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Un acercamiento a la política asistencialista colonial.
El caso del hospital Real de San Andrés
Henry Barrera Camarena
1
El particular esmero con que se cuidan todos estos establecimientos,
y en anheloso deseo con que procuran perfeccionarlos cada día, son un
testimonio del carácter generoso y humano de los limeños;
y la verdad exige que Hagamos de todos ellos el más encarecido elogio.
Pero siendo muchas de estas mismas obras hijas de los primeros
españoles que poblaron aquel país, faltaríamos a la justicia si dejásemos
de hacer una mención honrosa de aquellos hombres magnánimos que,
aún en medio del furor de los combates y de los atractivos de la riqueza,
dieron estas grandes muestras de su espíritu de misericordia
y caridad cristiana…
(Tadeo Haenke. Descripción del Perú. 1901)
Resumen
La política asistencialista jugó un papel clave dentro de la sociedad limeña
colonial. Fue necesaria en la acción de brindar ayuda y socorro a los más
necesitados como fueron los carentes de salud. El trabajo puntualizará en el caso
concreto de los enfermos españoles, quienes recibieron los primeros auxilios
en el hospital Real de San Andrés, el más importante nosocomio durante el
colonialismo. Con ello, poder conocer hasta qué punto hubo una política
asistencialista a favor de los enfermos. A la vez precisar la trascendencia que
llegó a tener el avance de la ciencia médica en la capital peruana desde la
segunda mitad del siglo XVIII así como el aporte de ilustrados como Hipólito
Unanue.
Palabras clave: asistencialismo, hospital, enfermos, caridad, limosna.
Abstract
The welfare policy played a key role in the colonial Lima society. It was
necessary action to provide assistance and relief to the needy as they were
1
Egresado de la carrera de Historia por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
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sick. The work punctuate in the case of Spanish patients who received rst aid
at the Royal Hospital of San Andrés, the largest hospital during colonialism.
This, to know how there was a welfare policy for the sick. At the same time
clarify the signicance grew to the advancement of medical science in the
capital since the second half of the eighteenth century and the contribution of
illustrated as Hipólito Unanue.
Keywords: welfarism, hospital, sick, charity, alms
1. Signicado y antecedentes históricos para el establecimiento de
hospitales en Lima
El signicado y connotación de un hospital colonial es distinto a
como actualmente se entiende. Por hospital se comprendía más al asilo,
la hospitalidad y la protección que se debía brindar a los enfermos pobres,
huérfanos y personas más necesitadas de la población, que al hecho en sí
de brindar curación o de restablecer la salud durante el temprano periodo
colonial. Esto se dio debido a que estuvieron regentados por órdenes religiosas
o por personas caritativas, quienes enfatizaron más en el aspecto de “calmar”
que de curar. Por estas razones la política asistencialista colonial en los dos
primeros siglos tuvo esa orientación, de asistir a los enfermos, moribundos y
cobijarlos hasta el momento de su muerte. Bajo el reinado de los Habsburgo
los hospitales que se construyeron tuvieron la particularidad de estar dirigidos
para un sector especíco de la sociedad. Con el n de evitar cualquier tipo de
mezcla étnica, cada casta y grupo social poseía su propio nosocomio. Además
que estos se asemejaron bastante a las iglesias. Empezando con el hecho que
cada uno en su interior poseía una iglesia o en menor caso una capilla, y van a
depender demasiado de la caridad y de las limosnas
2
.
El concepto de asistencialismo fue básicamente una vocación religiosa, de
piedad, de agraciarse con dios, de lavar los pecados cometidos y salvar así sus
almas. Asistir residía en sentir empatía por el otro, apiadarse por el dolor ajeno
y sentirlo como propio. De este modo el espíritu religioso estuvo presente de
manera transversal en la política asistencialista y será aquel quien la guíe, al
menos hasta la segunda mitad del siglo XVIII.
La primera mención que existe sobre la fundación de hospitales en los
territorios recién conquistados se encuentra en la Capitulación de Toledo
rmada el 26 de julio de 1529 entre el conquistador Francisco Pizarro y la
2
El acto de dar limosna fue un signo de benevolencia de quien lo brindaba, como de estatus y prestigio
frente al resto por su proceder bondadoso. Sin embargo, con ello lo único que se conseguía, más allá de
la ayuda cortoplacista y efímera, era la continuación de las diferencias sociales.
161
reina Isabel de Castilla. En ella se menciona que “haremos merced y limosna
al hospital que hiciese en dicha tierra, para ayuda al remedio de los pobres
que allá fueren, de 100,000 maravedís librados en las penas aplicadas de la
Cámara de dicha tierra. Asimismo, a vuestro pedimento e consentimiento de
los primeros pobladores de la dicha tierra, decimos que haremos merced, como
por la presente hacemos, a los hospitales de la dicha tierra de los derechos de
la cubilla e relaves que hubiere en las fundiciones que en ella se hicieren y
de ello mandaremos dar nuestra provisión en forma”.
3
Cabe indicar que la
escobilla era el material que se recogía en diversos departamentos al barrer,
mientras que los relaves eran materiales recuperados por reprocesamiento en
las casas de fundición.
Luego de la fundación de la Ciudad de los Reyes, el cronista Bernabé Cobo
apuntaba que Francisco Pizarro se había encargado personalmente de trazar la
urbe repartiéndola entre los principales conquistadores que lo acompañaron,
otorgándoles solares en las ocho cuadras que salían de la plaza y uno a la iglesia,
sin olvidar designar solares, ya en lo restante, a los demás conquistadores e
instituciones como los conventos, y especicando dos solares para un futuro
hospital.
4
Precisamente el emperador español Carlos V y el cardenal gobernador en
Fuenzalida, el 7 de octubre de 1541 señalaban la fundación de hospitales en
la siguiente ley:
Encargamos y mandamos a nuestros virreyes, audiencias y gobernadores,
que con especial cuidado provean, que en todos los pueblos de españoles
e indios de sus provincias y jurisdicciones, se funden hospitales donde
sean curados los pobres enfermos y se ejercite la caridad cristiana.
5
Su sucesor Felipe II, en la ordenanza 122 de poblaciones dictada en el
bosque de Segovia el 13 de julio de 1573, manifestó sobre los hospitales:
Cuando se fundare o poblare alguna ciudad, villa o lugar, se pongan
los hospitales para pobres y enfermos de enfermedades que no sean
contagiosos en lugares levantados y partes que ningún viento dañoso
pasando por hospitales vaya a herir en las poblaciones.
6
Con ello se buscaba evitar la propagación de las enfermedades a la población,
si se toma en cuenta que los principales factores que favorecen el desarrollo
Un acercamiento a la política asistencialista colonial. El caso del Hospital Real de San Andrés
3
PRESCOTT, William. Historia de la Conquista del Perú. 1944. Buenos Aires: Talleres Grácos de
Sebastián de Amorrortu.
4
BERNABÉ COBO, Pedro. Obras completas. 1956. Madrid: Ediciones Atlas, volumen II, p.302.
5
Recopilación de las Leyes de Indias (1680). Libro I. Título IV. De los hospitales y cofradías. Ley I. Que
se funden hospitales en todos los pueblos de españoles e indios.
6
Ibídem nota 2. Ley II. Que los hospitales se funden conforme a esta ley.
162
Revista del Archivo General de la Nación
de las enfermedades son la densidad de la población, comunicaciones entre
pueblos, nutrición y calidad de la dieta, presencia de una población que tiene
una mayor resistencia inmunológica (españoles) frente a una población débil
biológicamente (indígenas), falta de apoyo y cuidado a los enfermos, guerras,
saqueos, entre otros.
Incluso el mismo virrey tenía la obligación no solo de controlar el buen
manejo de los hospitales, sino también visitarlos, pues muchas veces su sola
presencia servía de consuelo y alivio a los enfermos, según las instrucciones
dadas por Felipe II en 1587, Felipe III en 1612 y Felipe IV en 1624:
Mandamos a los virreyes del Perú y Nueva España que cuiden de
visitar algunas veces los hospitales de Lima y México y procuren que
los oidores por su turno hagan lo mismo cuando ellos no pudieran
por sus personas y vean la cura, servicio y hospitalidad que se hace
a los enfermos, estado del edicio, dotación, limosnas y forma de
distribución, y porque mano se hace, con que animaran a los que
administran a que con el ejemplo de los virreyes y ministros sean de
mayor consuelo y alivio a los enfermos y a los que mejor asistieron a
su servicio favorecerán para que les sea parte del premio. Y asimismo
mandamos a los presidentes y gobernadores, que en las ciudades donde
residieren tengan esta orden y cuidado.
7
2. Fundación del Hospital Real de San Andrés
El sentimiento de piedad no podía estar ajeno en una sociedad como la
limeña de la época que reseñamos, en especial si desde los primeros años
de su aún corta existencia era conmovedor encontrar por las calles personas
enfermas que no podían recibir los primeros auxilios, ya sea por la falta de
centros hospitalarios o por sus mismas condiciones socioeconómicas que los
empujaban a deambular por la pequeña capital al carecer de monedas con qué
medicinarse.
Ante aquella situación el 16 de marzo de 1538 el cabildo de la ciudad decidió
otorgar dos solares en la cuadra siguiente al convento de Santo Domingo para
que en ellos se formase un hospital. Su construcción se inició el 24 de mayo
del mismo año y para ello el ayuntamiento nombró como comisionado a Juan
Meco, quien con el título de mayordomo se hiciese cargo de tal empresa,
señalándole por ello 100 pesos de oro de salario anuales. Sin embargo, la obra
se dilató hasta que en 1544 el clérigo Francisco de Molina puso interés en que
se funde el hospital, haciendo posible su posterior construcción. Antes de ser
7
Ibídem nota 2. Ley III. Que los virreyes, audiencias y gobernadores pongan cuidado en los hospitales.
