noches andando alrededor de su cama, ya subiéndose a la cama, ya
trepando sobre el cielo de su pobre lecho…
41
Conclusión
Las exequias de sor María Ignacia del Sacramento nos acercan al papel
asignado a la mujer en el mantenimiento del orden social colonial. Son
utilizadas por su confesor para transmitir a sus hermanas el modelo de
comportamiento religioso femenino que debían respetar para cumplir esa
función asignada. Esto es facilitado al autor por el tipo de discurso, el
sermón de honras fúnebres, y por su calidad de confesor, que le permite
idealizar la biografía de la monja alegando ser conocedor de sus
experiencias íntimas, solo a él confiadas. Gracias a ello puede proyectar en
su discurso el modelo ideal de la vida religiosa femenina sobre la biografía
de sor Ignacia, sin ser cuestionado por su público.
Fuentes y Bibliografía
ARAYA, A., “La pureza y la carne: el cuerpo de las mujeres en el
imaginario político de la sociedad colonial”, Revista de Historia Social y de
las Mentalidades, Año VIII, vol. ½, Santiago de Chile, Universidad de
Santiago de Chile, 2004, pp. 67-90.
BURNS, K., Hábitos coloniales. Los conventos y la economía espiritual del
Cuzco, Lima, Centro de Estudios Andinos e IFEA, 2008.
CERDÁN, Francis, “La oración fúnebre del Siglo de Oro. Entre sermón
evangélico y panegírico poético sobre fondo de teatro”, Criticón, nº 30,
Toulouse, 1985, pp. 78-102.
PAZ, Octavio, Sor Juan Inés de la Cruz. Las trampas de la fe, México,
FCE, 1984.
41
Ibídem, fol. 13-13v.
Una rosa para la libertad: doña Rosa
Campusano Cornejo en el Perú
Jorge Luis Castro
1
Resumen
El presente artículo pretende ofrecer una perspectiva distinta de la vida de
Rosa Campusano Cornejo, dama guayaquileña, conocida por la presunta
relación sentimental que sostuvo con el general José de San Martín mientras
estuvo en Lima.
Tomando como base un estudio biográfico de escasísima difusión, y el
testamento allí publicado, queremos enfocar su vida teniendo en cuenta los
prejuicios, convencionalismos y coerciones de su tiempo. Se reflexiona
acerca del olvido que la historiografía peruana suele tener acerca del papel
de la mujer en el proceso emancipador y en general en todos los procesos
históricos nacionales.
Palabras clave: Mujer / Independencia / Legitimidad e Ilegitimidad/
prejuicios
Abstract
This paper seeks to provide a different perspective on the life of Dona Rosa
Campusano Cornejo, guayaquileña lady, known for the alleged affair she
had with the General Jose de San Martin while he was in Lima.
Based on a biographical study of very low diffusion and the testament
published there, we want to focus her life considering prejudices,
conventions and constraints of their time. It reflects on the forgetfulness that
Peruvian historiography usually has about the role of women in the
emancipatory process and generally in all national historical processes.
Keywords: Female / Independence / Legitimacy and illegitimacy /
prejudices
1 Magister en Historia por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Profesor de Historia del
Perú de la Organización San Ignacio de Loyola y de la Facultad de Ciencias Administrativas de la
UNMSM.
299
1. Rosa Campusano, una mujer víctima de los prejuicios y la
maledicencia
María Rosa Campusano Cornejo nació en Guayaquil el 13 de abril de 1796
y fue bautizada el 31 de mayo de ese mismo año en la parroquia El
Sagrario. Hija natural del teniente corregidor del pueblo de Samborondón,
Francisco Herrera Campusano y Gutiérrez con la mulata Felipa Corneja.
Subsisten dudas y discrepancias acerca de si finalmente fue reconocida o no
por su padre.2 El cura que la bautizó escribió en su partida que la niña
recién nacida era una “quarterona libre” (Ingunza, Marticorena y Puntriano
2002: 2).
Se puede suponer entonces que Rosa creció y vivió al lado de su madre
Felipa llevando la vida que correspondía a una hija de mulata, cuya piel era
de color capulí. Arrastró de por vida su condición de ilegítima como un
estigma que le impediría ascender en el escalafón social, pues ningún
español o criollo escogería por esposa a una mujer que, por muy bella que
fuera (y al parecer la Campusano lo era) tenía tal ascendencia.
Recordemos que para inicios del siglo XIX el asunto de la legitimidad era
un atributo del honor y estaba relacionado con criterios de separación y
diferenciación de grupos sociales (Manarelli 1993: 167). Contraer
matrimonio con una mujer “ilegitima” equivalía a un retroceso en la
escalera de ascenso social. Rosa Campusano sabía esto muy bien, y no es
difícil imaginar que en su niñez y juventud sufrió los prejuicios y
maledicencias de sus coetáneos, esto explica que a lo largo de su vida tratara
de obtener el mayor provecho de sus ocasionales amantes. No siendo una
opción el matrimonio, el concubinato se convertía en un medio a través del
cual la mujer podía aparentar y ostentar, al menos temporalmente, una mejor
posición social. El concubinato era además una opción aceptada y preferida
por criollos y españoles pobres, convirtiendo a la relación sexual en un
medio de escala social (Macera 1977, 3: 339).
La mujer que sería recordada siempre como “La Protectora” habría llegado
a Lima en 1817, poco después de cumplir los 20 años de su edad. Se
encontraba pues en la flor de su juventud y evidentemente atraería las
miradas de más de un caballero. Según Ricardo Palma, la Campusano llegó
2 Al respecto, el historiador Juan Luis Orrego Penagos afirma en su blog que Francisco Herrera sí
reconoció a Rosa en su testamento. Ingunza Simonetti dice lo contrario.
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Revista del Archivo General de la Nación Nº31
1. Rosa Campusano, una mujer víctima de los prejuicios y la
maledicencia
María Rosa Campusano Cornejo nació en Guayaquil el 13 de abril de 1796
y fue bautizada el 31 de mayo de ese mismo año en la parroquia El
Sagrario. Hija natural del teniente corregidor del pueblo de Samborondón,
Francisco Herrera Campusano y Gutiérrez con la mulata Felipa Corneja.
Subsisten dudas y discrepancias acerca de si finalmente fue reconocida o no
por su padre.2 El cura que la bautizó escribió en su partida que la niña
recién nacida era una “quarterona libre” (Ingunza, Marticorena y Puntriano
2002: 2).
