Las exequias de sor Ignacia María del Sacramento
(Lima, 1735). Un análisis desde la perspectiva de
género
David Fernández Villanova
1
Resumen
En 1735 falleció, en Lima, sor Ignacia María del Sacramento, religiosa
profesa de velo blanco en el Monasterio de Nuestra Señora de la
Encarnación. Su confesor, un jesuita, predicó las honras fúnebres de sor
Ignacia. Este sermón, conservado en el fondo Compañía de Jesús, del
Archivo General de la Nación, trata sobre las virtudes de la religiosa. El
objetivo del artículo es analizar el sermón desde una perspectiva de género,
para ello se abordarán temas tales como el erotismo en el lenguaje, el
control sobre los cuerpos y la sexualidad o el papel asignado a la mujer en el
mantenimiento del orden social en la época colonial.
Palabras clave: Lima, siglo XVIII, historia de género, religiosas, exequias.
Abstract
In 1735 died, in Lima, sor Ignacia Maria del Sacramento, white veil nun
from Monasterio de Nuestra Señora de la Encarnación. Her confessor, a
jesuit, spoke during her funeral. The objective of the work is to analyze the
speech from a genre point of view. For this reason, there will be treated
topics as the erotism in language, body control and sexuality or the role of
women in the colonial era related with keeping the social statements.
Key words: Lima, XVIII century, gender, religious women, funeral rites,
sermon.
1
Licenciado en Historia y Diplomado en Estudios Avanzados de Historia Medieval por la
Universidad de Zaragoza, Diplomado en Archivística y Gestión Documental y candidato al grado de
magíster en Historia por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Actualmente se desempeña
como especialista en archivo en la Dirección de Archivo Colonial del Archivo General de la Nación
de Perú.
283
Introducción
El día 18 de septiembre de 1735 falleció, en Lima, sor Ignacia María del
Sacramento, a la edad de 74 años, religiosa profesa de velo blanco en el
Monasterio de Nuestra Señora de la Encarnación, de la Orden de San
Agustín. Poco tiempo después, un jesuita, cuyo nombre no se menciona,
quien fue su confesor por dieciocho años, predicó las honras fúnebres de sor
Ignacia. Este sermón, conservado en el fondo Compañía de Jesús, del
Archivo General de la Nación, trata sobre las virtudes de la religiosa.
2
En
palabras del propio autor, “estas obras de las heroicas virtudes que siguieron
a Ignacia después de muerta serán todo el asunto del sermón… Y así yo no
traigo en mi sermón más concepto que el que formare cada uno de la
santidad de Ignacia al oír su prodigiosa vida”.
3
Las virtudes de sor María Ignacia son descritas, según el autor, a partir de la
propia biografía que ella misma dictó a un amanuense, pues no sabía
escribir, a petición de su confesor “para mayor gloria de Dios, edificación de
la Iglesia y provecho de las almas, especialmente de sus hermanas
religiosas”.
4
Los temas entorno a los cuales se organiza la narración son los
siguientes:
1) La humildad.
5
“Se sentía tan bajamente de si que por igualarse a los
peones que trabajaban en la mina de sus padres se iba a cargar con ellos
los metales, haciendo de este abatimiento de más subidos quilates el
precioso metal de sus virtudes”.
2) El amor de Dios.
6
“De esta nada de su bajeza y de este conocimiento
de la grandeza de Dios, le nació el amar a Dios”.
3) Presencia de Dios.
7
“Del amor de Dios que tenía Ignacia se puede
inferir cómo tendría siempre presente a Dios en su alma, memoria,
entendimiento y voluntad”.
4) Gloria.
8
“En repetidas ocasiones le sucedió ponerse en presencia de
Dios y allí se le presentaba la Gloria como si estuviera en ella y veía las
Tres Divinas Personas con los ojos del alma”.
5) Infierno.
9
“Pero no solo la llevó Dios en espiritual infierno, sino
también al Purgatorio, en el cual vio muchas almas religiosas que por
2
Archivo General de la Nación Perú, Dirección de Archivo Colonial, Compañía de Jesús, Asuntos
Religiosos, Sermones, Caja 35, Documento 1036 (signatura antigua: 63,106).
3
Ibídem, f. 3v.
4
Ibídem, f. 5v.
5
Ibídem, fol. 4v-6r.
6
Ibídem, fol. 6r-8v.
7
Ibídem, fol. 8v-9r.
8
Ibídem, fol. 9r-9v.
9
Ibídem, fol. 9v-10v.
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Revista del Archivo General de la Nación Nº31
Introducción
El día 18 de septiembre de 1735 falleció, en Lima, sor Ignacia María del
Sacramento, a la edad de 74 años, religiosa profesa de velo blanco en el
Monasterio de Nuestra Señora de la Encarnación, de la Orden de San
Agustín. Poco tiempo después, un jesuita, cuyo nombre no se menciona,
quien fue su confesor por dieciocho años, predicó las honras fúnebres de sor
Ignacia. Este sermón, conservado en el fondo Compañía de Jesús, del
Archivo General de la Nación, trata sobre las virtudes de la religiosa.
2
En
palabras del propio autor, “estas obras de las heroicas virtudes que siguieron
a Ignacia después de muerta serán todo el asunto del sermón… Y así yo no
traigo en mi sermón más concepto que el que formare cada uno de la
santidad de Ignacia al oír su prodigiosa vida”.
3
Las virtudes de sor María Ignacia son descritas, según el autor, a partir de la
propia biografía que ella misma dictó a un amanuense, pues no sabía
escribir, a petición de su confesor “para mayor gloria de Dios, edificación de
la Iglesia y provecho de las almas, especialmente de sus hermanas
religiosas”.
4
Los temas entorno a los cuales se organiza la narración son los
siguientes:
1) La humildad.
5
“Se sentía tan bajamente de si que por igualarse a los
peones que trabajaban en la mina de sus padres se iba a cargar con ellos
los metales, haciendo de este abatimiento de más subidos quilates el
precioso metal de sus virtudes”.
2) El amor de Dios.
6
“De esta nada de su bajeza y de este conocimiento
de la grandeza de Dios, le nació el amar a Dios”.
3) Presencia de Dios.
7
“Del amor de Dios que tenía Ignacia se puede
inferir cómo tendría siempre presente a Dios en su alma, memoria,
entendimiento y voluntad”.
4) Gloria.
8
“En repetidas ocasiones le sucedió ponerse en presencia de
Dios y allí se le presentaba la Gloria como si estuviera en ella y veía las
Tres Divinas Personas con los ojos del alma”.
5) Infierno.
9
“Pero no solo la llevó Dios en espiritual infierno, sino
también al Purgatorio, en el cual vio muchas almas religiosas que por
2
Archivo General de la Nación Perú, Dirección de Archivo Colonial, Compañía de Jesús, Asuntos
Religiosos, Sermones, Caja 35, Documento 1036 (signatura antigua: 63,106).
3
Ibídem, f. 3v.
4
Ibídem, f. 5v.
5
Ibídem, fol. 4v-6r.
6
Ibídem, fol. 6r-8v.
7
Ibídem, fol. 8v-9r.
8
Ibídem, fol. 9r-9v.
9
Ibídem, fol. 9v-10v.
sus faltas, imperfecciones y por la poca observancia de sus reglas y
constituciones padecían gravísimas penas”.
6) Penitencia.
10
“Vistas ya las penas que Ignacia vio padecer a sus
hermanas las religiosas, veamos ahora las que en sí padecía
mortificando su cuerpo, y ensangrentando sus virginales carnes a los
rigores de una cruel penitencia… Fuera de estas disciplinas tomaba
otras de sangre según el beneplácito de su confesor”.
7) Demonio.