163
clérigo, Molina tuvo una preocupación por socorrer a los pobres enfermos
españoles, a quienes los asistía en su casa con la limosna que recogía para
poder atenderlos.
La labor asistencialista de Molina fue acompañada del apoyo económico
que brindó el cabildo para adquirir una casa con tres solares que se compraron
a Juan Morales, espadero, el 21 de noviembre de 1545 en 1050 castellanos de
buen oro de 450 maravedís cada uno, lugar donde se construiría el nosocomio.
Además, el mismo Morales donó unas estancias de ganado para su mejor
aprovechamiento.
En 1550 el cabildo se reunió con el fundador del hospital de Santa Ana, el
arzobispo Loayza, y acordaron hacer uno solo entre ambos hospitales, aunque
tal acuerdo no duró mucho y tal asociación se disolvió. En 1554 se buscó
nuevamente levantar el hospital y bajo el mandato del virrey Andrés Hurtado
de Mendoza, II marqués de Cañete, se adquirió un nuevo solar y dicho virrey
donó la cantidad de 7,000 pesos en tributos vacos
8
para su edicación, con
varias enfermerías y una iglesia dentro del recinto en donde se administrarían
los santos sacramentos a los enfermos. Luego de dotarle de rentas nombró por
patrón al rey de España y a los virreyes del Perú, acciones que motivaron a
Molina a rendir un homenaje a dicho virrey, y no encontró mejor estímulo que
conseguir que el hospital lleve el nombre de Hurtado de Mendoza, llamándose
desde ese instante Hospital Real de San Andrés
9
. Es necesario aclarar que la
catalogación de San Andrés como un hospital real fue porque estuvo bajo el
patronazgo de la corona española.
El espacio que ocupó el hospital estuvo comprendido por los solares
que el cabildo compró a Jerónimo de Silva, nombrándose como nuevo
mayordomo a Juan de Báez. Sobre la infraestructura interna Harth-Terré
Un acercamiento a la política asistencialista colonial. El caso del Hospital Real de San Andrés
8
VARGAS UGARTE, Rubén. 1949. Historia del Perú. Virreinato (1551-1600). Lima: Talleres Grácos
de A. Balocco y Cía. S.R. Ltda, p. 95
9
Al respecto Mendiburu señalaba lo siguiente “…la erección del hospital de San Andrés de Lima para la
curación de españoles, fue obra del virrey que levantó el edicio, le asignó rentas, le socorrió con sus
dádivas, lo puso bajo el patronato del rey y lo sujetó a un reglamento. Dispuso se conservasen en dicho
hospital los cadáveres de los emperadores Incas Viracocha, Túpac Inca Yupanqui y Huayna Cápac; y
los de Mama Runtu y Mama Ocllo, mujeres de los dos primeros: estas momias las envió del Cuzco por
orden del virrey al corregidor licenciado D. Polo de Ondegardo y se enterraron después en uno de los
corrales del hospital”. MENDIBURU, Manuel de. 1933. Diccionario histórico-biográco del Perú.
Lima: Segunda Edición Librería e Imprenta Gil S.A. Tomo VI, p. 295.
En 1868 se encontró en el patio exterior del hospital un cadáverque, según los datos históricos, sería
del treceavo emperador inca Huayna Cápac, que fue mandado traer por el virrey Francisco de Toledo,
contradiciendo lo dicho por Mendiburu, y siendo enterrado en dicho lugar. Precisamente Ignacio Man-
co y Ayllón, quien era hijo legítimo de Santiago Manco Cápac Inca, descendiente por línea recta de la
real familia incásica, enterado de la noticia el 4 de noviembre del mismo año solicitó a la cámara de
representantes del gobierno, que se realicen las investigaciones del caso para constatar el hallazgo con
los datos históricos, de ser así, según Ignacio, debía de construirse un monumento en honor al antiguo
emperador inca. Biblioteca Nacional del Perú (en adelante BNP). Fondo Antiguo Manuscrito. Código
D2632, 1868.
164
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señalaba que “de los cuatro grandes salones dispuestos en cruz griega, el más
corto correspondía a la capilla. Y en el crucero, fundado en cuatro arcos de
ladrillo y a lo romano, estaba sito el altar, de suerte que, como era práctica,
los enfermos podían presenciar la misa desde sus lechos. Esta es, sin duda, la
razón funcional de la disposición en cruz”
10
. Precisamente los nuevos rasgos
urbanísticos y arquitectónicos introducidos por los españoles tuvieron un tinte
claramente religioso. Muestra de ello era la construcción, desde los primeros
momentos de la colonización, de iglesias, conventos y monasterios.
11
Y en el
caso concreto de los hospitales, se les consideraban una obra piadosa acorde
a los preceptos del espíritu cristiano que permitía la redención de las almas, en
especial de aquellas personas que propiciaban tal empresa de asistencialismo
y caridad. El marqués de Cañete se encargó de proteger y de fomentar la obra
con diferentes recursos, oyendo con benevolencia los ruegos y estímulos que
al efecto empleaba Francisco de Molina.
El nosocomio no solo se encargaba de la curación de los enfermos
españoles, sino también albergaba a locos, para cuyo n se había edicado
una casa en uno de los patios del edicio según consta en la visita realizada el
27 de abril de 1563 por los oidores de la Real Audiencia, en donde se llegó a
contar la presencia de siete hombres que parecían ser orates.
12
Posteriormente
en 1633 se va a mandar realizar una descripción de los hospitales y casas
de recogimiento existentes hasta el momento en la ciudad
13
.Respecto a San
Andrés, el informe apuntaba que “todos los años el cabildo y regimiento de
esta ciudad da a dicho hospital los dichos 200 pesos ensayados para ayuda a
pagar el salario del médico por providencia del virrey y mandamiento de la
Real Audiencia […] a la vez que para los locos e inocentes hay en él cuarto
aparte para ellos”.
En 1577 el virrey Francisco de Toledo visitó el hospital y le proporcionó
una pensión de 1,000 pesos ensayados provenientes de las cajas reales de
Cochabamba. Además estableció las ordenanzas que habían de regirlo.
Nombró un administrador, un mayordomo y empleados que sirvieron hasta
que el 2 de diciembre de 1602, con aprobación ya del virrey Luis de Velasco y
Castilla, quien buscando darle nuevos impulsos, formó una hermandad de 24
personas honradas y caritativas que se caracterizaron por ser vecinos notables
10
Del mismo modo sostenía, sobre la forma del hospital, que “San Andrés, no sabríamos decir por qué
causa, a no ser por una tradición histórica que encuentra su analogía en la disposición cruciforme de
su planta con la cruz en que había sido victimado este apóstol”. HARTH-TERRÉ, Emilio. 1963. “Hos-
pitales mayores, en Lima, en el primer siglo de su fundación”. Separata de ANALES, N° 16, Buenos
Aires, p. 9-11
11
PORRAS BARRENECHEA, Raúl. 1965. Pequeña antología de Lima. El Rio, el Puente y la Alameda.
Lima: Instituto Raúl Porras Barrenechea. UNMSM, p. 374
12
CASTELLI, Amalia. 1981. “La primera imagen del hospital Real de San Andrés a través de la visita de
1563”, Revista Historia y Cultura, N° 13-14 (Lima), p. 212
13
BNP. Fondo Antiguo Manuscrito. Código B1236, 1633.
165
y acaudalados de la ciudad. A la hermandad se le encomendó el patronato,
la dirección y el manejo de todos los asuntos del hospital, a n de que lo
sirviesen y protegiesen.
14
Y fue así. Pronto las 24 personas hicieron progresar
la casa, otorgándole una gran extensión de terreno y erigiendo con el tiempo
seis amplias salas y cuantos edicios fueron necesarios para construir ocinas,
alojamientos y casa para los insanos que también eran recogidos. En el mismo
año, mientras era su administrador Juan Gutiérrez Molina, el virrey concedió
permiso para establecer un teatro en Lima a benecio de dicho nosocomio,
contando con un nuevo ingreso que con el correr del tiempo se convertiría en
su principal fuente económica.
En el siglo XVII el hospital va a presentar mejoras en su estructura interna.
Precisamente Bernabé Cobo realizó una descripción del nosocomio de su
tiempo, resaltando que “su sitio es tan extendido que ocupa cuadra y media
antes más que menos, seis cuadras distante de la plaza. Tiene una muy grande
y vistosa portada con un patio mediano a la entrada cercado de corredores por
los tres lados, y en el de enfrente que no los tiene cae la iglesia, la cual es tan
grande y bien labrada que pudiera muy bien servir de parroquial […] las piezas
que sirven de enfermerías son seis grandes salas, sin otras dos medianas; la
una para dar unciones y la otra para curar negros y mulatos horros, porque
estén apartados de los españoles”.
15
El 3 de setiembre de 1616 el rey Felipe III, desde San Lorenzo y en relación
a las ocupaciones que tenía el hospital con los alardes que se realizaban en la
ciudad, estableció mediante una ley lo siguiente:
Mandamos a nuestros virreyes de las provincias del Perú, que en
conformidad de un capítulo del asiento y capitulaciones hechas con los
del cabildo y hermandad del hospital de San Andrés de la Ciudad de los
Reyes, sobre la fundación de él, en que se les concede, que respecto de
sus muchas ocupaciones en la administración y cura de los enfermos,
no tengan obligación de salir a los alardes que se hicieren en la dicha
ciudad, ni sean apremiados a salir a ellos, sino fuere cuando la misma
persona del virrey se hallare presente, o los enemigos estuvieren tan
cerca, que sea necesario hacer prevención para resistirles.