Se puede suponer entonces que Rosa creció y vivió al lado de su madre
Felipa llevando la vida que correspondía a una hija de mulata, cuya piel era
de color capulí. Arrastró de por vida su condición de ilegítima como un
estigma que le impediría ascender en el escalafón social, pues ningún
español o criollo escogería por esposa a una mujer que, por muy bella que
fuera (y al parecer la Campusano lo era) tenía tal ascendencia.
Recordemos que para inicios del siglo XIX el asunto de la legitimidad era
un atributo del honor y estaba relacionado con criterios de separación y
diferenciación de grupos sociales (Manarelli 1993: 167). Contraer
matrimonio con una mujer “ilegitima” equivalía a un retroceso en la
escalera de ascenso social. Rosa Campusano sabía esto muy bien, y no es
difícil imaginar que en su niñez y juventud sufrió los prejuicios y
maledicencias de sus coetáneos, esto explica que a lo largo de su vida tratara
de obtener el mayor provecho de sus ocasionales amantes. No siendo una
opción el matrimonio, el concubinato se convertía en un medio a través del
cual la mujer podía aparentar y ostentar, al menos temporalmente, una mejor
posición social. El concubinato era además una opción aceptada y preferida
por criollos y españoles pobres, convirtiendo a la relación sexual en un
medio de escala social (Macera 1977, 3: 339).
La mujer que sería recordada siempre como “La Protectora” habría llegado
a Lima en 1817, poco después de cumplir los 20 años de su edad. Se
encontraba pues en la flor de su juventud y evidentemente atraería las
miradas de más de un caballero. Según Ricardo Palma, la Campusano llegó
2 Al respecto, el historiador Juan Luis Orrego Penagos afirma en su blog que Francisco Herrera sí
reconoció a Rosa en su testamento. Ingunza Simonetti dice lo contrario.
a Lima en compañía del general Domingo Tristán Moscoso, un cincuentón
que evidentemente la complacería en todos sus caprichos.
2. Su presunta relación con el general San Martín
Como bien sabemos, San Martín desembarcó en Paracas en setiembre de
1820 e ingresó a Lima en julio de 1821, permaneciendo aquí hasta setiembre
de 1822. Se ha afirmado hasta la saciedad que San Martín tuvo una relación
amorosa con Rosa Campusano y que incluso habrían tenido un hijo. La
novela histórica de Silvia Puente, Remedios Escalada, el escándalo y el
fuego en la vida de San Martín, publicada en Buenos Aires el año 2000,
recogió y difundió esta versión (Puente, 2000: 184), que caló
profundamente en el imaginario colectivo argentino. La periodista argentina,
autora de esta novela, consignó en sus agradecimientos a Violeta
Antonarelli, de la Academia Nacional de Historia, y a diversas personas de
la Biblioteca Nacional de Argentina y el Archivo General de la Nación de
ese país. Evidentemente, la literatura y la historia pueden converger, pero el
problema se da cuando la ficción sustituye a la realidad, cuando el mito y la
anécdota sustituyen al hecho histórico en las mentes de las grandes
mayorías. Esto sucede en el caso de Rosa Campusano en su relación con el
general San Martín. Ello evidentemente pudo no ser la intención de la citada
periodista que escribió una simpática novela, pero el hecho es que el común
de los individuos no suele distinguir entre un texto histórico y una novela
histórica y es allí cuando se origina la confusión. Lo cierto es que fue
Ricardo Palma el principal difusor de este supuesto idilio alimentándolo con
una Tradición.
San Martín estaba casado con Remedios Escalada, una joven de quien se
tuvo que alejar para concluir su empeño emancipador. Remedios tenía salud
frágil, de modo que se tornaba imposible que acompañara a San Martín en
su empresa libertaria. Hay que recordar que ambos concibieron una hija de
nombre Mercedes que acompañaría al Libertador hasta el final de sus días.
El matrimonio de San Martín duró once años, seis de los cuales los pasó
separado de su esposa, sin embargo existen testimonios y documentos que
permiten asegurar que se trató de un matrimonio feliz.3 La tragedia fue que
al regresar San Martín a Argentina ya no encontró a su esposa con vida,
pues Remedios falleció en agosto de 1823, apenas a los 25 años de edad
3 Véase al respecto el artículo de Víctor Barrionuevo Imposti, “Las Patricias”, citado en la
bibliografía.
301
Una rosa para la libertad: doña Rosa Campusano Cornejo en el Perú
víctima de una tuberculosis, incluso la madre de esta culpó a San Martín de
la muerte de su hija.
Para 1821 hacía ya buen tiempo que San Martín solo tenía contacto con su
esposa y su familia política a través de la correspondencia. Se hace entonces
muy probable que Rosa Campusano tuviera con San Martín algún tipo de
relación que fuera más allá de lo meramente protocolar o amical; de allí
nacen las especulaciones acerca de la existencia de un vástago. Rosa
Campusano no tuvo ni pudo haber tenido un hijo con San Martín, lo que
pudo existir en todo caso fue “cierto entendimiento amoroso”, como afirma
Manuel Augusto de Ingunza Simonetti, uno de los biógrafos más
importantes de San Martín en nuestro medio. Lo que está fuera de duda es
que Rosa Campusano tuvo una influencia “notable” durante la duración del
Protectorado (Ingunza, Marticorena y Puntriano 2002: 4).
El ingeniero Manuel Augusto de Ingunza Simonetti, presidente emérito del
Instituto Sanmartiniano del Perú, junto con Gabriel Marticorena Carrillo y
Carlos Puntriano Fugari, publicaron el año 2002 una investigación original
sobre Rosa Campusano, un trabajo que apenas pudo ser reproducido en 50
ejemplares, dadas las carencias económicas del Instituto que apenas recibía
una modestísima asignación económica por parte del Estado. En ese breve
estudio Ingunza y sus coautores demostraron que el único hijo que tuvo
Rosa Campusano, de nombre Alejandro, nació en 1835, es decir trece años
después de la partida de San Martín, siendo su padre fue el ciudadano
alemán Juan Weninger.
Siempre y cuando la relación se diera con algún recato y discreción, la
condición masculina de San Martín le permitía tomarse alguna libertad a
sabiendas de que sería tolerada por la sociedad. Hay que recordar lo
planteado por Norbert Elías en su libro El Proceso de la civilización (1987):
En el siglo XIX la opinión social condena de modo absolutamente
estricto toda relación extramatrimonial. Por supuesto (…) la
violación del tabú de las relaciones extramatrimoniales por parte del
hombre es considerada socialmente con mayor tolerancia que el
comportamiento similar por parte de la mujer. Ambas transgresiones
por lo demás, quedan completamente excluidas de la vida social
oficial, estos comportamientos se relegan de modo estricto a la
trastienda de la sociedad, a la esfera de lo secreto (1987: 224).