11
“Mas no solo Ignacia fue instrumento de su mortificación
sino también el Demonio, permitiéndolo así Dios como se verá por los
sucesos siguientes”.
8) Paciencia.
12
“De estos tormentos que padecía Ignacia en el cuerpo y
alma se veían en ella los subidos quilates de su virtud en la paciencia y
conformidad en la voluntad de Dios”.
9) Oración.
13
“Siendo muy niña y no teniendo quien le enseñase a orar,
cuando esto era lo que más deseaba, de repente se le apareció Jesucristo
con la cruz a cuestas vertiendo sangre y ella le ofreció su corazón para
recogerla, quedando con esta visión todo su corazón encendido y toda el
alma arrebatada a una altísima contemplación”.
10) Pobreza.
14
“Fue tan amante de la pobreza que no se veía en ella más
que una viva imagen de la necesidad”.
11) Castidad.
15
“Solo los confesores pueden ser testigos. Y como yo lo
fui… puedo decir para mayor gloria de Dios y poder de su gracia que la
venerable virgen Ignacia, desde la cuna al sepulcro se conservó virgen,
sin que el menor impuro pensamiento empañase el candor de su
pureza”.
12) Obediencia.
16
“Siendo la castidad y pobreza heroicas virtudes, es más
noble la obediencia, como enseña Santo Tomás, porque es más
generoso sacrificio del alma. Fue Ignacia muy obediente a la más leve
insinuación de sus preladas porque en ésta reverenciaba a Dios, cuyo
lugar obtiene”.
13) Cristo.
17
“Siendo esta venerable virgen adornada de tan realzadas
virtudes, no me admiro que su esposo Jesús la honrase y engrandeciese
con tan singulares y crecidos favores”.
10
Ibídem, fol. 10v-13r.
11
Ibídem, fol. 13r-15r.
12
Ibídem, fol. 15r-15v.
13
Ibídem, fol. 15v-18r.
14
Ibídem, f. 18v.
15
Ibídem, fol. 18v-19r.
16
Ibídem, fol. 19v-20v.
17
Ibídem, fol. 20v-22v.
285
Las exequias de sor Ignacia María del Sacramento (Lima, 1735).
Un análisis desde la perspectiva de género
14) Divino Sacramento.
18
“Así lo experimentaba Ignacia, pues el
soberano Sacramento fue el cupido amante, que disfrazado en el cerco
breve de una ostia le cautivó del todo las potencias y aún los sentidos”.
15) María Santísima.
19
“Teníala por su madre y señora y por blanco de
todas sus acciones, valiéndose de su patrocinio en todas sus necesidades
y trabajos y procurando encender en su devoción a todos”.
El objetivo del presente estudio es analizar el sermón desde una
perspectiva de género, para ello se abordarán temas tales como el erotismo
en el lenguaje, el control sobre los cuerpos y la sexualidad o el papel
asignado a la mujer en el mantenimiento del orden social en la época
colonial.
1.- El personaje
Las exequias de sor Ignacia María del Sacramento nos ofrecen algunos
datos sobre su biografía. Nació en Lima, el 18 de diciembre de 1660, siendo
bautizada con el nombre de María, en la Iglesia Mayor. De sus padres
sabemos que fueron Ignacio de Ochoa, español, y María Núñez de León,
limeña. Parece ser que tenían minas en Huancavelica, a donde la llevaron
con tan solo un año de edad. Según el relato, la situación económica de la
familia fue de la riqueza a la extrema pobreza, sin aportar mayor explicación
sobre las causas. Tal vez por esa razón sor Ignacia no recibió una educación,
ya que no sabía escribir y, de niña, se ocupaba de las labores domésticas del
hogar familiar. En 1690 profesó como monja de velo blanco en el
monasterio de Nuestra Señora de la Encarnación, de la orden agustiniana, en
Lima, con licencia del arzobispo Melchor de Liñán y Cisneros, siendo
abadesa Juana de Cabrera. Devota de San Ignacio, tomó su nombre cuando
entró a la vida religiosa. Probablemente debido a su situación económica es
que no pudo profesar como monja de velo negro, aunque en el sermón se
indica que teniendo quien aportase la dote completa por ella, prefirió hacerlo
como monja de velo blanco por humildad y para evitarse “los ruidos de las
elecciones de abadesa”. Murió en Lima, también un día 18 pero del mes de
septiembre de 1735, a la edad de 74 años.
A falta de una mayor investigación sobre sor Ignacia y a partir de los datos
de esta pequeña reseña, la podemos caracterizar como una criolla de baja
extracción social que en su carrera religiosa no fue más allá de monja de
velo blanco. La distinción entre monjas de velo negro y velo blanco
significaba una división jerárquica dentro de los claustros. Las monjas de
velo blanco eran una categoría intermedia entre las de velo negro y las
18
Ibídem, fol. 22v-24v.
19
Ibídem, fol. 24v-26r.
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Revista del Archivo General de la Nación Nº31
14) Divino Sacramento.
18
“Así lo experimentaba Ignacia, pues el
soberano Sacramento fue el cupido amante, que disfrazado en el cerco
breve de una ostia le cautivó del todo las potencias y aún los sentidos”.
15) María Santísima.
19
“Teníala por su madre y señora y por blanco de
todas sus acciones, valiéndose de su patrocinio en todas sus necesidades
y trabajos y procurando encender en su devoción a todos”.
El objetivo del presente estudio es analizar el sermón desde una
perspectiva de género, para ello se abordarán temas tales como el erotismo
en el lenguaje, el control sobre los cuerpos y la sexualidad o el papel
asignado a la mujer en el mantenimiento del orden social en la época
colonial.
1.- El personaje
Las exequias de sor Ignacia María del Sacramento nos ofrecen algunos
datos sobre su biografía. Nació en Lima, el 18 de diciembre de 1660, siendo
bautizada con el nombre de María, en la Iglesia Mayor. De sus padres
sabemos que fueron Ignacio de Ochoa, español, y María Núñez de León,
limeña. Parece ser que tenían minas en Huancavelica, a donde la llevaron
con tan solo un año de edad. Según el relato, la situación económica de la
familia fue de la riqueza a la extrema pobreza, sin aportar mayor explicación
sobre las causas. Tal vez por esa razón sor Ignacia no recibió una educación,
ya que no sabía escribir y, de niña, se ocupaba de las labores domésticas del
hogar familiar. En 1690 profesó como monja de velo blanco en el
monasterio de Nuestra Señora de la Encarnación, de la orden agustiniana, en
Lima, con licencia del arzobispo Melchor de Liñán y Cisneros, siendo
abadesa Juana de Cabrera. Devota de San Ignacio, tomó su nombre cuando
entró a la vida religiosa. Probablemente debido a su situación económica es
que no pudo profesar como monja de velo negro, aunque en el sermón se
indica que teniendo quien aportase la dote completa por ella, prefirió hacerlo
como monja de velo blanco por humildad y para evitarse “los ruidos de las
elecciones de abadesa”. Murió en Lima, también un día 18 pero del mes de
septiembre de 1735, a la edad de 74 años.
A falta de una mayor investigación sobre sor Ignacia y a partir de los datos
de esta pequeña reseña, la podemos caracterizar como una criolla de baja
extracción social que en su carrera religiosa no fue más allá de monja de
velo blanco. La distinción entre monjas de velo negro y velo blanco
significaba una división jerárquica dentro de los claustros. Las monjas de
velo blanco eran una categoría intermedia entre las de velo negro y las
18
Ibídem, fol. 22v-24v.