16
La cantidad de enfermos que llegaban y que albergaba el hospital, fue
motivo suciente para persuadir a los miembros de la hermandad el que no se
Un acercamiento a la política asistencialista colonial. El caso del Hospital Real de San Andrés
14
MENDIBURU, Ob.cit. p. 274
15
BERNABÉ COBO, Obras completas. Madrid: Ediciones Atlas, volumen II, 1956, p. 441-444. En la
descripción realizada por Cobo, se puede apreciar, según menciona, la presencia de gente de otra casta
distinta a la española, a pesar de la separación que se mantenía en relación a los blancos. Punto sobre
el cual volveremos más adelante.
16
Ibídem nota 2. Ley VIII. Que los del cabildo y hermandad del hospital de San Andrés de Lima sean
reservados de los alardes, como se declara.
166
Revista del Archivo General de la Nación
sientan obligados a salir para estar presentes en los alardes que se celebraban
en la ciudad, para que así puedan continuar con sus obligaciones.
El 11 de abril de 1632 el rey español Felipe IV por medio de su secretario
Fernando Ruíz de Contreras, dispuso que la hermandad de San Juan de Dios
se encargue de los hospitales existentes en el reino
17
. Efectivamente, en la villa
de Madrid el 30 de enero del mismo año mediante unos autos proveídos por
los señores del consejo Real de las Indias se trató sobre la forma en que había
de tener los hermanos del beato San Juan de Dios la administración de los
hospitales en las indias, estando entre ellas el limeño hospital de San Andrés.
Dicha orden religiosa tendría a su cuidado la convalecencia de los enfermos
de esta institución piadosa. Al mes siguiente se funda una capellanía en el
hospital gracias a las donaciones de doña Leonor de Almanza, cuyo donativo
fueron destinados a las celebraciones de misas y obras de benecencia en pro
de los enfermos internos
18
.
A inicios del XVII el principal ingreso con que contaba el hospital provenía
de las limosnas. Así lo muestra el libro de cuentas elaborado por el licenciado
Sebastián Clemente, mayordomo del hospital. En él se apuntaba que el
sustento económico del nosocomio se basaba en los censos, arrendamientos,
pero básicamente en las limosnas que recibía
19
, situación que provocó
que no haya un ingreso jo debido a la dependencia que se tenía sobre la
caridad de las personas. Llegó a suceder que en algunos momentos el dinero
percibido era insuciente para poder sostener al hospital y a los enfermos,
planteándose su cierre por la escasez de fondos. Aunque gracias a la activa
participación de algunos virreyes se logró impedir tal formulación, como la
intervención del virrey Baltasar de la Cueva Henríquez, conde de Castellar,
quien en protección de los hospitales consiguió del rey de España Carlos II,
que a San Andrés se le asignase dos mil pesos del ramo de sisa de carne, el
cual empezó a disfrutarlo a partir de 1677
20
. Del mismo su sucesor, el virrey
17
BNP. Fondo Antiguo Manuscrito. Código B1726, 1648.
18
Archivo Central de la Benecencia Pública de Lima. (en adelante ACBPL). Documento Empastado.
Fundación de la capellanía otorgada por doña Leonor de Almanza, por ante Domingo Muñoz. 31 de
mayo de 1632.
19
ACBPL. Documento Empastado. “Libro de los censos, limosnas y otros gastos a cargo del licenciado
Sebastián Clemente, mayordomo del hospital”. 15 de abril de 1600.
20
Al año siguiente el capitán Juan Roldán, mayordomo del hospital, sostuvo una disputa para que dicho
nosocomio no sea perjudicado con el cese de un sitio que poseía, en el cual se practicaba el juego de bo-
las. Este entretenimiento permitía al hospital contar con un importante ingreso. Por su parte el sargento
mayor Julián de Corcuera había obtenido un decreto del virrey para que cierre dicha casa. Ante ello
Roldán sostuvo que “el hospital tiene una casa alta y baja en la plaza de la ciudad, y de tiempo inmemo-
rial ha habido en ella juego de barra para cuyo efecto siempre hay arrendatario, con lo cual se ayuda a
costear los gastos del hospital”. Sobre el decreto obtenido por Julián apuntó que “es preciso representar
al V.E. lo primero, que se haya muy pobre el hospital; lo segundo, que no parece inconveniente para
que se permita dicho juego respecto de ser lícito permitido y usado aun entre personas eclesiásticas,
por esta razón se permite y se introduce en cualesquiera ciudades públicamente para divertimiento
167
Melchor de Liñán y Cisneros, arzobispo de Lima y conde de la Puebla de los
Valles (1678-1681), en su memoria señalaba “que los encargados del hospital
se hallaban atrasados en sus rentas, ya sea por haberse perdido muchas con
el tiempo, o por ser cada día mayor el gasto”. Por lo cual el virrey procuró
asistirlos con frecuentes limosnas y que el mayordomo cobre en la brevedad
posible la mayor parte de las rentas que se habían reducido a litigio. Para ello
nombró por juez privativo de estas causas al señor José del Corral Calvo de
la Banda, oidor de la Real Audiencia, para que “con rapidez determinase un
fallo, resultando esta diligencia ser de mucho alivio para el hospital.”
21
San Andrés no solo estaba bajo la supeditación de un mayordomo que se
encargaba de su administración, sino también de personas piadosas, quienes
eran necesarias por el cuidado y regalo con que asistían a los enfermos y
que eran encabezadas por la gura del virrey, quien socorría con frecuentes
limosnas tanto por caridad como por el décit por el cual pasaba el hospital
para la época.
3. La política asistencialista durante los Borbones
Para el siglo XVIII con el ascenso de la casa Borbón a la corona española, la
política asistencialista hospitalaria de ayuda y protección a los más necesitados
no sufriría demasiadas mudas con respecto a lo que ya existía
22
. Se seguía
manteniendo el celo al progreso espiritual de aquellas almas que necesitaban
de un cobijo mediante la propagación del evangelio. El cuidado de la curación
de los moradores siguió bajo la tutela de los hospitales, los cuales recibían
las mayores prerrogativas en relación al resto de la periferia de la capital. El
hospital de San Andrés continuaba bajo la protección del Real Patronato, al
que el rey le tenía aplicado una parte que se distribuían del noveno y medio, la
mitad de los diezmos concedidos por la santa sede, entre otros. Sin embargo,
la política asistencialista de este periodo se caracterizó básicamente por dos
aspectos. El primero, consistió en las constantes e incesantes pugnas que
tuvieron que sostener los mayordomos que pasaron por el hospital para seguir
cobrando los ramos y rentas que por derecho le correspondía a San Andrés.
Un acercamiento a la política asistencialista colonial. El caso del Hospital Real de San Andrés
de la juventud”. Finalmente el 5 de octubre del mismo año el virrey decidió otorgar licencia para que
persista en la casa el juego de bolas en benecio del hospital. BNP. Fondo Antiguo Manuscrito. Código
C4245, 1781. Para mayor información sobre los juegos coloniales véase mi trabajo; BARRERA, 2013:
141-164.
21
FUENTES, Manuel Atanasio. Memoria de los virreyes que han gobernado el Perú durante el tiempo
del coloniaje español. 1859. Lima: Impreso de Orden Suprema. Librería Central de Felipe Bailly.
Tomo I, p. 282
22
El 10 de mayo de 1710 el capitán Juan Fernández de Valdivieso, mayordomo del hospital, propuso
para tener pleno conocimiento de los deudores con el hospital y tener certeza de su cobranza, que cada
mayordomo al término de su periodo elabore un libro donde deje señalado aquellos que tengan algún
tipo de deuda, y así el mayordomo sucesor se encargue de su cobro. ACBPL. Documento Empastado.
10 de mayo de 1710.
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Y el segundo y más signicativo a la vez, fue el aporte que dio el avance de
la ciencia médica en el virreinato y en particular en el hospital. Este avance
cientíco inuyó en el cambio de orientación por el que pasó la forma de
asistencia social. La política asistencialista durante los borbones empezó a
dejar de lado el sentido de ser solo un lugar de asilo para los enfermos y
cuidado hasta el momento de su muerte, para empezar a ser un espacio donde
puedan ser atendidos en base a los nuevos avances que se estaba dando en
el campo de la medicina. Se comenzó a concebir al hospital como el centro
predilecto en donde los médicos, cirujanos y barchilones podían poner en
práctica los nuevos conocimientos que estaban adquiriendo. De este modo el
concepto de asistir de los primeros siglos fue reemplazado por uno donde el
restablecimiento de la salud, sanidad y mejora era lo prevaleciente. El hospital
dejó de ser el lugar del buen morir para convertirse en el lugar del buen sanarse.
El 28 de octubre de 1746 Lima fue escenario de un terrible terremoto,
seguido de un tsunami que provocó considerables destrozos tanto en la capital
virreinal como en el puerto de El Callao. Los daños materiales que sufrió la
ciudad fueron cuantiosos, al que se suma la muerte de aproximadamente 6.000
personas. Los principales edicios de la capital como el palacio del virrey y
la catedral tuvieron que ser nuevamente construidas. Del mismo modo los
hospitales, conventos y templos sufrieron derrumbes y grandes destrozos,
quedando únicamente ilesa la iglesia de San Francisco mientras que la de
Santo Domingo sufrió daños menores
23
.
Los primeros edicios en ser reconstruidos fueron el palacio virreinal y la
catedral. El primero fue reparado en pocos años mientras que el segundo en
poco más de una década. En el caso concreto del hospital de San Andrés, el
terremoto lo había arruinado, siendo los mayores perjudicados los enfermos
que tuvieron que padecer muchas incomodidades al estar las rentas en notable
descaecimiento. No obstante pronto fue recuperado en su mayor parte con
obras más rmes y seguras de las que estaban antes, como medida ante
cualquier replica o evento similar. El virrey Manso de Velasco, conde de
Superunda, dedicó la mayor atención posible a este asunto, alentando a sus
mayordomos, visitando las obras, facilitando los arbitrios y otorgando cuantas
providencias fueron necesarias para su adelantamiento.