Aunque el análisis de Elías está pensado para el contexto europeo, es válido
aplicarlo a nuestra realidad, sin embargo no debemos olvidar que aquí se
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Revista del Archivo General de la Nación Nº31
víctima de una tuberculosis, incluso la madre de esta culpó a San Martín de
la muerte de su hija.
Para 1821 hacía ya buen tiempo que San Martín solo tenía contacto con su
esposa y su familia política a través de la correspondencia. Se hace entonces
muy probable que Rosa Campusano tuviera con San Martín algún tipo de
relación que fuera más allá de lo meramente protocolar o amical; de allí
nacen las especulaciones acerca de la existencia de un vástago. Rosa
Campusano no tuvo ni pudo haber tenido un hijo con San Martín, lo que
pudo existir en todo caso fue “cierto entendimiento amoroso”, como afirma
Manuel Augusto de Ingunza Simonetti, uno de los biógrafos más
importantes de San Martín en nuestro medio. Lo que está fuera de duda es
que Rosa Campusano tuvo una influencia “notable” durante la duración del
Protectorado (Ingunza, Marticorena y Puntriano 2002: 4).
El ingeniero Manuel Augusto de Ingunza Simonetti, presidente emérito del
Instituto Sanmartiniano del Perú, junto con Gabriel Marticorena Carrillo y
Carlos Puntriano Fugari, publicaron el año 2002 una investigación original
sobre Rosa Campusano, un trabajo que apenas pudo ser reproducido en 50
ejemplares, dadas las carencias económicas del Instituto que apenas recibía
una modestísima asignación económica por parte del Estado. En ese breve
estudio Ingunza y sus coautores demostraron que el único hijo que tuvo
Rosa Campusano, de nombre Alejandro, nació en 1835, es decir trece años
después de la partida de San Martín, siendo su padre fue el ciudadano
alemán Juan Weninger.
Siempre y cuando la relación se diera con algún recato y discreción, la
condición masculina de San Martín le permitía tomarse alguna libertad a
sabiendas de que sería tolerada por la sociedad. Hay que recordar lo
planteado por Norbert Elías en su libro El Proceso de la civilización (1987):
En el siglo XIX la opinión social condena de modo absolutamente
estricto toda relación extramatrimonial. Por supuesto (…) la
violación del tabú de las relaciones extramatrimoniales por parte del
hombre es considerada socialmente con mayor tolerancia que el
comportamiento similar por parte de la mujer. Ambas transgresiones
por lo demás, quedan completamente excluidas de la vida social
oficial, estos comportamientos se relegan de modo estricto a la
trastienda de la sociedad, a la esfera de lo secreto (1987: 224).
Aunque el análisis de Elías está pensado para el contexto europeo, es válido
aplicarlo a nuestra realidad, sin embargo no debemos olvidar que aquí se
vivía un contexto de guerra y desmoronamiento del orden colonial. Si como
parece el caso esta relación se dio, quedó como dice Elías “en la esfera de lo
secreto”, pues evidentemente no existe documento, carta o testimonio
escrito que deje prueba de lo sucedido. Únicamente existe el decreto
sanmartiniano donde se concede a Rosa Campusano y a muchas otras
patriotas una condecoración y el título de “Benemérita”, merced a sus
servicios a la causa de la libertad.4 Sin duda, como ya anotamos, mucho
influyó en el imaginario colectivo la tradición de Ricardo Palma para
alimentar y “consolidar” esta supuesta relación.
El 17 de agosto de 2000, con motivo de los 150 años del fallecimiento de
San Martín, el diario bonaerense El Clarín, publicó un artículo de Alberto
Gonzáles Tor titulado De eso no se habla, donde se comenta precisamente
la presunta relación de San Martín con Rosa, recalcando el rol de espía
desarrollado por la Campusano, de quien se dice también haber sido una
persona ilustrada.
El escritor peruano Ricardo Palma, autor de Tradiciones Peruanas,
fue el primero en divulgar el amor de San Martín por Campusano,
hija natural de un funcionario rico e importante, productor de cacao.
Amante de un general realista, la joven fue una excelente espía para
las fuerzas libertadoras. Audaz, inteligente, había leído al filósofo
ginebrino Jean Jacques Rousseau y le gustaban el teatro y la
literatura (2000: 16).
Gonzales Tor recoge el parecer de la destacada historiadora argentina
Florencia Grosso que menciona que a San Martín no se le conoció ningún
amorío escandaloso y, si bien es cierto no fue un ascético monje, tampoco
tuvo las 35 amantes que llegó a tener Simón Bolívar. Gonzales recoge
también las opiniones de los historiadores José García Hamilton y Patricia
Pasquali, quienes afirman que respecto a su relación con Rosa Campusano,
San Martín no fue ni discreto ni recatado, sino que por el contrario nunca
ocultó su relación. En nuestro medio, Juan Luis Orrego Penagos también
afirma que San Martín ventilaba públicamente su relación con la
Campusano exhibiéndose con ella en las calles de Lima. Orrego va más allá
e insinúa que debido a ella San Martín paulatinamente fue haciéndose amigo
del lujo y el boato.5Surge la polémica pues el general de brigada (r) Diego
4 Véase el Anexo 2.
5 Ver al respecto el artículo de Orrego Penagos. “Rosa Campuzano: La Protectora”, disponible en:
http://blog.pucp.edu.pe/blog/juanluisorrego/2008/07/26/
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Una rosa para la libertad: doña Rosa Campusano Cornejo en el Perú
Alejandro Soria, presidente del Instituto Sanmartiniano de Buenos Aires
afirma que:
San Martín, Protector del Perú, no se iba a exhibir con una persona
de esta catadura. El general, cual estratega que estudia todos los
detalles antes de empezar una batalla, desechó cualquier amor que
pudiera poner en peligro su carrera. El misterio de una bella mujer
nunca perturbó sus planes de guerra. En el Perú, con plenos poderes,
estuvo rodeado de damas, jóvenes y maduras, y sólo le hubiera
bastado levantar su dedo índice para quedarse con cualquiera. No lo
hizo. (Alejandro Soria en Gonzales Tor, 2000)
Se suele aceptar entonces que el romance pudo haber existido, pero si así
fue se trató en todo caso de un romance pasajero. San Martín era casado,
amaba a su esposa y aunque hubiese llegado a Lima soltero, la condición de
“ilegitimidad” de doña Rosa hacían imposible, o al menos poco probable, la
posibilidad de que contrajese con ella vínculos perpetuos. Es interesante
comentar la erudición que le atribuye Alberto Gonzales a la dama materia de
nuestro estudio. Si Rosa se crió con su madre, creemos poco probable que
haya adquirido la formación intelectual necesaria para leer y entender a
Rousseau.
