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Revista del Archivo General de la Nación 2024; 39(2); 119-122 Luis Alfonso Sanstevan de Noriega
histórico. La primera parte, titulada «El teatro histórico de la Era del Guano a la Guerra
del Pacíco», aborda lo que el autor denomina el “primer ciclo de auge del teatro
histórico”. Rengifo describe dicho período como oscilante, con un gran momento
de esplendor en la producción, representación y apoyo estatal durante la década de
1850 e inicios de 1860, en plena bonanza guanera. No obstante, esta dinámica cambia
con la crisis económica derivada de la guerra con España y el declive del modelo
guanero, evidenciado entre mediados de 1860 y nes de 1870. Sin embargo, el teatro
nacional, y en particular el teatro histórico, experimenta un resurgimiento tras el inicio
de la Guerra del Pacíco (1879), impulsado por una euforia patriótica inicial que, no
obstante, se ve truncada con la ocupación chilena y la derrota peruana. Durante aquel
periodo de auge, el teatro histórico se vincula estrechamente con el romanticismo, y la
tendencia predominante en la ambientación de las obras es situarlas en la conquista y
la independencia, mientras el pasado estrictamente prehispánico es relegado. Entre las
piezas destacadas de este período se encuentran Atahualpa o La conquista del Perú,
de Carlos Augusto Salaverry, Olaya o El Barquero y el Virrey, de Nicolás Corpancho,
y Rodil, de Ricardo Palma.
La segunda parte, denominada «La crisis del teatro histórico: de la Posguerra a la
República Aristocrática», aborda el ciclo de declive del teatro histórico, al disminuir
la producción y puesta en escena del mismo. Destaca Hima Sumac, de Clorinda Matto
de Turner, con un tiempo histórico híbrido y más exitosa en Arequipa que en Lima.
Sin embargo, es en este periodo de crisis que comienza a presentarse poco a poco la
temática prehispánica en la capital, como es el caso de la ópera Ollanta, estrenada sin
mucho éxito en 1900. Esta temática estaría vinculada a un sentimiento de armación
nacional tras la Guerra del Pacíco, cobrando la temática prehispánica incaica más
fuerza en el Cuzco, aunque con un carácter localista y regionalista. No obstante, su
mayor importancia se dio durante los últimos años de la República Aristocrática, años
de crisis política, social y económica. Las compañías de teatro incaico cusqueñas
llegarían a Lima a nes de la República Aristocrática, presentándose con éxito, aunque
sin la plena aceptación por parte de las elites limeñas.
La tercera y última parte, titulada «La Patria Nueva de Leguía y el resurgimiento
del teatro histórico, 1919 y 1924», aborda dicho ciclo durante los años de auge y
consolidación del Oncenio, cuando se observarán con claridad las relaciones entre el
poder político y el teatro histórico. Es de destacar que en este periodo, a diferencia
de los anteriores, predomina la temática prehispánica incaica, señalada por Rengifo
“como elemento exaltador de la nación y la identidad nacional” (p. 330). Destacan
las piezas: Ollanta, ópera cuya música es de José María Valle-Riestra, y el libreto de
Federico Blume y Fernán Cisneros (reestrenada en 1920); también, la reposición de El
Mártir Olaya, del español Eloy Perillán y Buxo, en 1923; y, El sol de Ayacucho, del
español Francisco Villaespesa, cuya producción fue encargada por el gobierno para
ser presentada en el centenario de la batalla de Ayacucho (1924).
Desde que comencé a hacer teatro, en los años setenta, me ha llamado la atención la
oscuridad en la que parece hundirse la tradición de nuestro teatro. Grandes saltos de