19
Ibídem, fol. 24v-26r.
donadas; pagaban la mitad de la dote para ingresar al convento, no recibían
los mismos presentes y raciones y no participaban en la vida política del
convento, es decir no tenían derecho a voto ni a ser elegidas para ocupar
alguno de los cargos. Sin embargo sí podían tener posesiones y gestionarlas,
como celda privada, sirvientas, etcétera. A pesar de ello, las diferencias
entre unas y otras eran más sociales que económicas. El velo negro estaba
reservado para los estratos más altos de la sociedad, del tal manera que el
linaje podía llegar a compensar la falta de recursos económicos a la hora de
profesar y, al contrario, la legitimidad y la prosperidad no bastaban para
garantizar el velo negro.
20
Por tanto, en el caso de sor Ignacia, a pesar de
que se indica que podría haber cubierto económicamente su dote para
ingresar como monja de velo negro, su profesión como monja de velo
blanco debió estar relacionada con su baja extracción social dentro del
grupo dominante de españoles y criollos. Aspecto este que su confesor
maquilla al decirnos que más bien ella rechazó el velo negro por su
humildad.
2. Autoría y naturaleza del texto
Un elemento capital a tener en cuenta a la hora de analizar el texto es su
autoría. Obviamente, al tratarse de unas exequias su protagonista no
coincide con el autor. Lo escribió un jesuita, cuya identidad desconozco
hasta el momento, quien fue el confesor de sor Ignacia durante los últimos
dieciocho años de su vida. A él se le encargó que predicase el sermón de
honras fúnebres de la monja, según él mismo indica, por el hecho de ser su
confesor.
El sermón escrito por el jesuita pretende ser una biografía de sor Ignacia en
torno a las virtudes que, según su autor, la caracterizaron. La base para su
redacción está en el relato que ella misma hizo de su vida a un amanuense
siguiendo el mandato de su confesor, quien consideró que una vida tan
ejemplar debía salir a la luz para ejemplo de toda la sociedad. Al respecto
podemos citar los siguientes párrafos:
Y así a nadie declaró sus virtudes, ni manifestó los favores que
Dios y la santísima Virgen le habían hecho, sino a mí, que fui su
confesor. Y noticioso yo de lo más interior de su alma, de sus heroicas
virtudes y las mercedes singulares con que Dios la había honrado,
formé juicio movido de Divino Espíritu a lo que sería para mayor gloria
de dios, edificación de la Iglesia y de notable provecho de las almas y,
en especial, de sus hermanas las religiosas, quienes con su ejemplar
20
BURNS, Kathryn, Hábitos coloniales. Los conventos y la economía colonial del Cuzco,
Quellca/IFEA, Lima, 2008, pp. 154-164.
287
Las exequias de sor Ignacia María del Sacramento (Lima, 1735).
Un análisis desde la perspectiva de género
vida podían adelantar en virtud y perfección, que Ignacia escribiese su
vida, obligándola a la ejecución de la obra con precepto de santa
obediencia como lo ejecuté. Sintió la virgen Ignacia el mandato.
Propuso su humildad las razones que le dictó su propio conocimiento,
pero no se las admití. Entonces su humildad comenzó a hablar por los
ojos, en tiernas lágrimas que vertía su sentimiento, doblándosele más el
llanto al considerar se había de valer de otra persona, que le señalé por
su amanuense, por ignorar por entonces el saber escribir, que al saber le
sucediera que las letras que formara con la pluma las borrara con las
lágrimas de sus ojos. Pues cada palabra que dictaba era con un ay o un
suspiro con amargas lágrimas que inundaban la modestia de su
penitente rostro.
21
Se publican sus virtudes, y los favores con que Dios acreditó sus
méritos y su modestia, ocultos con su extremado retiro… Que si es
obligación ocultar el tesoro de las virtudes mientras estamos en el
peligroso barro de la mortalidad… Es muy debido que, habiendo la
muerte quebrado el frágil barro del cuerpo de la virgen Ignacia, se
publique la hermosa luz de su virginosa vida, hasta ahora oculta en los
cuidados de su secretoso retiro.
22
… el puro esplendor de sus virtudes, las que predicaré sin hipérbole
y solo referiré legalmente lo que ella escribió obligada de la obediencia,
porque superior empeño fue necesario para que nos hablase su silencio
aquél gran secreto de sus virtudes y favores.
23
Con esta dificultad me siento confuso al predicar la admirable vida
de la venerable virgen María, toda un paraíso de las delicias de Dios y
toda un vergel de virtudes… se hallan en Ignacia en grado muy
perfecto, quedando dudoso mi discurso para discernir en cuál de ellas
fue más señalada y prodigiosa.
24
Debemos tener en cuenta que cabe la posibilidad de que nos
hallemos más bien ante la idealización por un hombre de la vida religiosa
femenina más que ante un testimonio directo de la vida de una religiosa. A
sostener esta afirmación ayuda la naturaleza del texto. El sermón está escrito
para ser comunicado, de manera oral, a un público; no se trata de un texto de
carácter privado que el autor escribe para sí mismo, como podría ser un
diario. Su objetivo primigenio es adoctrinar. En este caso debemos ser
críticos con la fuente y preguntarnos si el confesor de sor Ignacia pudo
21
Archivo General de la Nación (Perú), Dirección de Archivo Colonial, Compañía de Jesús, Asuntos
Religiosos, Sermones, Caja 35, Documento 1036 (signatura antigua: 63,106), fol. 5v-6.
22
Ibídem, f. 1v.
23
Ibídem, f. 2r.
24
Ibídem, f. 4r.
288
Revista del Archivo General de la Nación Nº31
vida podían adelantar en virtud y perfección, que Ignacia escribiese su
vida, obligándola a la ejecución de la obra con precepto de santa
obediencia como lo ejecuté. Sintió la virgen Ignacia el mandato.
Propuso su humildad las razones que le dictó su propio conocimiento,
pero no se las admití. Entonces su humildad comenzó a hablar por los
ojos, en tiernas lágrimas que vertía su sentimiento, doblándosele más el
llanto al considerar se había de valer de otra persona, que le señalé por
su amanuense, por ignorar por entonces el saber escribir, que al saber le
sucediera que las letras que formara con la pluma las borrara con las
lágrimas de sus ojos. Pues cada palabra que dictaba era con un ay o un
suspiro con amargas lágrimas que inundaban la modestia de su
penitente rostro.
21
Se publican sus virtudes, y los favores con que Dios acreditó sus
méritos y su modestia, ocultos con su extremado retiro… Que si es
obligación ocultar el tesoro de las virtudes mientras estamos en el
peligroso barro de la mortalidad… Es muy debido que, habiendo la
muerte quebrado el frágil barro del cuerpo de la virgen Ignacia, se
publique la hermosa luz de su virginosa vida, hasta ahora oculta en los
cuidados de su secretoso retiro.
22
… el puro esplendor de sus virtudes, las que predicaré sin hipérbole
y solo referiré legalmente lo que ella escribió obligada de la obediencia,
porque superior empeño fue necesario para que nos hablase su silencio
aquél gran secreto de sus virtudes y favores.
23
Con esta dificultad me siento confuso al predicar la admirable vida
de la venerable virgen María, toda un paraíso de las delicias de Dios y
toda un vergel de virtudes… se hallan en Ignacia en grado muy
perfecto, quedando dudoso mi discurso para discernir en cuál de ellas
fue más señalada y prodigiosa.
24
Debemos tener en cuenta que cabe la posibilidad de que nos
hallemos más bien ante la idealización por un hombre de la vida religiosa
femenina más que ante un testimonio directo de la vida de una religiosa. A
sostener esta afirmación ayuda la naturaleza del texto. El sermón está escrito
para ser comunicado, de manera oral, a un público; no se trata de un texto de
carácter privado que el autor escribe para sí mismo, como podría ser un
diario. Su objetivo primigenio es adoctrinar. En este caso debemos ser
críticos con la fuente y preguntarnos si el confesor de sor Ignacia pudo
21
Archivo General de la Nación (Perú), Dirección de Archivo Colonial, Compañía de Jesús, Asuntos
Religiosos, Sermones, Caja 35, Documento 1036 (signatura antigua: 63,106), fol. 5v-6.