El 1 de agosto de 2010, María Fernández Arribasplata publicó en El
Comercio un artículo titulado Conozca la historia de Rosa Campusano,
espía y amante del libertador José de San Martín, donde afirmaba que “la
hacienda Mirones y el palacio virreinal fueron testigos de su pasión” y que
“como cuenta la historia oficial, San Martín se la llevaría a la casa
campestre de la Magdalena”. La autora no cita la fuente ni menciona a cuál
“historia oficial” se refiere.
Lo más probable es que San Martín tuviera algún acercamiento fugaz, como
ya mencionamos. Ciertamente el “entendimiento amoroso” del que habla
Ingunza Simonetti pudo existir, pero no bastó para retener a San Martín en
Lima. Ricardo Palma y el imaginario colectivo se encargarían de hacer el
resto, convirtiendo lo que pudo ser un breve acercamiento en un tórrido
romance que acaso no existió. Parece que la intención de Palma fue
“animar” la vida sentimental de San Martín en contraste con la intensísima
vida de Simón Bolívar. Sin embargo, es sabido que se trataba de
personalidades diametralmente opuestas. En la mente de San Martín existían
prioridades que no privilegiaban lo sensual. Recuérdese además que San
Martín pasó gran parte de su estadía en Lima enfermo, situación que
evidentemente impediría cualquier situación romántica.
304
Revista del Archivo General de la Nación Nº31
Alejandro Soria, presidente del Instituto Sanmartiniano de Buenos Aires
afirma que:
San Martín, Protector del Perú, no se iba a exhibir con una persona
de esta catadura. El general, cual estratega que estudia todos los
detalles antes de empezar una batalla, desechó cualquier amor que
pudiera poner en peligro su carrera. El misterio de una bella mujer
nunca perturbó sus planes de guerra. En el Perú, con plenos poderes,
estuvo rodeado de damas, jóvenes y maduras, y sólo le hubiera
bastado levantar su dedo índice para quedarse con cualquiera. No lo
hizo. (Alejandro Soria en Gonzales Tor, 2000)
Se suele aceptar entonces que el romance pudo haber existido, pero si así
fue se trató en todo caso de un romance pasajero. San Martín era casado,
amaba a su esposa y aunque hubiese llegado a Lima soltero, la condición de
“ilegitimidad” de doña Rosa hacían imposible, o al menos poco probable, la
posibilidad de que contrajese con ella vínculos perpetuos. Es interesante
comentar la erudición que le atribuye Alberto Gonzales a la dama materia de
nuestro estudio. Si Rosa se crió con su madre, creemos poco probable que
haya adquirido la formación intelectual necesaria para leer y entender a
Rousseau.
El 1 de agosto de 2010, María Fernández Arribasplata publicó en El
Comercio un artículo titulado Conozca la historia de Rosa Campusano,
espía y amante del libertador José de San Martín, donde afirmaba que “la
hacienda Mirones y el palacio virreinal fueron testigos de su pasión” y que
“como cuenta la historia oficial, San Martín se la llevaría a la casa
campestre de la Magdalena”. La autora no cita la fuente ni menciona a cuál
“historia oficial” se refiere.
Lo más probable es que San Martín tuviera algún acercamiento fugaz, como
ya mencionamos. Ciertamente el “entendimiento amoroso” del que habla
Ingunza Simonetti pudo existir, pero no bastó para retener a San Martín en
Lima. Ricardo Palma y el imaginario colectivo se encargarían de hacer el
resto, convirtiendo lo que pudo ser un breve acercamiento en un tórrido
romance que acaso no existió. Parece que la intención de Palma fue
“animar” la vida sentimental de San Martín en contraste con la intensísima
vida de Simón Bolívar. Sin embargo, es sabido que se trataba de
personalidades diametralmente opuestas. En la mente de San Martín existían
prioridades que no privilegiaban lo sensual. Recuérdese además que San
Martín pasó gran parte de su estadía en Lima enfermo, situación que
evidentemente impediría cualquier situación romántica.
A pesar del consenso que acepta la posibilidad del romance, existen voces,
como la de Víctor Barrionuevo Imposti, del Instituto Sanmartiniano de
Buenos Aires, que afirman que “No se sabe de cierto si dichas relaciones
fueron amatorias”6, dejando abierta la polémica. Aunque nos inclinamos
por la posibilidad de un encuentro fugaz, quizá pudo tratarse de una mera
relación amical que fue distorsionada justamente por los factores de
prejuicio y maledicencia que estamos tratando. Lamentablemente como ya
señalamos, ocasionalmente la literatura sustituye a la historia en el
imaginario colectivo y este parece ser un caso más, que recuerda al cuento
de Valdelomar sobre San Martín en Paracas.
3. Rosa Campusano después de San Martín
Lo cierto es que una vez que el general San Martín abandonó el Perú, Rosa
Campusano volvió a lo que consideraba “su vida normal”. Apenas un año
después de la salida de San Martín, el 30 de noviembre de 1823, Rosa
Campusano contrajo matrimonio religioso con Juan Adolfo de Grawert y
Blomberg, comerciante prusiano nacido en Neuchatel, Suiza, hombre
apenas dos años mayor que ella. Grawert era hijo de nobles prusianos, su
padre fue el general mayor barón de Grawert y su madre la baronesa
Wilelmina de Blomberg (Ingunza, Marticorena y Puntriano 2002: 4). Un
extranjero ajeno a los prejuicios de la naciente sociedad republicana, fue el
indicado para contraer nupcias con Rosa, ningún criollo lo hubiera hecho.
Este matrimonio sin duda representó para Campusano una oportunidad
significativa de ascenso social.
