la época. Al n y al cabo, era común encontrar en un día de
diversión a un miembro de la plebe compartiendo el mismo gusto y ación
con un noble limeño, aunque ello no signicara igualdad entre ambos.

1971 La Colección Documental de la Independencia del Perú. t. XXVII.
Relación de Viajeros. v. I, III y IV. Lima.
ÁLVAREZ BARRIENTOS, Joaquín
2001 La civilización como modelo de vida en el Madrid del siglo XVIII”,
En Revista de Dialectología y Tradiciones Populares. Consejo Superior de
Investigaciones Cientícas. Madrid, v. LVI.
BARRERA CAMARENA, Henry
2013 “La plebe y los juegos. Control y manifestación social del mundo
lúdico en Lima borbónica, 1750-1820”, En Revista del Archivo General de la
Nación. Lima, N° 28, pp. 141-164.
(s/f) “Asistencialismo, enfermos y caridad. El hospital Real de San Andrés
en Lima colonial. Inédito.
CALERO Y MOREIRA, Jacinto
1791 “Historia y descripción de nuestro Coliseo de Gallos. En:
Mercurio Peruano, t. I. Lima: Edición Facsimilar de la Biblioteca
Nacional del Perú, 1984.
COSAMALÓN, Jesús
1999 Indios detrás de la muralla. Matrimonios indígenas y convivencia
interracial en Santa Ana (1795-1820). Lima: PUCP.
CRUZ DE AMÉNABAR, Isabel
1995 La esta: Metamorfosis de lo cotidiano. Santiago de Chile: Universidad
Católica de Chile.
99
DUNBAR TEMPLE, Ella
1955 teres y titiriteros en la Lima de nes del siglo XVIII. Lima : Escuela
Nacional de Arte Escénico.
ESTENSSORO, Juan Carlos
1992 “Modernismo, estética, música y esta: élites y cambio de actitud
frente a la cultura popular. Perú 1750-1850”. En: Tradición y modernidad
en los Andes. Henrique Urbano (Comp.). Cusco: Centro de Estudios
Regionales Andinos Bartolomé de las Casas, pp. 181-195.
FUENTES, Manuel Atanasio
1925 Apuntes históricos, descriptivos, estadísticos y de costumbres.
Lima: Liberia Escolar e Imprenta E. Moreno.
GARLAND, Antonio
1948 Lima y el Toreo. Lima: Librería Internacional del Perú S.A.
HAENKE, Tadeo
1901 Descripción del Perú. Lima: Imprenta El Lucero.
INSÚA, Mariela
2011 “La falsa erudición en la ilustración española y novohispana: Lizardi,
Revista Estudios Filológicos. Chile, N° 48.
LOHMANN VILLENA, Guillermo
1945 El arte dramático en Lima durante el virreinato. Madrid: Escuela de
Estudios Hispano-Americanos.
LÓPEZ CANTOS, Ángel
1992 Juegos, estas y diversiones en la América española. Madrid:
Editorial Mapfre.
MUÑOZ, Fanni
2001 Diversiones públicas en Lima 1890-1920. La experiencia de la
modernidad. Lima : Red para el Desarrollo de las Ciencias Sociales en el
Perú, IEP, Universidad del Pacico.
Las diversiones públicas en Lima a nes del período colonial
Revista del Archivo General de la Nación
100
NARGANES ROBAS, José Claudio
2010 Juegos y diversiones en el inicio del siglo XIX gaditano, en Revista
Clave XXI. Reexiones y Experiencias en Educación. España, N° 2.
OLIVERA ORÉ, Julio
1970 La renta del tabaco en el Perú en el siglo XVIII. Tesis para optar el
grado de Bachiller en Historia. Lima : UNMSM.
PÉREZ SAMPER, María de los Ángeles
2001 Espacios y prácticas de sociabilidad en el siglo XVIII: tertulias,
refrescos y cafés de Barcelona, En Cuadernos de Historia Moderna. Madrid,
número 26.
PORTAL, Ismael
1982 La esta española en el Perú. Lima: Imprenta de la Escuela de
Ingenieros.
RAMÓN, Gabriel
1999 “Urbe y orden: evidencias del reformismo borbónico en el tejido
limeño. En: Scarlett O`Phelan Godoy (Comp.): El Perú en el siglo XVIII.
La era borbónica. Lima: Instituto Riva Agüero, pp. 295-324.
RIVASPLATA, Paula y Valenzuela, Elvira
2004 Conciencia higiénica y salubridad en Lima borbónica, 1750-1816”,
En Revista Ensayos en Ciencias Sociales. Lima: Fondo Editorial de la
Facultad de Ciencias Sociales UNMSM. v. 2, N° 3.
ROJAS, Héctor y Tirado, Gloria
2012 Censura moral en las diversiones públicas. La ciudad de Puebla en
la primera mitad del siglo XIX, La Manzana. Procesos históricos. México :
2012, N° 9.
ROSSI Y RUBÍ, José
1791 “Ideas de las diversiones públicas de Lima, Mercurio Peruano. t. I.
Lima : Edición Facsimilar de la Biblioteca Nacional del Perú, 1984.
101
SÁNCHEZ MENCHERO, Mauricio
2007 Hacia una historia cultural de las diversiones públicas. Estudios
culturales sobre el juego, la risa y el sobrecogimiento, Estudios sobre las
Culturas Contemporáneas. México, época II, volumen XIII, N° 26.
SÁNCHEZ RAMOS, Valeriano
1998 “Prohibiciones de estas de toros en el reino de Granada, Demólo.
Revista de Cultura Ttradicional de Andalucía, N° 25, pp. 89-103.
SOLÍS, María del Rosario
2007 “Invención del lector ilustrado, Tinkuy, Boletín de Investigación y
Debate. Montreal, N° 6.
VIQUEIRA ALBÁN, Juan Pedro
1987 ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la
ciudad de México durante el siglo de las luces. México: Fondo de Cultura
Económica.
Las diversiones públicas en Lima a nes del período colonial