22
Ibídem, f. 1v.
23
Ibídem, f. 2r.
24
Ibídem, f. 4r.
aprovechar la ocasión para transmitir a sus hermanas religiosas, ante quienes
predicaba las honras fúnebres, el ejemplo modélico que debían seguir en su
comportamiento, proyectado en la vida de sor Ignacia. En ese caso, lo que el
texto nos dejaría entrever sería la idea masculina de la entrega religiosa
femenina y no la realidad de la vida religiosa femenina. En este sentido, el
autor caracteriza a sor Ignacia de la siguiente manera: “compañera amable,
santa pobre y humilde, religiosa observante, súbdita obediente”.
25
Las exequias de sor Ignacia se enmarcarían, por tanto, dentro de un
género literario, si es que lo podemos llamar así, que tiene su origen en la
más temprana Antigüedad: la oración fúnebre. En un principio, en la Grecia
clásica, se trataba de un discurso panegírico para cantar los loores de los
guerreros muertos, que invitaba a la población a imitar las virtudes de los
héroes. Este carácter colectivo y finalidad política o cívica darán paso,
durante la época romana, a un carácter individual y una finalidad
celebrativa, basados en la exaltación de la gloria del muerto y la exageración
de sus loores, sin vacilar a la hora de falsear la verdad. Posteriormente este
género será incorporado por la Iglesia católica y formará parte de la
tradición patrística. A lo largo de la Edad Media la oración fúnebre
evolucionará tendiendo hacia la forma del sermón. Entonces, el elogio del
difunto servirá sobre todo para la cristiana edificación de los oyentes. En
palabras de Francis Cerdán “fácil era pues para el predicador adoctrinar a
sus creyentes, directamente conmovidos por el fallecimiento de un ser con el
que habían convivido y que la muerte acababa de arrebatarles, induciéndoles
a mejor vida cristiana… exaltando las virtudes del difunto como modelo a
los demás mortales”.
26
3. Ascetismo y erotismo. El amor de Dios
En su estudio sobre sor Juana Inés de la Cruz, Octavio Paz, nos muestra
cómo, durante el siglo XVII, la ortodoxia religiosa fue implacable con la
herejía más no con las “pasiones de los sentidos”. La extrema religiosidad
barroca convivía con la extrema sensualidad de la época. Esto tenía su
expresión en la literatura, en la unión de los contrarios: rigorismo y
libertinaje, ascetismo y erotismo. Esta característica se vio favorecida por
las condiciones sociales y físicas de Nueva España, vista como un nuevo
territorio para la reconquista de la libertad corporal, en el que las nuevas
25
Ibídem, f. 1v.
26
CERDÁN, Francis, “La oración fúnebre del Siglo de Oro. Entre sermón evangélico y panegírico
poético sobre fondo de teatro” en Criticón, nº 30, Toulouse, 1985, pp. 78-102.
289
Las exequias de sor Ignacia María del Sacramento (Lima, 1735).
Un análisis desde la perspectiva de género
condiciones sociales eran propicias al goce de los sentidos más que a la
represión del cuerpo.
27
En las exequias de sor Ignacia podemos encontrar este lenguaje cargado de
erotismo, sobre todo en lo referente al amor que la monja profesaba a Dios.
Constantemente se hace alusión a cómo su deseo de unión con Dios la
quemaba por dentro. Este ardor espiritual se manifestaba físicamente en su
cuerpo, hasta el punto que tenía que recurrir a paños húmedos para
aplacarlo.
Pero para predicar de los amores de un serafín en carne, no habían de
ser mis voces las que los publicasen, sí había de ser el corazón de la que
en incendios de amor dichosamente se abrasaba.
Aquel incendio sagrado que le inflamaba el semblante hasta brotar
rayos de fuego por los ojos al ver la Majestad de su esposo ofendida,
que otra cosa era sino pruebas de su encendido amor.
El amor de Ignacia fue correspondido de amor. Amaba a Dios y era de
Dios amada. Y amando a Dios se le unía. O gran felicidad de Ignacia! O
suma dignación de Dios! El que se llega a Dios, dice Pablo, se hace un
espíritu con Él. Esto le pasó a Ignacia, pues llegó a unirse y desposarse
con Jesús y ser por estos místicos desposorios una misma cosa con
Jesús.
Por último, tenía Ignacia a veces el corazón tan encendido en el fuego
del divino amor que se iba a donde estaba el agua bendita y se ponía
pañitos mojados en ella para templar el fuego en que se abrasaba su
alma. Y cuando estaba tullida, como no lo podía hacer por sí misma,
pedía unos pañitos de vino con el pretexto de alegrar su corazón. Pero
nada de esto material podía apagar aquél espiritual incendio en que se
abrasaba su corazón a soplos del Divino Espíritu.
28
Más adelante, en la parte del sermón dedicada a los martirios
experimentados por sor Ignacia, es interesante la referencia que hace el
autor a la hidropesía sufrida por ella. Este término es aplicado a las personas
que tienen una sed insaciable, probablemente producto de algún trastorno
funcional. De manera que esta podría ser la explicación a ese ardor que la
abrasaba constantemente y que habría sido interpretado por su confesor
como la manifestación física de su amor a Dios.
27
PAZ, Octavio, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, Fondo de Cultura Económica,
México, 1984, pp. 101-107.
28
Archivo General de la Nación Perú, Dirección de Archivo Colonial, Compañía de Jesús, Asuntos
Religiosos, Sermones, Caja 35, Documento 1036 (signatura antigua: 63,106), fol. 6r-8v.
290
Revista del Archivo General de la Nación Nº31
condiciones sociales eran propicias al goce de los sentidos más que a la
represión del cuerpo.
27
En las exequias de sor Ignacia podemos encontrar este lenguaje cargado de
erotismo, sobre todo en lo referente al amor que la monja profesaba a Dios.
Constantemente se hace alusión a cómo su deseo de unión con Dios la
quemaba por dentro. Este ardor espiritual se manifestaba físicamente en su
cuerpo, hasta el punto que tenía que recurrir a paños húmedos para
aplacarlo.
Pero para predicar de los amores de un serafín en carne, no habían de
ser mis voces las que los publicasen, sí había de ser el corazón de la que
en incendios de amor dichosamente se abrasaba.
Aquel incendio sagrado que le inflamaba el semblante hasta brotar
rayos de fuego por los ojos al ver la Majestad de su esposo ofendida,
que otra cosa era sino pruebas de su encendido amor.
El amor de Ignacia fue correspondido de amor. Amaba a Dios y era de
Dios amada. Y amando a Dios se le unía. O gran felicidad de Ignacia! O
suma dignación de Dios! El que se llega a Dios, dice Pablo, se hace un
espíritu con Él. Esto le pasó a Ignacia, pues llegó a unirse y desposarse
con Jesús y ser por estos místicos desposorios una misma cosa con
Jesús.
Por último, tenía Ignacia a veces el corazón tan encendido en el fuego
del divino amor que se iba a donde estaba el agua bendita y se ponía
pañitos mojados en ella para templar el fuego en que se abrasaba su
alma. Y cuando estaba tullida, como no lo podía hacer por sí misma,
pedía unos pañitos de vino con el pretexto de alegrar su corazón. Pero
nada de esto material podía apagar aquél espiritual incendio en que se
abrasaba su corazón a soplos del Divino Espíritu.
28
Más adelante, en la parte del sermón dedicada a los martirios
experimentados por sor Ignacia, es interesante la referencia que hace el
autor a la hidropesía sufrida por ella. Este término es aplicado a las personas
que tienen una sed insaciable, probablemente producto de algún trastorno
funcional. De manera que esta podría ser la explicación a ese ardor que la
abrasaba constantemente y que habría sido interpretado por su confesor
como la manifestación física de su amor a Dios.