Lamentablemente, las diferencias culturales habrían jugado en contra de
Rosa y el matrimonio no prosperó. El barón prusiano regresó a los Alpes y
Rosa permaneció en Lima. Además de las diferencias culturales,
Campusano no habría podido cambiar “su estilo de vida liberal”, como
indica Manuel de Ingunza Simonetti, perdiendo la posición económica de
que gozaba.
4. La solicitud de 1836
En 1836, Rosa Campusano presentó una solicitud al gobierno pidiendo se le
conceda una pensión de gracia por “los servicios prestados a la causa
americana” y por encontrarse en situación de ser “una pobre madre reducida
6 Véase nuevamente el artículo de Víctor Barrionuevo cuya referencia aparece en la bibliografía.
305
Una rosa para la libertad: doña Rosa Campusano Cornejo en el Perú
al extremo de la miseria”. La solicitud fue denegada y apenas contestada
con un breve proveído de dos líneas donde se manifestaba que no había
dinero. Efectivamente para 1836, como ya indicamos, Rosa era madre de un
hijo cuyo padre era el alemán Juan Weninger, que tenía una zapatería
ubicada en la calle Plateros. El Estado sin embargo no tenía cómo atender a
su solicitud.
Ahora bien. ¿Por qué Rosa llegó a esta situación en 1836? Es indudable que
la posición económica y social de esta dama declinó a la par que su belleza.
Para 1836, contaba Rosa con 42 años y un hijo pequeño a cuestas. Las
fiestas y las relaciones sociales de su juventud habían quedado en el pasado.
Sin haber aprendido oficio alguno y sin parientes conocidos en Lima, pues
sus pocos familiares estaban en Guayaquil, es comprensible su angustiosa
situación; que muy probablemente gastaría buena parte del dinero que
manejó en vestidos o atenciones a las personas que integraban el círculo que
frecuentaba. Es evidente que el alemán Weninger, no quiso o no pudo
ocuparse de Rosa y de su pequeño hijo, pues solo les brindaba una
reducidísima pensión que jamás aliviaría su terrible situación económica, de
la que, por lo demás, jamás saldrían.
La solicitud de 1836 constituye el esfuerzo postrero de una dama caída en
desgracia que busca en su pasado la salvación a su condición de angustia e
incertidumbre presentes. Al exponer su solicitud, Rosa habla en plural de
“hijos tiernos”. Queda la duda de saber si acaso tuvo otro hijo, que perdió
prematuramente dada la alta mortandad infantil de la época, o si escribió
esto para causar mayor impacto emocional entre los lectores de su pedido.
En todo caso, para 1836 el Estado no contaba con dinero y su solicitud no
fue atendida.
Gustavo Pons Muzzo recogió esta solicitud en 1971 y la publicó en el
volumen 2 del Tomo VIII de la Colección Documental de la Independencia
del Perú, esfuerzo historiográfico valioso del gobierno dictatorial del general
Juan Velasco Alvarado, que declaró concluida la tarea en 1975, sin alcanzar
a publicar todos los volúmenes proyectados.
5. El testamento de Rosa Campusano. Una visión diferente
El 21 de julio de 1843, Rosa Campusano otorgó testamento ante el
escribano Baltasar Núñez del Prado al sentirse seriamente enferma, sin
embargo sobrevivió algunos años más antes de morir en los brazos de su
306
Revista del Archivo General de la Nación Nº31
al extremo de la miseria”. La solicitud fue denegada y apenas contestada
con un breve proveído de dos líneas donde se manifestaba que no había
dinero. Efectivamente para 1836, como ya indicamos, Rosa era madre de un
hijo cuyo padre era el alemán Juan Weninger, que tenía una zapatería
ubicada en la calle Plateros. El Estado sin embargo no tenía cómo atender a
su solicitud.
Ahora bien. ¿Por qué Rosa llegó a esta situación en 1836? Es indudable que
la posición económica y social de esta dama declinó a la par que su belleza.
Para 1836, contaba Rosa con 42 años y un hijo pequeño a cuestas. Las
fiestas y las relaciones sociales de su juventud habían quedado en el pasado.
Sin haber aprendido oficio alguno y sin parientes conocidos en Lima, pues
sus pocos familiares estaban en Guayaquil, es comprensible su angustiosa
situación; que muy probablemente gastaría buena parte del dinero que
manejó en vestidos o atenciones a las personas que integraban el círculo que
frecuentaba. Es evidente que el alemán Weninger, no quiso o no pudo
ocuparse de Rosa y de su pequeño hijo, pues solo les brindaba una
reducidísima pensión que jamás aliviaría su terrible situación económica, de
la que, por lo demás, jamás saldrían.
La solicitud de 1836 constituye el esfuerzo postrero de una dama caída en
desgracia que busca en su pasado la salvación a su condición de angustia e
incertidumbre presentes. Al exponer su solicitud, Rosa habla en plural de
“hijos tiernos”. Queda la duda de saber si acaso tuvo otro hijo, que perdió
prematuramente dada la alta mortandad infantil de la época, o si escribió
esto para causar mayor impacto emocional entre los lectores de su pedido.
En todo caso, para 1836 el Estado no contaba con dinero y su solicitud no
fue atendida.
Gustavo Pons Muzzo recogió esta solicitud en 1971 y la publicó en el
volumen 2 del Tomo VIII de la Colección Documental de la Independencia
del Perú, esfuerzo historiográfico valioso del gobierno dictatorial del general
Juan Velasco Alvarado, que declaró concluida la tarea en 1975, sin alcanzar
a publicar todos los volúmenes proyectados.
5. El testamento de Rosa Campusano. Una visión diferente
El 21 de julio de 1843, Rosa Campusano otorgó testamento ante el
escribano Baltasar Núñez del Prado al sentirse seriamente enferma, sin
embargo sobrevivió algunos años más antes de morir en los brazos de su
hijo Alejandro el 9 de setiembre de 1851, a los 55 años de edad, víctima de
una hernia diafragmática.
En su testamento declaró ser “hija natural de Francisco Campusano y Felipa
Cornejo” arrastrando así su condición de ilegitimidad hasta el final de sus
días. Luego de las acostumbradas invocaciones religiosas, dejó constancia
de ser una mujer “casada y abandonada” en un intento de dejar en alto su
reputación. Declaró ser madre de un hijo de unos ocho años a quien nombró
como heredero de sus únicos bienes, consistentes en unos “pocos muebles y
alguna ropa”. Nombró por tutor y curador de su hijo al general José
Jaramillo, que también era su padrino.