Los hospitales coloniales vivían de diversos ingresos provenientes de
limosnas, rentas, ramos, entre otros. En el caso de San Andrés entre los
más importantes ramos que poseía para mediados del XVIII se encontraban
una encomienda en Alunjaujas por la cual percibía anualmente 2.003 pesos
1 real de la Caja Real de Potosí; 1,562 pesos 4 reales consignados en una
23
PÉREZ-MALLAÍNA, Emilio. Retrato de una ciudad en crisis. La sociedad limeña ante el movimiento
sísmico de 1746. Sevilla: Consejo Superior de Investigaciones Cientícas, Escuela de Estudios Hispa-
no-Americanos, PUCP, 2001.
169
plaza de lanzas en la encomienda del señor conde de Aguilar en la provincia
Cochabamba; de la sisa 2,000 pesos anuales; de la mesa capitular por parte
que le estaba asignada en los novenos percibía 2,300 pesos. Todo ello ascendía
a la suma de 7,865 pesos 5 reales,
24
sin contar aún con el ingreso futuro que
percibiría por el arrendamiento del Coliseo de Gallos que estaría bajo su
supeditación. Pero, como ya se mencionó, su principal ingreso provenía sin
duda del arrendamiento del Coliseo de Comedias. Ello quedó demostrado
cuando el terremoto de 1746 destruyó dicho coliseo obligando al hospital a
correr con todos los gastos para su reconstrucción, y que ascendió a la no muy
grata cantidad de 32,00 pesos
25
. Y a pesar del esfuerzo por volver a ponerlo en
funcionamiento, la concurrencia de gente a las funciones no fue la misma. Lo
cual inuenció para que el ingreso del hospital sufra una merma en sus cuentas
anuales sobre lo total de percibido.
A pesar que el hospital contaba con rentas provenientes de otros ramos,
estas no eran sucientes para seguir realizando efectivamente su labor de
curar a los pobres enfermos. Ello junto con el decaimiento del Coliseo de
Comedias, llevó a que el 16 de julio de 1756 Gregorio Guido en representación
del mayordomo del hospital, el conde de San Isidro, de la orden de Santiago,
solicitara urgentemente que se cumpla la real cédula dada en Madrid por el
rey Felipe II el 20 de enero de 1567 y que había sido rearmada en aquella
misma ciudad el 16 de julio de 1681. En dicha cédula Felipe II otorgaba a San
Andrés “merced y limosna para ayudar a la curación de los pobres enfermos
que se hallasen allí, por lo cual el hospital percibiría la cantidad de cien mil
maravedís anuales que provendrían del ramo de Penas de Cámara.”
26
Para el año de 1756, el hospital todavía carecía de dinero, las rentas que
tenía no le alcanzaban para la curación de los pobres enfermos que habían
aumentado luego del movimiento sísmico de 1746. El terremoto, según el
testimonio del mayordomo del hospital quien en esa fecha era Joseph de
Vezares Rueda, llegó a arruinar cerca de 60 ncas que poseía a su favor,
yendo esto en detrimento de sus ingresos y viéndose en la necesidad de vender
algunas de sus propiedades que habían quedado arruinadas, como lo eran una
tienda y un callejón que poseía en el Portal de Escribanos de la Plaza Mayor,
para poder de esa forma obtener réditos que sirvan para socorrer y aliviar a los
pobres enfermos del nosocomio
27
.
Un acercamiento a la política asistencialista colonial. El caso del Hospital Real de San Andrés
24
FUENTES, Manuel Atanasio, Ob.cit. Tomo IV, p. 65.
25
LOHMANN VILLENA, Guillermo. El arte dramático en Lima durante el virreinato. 1945. Madrid:
Escuela de Estudios Hispano-Americanos, p. 404-405.
26
Archivo General de la Nación del Perú (en adelante AGN). Sección GO-RE. Caja Nº 11, año 1756.
27
BNP. Fondo Antiguo Manuscrito. Código C4255, 1747. La tienda y el callejón, cuyo sitio interior era
conocido con el nombre de la “cancha”, quedaron en ruinas, y al no tener el hospital el dinero requerido
para su refracción fueron vendidos a censo perpetuo al alférez Andrés de Quintanilla, escribano público
de la ciudad, por la cantidad de 6,550 pesos el 19 de agosto de 1747. BNP. Fondo Antiguo Manuscrito.
Código C4247, 1790. Luego de haber adquirido las ncas, Quintanilla se encargó de emprender la
170
Revista del Archivo General de la Nación
Si bien la providencia dada de los cien mil maravedís fue acatada en un
primer momento, el conde de San Isidro alega que este ramo dejó de ser
cumplido desde 1726, por ello no solo solicitaba su reanudación, sino que
en compensación de la deuda de las tres décadas, igualmente reciba otros
quinientos pesos anuales para saldar la cuenta atrasada. Aunque también en el
siglo XVII por un tiempo el hospital había dejado de percibir dicha cantidad.
La solicitud tuvo su respuesta dos meses después. El 27 de noviembre el scal
del caso determinó que San Andrés volvería a percibir los cien mil maravedís
anuales como se había establecido en la real cédula. Sin embargo la petición
de los quinientos pesos en compensación de la deuda atrasada fue desestimada
por la ausencia de los libros en los cuales ella tendría que estar registrada.
Con la llegada del virrey Manuel de Amat en 1761, quien era conocido por
su gusto por las funciones teatrales, no es muy difícil comprender que a partir
de su estadía el coliseo haya tenido realce. El Coliseo de Comedias volvió
a abrir sus puertas luego de haber sido cerradas tres años atrás, lanzándose
nuevamente en escenas diversas piezas teatrales que fueron concurridas
por el mismo virrey, quien era precisamente el ingrediente que ayudó a la
reactivación de las comedias.
Para la época, el hospital ya no solo contaba con los 7.865 pesos 5 reales
establecidos décadas atrás, ahora se sumaba nuevamente el producto que
originaba el arrendamiento del Coliseo de Comedias y que no bajaba de los
tres a cuatro mil pesos, y los quinientos pesos anuales que abonaba el asentista
del Coliseo de Gallos
28
.
A San Andrés no solo eran conducidos los españoles enfermos; los soldados
de mar y de tierra también eran llevados allí cuando la gravedad del accidente
no les permitía subsistir en el Callao. Según el censo realizado en 1790, se
calculaba que Lima era habitada por alrededor de 49,443 personas. Una
población que había tenido un aumento notorio si se compara con el censo
realizado en los albores del mismo siglo, en el que se registraba la cantidad de
34,724 habitantes
29
. Lo cual de un modo u otro afectó también en el aumento
de las personas enfermas
30
.
fabricación de tiendas y de barandas con sus interiores habitaciones, las cuales fueron concluidas por
su sucesor el coronel Pedro Flores. Pasando por último en posesión de José de Tagle y Bracho, oidor
decano de la Real Audiencia, quien terminó por cancelar la cantidad acordada en la escritura de 1747
al mayordomo Antonio de Elizalde en 1790.
28
Este espacio de diversión fue erigido en 1762 por impulso del comerciante catalán Juan Baptista Ga-
rrial.
29
Las cifras han sido tomadas del análisis poblacional limeño del siglo XVIII realizado por María Pérez
Cantó. Aunque tales cifras no son exactas, pues hubo sectores de la población que quedaron al margen
del registro. PÉREZ CANTÓ, María del Pilar. Lima en el siglo XVIII. Estudio socioeconómico. 1985.
Madrid: Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid, p. 50.
30
Precisamente en 1789 el capellán mayor del hospital, quien había ido a él a medicinarse, mediante un
certicado apuntaba que en dicho año había “3,669 enfermos de los cuales han fallecido 319, y existen
en curación 73 de medicina y 110 de cirugía”. BNP. Fondo Antiguo Manuscrito. Código C4259, 1790.
171
Para nales del siglo se puede apreciar que a San Andrés, al igual que
el resto de hospitales de la ciudad, eran enviados por los juzgados personas
acordes no solo al tipo de casta que correspondía para recibir los auxilios
inmediatos, sino también enfermos de distinta casta al señalado. Pero los
mayordomos en vez de demostrar su espíritu caritativo y de amor al prójimo,
los rechazaban sin escrúpulo alguno, pese a la mísera condición en la que se
podían encontrar, por el simple hecho de no corresponder la casta del individuo
con el hospital al que era remitido. Es importante precisar que la división
de los hospitales según el tipo de castas no fue un sistema completamente
rígido, sino que en algunos momentos llegó a exibilizarse y ser permeado
para admitir a personas de diferente origen étnico, como sucedió en San
Andrés según consta en su libro de entradas y salidas de enfermos. En él se
puede apreciar por ejemplo la presencia de dos mulatos libres, un niño y un
adulto, que estuvieron en el nosocomio en octubre de 1713.
31
Aunque, por
supuesto ello no fue la tendencia, más allá de estos dos casos, fueron pocas las
personas que no eran españoles que hayan ido o llevados a San Andrés para
ser atendidas. De igual forma sería un yerro deducir que tal situación también
debió de ocurrir con el resto de hospitales. Para ello es preciso realizar un
estudio que permita conocer si lo ocurrido en san Andrés, fue o no ajeno a los
demás centros hospitalarios.
Volviendo a la actitud de los mayordomos, el 29 de abril de 1793 el virrey
Francisco de Taboada al ser testigo del muy opuesto sentimiento de humanidad
y de la conducta que estos tenían al rechazar a los enfermos que eran remitidos
por los juzgados con el pretexto de no ser personas de la casta que debían de
curarse ahí, decretó que los mayordomos de todos los hospitales existentes
en la capital “no pongan embarazo alguno en la admisión de los enfermos
que lleguen hacia ellos por orden de los juzgados de la ciudad, sean o no reos
causados. Y si bien son personas que no corresponden curarse en el hospital
al que son dirigidos, sería recién después de darles la primera atención que
serán trasladados por los respectivos jueces al hospital donde verdaderamente
corresponden.”
