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Un acontecimiento olvidado de la Independencia:
la masacre de extranjeros pro patriotas en el
Callao (1820)
Renán Daniel Campero Paredes
1
Sumilla
El objetivo de este trabajo es sacar del olvido, a través de la revisión de fuentes con-
temporáneas a los hechos e investigaciones historiográcas, este interesante aconte-
cimiento en el marco de la independencia de nuestro país y reexionar sobre la parti-
cipación de las masas populares, en conjunto con el gobierno virreinal, en la llamada
Masacre del Callao de 1820, intentando determinar si dicho evento fue el resultado del
delismo de la población chalaca en la época estudiada.
Palabras clave: participación popular, independencia, Callao, realistas.
A forgotten event of the independence: the massacre of pro-patriot
foreigners in Callao (1820)
Abstract
The aim of this work is to remove from oblivion, by reweaving contemporary sources
to the facts and historiographical researches, this interesting event in the framework
of the independence of our country and to reect on the participation of social actors
and the masses, along with the viceregal government in the so-called Callao Massacre
of 1820, trying to determine if that event was the result of the delism of the Chalaca
population at the time studied.
Keywords: popular festival, independence, Callao, royalists.
1 Licenciado en Historia, Universidad Nacional Federico Villarreal, Lima. Correo electrónico: renan.
campero@unmsm.edu.pe
Recibido: 19/12/2022. Aprobado: 22/06/2023. En línea: 21/11/2023
Citar como: Campero, R.D. (2023). Un acontecimiento olvidado de la Independencia: la masacre de
extranjeros pro patriotas en el Callao (1820). Revista del Archivo General de la Nación, 38: 129-141.
DOI: https://doi.org/10.37840/ragn.v38i1.156.
REVISTA DEL ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN
Notas
Revista del Archivo General de la Nación 2023; voluen 38
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Introducción
Entre las efemérides por el bicentenario de la independencia del Perú existe una que
no fue incluida entre los acontecimientos a conmemorar y, al cual, vamos a dedicar
este pequeño estudio por ser algo incómodo al discurso ocial. La celebración de
estos casi doscientos años de vida independiente nos ha dejado, además, un verdadero
boom de publicaciones y ediciones conmemorativas sobre el proceso independentista,
tanto impresos como digitales, dentro y fuera de nuestro país. Sin embargo, casi nin-
guno se ocupa de este acontecimiento, lo cual evidencia una de falta de perspectiva
sobre dicho evento.
Se trata, pues, del asesinato de al menos seis marineros de las naves neutrales, inglesas
y norteamericanas a manos del “pueblo”, del “populacho” o la “plebe” del puerto del
Callao como respuesta a la captura de la fragata realista «Esmeralda» por un intrépido
ocial inglés junto a sus marinos. Dicho acontecimiento se dio en la mañana del 6 de
noviembre de 1820.
La Independencia, contexto histórico
Después de la victoria independentista en Maipú, Chile, era claro que José de San
Martín invadiría el Perú tan pronto como le fuera posible. El virrey Joaquín de la
Pezuela se apresuró a reclutar nuevas tropas entre la plebe y el campesinado locales,
y a combatir el afán separatista que comenzaba a hacerse popular en el Perú. Tuvo
poco éxito en ambos esfuerzos. Así, en noviembre de 1818, casi dos años antes de
que el Ejército Libertador desembarcara en la bahía de Paracas, escribió al gobierno
en España sobre la poca conanza que tenía en la delidad de la plebe, de los indios
y mestizos especialmente, pues no eran favorables a la causa realista, como tampoco
los esclavos, cuya actitud era “abiertamente decidida por los rebeldes, de cuya mano
esperan libertad” (Anna, 2003: 202). Dentro del ejército, las deserciones eran “escan-
dalosas, continuas, e inacabables”, y tan numerosas que en pocos días se perdieron
batallones enteros (Pezuela, 1947: 805). Mientras tanto, en Lima, las conspiraciones
se estaban generalizando, tanto entre las elites como en los estratos medios y bajos.