No mencionó el nombre del padre de su hijo. No pudo dejarle a su hijo
herencia alguna y tampoco “un buen nombre”. Su testamento refleja la vida
de una mujer marcada por su origen. Se declara pobre e insolvente. Sus días
de apogeo habían terminado. En el margen del testamento el escribano anotó
la palabra “Gratis”, evidenciando el gesto de caridad que tuvo para con una
mujer que rozaba la indigencia. En su juventud, Rosa Campusano sabía muy
bien cuáles eran las cartas que podía jugar y así lo hizo. Tal como se lo
propuso, logró el ascenso social, pero este fue efímero, y cuando finalmente
logró un matrimonio conveniente, no pudo sostenerlo, acaso por no poder
detener su ritmo de vida liberal como indicó Ingunza Simonetti.
Intentó que el Estado reconociera sus servicios y la auxiliara, pero los
caóticos años iniciales de la República dejaron exhausto el erario nacional y
no pudo obtener nada. Terminó sus días pobre, siendo apenas mencionada
por El Comercio entre los fallecidos del mes. Su defunción se registro en la
parroquia El Sagrario de Lima y posteriormente sus restos fueron
trasladados al Presbítero Maestro, a un cuartel que desapareció como
consecuencia de los continuos terremotos (Ingunza, Marticorena y Puntriano
2002: 5).
Epílogo
Ciertamente, Rosa Campusano alcanzó fama por su presunta relación
sentimental con el Protector. Como ella, fueron muchas las mujeres que
participaron del proceso emancipador, más allá de las conocidas “rabonas”
que acompañaban a los soldados a donde iban. Algunas de estas damas,
conocidas como Las Patricias, fueron reconocidas y condecoradas por el
gobierno, pero muchas quedaron en el anonimato. Se recuerda a la
Campusano, al igual que se menciona a Manuela Sáenz, por su cercanía con
307
Una rosa para la libertad: doña Rosa Campusano Cornejo en el Perú
San Martín y Bolívar respectivamente. Faltan estudios acerca de las otras
Patricias y de muchísimas mujeres que han sido olvidadas por nuestra
historiografía, acaso por su condición femenina. No se reflexiona sobre las
circunstancias que envolvían a las mujeres en los inicios de la República, no
siendo pocas las que compartieron los deseos separatistas y que son
habitualmente soslayadas.
En la figura de Rosa Campusano recordamos a todas las mujeres que
vivieron y lucharon toda su vida contra los prejuicios de una sociedad que
las marcaba de por vida. Rosa concluyó sus días pobre y olvidada, en ella
vemos no solo a la mujer víctima de una sociedad injusta y discriminatoria,
sino a la mujer seriamente comprometida con la causa separatista. Se puede
cuestionar su patriotismo y argumentar que solo buscaba el ascenso social,
sin embargo en la solicitud de 1836 observamos que en muchas ocasiones
arriesgó demasiado y llegó a ser encarcelada, demostrando con su conducta
que en verdad albergaba simpatías por la patria.
En distintos artículos y conferencias hemos ya expresado que seguimos
haciendo una historia excluyente, donde no se toma en cuenta la
participación de algunos sectores subalternos en nuestro proceso
emancipador. Se sigue diciendo que los peruanos participamos poco o nada,
y si lo hicimos fue para defender las banderas reales o para permanecer
como meros espectadores. Nada más falso. El pueblo peruano colaboró y
mucho. Si recordamos la participación del pueblo peruano en las luchas
separatistas, recordemos también a las mujeres que como Rosa Campusano
creyeron en la causa patriota y murieron en la pobreza y el olvido.
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Revista del Archivo General de la Nación Nº31
San Martín y Bolívar respectivamente. Faltan estudios acerca de las otras
Patricias y de muchísimas mujeres que han sido olvidadas por nuestra
historiografía, acaso por su condición femenina. No se reflexiona sobre las
circunstancias que envolvían a las mujeres en los inicios de la República, no
siendo pocas las que compartieron los deseos separatistas y que son
habitualmente soslayadas.
En la figura de Rosa Campusano recordamos a todas las mujeres que
vivieron y lucharon toda su vida contra los prejuicios de una sociedad que
las marcaba de por vida. Rosa concluyó sus días pobre y olvidada, en ella
vemos no solo a la mujer víctima de una sociedad injusta y discriminatoria,
sino a la mujer seriamente comprometida con la causa separatista. Se puede
cuestionar su patriotismo y argumentar que solo buscaba el ascenso social,
sin embargo en la solicitud de 1836 observamos que en muchas ocasiones
arriesgó demasiado y llegó a ser encarcelada, demostrando con su conducta
que en verdad albergaba simpatías por la patria.
En distintos artículos y conferencias hemos ya expresado que seguimos
haciendo una historia excluyente, donde no se toma en cuenta la
participación de algunos sectores subalternos en nuestro proceso
emancipador. Se sigue diciendo que los peruanos participamos poco o nada,
y si lo hicimos fue para defender las banderas reales o para permanecer
como meros espectadores. Nada más falso. El pueblo peruano colaboró y
mucho. Si recordamos la participación del pueblo peruano en las luchas
separatistas, recordemos también a las mujeres que como Rosa Campusano
creyeron en la causa patriota y murieron en la pobreza y el olvido.
Anexo 1
Testamento de doña Rosa Campusano
(Lima, 21 de julio de 1843)7
En el nombre de Dios Todopoderoso, amén. Sea notorio como yo, Doña
Rosa Campusano, natural de Guayaquil, hija natural de Don Francisco
Campusano y doña Felipa Cornejo, mis padres difuntos. Estando en cama
enferma pero en mi entero juicio, creyendo como creo en el misterio de la
Santísima Trinidad y en todos los demás que cree y confiesa Nuestra Santa
Madre Iglesia como católica y fiel cristiana, invocando por mi Abogada a la
Reyna de los Ángeles María Santísima Madre de Dios y señora Nuestra y a
todos los Santos y Santas de la corte celestial para que intercedan con mi
señor Jesucristo perdone mis pecados y encamine mi alma por carrera de
salvación, y temiendo la muerte natural a toda criatura, hago mi testamento
en la forma siguiente.