32
Con esta medida se buscó socorrer a todo enfermo sin
importar su casta, sobreponiéndose por encima de todo un espíritu de ayuda
a los aquejados del mal que estuviesen padeciendo y evitar que sus dolencias
continúen o, aún peor, que se incrementen. Lamentablemente lo dictaminado
por Taboada no fue muy acogido por los mayordomos y diputados, pues en
1807 el virrey Fernando de Abascal tuvo que rearmar el decreto.
33
Un acercamiento a la política asistencialista colonial. El caso del Hospital Real de San Andrés
31
ACBPL. Documento Empastado. “Libro de toma de razón donde se asentaban las entradas y salidas de
los enfermos así como de los que fallecían…Contiene información de cada enfermo, lugar de origen,
estado civil, descendencia familiar y en algunos casos, los motivos de muerte”. 19 de enero de 1711-23
de enero de 1714.
32
Archivo Histórico de la Municipalidad de Lima (en adelante AHML). Sección Concejo o Ayuntamien-
to. CA-CO2. Libro XXIX, año 1793.
33
AHML. Sección Concejo o Ayuntamiento. CA-CO2. Libro XXVII, año 1807.
172
Revista del Archivo General de la Nación
Hacia nes del XVIII, el ilustrado limeño Hipólito Unanue sostuvo,
según los datos recopilados en su Guía política, eclesiástica y militar, que
San Andrés era el hospital más concurrido al presentar la mayor cantidad
de internos en comparación del resto de hospitales de la ciudad. Los datos
presentados al Superior Gobierno por el Teniente de Policía José María de
Egaña, entre el periodo que comprende el primero de diciembre de 1791 hasta
30 de noviembre de 1796, revela que mientras hospitales como San Pedro
de Clérigos, Espíritu Santo de Marineros, Refugio de Incurables, Camila de
Mujeres, y San Lázaro, no llegaban a albergar las mil personas en cada año
(entre curados, muertos y otros), solo San Andrés albergó 4,000 personas
anuales en promedio.
34
Pese a lo dicho hasta el momento, contrariamente San Andrés tuvo que
pugnar constantemente por seguir manteniendo sus diversos ingresos e
impedir así que los enfermos sean afectados en la atención y curación que
recibían. San Andrés albergaba la mayor cantidad de gente entre enfermos,
médicos y personal, pero ello no guardaba relación con las rentas que en el
plano teórico tenían que ayudar a socorrer al excesivo número de aquejados.
Los ingresos con que contaba eran insucientes para poder sostenerse como
debía, y ello por varias razones. La primera, y a la vez la más importante, era
que verdaderamente no manejaba lo que realmente debía percibir del total de
sus rentas, tenía que lidiar infatigablemente con aquellos a quienes arrendaba
alguna propiedad para que amorticen el dinero del mes;
35
o en el caso de los
productos reales, pugnar continuamentecon los encargados del envío del dinero
para que no giren menos de lo establecido.
36
Y si a eso se le suman los gastos
diarios en medicamentos, alimentos, vestimenta, camas, por solo señalar
34
Entre la postrimería de 1791 hasta nales de 1796 San Andrés era el hospital más recurrido, siendo
entre el primero de diciembre de 1791 al 30 de noviembre de 1792 el periodo que congregó la mayor
cantidad de internos. Se llegó a contar la presencia de 4,735 personas. En segundo y tercer lugar, se
hallaron el hospital de indios de Santa Ana y San Bartolomé de negros, respectivamente. Los datos han
sido tomados de la obra de Hipólito Unanue. UNANUE, Hipólito. Guía política, eclesiástica y militar
del virreinato del Perú, para el año de 1793. 1985. Lima: COFIDE.
35
BNP. Fondo Antiguo Manuscrito. Código B1553, 1647. Autos que sigue el hospital Real de San Andrés
contra la chacra llamada Cueva, situado en el valle de Magdalena, sobre la paga de unos censos. Lima
23 octubre de 1647. AHML. Concejo o Ayuntamiento. CA-CO1. Libro XXXVI, año 1779. “Autos
seguidos por don José Gonzales Gutiérrez, de la orden de Santiago, mayordomo del hospital de San
Andrés, contra el mayordomo de los propios y renta de la ciudad por cantidad de pesos”. El hospital
también poseía casas que las daba en arrendamiento, como las que poseía en la calle del Baratillo, y que
muchas veces las daba en arrendamiento por varias vidas; es decir, a aquél a quien lo estaba arrendando
y a sus descendientes. AGN. Sección CA-JO1. Caja Nº 80, año 1772. Autos seguidos por don José
Gonzales Gutiérrez, de la orden de Santiago y mayordomo del hospital de San Andrés, contra Juana
Gómez de Mena por cantidad de pesos.
36
BNP, Fondo Antiguo Manuscrito. Código C2714, 1776. “Autos que sigue el mayordomo del hospital
de San Andrés contra el corregidor Luis de Lorenzana por el cobro de cuatro tercios que se le está
debiendo por la renta de 2081 pesos 2 reales provenientes del ramo de tributos de la provincia de Jauja,
en donde éste ocupa dicho cargo”.
173
algunos, les era muy difícil a los mayordomos que los ingresos mermados
puedan sufragar todos los gastos. Incluso el hospital no solo recibía gente que
radicaba en Lima, sino también iban personas de provincias, en especial de
Cañete por la cercanía y, además, al no haber en dicha localidad otro hospital
destinado, con fondos de piedad, a la curación de los enfermos españoles,
dado que el de San Juan de Dios y el de Betlemitas eran de convalecencia.
Un caso sintomático de las tantas pugnas que mantenía el hospital
para continuar con sus rentas sucedió en 1795 cuando el mayordomo del
hospital, Antonio de Elizalde, tuvo que batallar para conseguir que se
le siga asignando la renta del noveno y medio que se le tenía destinado
37
.
El 20 de agosto, Elizalde, perteneciente a la orden de Santiago, informó y
solicitó al virrey Gil de Taboada que la tesorería de diezmos no le descontase
la renta proporcionada por el noveno y medio que los subdelegados y curas
de las provincias de Cañete y Santa pretendían obtener para destinarlo a los
hospitales que se encontraban supuestamente en tales lugares; sin embargo,
tales hospitales no existían físicamente. Efectivamente el quid del asunto era
que realmente el cura de la provincia de Cañete pretendía construir una iglesia
con lo proveniente del noveno y medio, sosteniendo que la cuota era destinada
para el supuesto hospital que en la realidad no existía. Por ello, Elizalde no
solo pretendía que se deniegue la solicitud del cura, sino que en el resto de
doctrinas en donde sucedía lo mismo sobre la inexistencia de hospitales,
dicho dinero sea trasladado a los hospitales que realmente lo necesitaban.
En el expediente promovido, Elizalde no solo buscaba el reconocimiento del
hospital del cual estaba a cargo, sino también del resto de nosocomios por ser
centros de benecencia de los enfermos necesitados.
38
4. Reformas en la organización del Hospital
Desde mediados del siglo XVIII hubo una mayor conciencia en la higiene
y en la salud de la ciudad. Se empezaron a forjar proyectos para mejorar la
higiene del casco urbano, realizando obras de alcantarillado, alumbrado,
limpieza, mejor la calidad del agua potable, entre otros, los cuales fueron
reforzados con el avance de la ciencia médica en el virreinato y cuyo reejo
signicativo son la creación del Anteatro Anatómico en 1792 y la Escuela de
Medicina de San Fernando en 1811
39
.
Un acercamiento a la política asistencialista colonial. El caso del Hospital Real de San Andrés
37
AGN, Sección GO-BI1. Caja Nº 60, año 1795.
38
AGN, Sección GO-BI5. Caja Nº 170, año 1795.
39
En 1792, Unanue fundó el Anteatro Anatómico de Lima en una parte perteneciente a San Andrés. De
este modo el terreno destinado exclusivamente a este hospital empezó a albergar también a los estu-
diantes de la cátedra de anatomía, coyuntura que fue aprovechada para que los alumnos realicen sus
prácticas en dicho lugar.
174
Revista del Archivo General de la Nación
Pero de pronto, el proyecto especíco de brindar una mejor calidad de
agua potable empezó a peligrar cuando en 1792 en el hospital de San Andrés
se decidió construir un pozo que sería utilizado como osario de los huesos
de los difuntos.
40
El 24 de enero el scal José Gorbea y Vadillo informó al
virrey Taboada que en San Andrés se había construido un pozo que serviría de
osario y depósito de huesos para los difuntos de la casa, con tal profundidad
que llegaba a rozar con las aguas subterráneas que ltraban por las venas
de la tierra, y que podía llegar a mezclarse con el agua de los demás pozos
con el que se proveía las casas de la ciudad. Por tal motivo, y buscando
evitar algún contagio e infección con el agua que bebía la mayor parte del
vecindario, estando en el aseo y limpieza la sanidad del pueblo, buscó impedir
la continuación de dicha obra
41
.
El scal explicó y atribuyó, de manera cientíca, que el lugar en el que
se hallaba el hospital estaba estrechamente relacionado con el problema en
cuestión. Indicaba que “la altura del sitio que ocupa el hospital en relación a la
ciudad, media entre el río que viene por el lado oriente y la ciudad y pese a que
el hospital se localiza en el interior de los muros, casi toda o la mayor parte de
él está situada en el occidente”. Proseguía explicando que “la elevación y altura
del terreno es tal que puede sentirse que la supercie y área del nosocomio es
incluso superior a las más altas casas de la parte inferior de la ciudad que
siguen desde la Plaza Mayor hasta el lado occidental de las murallas”. Con
este conocimiento y el que los pozos de la ciudad se alimentaban del río, el
scal concluye que “necesariamente que las aguas del pozo, primero pasan
por debajo del hospital de San Andrés y que tocando la nueva obra en dichas
aguas hay gran peligro del que se infeccionen y corrompan con el contacto
de los huesos y causen estragos en la salud del pueblo”. Pero el problema no
acababa ahí, pues si esto no llegaba a suceder con sus fatales consecuencias,
la repugnancia que solo se tendría al beber esa agua proveniente de los pozos
haría inadecuado su uso, siendo esto un perjuicio tanto para las familias como
para los dueños que habían gastado su dinero en construir los pozos existentes.