El 10 de setiembre, la expedición de San Martín, compuesta por cuatro mil quinien-
tos hombres entre argentinos, chilenos y algunos peruanos, con nueve fragatas y dos
naves más pequeñas, desembarcaba en Paracas e instalaba su cuartel general en el
puerto de Pisco (Anna, 2003: 213). Solo seis días antes, el 4 de setiembre, el virrey
recibió la orden ocial de proclamar la Constitución doceañista a causa del triunfo de
la revolución liberal del general Rafael del Riego en la península, el cual se pronunció
en contra del envío de las tropas a su mando a América y sí, en cambio, a favor de la
restauración de la Constitución de Cádiz.
El 11 de setiembre, y siguiendo las directivas del nuevo gobierno en Madrid, el virrey
envía una propuesta de armisticio a San Martín, explicando que la Constitución estaba
a punto de establecer las reformas políticas buscadas por los insurgentes (Pezuela,
1947: 758). Dichas negociaciones fueron realizadas durante la última semana de se-
tiembre, suspendiendo las hostilidades hasta el 4 de octubre en el, entonces, pueblo
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de Miraores (Anna, 2003: 214−215). San Martín insistió en incluir el requisito de la
independencia peruana en toda posible fórmula de compromiso, llegando a esbozar
su propuesta de coronar a un príncipe español como rey de un Perú independiente, en
tanto los delegados de Pezuela solicitaban el reembarque de la “expedición chilena”
y el envío de representantes a las Cortes en Europa. De este modo se llegaría a un
“impasse”, por lo cual las negociaciones concluyeron con el rechazo denitivo de San
Martín a las condiciones propuestas por los representantes del virrey. Los representan-
tes de aquel fueron el rioplatense Tomás Guido y el neogranadino Juan García del Río,
siendo los del virrey el peninsular Dionisio Capaz, y los criollos José González de la
Fuente, IV conde de Villar de Fuentes, e Hipólito Unanue, quien actuó como secreta-
rio de su legación. Curiosamente, los dos últimos se convirtieron luego en miembros
del gobierno protectoral.
Proclamada por segunda vez la Constitución de 1812 entre los días 15 y 17 de setiem-
bre (Pezuela, 1947: 763), la respuesta de la población fue, sin embargo, de indiferen-
cia, la cual parecía augurar el pronto n de la administración virreinal. Como describe
el virrey en su memoria, solo algunos miembros de la plebe, animados por el dinero,
se prestaron a la pantomima:
No se oyó un ¡Viva! ni la menor demostración de alegría hasta q[u]e en la
Plaza de Santa Ana, el Oydor Osma tiró a la multitud de Negros y Zambos
que seguían a la comparsa, un puñado de plata, y esto les avivó y gritaron
con algunos vivas p[ar]a ver si se les hechaba más plata, pues ni esta gente
ni los más principales ni de otra clases manifestaron ni regocijo ni repug-
nancia en el acto; parecía y lo creí así q[u]e todo les era indiferente (Pezue-
la, 1947: 763).
Sobre el 17 de setiembre, día en el cual se tomó el juramento de la otrora añorada
“Pepa”, el virrey comentó nuevamente en su memoria sobre la falta de interés ya no
solo de la población sino la de él mismo, al negarse a salir al balcón a recibir a la plebe
que presumía pagada:
[…] se presentaron Valleumbroso, García Camba y Bazo, con otros muy
pocos, capitaneando una multitud de Negros y Zambos con achas encendi-
das gritando: ¡Salga el virrey al balcón y viva la Constitución!, p[er]o se
retiraron, y no hubo novedad aunque estaban calientes y salieron del café
(Pezuela, 1947: 764).