27
PAZ, Octavio, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, Fondo de Cultura Económica,
México, 1984, pp. 101-107.
28
Archivo General de la Nación Perú, Dirección de Archivo Colonial, Compañía de Jesús, Asuntos
Religiosos, Sermones, Caja 35, Documento 1036 (signatura antigua: 63,106), fol. 6r-8v.
Padeció el mal de la hidropesía, el cual es tanto más tirano cuanto
más doméstico. Y este le sirvió a Ignacia de crisol a su virtud, de
martirio a sus deseos y de prueba a su constancia. Era tan intolerable
la sed en que se abrasaba, que confiesa que se le ofrecía hacerse
pedazos la lengua, la cual no podía mover en la boca, de que le
resultaban intensísimos dolores de cabeza. Y lo que es más de
ponderar es cuán sujetas tenía sus pasiones y cuán sangrienta guerra
hacía a sus apetitos y humanas inclinaciones, pues mandándole el
médico beber solo al día dos veces, solo bebía una al día.
29
4. La inobservancia de la regla y su castigo: el Purgatorio
Una de las características de la vida conventual, a la que Octavio Paz hace
referencia en el citado estudio, era la habitual inobservancia de las normas.
Nos ilustra cómo sor Juana, al igual que muchas de sus hermanas, recibían
visitas a pesar de la clausura, incluso masculinas, organizándose tertulias y
festejos no religiosos dentro de los conventos, cómo las monjas eran
cortejadas.
30
Así, el locutorio era visto como un mal necesario para la
gestión por las monjas de sus intereses temporales, convirtiéndose en un
espacio esencial para la formación de las relaciones coloniales, según
Kathryn Burns. Pero por medio del locutorio se corría el peligro de la
penetración de lo mundano en los claustros, motivo por el que las
autoridades eclesiásticas intentaban imponer una estricta disciplina en su
uso, siendo la situación ideal prescindir de él.
31
A través de las honras fúnebres de sor Ignacia podemos intuir cómo el
incumplimiento de la norma se daba también en los conventos del virreinato
peruano. Ya que su confesor utiliza las exequias para advertir a sus
hermanas de los castigos a los que se exponían si no se comportaban según
la regla. Para ello dedica uno de los pasajes del sermón al Infierno y al
Purgatorio. En él se narran las visiones que sor Ignacia tenía de muchas de
sus hermanas pagando por las faltas cometidas, tal como se ilustra en la
siguiente cita:
Pero no solo la llevó Dios en espiritual Infierno, sino también al
Purgatorio, en el cual vio muchas almas religiosas que por sus faltas,
imperfecciones y por la poca observancia de sus reglas y constituciones
padecían gravísimas penas. En una ocasión la llevó Dios por un camino
29
Ibídem, f. 12r.
30
PAZ, Octavio, op. cit., pp. 165-172.
31
BURNS, K., op. cit. pp. 133-137.
291
Las exequias de sor Ignacia María del Sacramento (Lima, 1735).
Un análisis desde la perspectiva de género
muy trabajoso y le entró en una pieza donde vio una religiosa metida en
una cama de fuego… Preguntole a ésta quiénes eran las que estaban al
otro lado. Éstas eran muchas que estaban dando tiernos y lastimosos
quejidos, en que manifestaban lo intenso de sus penas con que Dios las
purificaba. Y llegando a ellas, las conoció a todas. Y de estas había
muerto en la enfermería una. Preguntoles que cómo les iba y la
respondieron que bien, puesto que se hallaban en aquél lugar, pero que
rogase a Dios por ellas para que las librase de tan acerbas y crueles
penas. Después la pasó Dios a otro lugar, donde vio una gran hoguera
de ardiente fuego y encima de ésta estaba un cuerpo echado, dando
grandes suspiros y desacompasados lamentos y arrojando de su corazón
tristes ayes y de sus ojos amargas lágrimas. Preguntó Ignacia a una que
estaba a su lado quién era aquélla que tan lastimosamente se quejaba, y
la respondió: esta es una criada que había muerto pocos días antes y
estaba padeciendo tan crueles penas y dolores por maldiciente; y a ésta
Ignacia la había conocido… En otra ocasión, haciendo en el coro los
ejercicios de María la Antigua, se abrió a medianoche de repente la
puerta del coro, que estaba cerrada. Recibió su alma gran pavor y
postrada contra la sillería vio que entraba una multitud de religiosas, las
cuales pasaron junto a ella. Y habiendo dado una vuelta por todo el coro
se salieron dejando la puerta cerrada. En esta visión le dio Dios a
entender cómo aquellas almas estaban ahí penando la negligencia y
descuido que habían tenido en no asistir a la obligación que tenían de
rezar en el coro.
32
Obsérvese que al preguntar Ignacia a sus hermanas cómo les iba responden
que bien. La pregunta se refiere a cómo les ha ido en su juicio ante Dios.
Consideran que les ha ido bien, a pesar de hallarse en el Purgatorio, porque
no han sido condenadas al fuego del Infierno. Es decir que se encuentran en
un lugar transitorio purgando sus penas, tras lo cual podrán acceder al Cielo.
Por tanto, las faltas cometidas por las religiosas son menores, no llegan a
condenar su alma. Tal es así, que Ignacia, antes de ser llevada al Purgatorio,
visita el Infierno pero allí no se indica que encuentre a ninguna religiosa
sino a “…muchos animales ponzoñosos y terribles, serpientes, que la
querían tragar y despedazar...”. En este sentido, Kathryn Burns, en su
estudio sobre los conventos del Cusco colonial, considera que más que una
violación de la norma lo que hubo fue una interpretación que permitió su
laxitud. La aplicación de la teoría a cada caso concreto tuvo como resultado
32
AGN, Dirección de Archivo Colonial, Compañía de Jesús, Asuntos Religiosos, Sermones, Caja 35,
Documento 1036 (signatura antigua: 63,106), fol. 10r-10v.
292
Revista del Archivo General de la Nación Nº31
muy trabajoso y le entró en una pieza donde vio una religiosa metida en
una cama de fuego… Preguntole a ésta quiénes eran las que estaban al
otro lado. Éstas eran muchas que estaban dando tiernos y lastimosos
quejidos, en que manifestaban lo intenso de sus penas con que Dios las
purificaba. Y llegando a ellas, las conoció a todas. Y de estas había
muerto en la enfermería una. Preguntoles que cómo les iba y la
respondieron que bien, puesto que se hallaban en aquél lugar, pero que
rogase a Dios por ellas para que las librase de tan acerbas y crueles
penas. Después la pasó Dios a otro lugar, donde vio una gran hoguera
de ardiente fuego y encima de ésta estaba un cuerpo echado, dando
grandes suspiros y desacompasados lamentos y arrojando de su corazón
tristes ayes y de sus ojos amargas lágrimas. Preguntó Ignacia a una que
estaba a su lado quién era aquélla que tan lastimosamente se quejaba, y
la respondió: esta es una criada que había muerto pocos días antes y
estaba padeciendo tan crueles penas y dolores por maldiciente; y a ésta
Ignacia la había conocido… En otra ocasión, haciendo en el coro los
ejercicios de María la Antigua, se abrió a medianoche de repente la
puerta del coro, que estaba cerrada. Recibió su alma gran pavor y
postrada contra la sillería vio que entraba una multitud de religiosas, las
cuales pasaron junto a ella. Y habiendo dado una vuelta por todo el coro
se salieron dejando la puerta cerrada. En esta visión le dio Dios a
entender cómo aquellas almas estaban ahí penando la negligencia y
descuido que habían tenido en no asistir a la obligación que tenían de
rezar en el coro.