Ante lo sostenido por el scal, el 4 de febrero se reunieron el mayordomo
Antonio de Elizalde y sus cuatro diputados, el maestro alarife Martín Gómez,
y el conde de la Dehesa de Velayos, de la orden de Santiago y marqués de
Santiago, regidor perpetuo y a la vez procurador general de la ciudad, y se
procedió al reconocimiento del pozo que nuevamente se había construido con
su puerta, arco y cúpula, y su respectivo respiradero. Se llegó a observar
que el pozo tenía su brocal y su campana de ladrillo mezclado con cal, y
40
Es necesario precisar que los huesos que se arrojarían al osario serían la de los pobres enfermos espa-
ñoles. Aquellos que no tenían la suciente capacidad económica para tener un entierro digno.
41
AGN, Sección GO-BI1. Caja Nº 42, año 1792.
175
los peritos al medir su profundidad, determinaron que tenía veintisiete
varas y media. Además notaron que había en él agua cristalina. De manera
que estipularon que si se deseaba que el osario continuase, no podía seguir
teniendo tal profundidad porque los cuerpos o huesos que se arrojaban a él
estaban prácticamente “nadando” en el agua. Era la misma agua que por
medio de conductos daba de beber a muchos lugares de la ciudad. Por ello,
para disminuir la profundidad del pozo y su entrecruzamiento con el agua se
recomendó echar parte del cascajo y escombro que se sacó para su construcción
y conforme se fuese echando “se ha de ir pisoteando, mazándose de esta suerte
el terreno, hasta dejarlo en la profundidad de veintitrés varas y media”. De este
modo, las cuatro varas que se terraplenen y macizaran ayudarían a que el ltro
que permite el tránsito del agua tome un giro distinto, y evitar una catástrofe
que sería atroz para la salud de la población.
Al informe hecho por los peritos del caso, se agregó el informe de dos
cientícos reconocidos para la época: el protomédico general del reino Juan
José de Aguirre y el cosmógrafo Cosme Bueno.
42
El 3 de marzo José de
Aguirre y Cosme Bueno informaron que “la profundidad que tenía el pozo era
tal que tenía una vara y media que llegaba a comunicar con el agua del río por
los intersticios de las piedras y cascajo del que está compuesto su profundidad
como el suelo de Lima y sus contornos”. Sostenían que era natural que las
cualidades que adquiría el agua en los parajes más altos de ese pedregoso
pavimento se comunique con los pozos, como había apuntado el scal, y al
estar situado el hospital en una parte alta del declinado terreno, necesariamente
contaminaría el agua de los demás pozos de la parte inferior. Por ello, y
armando lo dicho por Gorbea y Vadillo, recomendaron que se rellene el pozo
en tres varas, con ripio cascajoso, y luego de estar bien pisoteado se eche
sobre él otras tres varas del cascajo más grueso mezclado con cal y arena,
Un acercamiento a la política asistencialista colonial. El caso del Hospital Real de San Andrés
42
Desde años atrás el aporte del avance de la medicina había hecho su entrada en el hospital de San
Andrés,aunque limitada por los embarazos y trabas provenientes del Santo Tribunal de la Inquisición.
Precisamente esta institución perseguía a todo aquel que iba en contra del dogma cristiano y la santa
fe católica. En 1782, por ejemplo, el procurador general de la ciudad envió una consulta al cabildo
solicitándole que la persona llamada José Guerrero, perito insigne en el arte de sacar muelas, restaurar
dentaduras, curar suras en las encías, llagas en la boca, entre otras operaciones bocales, y quien estaba
en la situación de ser enviado por el Tribunal de la Inquisición a la ciudad de Piura para que cumpla
la pena de sus delitos, no sea desterrado, pues lo consideraba una persona “muy necesaria a la común
utilidad y benecio de la causa pública”. Es así, que se enviaron las respectivas representaciones al
virrey Agustín de Jáuregui, para que mande trasladar los respectivos ocios a la Inquisición a n que
dicho José continuase su penitencia en Lima, y en particular en el hospital de San Andrés, en donde
se encargaría de su dirección espiritual para el más pleno conocimiento de los dogmas católicos. En
San Andrés se le otorgaría un cuarto donde realizaría las curas y operaciones bocales y/o dentales a
personas de ambos sexos que lo necesitasen. El cual serviría de instrucción a los practicantes en el
conocimiento de los instrumentos bálsamos y medicinales, para que así pudiesen lograrse peritos que
supliesen su falta en tan importante benecio del público. Consulta que fue enviada al virrey Jáuregui
para que lo resuelva lo antes posible. AHML. Concejo o Ayuntamiento. CA-CO1. Libro XXXVII, año
1782.
176
Revista del Archivo General de la Nación
y por último un solado de ladrillos. De modo que la profundidad quede en
veintiún varas, para que así los huesos estén a una distancia considerable del
agua y evitar cualquier tipo de daño. No obstante, no solo se trababa del
cuidado que se debía de dar al agua en sí, sino también a su lugar de origen y al
conducto que permitía la llegada a las casas, pues al ser agua consumible que
recorría gran distancia, era proclive de contener en su composición elementos
benignos para la salud.
Lo expresado fue suciente motivo para que el 13 de abril, mediante un
superior decreto, se hiciera saber al mayordomo del hospital que disponga
la recticación de la obra con las precauciones que se anuncian en los dos
informes hechos, y que con la asistencia del procurador general empiece a
remediar el daño producido por el osario.
43
Por otro lado, es necesario precisar que en esta época se buscó reformar
la forma de enterramiento de los muertos. Muestra de ello es la construcción
a las afueras de la urbe del Cementerio General en 1808 bajo la dirección de
Matías Maestro, lugar propicio en donde serían ubicados sin que causen daño
a la ciudad y a sus moradores con el hedor putrefacto que emanaban.
44
De
esta forma, la costumbre de enterrar a los muertos en las iglesias y hospitales
empezó a restringirse para dar paso al uso del estrenado cementerio.
A continuación, también se dio una reforma que no solo abarcó a los
muertos, sino también a los enfermos que se encontraban en los diversos
hospitales, buscándose que estos obtengan un mejor trato, cuidado y atención
por parte de los enfermeros y médicos. El 15 de enero de 1808 Hipólito Unanue
elaboró un informe para el virrey Fernando de Abascal sobre la realidad del
servicio hospitalario en la ciudad (UNANUE, 1975: 466-470)
45
. En él fue
claro y preciso al señalar que los principales problemas de los hospitales
eran la estrechez de los cuartos, la falta de personal, el atraso asistencial y
en la infraestructura, el mal uso de los medicamentos por parte de los pseudo
barchilones, y la torpeza en sus labores. Posteriormente, el 16 de marzo de
1809 el mismo Unanue dirigió a Abascal otro informe, pero esta vez sobre
la situación en que se encontraban los enfermos del hospital de San Andrés y
43
AHML. Concejo o Ayuntamiento. CA-CO1. Libro XXXVIII, año 1792.
44
CASALINO SEN, Carlota. “Higiene pública y piedad ilustrada: La cultura de la muerte bajo los bor-
bones”, en: Scarlett O`phelan (compiladora): El Perú en el siglo XVIII. La era borbónica. 1999. Lima:
Instituto Riva Agüero, p. 325-344.
45
La nalidad de Unanue era que se construya el Colegio de Medicina en una parte del lugar que ocupaba
San Andrés. La obra tendría una doble nalidad: primero, los profesores médicos podrían enseñar a los
futuros galenos la forma de atender y curar a los enfermos, al contar con reales casos y estar mejores
preparados, pues estarían más acercados a la realidad. Y segundo, los mismos enfermos estarían libres
de estar en manos de personas carentes de alguna instrucción, ya que ahora estarían bajo la supedita-
ción constante de jóvenes con conocimiento en la medicina y en la cirugía.
177
las reformas que debían de realizarse para que los aquejados tengan un mejor
trato.
46
En una época en que se estaba teniendo una mayor conciencia sobre la
higiene y la salud, el nosocomio no seguía a la vanguardia de los cambios.
Con el aumento de la población la cantidad de enfermos también se elevó,
pero esto no necesariamente llegó a signicar la realización de mejoras en
el hospital, un hospital que aún presentaba una infraestructura nada acorde
a las exigencias del momento. San Andrés todavía se caracterizaba por ser
un lugar estrecho y sin la ventilación adecuada para la cantidad de enfermos
que albergaba, pues lejos de ser un lugar benecioso para la salud, era un
nido maléco que no solo mataba o prolongaba las enfermedades de los que
iban a él, sino que las hacía contagiosas y las llegaba a esparcir sobre el resto
de la población sana, dañando cuantos medios se adoptaban para conservar
la salubridad. Lo cual era mucho más temible, como señalaba Unanue, en
los países húmedos y calientes como Lima, porque “el calor y la humedad
reunidos son los fecundos agentes de la corrupción”. En efecto, lo dicho por el
ilustrado guarda una estrecha relación con la teoría llamada miasmática. En su
Observaciones sobre el clima, contribuyó a su difusión al señalar que esta se
debía “a la presencia de los miasmas en la atmosfera […] que periódicamente
aquejan a nuestra población” y que era “la putrefacción de las materias
orgánicas la que da origen a los miasmas deletéreos, que difundiéndose en
el ambiente desnaturalizan su calidad, lo hacen impropio a la respiración y
originan perturbaciones en el organismo.”