Llama la atención tanto la mención de estos tres ociales, uno de ellos limeño y noble
(Valleumbroso), y peninsulares los otros dos, además de gurar entre los más adictos
al sistema constitucional en el ejército realista, como la noticia de que al menos parte
de la plebe, algo enardecida, apoyó la Constitución gaditana aunque bajo la sospecha
de ser comprada. La aparición del “café” como el lugar de donde salieron los “agita-
dores” y sus prosélitos, también es curiosa
2
.
Poco después, y desde Pisco, ordena San Martín la famosa primera expedición a la
2 Para apreciar el carácter del café colonial tardío y su inuencia en la plebe, véase Chuhue, 2013.
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sierra al mando de Juan Antonio Álvarez de Arenales la cual, antes de trepar a los
Andes, ocupa Ica y derrota en Nazca a una partida del coronel Manuel Quimper (14
de octubre), reembarcando la Expedición Libertadora poco después hacia Ancón. Con
estas acciones, quedaban claras las intenciones del correntino, las mismas que expuso
en una carta a O’Higgins fechada el 13 de octubre:
Arenales debe ponerse a caballo sobre Jauja y comunicarse conmigo por el
norte. Yo debo reembarcarme para atacar al norte de Lima, sublevar las pro-
vincias de Huaylas, Huánuco y Conchuchos, de cuya decisión estoy perfec-
tamente disuadido. Mi objeto en este movimiento es bloquear a Lima por la
insurrección general y obligar a Pezuela a una capitulación, sin desatender
al mismo tiempo el aumento del ejército y la subyugación de la intendencia
de Trujillo. Casi puedo asegurar que este plan dará los mejores resultados
y que si se verica, Lima estará en nuestro poder (Dellepiane, 1931: 480).
Como podemos ver, los planes de San Martín se cumplieron casi a la perfección. La
expedición de Arenales tuvo mucho apoyo popular y, nalmente, casi toda la Inten-
dencia de Trujillo se sublevaría en diciembre, encabezada por el marqués de Torre
Tagle. Mientras tanto, la escuadra independentista nuevamente levó anclas e hizo una
demostración de fuerza frente al Callao, continuando luego hasta Ancón, a solo treinta
y seis kilómetros de Lima. Es en este contexto que la marina independentista captura
la nave de guerra «Esmeralda».
La captura de la «Esmeralda»
Se trataba de una fragata española de cuarenta y cuatro cañones botada en el año 1791
en las islas Baleares, la cual zarpa de Cádiz con destino a la entonces Capitanía Ge-
neral de Chile, el 6 de mayo de 1817, con la misión de apoyar en la lucha contra los
independentistas. En 1818, toma parte en el bloqueo de Valparaíso, luego de la batalla
de Maipú, dirigiéndose al aun entonces “el puerto” del Callao.
Luego de la llegada de la Expedición Libertadora al Perú, la escuadra, comandada
por el británico almirante Thomas Cochrane, intenta capturar a los buques españoles,
los cuales deciden adoptar una postura defensiva al amparo de las baterías de nuestro
primer puerto, acometiendo Cochrane por tercera vez a un bloqueo del Callao el 30
de octubre.
Tras fracasar en una tentativa anterior de capturar el mismo buque en Chile, Cochrane
decide hacerlo en la rada del Callao bajo los mismos cañones del Real Felipe, apro-
vechando la presencia en el puerto de dos naves neutrales (inglesa la una y estadou-
nidense la otra), las cuales estaban rodeadas por dos bergantines artillados realistas
(el «Pezuela» y el «Maipú»), dos las circulares de veintiséis lanchas cañoneras y
diversos obstáculos compuestos por maderos unidos por cadenas metálicas que ape-
nas dejaban una angosta entrada. Para lograr su objetivo, ordenó que durante el día la
escuadra suspendiera temporalmente el bloqueo y se retirara mar adentro, de tal modo
que no fuera posible verla desde la costa, dejando solo a la fragata «O’Higgins» en la
cercanía de la isla de San Lorenzo.