32
Obsérvese que al preguntar Ignacia a sus hermanas cómo les iba responden
que bien. La pregunta se refiere a cómo les ha ido en su juicio ante Dios.
Consideran que les ha ido bien, a pesar de hallarse en el Purgatorio, porque
no han sido condenadas al fuego del Infierno. Es decir que se encuentran en
un lugar transitorio purgando sus penas, tras lo cual podrán acceder al Cielo.
Por tanto, las faltas cometidas por las religiosas son menores, no llegan a
condenar su alma. Tal es así, que Ignacia, antes de ser llevada al Purgatorio,
visita el Infierno pero allí no se indica que encuentre a ninguna religiosa
sino a “…muchos animales ponzoñosos y terribles, serpientes, que la
querían tragar y despedazar...”. En este sentido, Kathryn Burns, en su
estudio sobre los conventos del Cusco colonial, considera que más que una
violación de la norma lo que hubo fue una interpretación que permitió su
laxitud. La aplicación de la teoría a cada caso concreto tuvo como resultado
32
AGN, Dirección de Archivo Colonial, Compañía de Jesús, Asuntos Religiosos, Sermones, Caja 35,
Documento 1036 (signatura antigua: 63,106), fol. 10r-10v.
el replanteamiento sobre cómo cumplir sus votos pero sin faltar a ellos. Así,
se redefinieron los conceptos de propiedad, matrimonio y familia para que la
regla monástica coincidiese con el orden colonial. Sin embargo, sí hubo en
la época una percepción de que esta interpretación podía rebasar los límites
permisibles. En este sentido Burns recoge la denuncia del franciscano Diego
Mendoza que considera que las monjas del monasterio de Santa Clara
estaban pasando de las interpretaciones admisibles al ámbito peligroso del
exceso sensual, refiriéndose a los adornos de los hábitos.
33
5. La lucha contra el cuerpo: el exquisito arte del martirio
Lo extremo de la religiosidad barroca osciló entre lo licencioso y el
ascetismo más radical. En este último aspecto la lucha contra el cuerpo,
contra la sexualidad, fue suntuosa y encarnizada. Los conventos fueron
pródigos en penitentes y flagelantes. Según Paz, las monjas novohispanas
elevaron el martirio a la categoría de arte exquisito.
34
Las exequias de sor
Ignacia nos demuestran que las monjas peruanas nada tuvieron que envidiar
en este "arte" a sus hermanas mexicanas, cuando menos en la mente de su
confesor, tal como se ilustra a continuación:
Vistas ya las penas que Ignacia vio padecer a sus hermanas las
religiosas, veamos ahora las que en sí padecía mortificando su cuerpo y
ensangrentando sus virginales carnes a los rigores de una cruel
penitencia… trató a su inocencia como a pecadora y miró a su cuerpo
como a enemigo de su alma… y esto lo logró haciéndose verdugo cruel
de sí misma. [Siendo niña] cuando sacaba el pan del horno ponía a la
boca de éste desnudos sus brazos y parte del cuerpo para abrasárselos,
hasta tostarse la piel. Siendo muy niña tuvo devoción de ayunar desde
la víspera de la Asunción de Nuestra Señora hasta la víspera del
Arcángel San Miguel, que son cuarenta días de ayuno, sacando los
domingos. Ayunaba también las festividades de Nuestra Señora los
sábados y viernes, y en éstos comía hiel que sacaban de las vacas que
mataban en el mineral. Siendo novicia ayunaba a las quince gradas de
Nuestra Señora de Adviento, cuaresmas y todas las festividades de
Cristo y de su Santísima Madre, fuera de los ayunos dichos. Siendo de
la edad de ocho años, no teniendo disciplina con qué castigarse,
formaba de unos cordeles sogas disciplinas haciéndoles en la
extremidad unos nudos y con estas se martirizaba su inocente cuerpo.
Eran tan grandes los deseos que tenía de hacer penitencia que intentó
33
BURNS, K., op. cit., pp. 164-169.
34
PAZ, Octavio, op. cit., pp. 172-173.
293
Las exequias de sor Ignacia María del Sacramento (Lima, 1735).
Un análisis desde la perspectiva de género
hacer unos corpiños de cerdas, de las cuales tejió una áspera faja con
que se ligaba su cuerpecito. Y llegaba a tanto su fervor de padecer por
Dios, que las disciplinas que tomaba eran con cuantos instrumentos
encontraba, ya con cueros duros, ya con varas espinosas y con otros que
inventaba su devoción y ansia de padecer. Y para aumentar el martirio
de su penitencia y sentir más los cilicios con que tenía ceñido su cuerpo
y para que se entrasen más en las carnes, y tener esto más que ofrecer a
Dios, se iba a la mina donde trabajaban a cargar metales, siendo para
los que la miraban tan niña ejemplo y para Cristo de grande recreo.
Estando en un mineral, más allá de Castrovirreyna, que es una puna
rigidísima, a escondidas de sus padres, se descalzaba y andaba sobre la
nieve sin que esta, con su intensísimo hielo, pudiese apagar el fuego de
amor con que se le abrasaba su corazón… Antes sí, encendiéndose en
más fuego el deseo de padecer por Jesús, al considerarlo en el desierto,
se descalzaba para andar por la espesura de los montes cubiertos de
espinas y de zarzales, quienes con sus agudas púas ensangrentaban sus
tiernas y delicadas plantas. O, cuán agradables serían estos pasos! O,
cuán hermosas sus pisadas a Jesús su esposo… rubricando con su
sangre las huellas, solo por dar un paso más en la virtud y adelantarse
más en la perfección del padecer. En el tiempo cuando era niña era su
cama un pellejo en el suelo y una frazada… Hasta aquí fueron sus
penitencias cuando vivía en el mundo. Veamos ahora las que hizo
cuando se consagró en la religión a Cristo por esposa. Era su cama,
mientras estuvo buena, unas veces de palos agudos y de ásperos
troncos, otra de tablas con una fresada sin almohada. Demás de los
ayunos, que eran continuos, se disciplinaba todos los días tres veces.
Andaba ceñida de cilicios de fierro, crueles verdugos que martirizaban
su inocente cuerpo. Fuera de estas disciplinas tomaba otras de sangre
según el beneplácito de su confesor. Y no fiándose de su propia mano o
por temor de que el amor propio reprimiera el impulso o por juzgar de
pocas fuerzas el golpe, tenía una moza pagada y mucho más obligada
de sus cariños y persuasiones para que entre la oscuridad de la noche la
disciplinase. Y así lo ejecutaba todos los días, hasta dejarla el cuerpo
herido y ensangrentado, alentándola para que se empeñase en herirla
con más crueldad con ruegos y tiernas palabras. Estas sangrientas
disciplinas le duraban hasta que le daba alguna enfermedad, pero en
sanando volvía con más aliento a continuar su riguroso martirio. Otras
veces, no satisfecha de derramar su sangre, suplicaba a una que la atase
a un palo apretándole los brazos con cordeles, que esto era bastante
martirio para su inocencia, y la rogaba que como a su esclava la azotase
y castigase, sin perdonar a la violencia del golpe parte alguna de su
294
Revista del Archivo General de la Nación Nº31
hacer unos corpiños de cerdas, de las cuales tejió una áspera faja con
que se ligaba su cuerpecito. Y llegaba a tanto su fervor de padecer por
Dios, que las disciplinas que tomaba eran con cuantos instrumentos
encontraba, ya con cueros duros, ya con varas espinosas y con otros que
inventaba su devoción y ansia de padecer. Y para aumentar el martirio
de su penitencia y sentir más los cilicios con que tenía ceñido su cuerpo
y para que se entrasen más en las carnes, y tener esto más que ofrecer a
Dios, se iba a la mina donde trabajaban a cargar metales, siendo para
los que la miraban tan niña ejemplo y para Cristo de grande recreo.