47
El miasma era aquel euvio que
se desprendía de las aguas estancadas, de los cuerpos enfermos o de animales
en descomposición.
48
Esa era la situación de San Andrés, un hospital que se hallaba en un estado
deplorable. Y pese al aumento de la población, de los enfermos y de los muertos,
y recordando que ahí también iba la tropa urbana a curarse, en vez de que se
aumente el número de las salas existentes, se tuvo la “genial” idea de colocar
en esos mismos lugares galerías con un segundo orden de camas agrupadas
las unas con las otras, impidiéndose mutuamente la ventilación. Aún más, en
Un acercamiento a la política asistencialista colonial. El caso del Hospital Real de San Andrés
46
AGN. Sección GO-BI4. Caja Nº 132, año 1809. Pese a las condiciones sanitarias del hospital, los
españoles que se encontraban presos y con su salud deteriorada, solicitaban a las autoridades su tras-
lado a San Andrés para que reciban las atenciones del caso. AGN. CA-JO2. Caja Nº 198, año 1786.
José Dávila en nombre de Ventura Santos, preso por homicidio, solicita se le traslade al hospital de
San Andrés por encontrarse gravemente enfermo, ante Juan Félix de la Encalada Tello de Guzmán y
Torres, conde de la Dehesa de Velayos. Aunque algunas veces lo hacían con la segunda intención de
librarse de la pena a la que fueron condenados. AGN. GO-BI1. Caja Nº 61, año 1809. Alejandro Luna
y Lazarte, preso en elpresidio del Callao, solicita su libertad para trasladarse al hospital de San Andrés
para restablecerse del mal que lo aqueja. Ante el virrey Abascal.
47
UNANUE, Hipólito. Observaciones sobre el clima de Lima, y sus inuencias en los seres organizados,
en especial el hombre. Lima: Imprenta Niños Huérfanos. 1806, Fol. 84.
48
LOSSIO, Jorge. Acequias y gallinazos: salud ambiental en Lima del siglo XIX. 2003. Lima: Instituto
de Estudios Peruanos.
178
Revista del Archivo General de la Nación
las salas angostas cuando aumentaban los enfermos, se llegaban a colocan
cinco serie de ellos, cuatro laterales y una en medio que formaban un número
de más de cien hombres enfermos encerrados, con sus respectivos servicios, y
prácticamente en calabozos, cuyas lumbreras pese a estar en el techo no eran
capaces de dar el debido giro de aire para la ventilación necesaria. Con lo
dicho, expresaba Unanue, “era imposible entrar en ese lugar sin llegar a sentir
aquel estado miserable y correr riesgo en la propia salud”.
A pesar de que el mayordomo había decidido construir algunas ventanas
conforme a las exigencias, este aún se resistía a seguir el consejo “de que no
eche galerías de cobreas en las dos salas que habían quedado sin ellas. Lo cual
signicaría acabar por perder el hospital, porque debía de servir una de esas
salas como clínica para atender a los enfermos. En tal condición era imposible
establecerla con el debido orden por la existencia de muchos enfermos que
estaban estrechos, y lo cual solo agravaba sus enfermedades, haciendo casi
imposible modicar el hospital en tales circunstancias.”
49
Con lo expresado, Unanue buscaba no solo restringir al mayordomo Juan
Baptista Garate de las “mejoras” que estaba aplicando, sino reformar por
completo el nosocomio, mejorando las salas y sitios existentes, y creando otras.
Para ello recomendó al licenciado Matías Maestro para que se haga cargo de la
observación de lo construido y elabore planos de edicios que tengan relación
con el hospital para que pueda instaurarlo. Por otro lado, resultaba curioso que
pese a las rentas con que se proveían al hospital y el dinero que pagaban los
soldados de tropa para su curación, no se hayan hecho refacciones para una
mejor atención, pues se contaban con los mismos enfermeros que tenían el
mismo sueldo que treinta años atrás, y pese al aumento de los aquejados, todo
permanecía casi igual. Incluso se había prevenido al mayordomo colocar un
enfermero de cirugía, pero como era de costumbre, hizo caso omiso. Sorprendía
que se halle un solo enfermero de cirugía para alrededor de cuatrocientos o
quinientos enfermos; por eso se buscaba la instauración de otro, quien en caso
que un facultativo salga a sus indispensables asuntos quede este al cuidado de
la casa, de los enfermos y de sus respectivas asistencias.
Sin mucha resistencia, el pedido de Unanue fue acatado por el virrey Abascal,
quien al día siguiente, por medio de un superior decreto, nombró al catedrático
de geometría Gregorio Paredes, profesor de medicina, y al licenciado Matías
Maestro para que lleguen a un acuerdo con el mayordomo del hospital, y los
49
Al parecer el único lugar del hospital que ostentaba buen ornato, decencia y limpieza era la sala titular
nombrada San Francisco de Asís, lugar en que se acogía a los enfermos que iban para curarse. Además
que periódicamente ahí se rendía su culto correspondiente. Archivo Arzobispal de Lima (en adelante
AAL). Hospitales. Legajo 5, Expediente 6, 1807. Así mismo, era costumbre que se celebrase la esta
anual del patrono del hospital, en la que se aclamaba solemnes estas religiosas y se pronunciaban
pomposas oraciones laudatorias en honor del patrono y del virrey, quien asistía acompañado de algunas
autoridades locales. (LASTRES, 1951: 174-175).
179
diputados que este eligiere, respecto a los puntos contenidos en la consulta
hecha en el día anterior y se procediese a su cabal cumplimiento.
50
Con los dos casos ilustrados, queda claro que los cientícos peruanos
eran no solo escuchados por las principales autoridades, sino aún más, sus
dictámenes y ocios eran tomados en cuenta, al menos los aquí tratados. La
ciencia y la política iban muchas veces de la mano, formaba parte de la política
de estado acoger los avances y aportes con el que contribuían los cientícos
nacionales, y también extranjeros, para el progreso y el bien de la población
y de la sociedad.
5. San Andrés en las postrimerías del colonialismo
En 1813 el virrey Fernando de Abascal envió un ocio al ayuntamiento
para que según la nueva Constitución de 1812, elaborada en las Cortes de
Cádiz, los señores ministros, regentes y scales de la Real Audiencia deban de
cesar en las judicaturas de hospitales, protectorías de amparadas, educandas,
colegios, vicepresidencia de la junta de vacuna y demás comisiones que
poseían. Ello se hacía con el n de que no tengan otra comisión u ocupación
que la del despacho de los negocios de sus propios tribunales.
51
En cambio,
sería ahora el ayuntamiento, según el artículo 321 de la nueva Constitución
52
, el
que debía estar a cargo del cuidado de los hospitales y demás establecimientos
de benecencia, celar la observancia de sus constituciones y dar parte al
virrey de cualquier tipo de infracción que pudiese existir, para que brinde el
remedio oportuno. Precisamente en 1812 el ayuntamiento había elegido a José
Buendía y Santa Cruz para que ejerza el cargo de comisionado para cuidar los
hospitales y casas de benecencias, quien a la vez envió a los mayordomos
y administradores de dichas instituciones una copia del ocio para que lo
reconozcan como tal.
53
Respecto a las infracciones que se cometían dentro del hospital, en
setiembre de 1813 salió a la luz una acusación hecha por un individuo que
fue a curarse y que presenció el trato que recibían los internos. La denuncia
fue hecha mediante las páginas de El Investigador, uno de los periódicos más
importantes durante el periodo de las Cortes de Cádiz, y que buscaba retratar
los aspectos de la vida social de la población limeña de entonces, criticándola
si era necesario.
54
Un acercamiento a la política asistencialista colonial. El caso del Hospital Real de San Andrés
50
AGN, Sótano-Varios. Leg. 223, folio 48r.
51
AHML. Superior Gobierno-Virreyes. Caja 003, año 1813.
52
Constitución Política de la Monarquía Española promulgada en Cádiz el 19 de marzo de 1812. Titulo
VI. Del gobierno interior de las provincias y de los pueblos. Capítulo I. De los ayuntamientos. Artículo
321.
53
AGN. Sección CA-AD3. Caja Nº 13, año 1812.
54
TEMPLE, Ella Dunbar. “El Investigador, periódico de 1813 a 1814”, en El periodismo en la época de
la emancipación americana. 1936. Lima: Instituto Sanmartiniano del Perú.
180
Revista del Archivo General de la Nación
El jueves 2 de setiembre en el número II, tomo II del periódico, en un
artículo comunicado el referido denunciante hizo maniesto que “en meses
pasados, ocurrí a medicinarme de una grave enfermedad en el hospital de
San Andrés, y cuando esperaba se me ministrasen todos aquellos auxilios
correspondientes que debe dar una casa de caridad, encontré con que si por
fortuna no llevo algunos reales, quizá había perecido de necesidad, porque aun
para tomar el sustancial caldo que suele repartirse, era precio que sufragase
a los barchilones alguna contribución”. Él, creyendo que quizá era un simple
infortunio lo que le sucedió, pronto se percató que “corridos los días observé
que acontecía lo mismo con otros de mis compañeros, que uno para lograr una
frazada con que abrigarse, abonó su contingente al barchilón […], que pidió
confesión cierto enfermo y se le contestó que no estaba en receta, que por lo
regular acuden los capellanes a auxiliar al moribundo cuando ya ha expirado”,
y en el caso de la comida que se reparte “siete gallinas y otros tantos carneros
es lo que únicamente se introduce en la cocina cada día para más de 300
individuos”.
Este descuido no era solo con un individuo, sino con todos los internos
y aquellos que iban a curarse allí, siendo los principales responsables el
mayordomo y los diputados al no querer realizar los gastos necesarios a pesar
de las pingües rentas con que contaba el hospital en aquel momento.