El abordaje por sorpresa fue ejecutado por ciento sesenta marinos junto a ochenta
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infantes de marina, chilenos y británicos, embarcados en catorce botes y divididos
en dos columnas al mando de los ociales Martin Guisse y Thomas Crosbie; con este
último iba Cochrane vestido de blanco al igual que todos los tripulantes y llevando
pistola, hacha de abordaje, puñal y lanza corta. Todo comenzó a las diez de la noche,
el almirante había ordenado guardar el mayor silencio y no hacer uso más que del
machete, de manera que como los remos iban vendados con telas y la noche era pro-
videncialmente oscura, los realistas no tenían la menor sospecha del peligro que les
esperaba. El aventurero conde escribe en sus memorias:
Era exactamente media noche cuando llegamos a la pequeña abertura de-
jada en la barra. Poco faltó allí para que todo se frustrase por la vigilancia
de un guarda-costa, contra el cual tropezó felizmente mi embarcación. Al
instante nos echaron el quién vive, al cual respondí a media voz, amenazan-
do matar al punto a cuantos había en el bote si daban la más pequeña señal
de alarma. A esta amenaza no hicieron resistencia y en pocos minutos más,
nuestros valientes se hallaban formando una línea al costado de la fragata
y abordándola al mismo tiempo por diferentes puntos. Los Españoles fueron
enteramente cogidos por sorpresa, hallándose todos, excepto los centinelas,
durmiendo en sus cuadras. […] Se retiraron al castillo de proa y allí hicie-
ron una sostenida defensa, siendo necesario darles una tercera carga para
ganarles la posición (Cochrane, 1863: 102).
El ataque siguió por algún tiempo en el alcázar del buque, en donde los realistas resis-
tieron algo más de tiempo, mientras que el resto de la marinería saltó al mar o huyó a
la bodega (donde eventualmente se rendiría) para librarse de lo que era una verdadera
carnicería humana, debido al tipo de arma empleada. El propio almirante quedo he-
rido en este intrépido ataque, relatando el mismo las circunstancias de dicho suceso:
Al abordar la fragata por las amarras principales, el centinela me dio un
culatazo que me tiró de espaldas y dando sobre un toleto del bote, la punta
me entró por la espalda junto al espinazo, causándome una grave herida, de
la cual sufrí después por muchos años. Poniéndome al instante de pie volví
a subir sobre el puente, y allí volví a recibir una herida en un muslo, pero
atándomela con un pañuelo, pude, aunque con mucha dicultad, dirigir el
ataque hasta el último (Cochrane, 1863: 103).
Toda esta refriega no duró más que un cuarto de hora, teniendo los independentistas
once muertos y treinta heridos, en tanto los realistas tuvieron ciento sesenta muertos,
muchos de los cuales cayeron bajo el machete de los patriotas antes que pudiesen
correr a las armas.
El tumulto y el ruido alarmó pronto a la guarnición del puerto, la cual, desesperada,
se precipito sobre sus cañones, comenzando a disparar contra su misma fragata. Así
sucedió que muchos marinos realistas cayeron muertos y heridos por los tiros de la
fortaleza, contándose entre ellos el propio comandante de la «Esmeralda», el penin-
sular Luis Coig, quien después de estar prisionero recibió una fuerte contusión de una
bala de su propio ejército (Cochrane, 1863: 104). Sin embargo, el fuego de la fortaleza
fue parcialmente neutralizado recurriendo un método ingenioso pero controversial.