Estando en un mineral, más allá de Castrovirreyna, que es una puna
rigidísima, a escondidas de sus padres, se descalzaba y andaba sobre la
nieve sin que esta, con su intensísimo hielo, pudiese apagar el fuego de
amor con que se le abrasaba su corazón… Antes sí, encendiéndose en
más fuego el deseo de padecer por Jesús, al considerarlo en el desierto,
se descalzaba para andar por la espesura de los montes cubiertos de
espinas y de zarzales, quienes con sus agudas púas ensangrentaban sus
tiernas y delicadas plantas. O, cuán agradables serían estos pasos! O,
cuán hermosas sus pisadas a Jesús su esposo… rubricando con su
sangre las huellas, solo por dar un paso más en la virtud y adelantarse
más en la perfección del padecer. En el tiempo cuando era niña era su
cama un pellejo en el suelo y una frazada… Hasta aquí fueron sus
penitencias cuando vivía en el mundo. Veamos ahora las que hizo
cuando se consagró en la religión a Cristo por esposa. Era su cama,
mientras estuvo buena, unas veces de palos agudos y de ásperos
troncos, otra de tablas con una fresada sin almohada. Demás de los
ayunos, que eran continuos, se disciplinaba todos los días tres veces.
Andaba ceñida de cilicios de fierro, crueles verdugos que martirizaban
su inocente cuerpo. Fuera de estas disciplinas tomaba otras de sangre
según el beneplácito de su confesor. Y no fiándose de su propia mano o
por temor de que el amor propio reprimiera el impulso o por juzgar de
pocas fuerzas el golpe, tenía una moza pagada y mucho más obligada
de sus cariños y persuasiones para que entre la oscuridad de la noche la
disciplinase. Y así lo ejecutaba todos los días, hasta dejarla el cuerpo
herido y ensangrentado, alentándola para que se empeñase en herirla
con más crueldad con ruegos y tiernas palabras. Estas sangrientas
disciplinas le duraban hasta que le daba alguna enfermedad, pero en
sanando volvía con más aliento a continuar su riguroso martirio. Otras
veces, no satisfecha de derramar su sangre, suplicaba a una que la atase
a un palo apretándole los brazos con cordeles, que esto era bastante
martirio para su inocencia, y la rogaba que como a su esclava la azotase
y castigase, sin perdonar a la violencia del golpe parte alguna de su
cuerpo. Y a esta misma rogaba que la diese de bofetadas estando de
rodillas y que la maltratase como a la más ruin criatura. Y mientras más
castigada y herida se hallaba más se encendía su corazón en querer
padecer por Dios.
35
La cuestión del martirio nos permite reflexionar sobre el cuerpo como
categoría de análisis para comprender la sociedad de la época. En este
sentido, Alejandra Araya, considera que a través de la aplicación de esta
categoría al sistema colonial podemos observar el ordenamiento del mundo
a partir del binomio cuerpo-alma. El cuerpo es enemigo del hombre porque
lo condena, de manera que las personas más distanciadas de la corporeidad,
de las necesidades del cuerpo, tienen mayor autoridad. El control del propio
cuerpo legitima el control sobre el resto de la sociedad, incapaz de
controlarlo.
36
Como se indica en la cita anterior, sor Ignacia “trató a su inocencia como a
pecadora y miró a su cuerpo como a enemigo de su alma”. En otro pasaje el
autor plantea y responde la siguiente pregunta “¿Qué nos quieren decir el
huir de los deleites del mundo, sus penitencias crueles y sus ásperas
mortificaciones? Sino un corazón tan desposeído de su amor propio como
lleno del amor de Dios.” Por tanto, siguiendo el planteamiento de Araya, el
control sobre su cuerpo ejercido por mujeres como sor Ignacia, a través de la
abstinencia y el martirio para reprimir sus necesidades e instintos,
legitimaban la superioridad moral de los españoles y criollos sobre indios,
negros y castas en la sociedad colonial. Esta superioridad moral a su vez
legitimaba el control social sobre estos grupos incapaces de controlarse y
que, por tanto, debían estar bajo la tutela del grupo superior.
Yendo un poco más allá en el planteamiento, debemos tener en cuenta la
figura del confesor en relación a la mujer penitente. Tal como él mismo
expresa en el sermón, sor Ignacia “fuera de estas disciplinas tomaba otras de
sangre según el beneplácito de su confesor”. Podemos inferir en este aspecto
su dominio sobre la monja, del hombre sobre la mujer. Por tanto, si el
control ejercido por sor Ignacia sobre su cuerpo legitimaba la superioridad
moral y social de su grupo, el control del hombre sobre la mujer penitente
legitimaba la superioridad de lo masculino sobre lo femenino dentro de ese
grupo dominante y, por ende, sobre el resto de la sociedad. Como hemos
podido ver, los pasajes que el autor dedica al martirio son tan extensos y
35
AGN, Dirección de Archivo Colonial, Compañía de Jesús, Asuntos Religiosos, Sermones, Caja 35,
Documento 1036 (signatura antigua: 63,106), fol. 10v-12v.
36
ARAYA, A., “La pureza y la carne: el cuerpo de las mujeres en el imaginario político de la
sociedad colonial”, Revista de Historia Social y de las Mentalidades, Año VIII, vol. ½, Santiago de
Chile, Universidad de Santiago de Chile, 2004, pp. 67-90.
295
Las exequias de sor Ignacia María del Sacramento (Lima, 1735).
Un análisis desde la perspectiva de género
detallados que es difícil no pensar que encontrase cierta satisfacción en ello,
que experimentase el placer a través del dominio sobre ella. Un placer que
se vería elevado exponencialmente al proyectar ese dominio sobre los demás
grupos sociales.
6. La mujer y el orden social: castidad y obediencia
Dentro del imaginario católico, en el Cielo residen los habitantes no
corpóreos, incorruptibles y perfectos, como los ángeles; en la Tierra, por
oposición, están los habitantes corpóreos, imperfectos y corruptibles. Los
monjes y las monjas son seres intermedios que superan lo carnal mediante
prácticas ascéticas y místicas; su recompensa es la santidad, el triunfo sobre
la muerte, sobre la corrupción del cuerpo. En este discurso de castidad y
recato la muerte en lugar de la procreación permite la redención y salvación
del mundo. Esto explica la exigencia de oración y retiro de las monjas como
mujeres consagradas a Dios para la salvación del mundo. El vientre de la
mujer es visto como lugar de corrupción y podredumbre, origen de la
tragedia humana. Las monjas a través del sacrificio, del ayuno y la
mortificación, interrumpen la menstruación, que evidencia la putrefacción
del vientre. En esta teoría del orden social, la mujer es el elemento clave que
legitima al grupo dominante, ya que su capacidad de engendrar la hace
corruptible, la convierte en una carga peligrosa. De ahí la importancia de
controlar su comportamiento sexual. Existen dos modos de evitar la
corrupción, la contaminación del cuerpo femenino, bien mediante el rito
confesional, es decir mediante el sacrificio que hacen las monjas, o bien
mediante la entrega de la honra al cuerpo físico-social, es decir a la
continuidad del grupo dominante. El cuerpo de la mujer representa la
frontera entre el bien y el mal, entre pureza y corrupción, por lo que es
necesario protegerla a través de normas que deben ser respetadas, en el caso
de las religiosas recluyéndolas en un lugar adecuado.
37
Los conventos se
nos presentan por tanto como baluartes contra el mal, la deshonra y las
manchas, dentro de los cuales las monjas modelo son aquellas que, según el
cronista Diego de Mendoza, obedecen las órdenes de sus superioras con
presteza y sin discusión, sin importar lo que costara.
