Enrique Silvestre García Vega, La meritocracia como forma de gobierno: origen, evolución y desafíos
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los nacientes estados hispanoamericanos. Desde este punto de vista, las guerras de la
independencia en Sudamérica no fueron otra cosa que una rebelión de las regiones
más alejadas, de la pobre y poco desarrollada periferia venezolana, neogranadina,
chilena y rioplatense, frente al rico espacio andino (los actuales territorios ecuatoria-
no, peruano y boliviano) donde España había llevado a cabo el núcleo de su trabajo
civilizador y desde donde se organizaba la producción platera, obrajera y el comercio
a nivel continental. La oportunidad para este desborde de la periferia hacia el centro
fue el dramático debilitamiento militar (y sobre todo naval) de España como conse-
cuencia de su destructiva guerra de Independencia contra los franceses desde 1808,
que dejó a los pueblos de Sudamérica abandonados a su propio juego. Como señala
el historiador James Lockhart, fue una especie de «inversión» del movimiento expan-
sivo de la conquista, que había comenzado en el Perú durante el siglo XVI. Aunque
todavía pobre, hay que recordar que la periferia vivía bajo la inuencia vitalizadora
del enorme comercio atlántico, producto de la Revolución Industrial inglesa que, des-
de nes del siglo XVIII, había conducido el rápido crecimiento de localidades como
Buenos Aires, Valparaíso y Cartagena.
Asimismo, la obra señala cómo, consumada la Independencia del Río de la Plata
(1816), de Chile (1818), y de la gigantesca y bioceánica Colombia bolivariana (1819),
los grupos dirigentes de estas nuevas formaciones estatales comprendieron con clari-
dad que su seguridad y vigencia como estados nación dependían de la destrucción del
bastión realista del Perú. En el caso de Chile, la motivación central tuvo, como tras-
fondo, la huella dejada por la contrarrevolución emprendida por el virrey Abascal, con
recursos logísticos y humanos de origen peruano, entre 1809 y 1815. El tiempo trans-
currido es breve, de manera que podemos comprender que era el deseo de no volver
a ver realistas peruanos deslando en triunfo en Santiago (como había ocurrido luego
de la batalla de Rancagua en 1814), y no la aspiración de ver difundida la «libertad»
al Perú, lo que explica el enorme esfuerzo que un país tan pobre hizo desde 1819 para
enviar una escuadra con el objeto de neutralizar el poder naval «español» del Pacíco
(que, para todo efecto práctico, era un poder naval peruano).
Por otro lado, la nueva aproximación teórica permite comprender que proyectos como
el de la Federación de los Andes no tenían nada que ver con lo que conocemos desde
el siglo XX como «integración», sino que fueron, más bien, proyectos hegemonistas
inspirados en la realidad europea. Bolívar se veía a sí mismo como un Napoleón ame-
ricano cuya Francia era la Gran Colombia. Recordemos que Napoleón buscó acabar
con las monarquías absolutistas, introduciendo el credo de la Revolución Francesa,
solo que en la punta de las bayonetas de sus ejércitos invasores, y sin tener en cuenta
el sufrimiento popular que entrañaban sus acciones fuera del territorio francés. Como
su maestro Napoleón, Bolívar también repetía por doquier que su labor era dar la
«libertad» a América, cuando en verdad dirigía un proyecto imperialista. La idea era
convertir a la Gran Colombia (como dice Gerhard Masur) en el nuevo «centro de
gravedad» de Sudamérica, y fragmentar y «satelizar» lo que habría quedado del Perú,
destazado a propósito.
El libro de Pereyra desarrolla una narración uida, ágil, que va desde los antecedentes
virreinales y la crisis de la monarquía, y la invasión napoleónica en 1808, hasta el