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Como ya anotamos, durante la refriega se hallaban presentes dos barcos de guerra ex-
tranjeros, la fragata «Macedonia», de los Estados Unidos, y la fragata inglesa «Hype-
rion». Los capitanes de estas naves habían convenido de antemano con las autoridades
virreinales que, en caso de un ataque de noche, alzarían teas con luces particulares
como señales para que no se les hiciera fuego. El almirante Cochrane estaba entera-
do de dichas medidas gracias a la colaboración y simpatía de parte de la ocialidad
de dichas embarcaciones foráneas, así fue que, en el momento en que las fortalezas
comenzaron a disparar sobre la «Esmeralda», los independentistas levantaron iguales
luces, de modo que los artilleros se encontraban perplejos y dubitativos sobre a qué
buque hacer fuego. Por esta causa, la «Macedonia» y la «Hyperion» recibieron algu-
nos balazos, quedando la «Esmeralda» comparativamente casi intacta. Con esto, las
fragatas neutrales cortaron sus cables y se retiraron seguidos de la capturada nave. La
fortaleza cesó, entonces, de hacer fuego.
La colaboración de los marinos extranjeros en la captura
Según el propio Cochrane, no recibió un apoyo más que moral por parte de algunos
de los tripulantes de la nave de la marina británica «Hyperion» e, incluso, se enfrentó
a la hostilidad de su capitán al considerarlo pirata. Cochrane (1863: 107-108) reere
una curiosa anécdota después de la captura:
Un guardiamarina, que estaba mirando con otros por un portalón, no pu-
diendo reprimir sus sentimientos de verdadero inglés, palmoteó en señal de
aprobación al ver como nuestros valientes hacían salir al enemigo del cas-
tillo de proa. Después supimos que se le había hecho bajar inmediatamente
por orden de su comandante el capitán Scarle, amenazándole de ponerle
arrestado. Tal era el modo de sentir de un comandante inglés hacia mí.
Como contraste, antes del abordaje, el almirante Cochrane (1863: 108) recibió el apo-
yo del navío norteamericano Macedonia:
Cuando los botes se iban acercando a la Esmeralda, de la fragata inglesa
se echó a cada uno el quién vive, con la intención maniesta de alarmar al
enemigo, lo cual habría sucedido si no hubiesen estado descuidados a causa
de la estratagema mencionada [la de los faroles], de haber hecho salir a
nuestros buques de la bahía. Muy diferente fue la conducta del comandante
de la fragata Macedonia de los Estados Unidos, cuyos centinelas no nos
echaron el quién vive, diciéndonos los ociales al pesar y a media voz: Les
deseamos feliz éxito.
Como se puede apreciar, Cochrane sí recibió un apoyo por parte de los navíos neu-
trales, lo cual se evidencia no solo por el testimonio antes citado sino, también, por la
información sobre las teas con luces como señales, información que sólo puede haber
salido de la alta ocialidad de los buques antes mencionados.
La masacre
Cuando la noticia del ataque y la pérdida de la «Esmeralda» se difundió en el Callao
a la mañana siguiente, los habitantes del puerto expresaron su furia contra los extran-
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jeros, atacando a todos los foráneos que pudieron encontrar en las calles del pueblo,
incluyendo a la tripulación de las naves de la real marina británica «Hyperion» y
«Andromache», y de la nave de guerra «Macedonia» de los Estados Unidos. El pri-
mer testimonio que se tiene del incidente es el ocio dirigido al virrey Pezuela por el
capitán del puerto del Callao, Fernando Camuñez:
[…] conmovido el Pueblo y entre ellos 3 o 4 soldados, contra el Bote de la
Fragata de Guerra “Macedonia” con una multitud de piedras que tiraban
al bote muchachos, mujeres y hombres sin que bastase mis gritos y de mi
Ayudante a contener el Pueblo indignado por estar creído que la perdida
de la Fragata de Guerra nuestra “Esmeralda”, han sido la causa la dicha
Americana y la Inglesa “Hyperion”, jurando la muchedumbre acabar con
cuantos extranjeros se presenten en este Puerto
3
.