Primeramente encomiendo mi alma a Dios que la crió de la nada y el cuerpo
mando a la tierra de que fue formado. Ytem, declaro no dejo nada a la
manda forzosa por ser pobre y hallarme en estado de insolvencia. Ytem
declaro soy casada y velada con don Adolfo Graber que se halla ausente en
Europa hace algún tiempo, sin saber su existencia hasta el día, habiéndome
abandonado desde su separación hasta la presente. Ytem, declaro tengo un
hijo menor nombrado Alejandro, que se halla en la edad de cerca de ocho
años, lo declaro para que conste. Ytem, declaro no dejo bienes ningunos,
sino los pocos muebles y alguna ropa de mi uso y todo lo que se encuentre
en mis habitaciones. Ytem, declaro que Don José Calisto natural de
Guayaquil, me debe la cantidad como de sesenta pesos más que menos, y
que yo debo algunos picos que reunidos no ascenderán a cuarenta pesos, lo
declaro para que conste. Y para cumplir este testamento nombro por albacea
al señor general don José Jaramillo, dándole para el efecto el poder de
albaceazgo en derecho necesario. Y en el remanente de mis bienes, acciones
y futuras sucesiones, nombro por mi universal heredero al citado mi menor
hijo don Alejandro; y respecto a la minoridad en que se halla, le nombro por
7 Archivo General de la Nación (AGN), Protocolos, 461, Escribano Baltasar Núñez del Prado, folios
364vta. a 365 vta. Publicado por primera vez en INGUNZA SIMONETTI, MARTICORENA
CARREIRO, y PUNTRIANO FIGARI, Rosa Campusano: Al servicio de la causa de la libertad del
Perú, Instituto Sanmartiniano del Perú, Lima, 2002, p. 11. Contrastado con el original se corrigieron
algunas omisiones y errores en la transcripción.
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Una rosa para la libertad: doña Rosa Campusano Cornejo en el Perú
su tutor y curador a su Padrino que lo es el mismo señor general don José
Jaramillo. Y por el presente revoco y anulo otras cualesquiera disposiciones
que antes de ésta hubiese hecho, para que sólo valga la presente que quiero
se guarde y cumpla por mi última y final voluntad. Que es hecho en Lima y
julio veinte y uno de mil ochocientos cuarenta y tres. Y la otorgante, a quien
yo el presente Escribano conozco de que doy fé, como también la doy de
que se halla en su entero juicio a lo que me parece y conmigo ha
comunicado, lo otorgó y firmó, siendo testigos llamados y rogados don José
Santiváñez Gil, don Pedro Avilés y don Manuel Butrón.
Rosa Campusano
José Santiváñez Gil Pedro Avilés
Testigo Manuel Butrón
Ante mí
Baltasar Núñez del Prado
Escribano Público
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Revista del Archivo General de la Nación Nº31
su tutor y curador a su Padrino que lo es el mismo señor general don José
Jaramillo. Y por el presente revoco y anulo otras cualesquiera disposiciones
que antes de ésta hubiese hecho, para que sólo valga la presente que quiero
se guarde y cumpla por mi última y final voluntad. Que es hecho en Lima y
julio veinte y uno de mil ochocientos cuarenta y tres. Y la otorgante, a quien
yo el presente Escribano conozco de que doy fé, como también la doy de
que se halla en su entero juicio a lo que me parece y conmigo ha
comunicado, lo otorgó y firmó, siendo testigos llamados y rogados don José
Santiváñez Gil, don Pedro Avilés y don Manuel Butrón.
Rosa Campusano
José Santiváñez Gil Pedro Avilés
Testigo Manuel Butrón
Ante mí
Baltasar Núñez del Prado
Escribano Público
Anexo 2
Gaceta del Gobierno de Lima Independiente
(23 de enero de 1822)
8
La siguiente lista contiene el nombre de las dignas patriotas que más se han
distinguido por sus sentimientos. El gobierno supremo ansioso de premiar el
mérito, ha honrado el patriotismo donde lo ha encontrado, y no duda que
esta lista se aumentará, así por el noble estímulo que debe producir tan digna
recompensa, como porque se esperan las razones que se han pedido a los
departamentos de todas las patriotas beneméritas.
A
Doña Antonia Ulate y Valderrama, Doña Andrea Mendoza, Doña Antonia
Maldonado, Doña Antonia López, Doña Agustina Vela, Doña Antonia
Cabrera y Zegarra, Doña Andrea Jáuregui, Doña Antonia Bernales de
Zubiaga.
B
Doña Bernarda Argote, Doña Baleriana de Aguirre, Doña Baltazara Flores,
Doña Bárbara Alcázar, Doña Brigida Silva, Doña Benancia Pineda.
C
Doña Catalina Agüero de Muñecas, Doña Carmen Larriva de Lopez Aldana,
Doña Carmen Muñecas, Doña Candelaria Palomeque de Postigo, Doña
Carmen Noriega y Paredes, Doña Carmen Ormasa. La señora condesa de
San Isidro, Doña Carmen Palacios de Tellería, Doña Carmen Martínez,
Doña Catalina Fernández, Doña Clara Coquis, Doña Camila Armas, Doña
Carmen Vásquez de Acuña. La señora condesa de la Vega.
E
Doña Eulalia Cadenas.
8
UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA, Gaceta del Gobierno de Lima Independiente
(edición facsimilar), Universidad Nacional La Plata, Buenos Aires, 1950, pp. 297-300.
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Una rosa para la libertad: doña Rosa Campusano Cornejo en el Perú
F
Doña Francisca Unanue, Doña Francisca Caballero, Doña Francisca
Mancebo.
J
Doña Josefa Sánchez de Callejas, Doña Josefa Anglade, Doña Josefa
García, Doña Jesús Montoya, Doña Josefa Zapelena, Doña Josefa Boquete,
Doña Juana Unanue, Doña Juana Sánchez de Zumaeta, Doña Josefa Pezet,
Doña Juana Palacios de Mariátegui, Doña Juana de León Nabajas de Sierra,
Doña Josefa Cuba de Unanue, Doña Josefa Anglade, Doña Josefa Boqui,
Doña Josefa de Larriva Agüero, Doña Josefa Cortés, Doña Juana Belés,
Doña Juana Anglade.
L
Doña Lucia Delgado de Herrero.