Esta delicada situación llegó a afectar también a los locos del nosocomio.
55
El denunciante apuntaba: “de paso observé que teniendo aquella casa un
recogimiento para locos, establecido sin duda no para embodegarlos allí, sino
ministrarles los remedios oportunos para que se restituyan a su juicio, son
estos infelices las víctimas de los barchilones, los cuales los maltrataban con
la mayor inhumanidad, descargándoles crueles garrotazos y látigos, con otras
extorsiones ajenas de la piedad y conmiseración de que son dignos”.
Descuido y abuso a que eran sometidas las personas necesitadas que iban a
San Andrés con el anhelo de recibir la mayor atención posible; la realidad era
distinta. Una realidad que el denunciante trataba de retratarla no solo con la
nalidad de hacerlas públicas, sino también con el interés de que las principales
autoridades tomasen cartas en el asunto y pudieran corregirlas. Y aún más,
55
Las personas que padecían de esta enfermedad se caracterizaban por tender a tergiversar la realidad
creyendo que los hechos son como ellos los imaginan. Llegando al caso de atentar contra la integridad
física y moral de sus propias familiares, al acusarlos de haber cometido algún acto amoral. Motivo
por el cual estas personas eran llevadas a la loquería del hospital en donde recibían las atenciones
necesarias para su regeneración y reinserción a la sociedad. AGN. Sección CA-JO 1. Caja Nº 80, año
1772. “Autos seguidos por doña Agueda de Valladares sobre que se vuelva a internar a su marido en el
hospital de San Andrés, donde estuvo recluido por loco”. Incluso los mismos presbíteros no se salvaban
de padecer esta enfermedad. AAL. Hospitales. Legajo 5, Expediente 14, 1825. Solicitud de Narciso
Arzaga, loquero del hospital de San Andrés, para que se le de auxilio en la mantención de 36 hombres
dementes, entre ellos los presbíteros José Lucas Castro y José Antonio Llanos, este último auxiliado
por Blas de Sotomayor, tenedor de una de sus capellanías del convento de Santo Domingo.
181
porque resultaba llamativo, seguía manifestando, que “un hospital como éste
siendo uno de los más ricos de la ciudad por sus entradas cuantiosas, estén
sus enfermos tan mal asistidos, tengan que pagar por una taza de caldo, por
el alquiler de la frazada, por los alimentos necesarios, por el mayor cuidado
de los asistentes, y que mueran como perros los hombres, y los locos sean
tratados como bestias”.
56
Dicho esto, el 16 de setiembre el procurador síndico José Gerónimo de Vivar
sostuvo que correspondía al virrey Abascal el expedir los remedios oportunos,
“nombrando una comisión que se encargue de cuidar dicho nosocomio,
corregir los abusos que se cometen en él y restablecer todos los ramos de su
administración”. Lo cual, junto con la observancia de su constitución, podría
lograr que se obtenga un mejor orden en pro del alivio y socorro de los pobres
enfermos.
Hacia nes del periodo colonial el juez político de los hospitales y casas
de misericordia, José Malo de Molina, elaboró un informe sobre la situación
de los hospitales y las rentas con las que aún contaban
57
. En el caso especíco
de San Andrés, José Malo lo visitó el 23 de diciembre de 1820, mientras que
el 31 del mismo estuvo presente en la elección del nuevo mayordomo y en el
remate del Coliseo de Comedias a cargo de su aún administrador Francisco
Xavier de Izcue. El 8 de enero de 1821, luego de adjuntar los apuntes
realizados en su visita al hospital, trasladó al virrey todo lo concerniente a su
administración y economía. Gracias a ello se puede saber que hasta un año
antes de la independencia el hospital contaba con el ingreso de productos de
varias ncas rústicas y urbanas de su propiedad, censos, réditos, encomiendas,
caja nacional y el Coliseo de Comedias. A la vez que era gobernado por sus
propias constituciones, elaboradas por el virrey marqués de Montesclaros, la
administración de sus bienes y rentas continuaba en manos de la hermandad.
58
Un acercamiento a la política asistencialista colonial. El caso del Hospital Real de San Andrés
56
No solo los enfermos y los locos eran agredidos y denigrados, también los sirvientes del hospital eran
maltratados por algunos miembros del nosocomio, quienes en vez de profesar amor al prójimo, lo que
hacían era humillarlos en presencia incluso de los enfermos, mostrando de este modo sus verdaderas
caretas. AAL. Hospitales. Legajo 5, Expediente 13, 1818. “Solicitud de Luis Palomino, sirviente de los
enfermos del hospital Real de San Andrés, para que se exhorte al capellán de dicho hospital, presbítero
Pedro Cartas, para que se abstenga en lo sucesivo de maltratarlo y agredirlo, por el hecho de llamarle
la atención para que preste auxilio a los agonizantes”. Aunque ello no opaca en lo absoluto la vocación
que sí tuvieron el resto de miembros del hospital en brindar apoyo al otro.
57
AHML. Instrucción y Salud. Caja 001, año 1820.
58
Tal parece ser que las condiciones insalubres y de hacinamiento del hospital, denunciadas por Unanue
en 1809, fueron efectivamente reformadas en benecio de los enfermos. Precisamente el viajero ingles
Bennet Stevenson, quien estuvo en Lima entre 1820 y 1824, señalaba que San Andrés “tiene varias
salas grandes y aseadas con sus camas limpias; estas están colocadas en pequeñas alcobas a cada lado
y en tal forma construidas que en caso de necesidad, se puede formar otra hilera de camas a lo largo de
la parte superior de las alcobas; contiene alrededor de seiscientas camas, número que podría duplicarse.
Las salas están bien ventiladas desde el techo y son bastante saludables. Cuando entra un paciente,
encuentra una cama asignada para él; sus ropas las deja antes de entrar en una guardarropa general y no
se devuelven, mientras el médico no ordene” (BENNET STEVENSON, 1971: 142).
182
Revista del Archivo General de la Nación
En tanto, el hospital de San Juan de Dios, fundado a principios del siglo XVII,
seguía siendo el destino de convalecencia de los españoles enfermos que se
curaban en San Andrés. Respecto al personal con el que contaba, el 22 de
febrero de 1821 se elaboró un informe en el que se señaló la presencia de dos
practicantes, seis repartidores de bebidas, doce barchilones, dos “jeringeros”,
dos para la limpieza, dos barrenderos, un ayudante cajonero, un despensero,
dos cocineros, cuatro boticarios, dos hortelanos, un lavandero, dos practicantes
de sangradores, dos “huntadores” y dos loqueros.
59
Años después de la independencia los enfermos fueron llevados al hospital
de San Bartolomé, hasta que su número hizo insuciente el nuevo local, lo
que llevó a que Juan Gil, primer director de la Sociedad de Benecencia
Pública de Lima, repoblara el de San Andrés nuevamente en 1835 con una
previa reparación del edicio. Posteriormente este mismo establecimiento
hospitalario, ya dedicado a la cura de dementes, fue llevado a los barrios del
Cercado, donde subsistió hasta que se fundó el hospital Larco Herrera.
60
Conclusiones
La política asistencialista colonial estuvo marcada por dos periodos.
El primero donde el asistencialismo tenía una orientación religiosa, de
sentimiento piadoso y de amor al prójimo. Mientras que la segunda etapa,
inuido por el avance de la ciencia médica y la llegada de la corriente
ilustrada, el asistencialismo fue marcado por un carácter más cientíco. Los
enfermos españoles del hospital Real de San Andrés vieron un cambio en la
forma del trato y atención que recibían. Los médicos, cirujanos y barchilones
ahora poseían una mayor capacitación, a raíz que estaban siendo imbuidos por
los últimos avances en la medicina, ello debido a la creación de instituciones
como el Anteatro Anatómico y la escuela de Medicina de San Fernando.
Sin embargo, una cosa era la capacitación del personal del nosocomio y otra
cosa distinta fue que dicha capacitación se plasmara en la realidad. La política
asistencialista durante el reinado de los Habsburgo, a pesar de no contar
con el gran desarrollo de la medicina de mediados del siglo XVIII, a causa
del sentimiento de piedad y de misericordia propia de la sociedad religiosa
de entonces, tuvo una mayor empatía hacia los enfermos, en este caso de
españoles. Si bien las rentas, censos y limosnas no siempre cubrían los gastos
anuales, el espíritu religioso primaba por encima de todo.
59
Hasta meses antes de la independencia en el hospital laboraban 43 personas. AGN. Sótano-Varios. Leg.
220, folio 23r.
60
BROMLEY, Juan. Las viejas calles de Lima. Lima: Municipalidad Metropolitana de Lima. 2005. Ge-
rencia de Educación, Cultura y Deportes, p. 289-290.
183
Con la llegada de la ilustración y el desarrollo médico hubo un giro en
el modo de asistir a los enfermos españoles. Hubo un gran impacto entre el
asistencialismo tradicional y el asistencialismo dieciochesco. Por lo que no
era raro el surgimiento de disputas entre los cientícos y los mayordomos que
dirigían San Andrés. La trascendencia de esta nueva tendencia en la medicina
fue clave para cambiar esa orientación de solo calmar para ahora enfocarse
más en curar. El aporte de cientícos como Hipólito Unanue en impulsar
la fundación de centros como la Escuela de Medicina de San Fernando fue
trascendente en el campo médico, pero no signicó lo mismo en relación al
trato humano. En ese sentido hubo un decaimiento en el asistencialismo, el
sentimiento de piedad de los dos primeros siglos mermó para nales de la
colonia. Los enfermos españoles tuvieron que padecer muchas veces con el
trato inhumano del personal. Eran golpeados, denigrados, espiritualmente no
sanaban. Así, con el ocaso del colonialismo, la política asistencialista hacia
los enfermos españoles en términos medicinales mejoró enormemente, pero
lamentablemente esto no siempre se reejaba en el trato que recibían.
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