Como observamos aquí, en el motín participaron tanto soldados como parte de la
“plebe” del puerto. Camuñez informa, además, sobre su intento de salvar la vida de
algunos de aquellos marineros, probablemente con el n de ahorrarle un problema
diplomático a la metrópoli:
[…] me dieron parte de una multitud de Extranjeros de los Buques fondea-
dos en Bahía, que se hallaban a Pelotones en diferentes casas, como en
efecto encontraron [la turba] en bastante número, que condujeron al Arsenal
y de allí al Castillo de la Plaza luego que abrieron las puertas. […] sin poder
averiguar el número que traía o los que perecieron, por la confusión de gen-
tes de todos sexos que se agolparon a acabar con aquellos, y que con mucho
trabajo pude libertarles la vida
4
.
El virrey narra, también, la acción en su memoria mencionando la defensa de los
extranjeros, omitiendo la intervención de la soldadesca, pero incluyendo la defensa
armada de los marinos:
[…] el pueblo con arm[a]s, piedras y del modo que pudo, se hechó sobre
quanto Extranjero halló para asesinarlo, como lo hubiera logrado si la Tro-
pa destinada a apaciguar el motín no hubiera acudido tan pronto: sin em-
bargo, mataron algunos cuyo número no se pudo averiguar: pero según in-
formes ascenderían a 14 o 16 y diez heridos, entre ellos un Guardia Marina
y cinco marineros de la “Macedonia”, y 27 aprehendidos dentro del pueblo
por las patrullas q[ue] los livertaron y a quienes hallaron con armas muchos
de ellos y aun tirando pistoletazos (Pezuela, 1947: 797).
Como anotan Camuñez y Pezuela, no se pudo averiguar el número de muertos a causa
de la confusión. Sin embargo, más adelante, el virrey estimó entre catorce y dieci-
séis los fallecidos, incluyendo dos del «Macedonia» y cinco de las naves británicas
(Pezuela, 1947: 797). Otra fuente, sin embargo, sostuvo la muerte de sólo seis o siete
3 “El capitán del puerto del Callao da parte de lo acaecido en la mañana del 6 con motivo de haberse saca-
do los enemigos a la fragata «Esmeralda» por cuya causa creyó el pueblo que los extranjeros auxiliarían
a aquella” (nov. 6 de 1820). En: De la Barra, 1971: 183-184; p. 184.
4 Ibídem.
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extranjeros (Anna, 2003: 218). La declaración de otro contemporáneo a los hechos no
se aleja demasiado del relato de Camuñez y Pezuela añadiendo claro está la nota de
indignación:
La población del Callao estaba exasperada por la captura de la fragata y
como su orgullo no le permitía confesarse vencida, prerió darse por trai-
cionada y al día siguiente la tripulación del bote de provisiones de la fragata
La Macedonia, bajo la vaga y falsa acusación de haber ido en socorro del al-
mirante Cochrane, fue cruelmente masacrada (Lafond de Lurcy, 1971: 160).
Sin embargo, Gaspar Rico, en su periódico El Depositario, trató de justicar los he-
chos realizados por la plebe chalaca y los soldados en los siguientes términos:
[…] hemos oído decir que uno de los marineros ingleses de la referida cor-
veta [que] desembarcaron a provocar nuestra gente mar […] donde el go-
bierno no castigue o contenga los insultos de advenedizos, los contenga y
castigue el pueblo ofendido e insultado
5
.
Poco tiempo después Pezuela (1947: 798) también justico la actitud del “pueblo” en
su memoria:
No se ha equivocado el Pueblo en el concepto de que los extranjeros son
nuestros enemigos, son repetidos los exemplares de la mala fe de semejantes
hombres y aun prescindiendo de la parte que hubiesen tenido en la sorpresa
de la “Esmeralda”, ellos nos han echo y hacen todo el daño posible.