M
La señora Marquesa de Torre Tagle, Doña María Visitación Requena, Doña
Manuela Noriega, Doña María Palacios, Doña María Guisla, Doña María
Cabrera de Pezet, Doña Manuela Valdivieso, Doña Micaela Solar de
Forcada, Doña María Josefa Tagle, Doña Mercedes Veles, Doña María
Narcisa Barba, Doña Manuela Baamonde, Doña María Sánchez, Doña
Manuela Estacio, Doña Manuela Saenz de Tuhner, Doña Micaela García de
Fani, Doña María de Otero, Doña María Josefa López Portocarrero, Doña
Manuela Urriola, Doña María del Pilar Perez, Doña María Felene, la señora
Marquesa de Castehon, Doña María Matute de Saravia, Doña Manuela
Vilches, Doña Manuela Sáenz, Doña Mercedes Novareda, Doña Manuela
Carbajal y Espejo, Doña Manuela Paredes y Noruega, Doña María de la
Cruz Castillo, Doña Micaela Silva, Doña María Reyes y Cavero, Doña
María Concepción Córdova, Doña Manuela Ortiz, Doña Mercedes de la
Rosa, la señora marquesa de Casa-Boza, Doña Manuela Villa-Real, Doña
María Jesús Unanue, la señora marquesa de Casa-Muñoz.
N
Doña Narcisa Arias de Saavedra, Doña Narcisa Balderrama.
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F
Doña Francisca Unanue, Doña Francisca Caballero, Doña Francisca
Mancebo.
J
Doña Josefa Sánchez de Callejas, Doña Josefa Anglade, Doña Josefa
García, Doña Jesús Montoya, Doña Josefa Zapelena, Doña Josefa Boquete,
Doña Juana Unanue, Doña Juana Sánchez de Zumaeta, Doña Josefa Pezet,
Doña Juana Palacios de Mariátegui, Doña Juana de León Nabajas de Sierra,
Doña Josefa Cuba de Unanue, Doña Josefa Anglade, Doña Josefa Boqui,
Doña Josefa de Larriva Agüero, Doña Josefa Cortés, Doña Juana Belés,
Doña Juana Anglade.
L
Doña Lucia Delgado de Herrero.
M
La señora Marquesa de Torre Tagle, Doña María Visitación Requena, Doña
Manuela Noriega, Doña María Palacios, Doña María Guisla, Doña María
Cabrera de Pezet, Doña Manuela Valdivieso, Doña Micaela Solar de
Forcada, Doña María Josefa Tagle, Doña Mercedes Veles, Doña María
Narcisa Barba, Doña Manuela Baamonde, Doña María Sánchez, Doña
Manuela Estacio, Doña Manuela Saenz de Tuhner, Doña Micaela García de
Fani, Doña María de Otero, Doña María Josefa López Portocarrero, Doña
Manuela Urriola, Doña María del Pilar Perez, Doña María Felene, la señora
Marquesa de Castehon, Doña María Matute de Saravia, Doña Manuela
Vilches, Doña Manuela Sáenz, Doña Mercedes Novareda, Doña Manuela
Carbajal y Espejo, Doña Manuela Paredes y Noruega, Doña María de la
Cruz Castillo, Doña Micaela Silva, Doña María Reyes y Cavero, Doña
María Concepción Córdova, Doña Manuela Ortiz, Doña Mercedes de la
Rosa, la señora marquesa de Casa-Boza, Doña Manuela Villa-Real, Doña
María Jesús Unanue, la señora marquesa de Casa-Muñoz.
N
Doña Narcisa Arias de Saavedra, Doña Narcisa Balderrama.
P
Doña Petronila la Torre, Doña Petronila Gómez, Doña Petronila Gonzales
de Larriva, Doña Petronila Gonzales, Doña Paula Barrera, Doña Petronila
Ferreiros.
R
Doña Rosa Campusano, Doña Rosa Palomares, Doña Rosa Piedra de
Lequerica.
T
Doña Teresa Tutor de Campo, Doña Teodora Loaiza, Doña Tomasa Garay,
Doña Trinidad Blanco, Doña Tomasa Amat, Doña Tomasa Coquis, Doña
Teresa Campos y Tutor.
Y
Doña Ignacia Mendiburu de Palacios, Doña Ignacia Larriva, Doña Ignacia
Cuellar, Doña Inés Arce, Doña Isabel Orbea, Doña Ignacia Trejo.
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Una rosa para la libertad: doña Rosa Campusano Cornejo en el Perú
ILUSTRACIONES
Originales del Testamento de doña Rosa Campusano que se conserva en el AGN
(Escribano Baltasar Núñez del Prado, Protocolo 461, folios 364 vta. a 365 vta.)
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ILUSTRACIONES
Originales del Testamento de doña Rosa Campusano que se conserva en el AGN
(Escribano Baltasar Núñez del Prado, Protocolo 461, folios 364 vta. a 365 vta.)
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Fuentes y Bibliografía
Archivo General de la Nación (AGN). Protocolo 461, folios 364 vta. y 365
vta. Testamento de Rosa Campusano Cornejo.
BARRIONUEVO IMPOSTI, Víctor.
(s.f.) “Patricias americanas”
En http://www.sanmartiniano.gov.ar/documentos/documento050.php.
Consultada el 17 de marzo del 2016.
ELIAS, Norbert, El proceso de la civilización. Investigaciones
sociogenéticas y psicogenéticas, Fondo de Cultura Económica, México D.F,
1987.
FERNÁNDEZ ARRIVASPLATA, María, Conozca la historia de Rosa
Campusano, espía y amante del libertador José de San Martín. En diario El
Comercio, Lima, 1 de agosto del 2010.
GONZALES TOR, Alberto, De eso no se habla en diario El Clarín, Buenos
Aires, 17 de agosto 2005, Edición por el 155 aniversario del fallecimiento
del general San Martín.
INGUNZA SIMONETTI, Manuel, MARTICORENA CARREIRO, Gabriel
y PUNTRIANO FIGARI, Carlos, Rosa Campusano Cornejo. Al servicio de
la causa de la libertad del Perú. Instituto Sanmartiniano del Perú, Lima,
2002.
MACERA, Pablo, Sexo y Coloniaje en Trabajos de Historia, volumen 3,
Instituto Nacional de Cultura, Lima, 1977.
MANARELLI, María Emma, Pecados públicos, Flora Tristán, Lima, 1993.
ORREGO PENAGOS, Juan Luis, Rosa Campuzano. La Protectora. En
http://blog.pucp.edu.pe/blog/juanluisorrego/2008/07/26/. Consultada el 17
de marzo del 2016.
PUENTE, Silvia, Remedios de Escalada. El escándalo y el fuego en la vida
de San Martín. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2000.
UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA, Gaceta del Gobierno de
Lima Independiente (edición facsimilar), Universidad Nacional La Plata,
Buenos Aires, 1950, pp. 297-300.
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Una rosa para la libertad: doña Rosa Campusano Cornejo en el Perú