38
El confesor de sor Ignacia era consciente de la importancia de la castidad y
la obediencia de la mujer para el mantenimiento del orden social. Así, en ese
afán de ponerla como ejemplo para sus hermanas, se esfuerza por recalcar el
loable del sacrificio llevado a cabo por ella para mantener su virginidad
hasta el final de sus días, controlando las necesidades del cuerpo mediante el
37
ARAYA, A., op. cit.
38
BURNS, K., op. cit., pp. 138-145.
296
Revista del Archivo General de la Nación Nº31
detallados que es difícil no pensar que encontrase cierta satisfacción en ello,
que experimentase el placer a través del dominio sobre ella. Un placer que
se vería elevado exponencialmente al proyectar ese dominio sobre los demás
grupos sociales.
6. La mujer y el orden social: castidad y obediencia
Dentro del imaginario católico, en el Cielo residen los habitantes no
corpóreos, incorruptibles y perfectos, como los ángeles; en la Tierra, por
oposición, están los habitantes corpóreos, imperfectos y corruptibles. Los
monjes y las monjas son seres intermedios que superan lo carnal mediante
prácticas ascéticas y místicas; su recompensa es la santidad, el triunfo sobre
la muerte, sobre la corrupción del cuerpo. En este discurso de castidad y
recato la muerte en lugar de la procreación permite la redención y salvación
del mundo. Esto explica la exigencia de oración y retiro de las monjas como
mujeres consagradas a Dios para la salvación del mundo. El vientre de la
mujer es visto como lugar de corrupción y podredumbre, origen de la
tragedia humana. Las monjas a través del sacrificio, del ayuno y la
mortificación, interrumpen la menstruación, que evidencia la putrefacción
del vientre. En esta teoría del orden social, la mujer es el elemento clave que
legitima al grupo dominante, ya que su capacidad de engendrar la hace
corruptible, la convierte en una carga peligrosa. De ahí la importancia de
controlar su comportamiento sexual. Existen dos modos de evitar la
corrupción, la contaminación del cuerpo femenino, bien mediante el rito
confesional, es decir mediante el sacrificio que hacen las monjas, o bien
mediante la entrega de la honra al cuerpo físico-social, es decir a la
continuidad del grupo dominante. El cuerpo de la mujer representa la
frontera entre el bien y el mal, entre pureza y corrupción, por lo que es
necesario protegerla a través de normas que deben ser respetadas, en el caso
de las religiosas recluyéndolas en un lugar adecuado.
37
Los conventos se
nos presentan por tanto como baluartes contra el mal, la deshonra y las
manchas, dentro de los cuales las monjas modelo son aquellas que, según el
cronista Diego de Mendoza, obedecen las órdenes de sus superioras con
presteza y sin discusión, sin importar lo que costara.
38
El confesor de sor Ignacia era consciente de la importancia de la castidad y
la obediencia de la mujer para el mantenimiento del orden social. Así, en ese
afán de ponerla como ejemplo para sus hermanas, se esfuerza por recalcar el
loable del sacrificio llevado a cabo por ella para mantener su virginidad
hasta el final de sus días, controlando las necesidades del cuerpo mediante el
37
ARAYA, A., op. cit.
38
BURNS, K., op. cit., pp. 138-145.
martirio. Al mismo tiempo señala cómo el primero de los sacrificios debe
ser la obediencia a sus superioras. Los pasajes al respecto son elocuentes:
Solo los confesores pueden ser testigos. Y como yo lo fui… puedo decir
para mayor gloria de Dios y poder de su gracia que la venerable virgen
Ignacia, desde la cuna al sepulcro se conservó virgen, sin que el menor
impuro pensamiento empañase el candor de su pureza… Pero qué no le
costó la custodia de tan inestimable tesoro, ya lo tienen dicho sus
crueles y sangrientas penitencias, pues sabía que en el tratamiento más
cruel de la carne se conserva más libre de peligros el espíritu…
39
Su vigilante temor o indefectible cuidado en la observancia de sus
reglas y en la obediencia a sus preladas, aunque le mandasen cosas
difíciles y repugnantes a su genio o inclinación, es el más seguro
testimonio para conseguir el más supremo honor de la santidad y
perfección… Qué diré de la obediencia que tuvo a su confesor. Pues no
hacía cosa que no se gobernase por su dirección, para que así fuesen sus
santas operaciones agradables a los ojos de Dios.
40
Las amenazas al mantenimiento del orden social son representadas por el
demonio. En el caso de las exequias de sor Ignacia se vincula su figura con
los grupos sociales dominados, concretamente los negros, y con la tentación
que puede pervertir la castidad de la monja, lo cual igualaría al grupo
dominante con los dominados, al ser incapaz de mantener el control sobre sí
mismo que legitimaba su superioridad moral.
Siendo ya religiosa y viniendo del santuario a las doce de la noche, al
pasar por el patio del claustro grande sintió un gran pavor porque vio al
demonio en figura de un disforme negro arrimado a un pilar, llamó a
Nuestra Señora de la Encarnación para que la socorriese. Y pasando
más adelante encontró una negra echada de bruces en la tierra, volvió a
implorar el favor de Nuestra Señora. Y pasando a su cancel, donde
dormía sola, llevando luz en la mano, al abrir su cancel, vio en medio
del suelo una rueda de fuego, que arrojaba mucho humo… Estando
acostada sintió sobre si un gran peso y, sentándose en la cama, vio que
era el demonio en figura de gato prieto. Y echándolo, le saltó encima y,
después de haberla lastimado y arañado, se desapareció a la invocación
del Dulce Nombre de Jesús. Esta figura se le aparecía casi todas las
39
Archivo General de la Nación Perú, Dirección de Archivo Colonial, Compañía de Jesús, Asuntos
Religiosos, Sermones, Caja 35, Documento 1036 (signatura antigua: 63,106), fol. 18v-19r.
40
Ibídem, fol. 19v-20r.
297
Las exequias de sor Ignacia María del Sacramento (Lima, 1735).
Un análisis desde la perspectiva de género
noches andando alrededor de su cama, ya subiéndose a la cama, ya
trepando sobre el cielo de su pobre lecho…
41
Conclusión
Las exequias de sor María Ignacia del Sacramento nos acercan al papel
asignado a la mujer en el mantenimiento del orden social colonial. Son
utilizadas por su confesor para transmitir a sus hermanas el modelo de
comportamiento religioso femenino que debían respetar para cumplir esa
función asignada. Esto es facilitado al autor por el tipo de discurso, el
sermón de honras fúnebres, y por su calidad de confesor, que le permite
idealizar la biografía de la monja alegando ser conocedor de sus
experiencias íntimas, solo a él confiadas. Gracias a ello puede proyectar en
su discurso el modelo ideal de la vida religiosa femenina sobre la biografía
de sor Ignacia, sin ser cuestionado por su público.
Fuentes y Bibliografía
ARAYA, A., “La pureza y la carne: el cuerpo de las mujeres en el
imaginario político de la sociedad colonial”, Revista de Historia Social y de
las Mentalidades, Año VIII, vol. ½, Santiago de Chile, Universidad de
Santiago de Chile, 2004, pp. 67-90.
BURNS, K., Hábitos coloniales. Los conventos y la economía espiritual del
Cuzco, Lima, Centro de Estudios Andinos e IFEA, 2008.
CERDÁN, Francis, “La oración fúnebre del Siglo de Oro. Entre sermón
evangélico y panegírico poético sobre fondo de teatro”, Criticón, nº 30,
Toulouse, 1985, pp. 78-102.
PAZ, Octavio, Sor Juan Inés de la Cruz. Las trampas de la fe, México,
FCE, 1984.
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Ibídem, fol. 13-13v.
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Revista del Archivo General de la Nación Nº31