Problemas diplomáticos
El asesinato de marinos extranjeros provocó graves problemas diplomáticos a la me-
trópoli misma. Así, pues, lejos de favorecer a sus nes, este acontecimiento dejaba al
virrey en una situación bastante delicada. En un ocio de Pezuela al comandante de
la fragata americana «Macedonia», este trataba, nuevamente, de justicar la actitud
del “pueblo”:
[…] es que tumultuado el Pueblo contra los Extranjeros surtos en Bahía,
creyendo haber dado estos, auxilio a los Enemigos, tomó a su cargo vengar
la muerte de sus Padres, hermanos, maridos, hijos y relacionados en el pri-
mer bote que arribó al Puerto, y fue el de la fragata de los Estados Unidos
la “Macedonia” que Vuestra Señoría manda. […] Un hecho en que la Tropa
no tuvo parte
6
.
Como se observa, el virrey niega la intervención de algunos de sus soldados a pesar
de que el ocio de Camuñez, antes citado, lo conrma. La omisión oportuna de esta
información la realizó para no agravar más lo que ya era un incidente diplomático
5 El Depositario, Lima, nº 1, feb. 22 de 1821, p. 4.
6 “Ocio al comandante de la fragata de los Estados Unidos la «Macedonia» haciéndole ver que en el
alboroto del Callao no tuvo parte la tropa, y que los gefes cortaron como es notorio” (nov. 14 de 1820).
En: De la Barra, 1971: 197-198.
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mayúsculo. En un ocio de Pezuela al capitán Antonio Vacaro, aquel muestra su in-
tención de presentar el suceso al comandante de la fragata estadounidense como fruto
de una efervescencia popular que el gobierno no pudo prevenir:
[…] es necesario que me remita Vuestra Señoría a la mayor brevedad el
sumario instruido acerca del anunciado movimiento popular que produxo la
muerte y heridas de varios individuos de la Fragata “Macedonia”, por cu-
yas diligencias pueda llegarse a la rme persuasión de que tal acaecimiento
fue obra de una inesperada efervescencia popular, que no pudo el Gobierno
prevenir, y que éste hizo quanto estuvo de su parte para atajar sus estragos
[…]. En n, se hace indispensable que se reúnan todos los justicativos po-
sibles para convencer que no ha habido tal insulto a la Bandera Americana
como lo pondera el Capitán Downes, y que los hechos en que se funda hijos
de circunstancias imprevistas, no son capaces de legitimar la menor varia-
ción de la aptitud pacica en que se hallan ambos Gobiernos7.
Aquellos incidentes podían ser, sin embargo, beneciosos para los patriotas, como se
demuestra en una carta de los patriotas Joaquín Campino y Fernando López Aldana,
del 8 de noviembre, al general San Martín:
Este virrey no trata de hacer nada para averiguar ni castigar los excesos del
Callao, como debiera, y así esperamos que los comandantes de los buques
(Searle y Downes) le pidan una condigna satisfacción, y, de no dársela, le
hagan y declaren de hecho la guerra, como debe ser, por insulto hecho a
sus naciones. Incidente ha sido éste que, aunque doloroso y triste para la
humanidad, puede reportar a la América grandes ventajas, obligando ya
a la Inglaterra y a los EE.UU., a que se declaren abiertamente a favorecer
nuestra causa (Leguía, 1972: 157).
Las esperanzas de Campino y de López Aldana se vieron parcialmente cristalizadas,
algunos años después, con el envío de los cónsules de la Gran Bretaña y de los Estados
Unidos, en 1823 y 1824 respectivamente, con lo cual reconocían tácitamente la inde-
pendencia peruana. Sin embargo, nunca hubo una abierta hostilidad entre el gobierno
virreinal peruano y las fuerzas de ambas naciones.
Los autores
¿Quiénes fueron los autores de esta masacre? Muchos autores quisieron negar la par-
ticipación popular y culpar a los peninsulares. Así pues, según el historiador decimo-
nónico Mariano Felipe Paz-Soldan (1868: 83), estas acciones fueron capitaneadas por
el español peninsular Dionisio Bautista, maestro carpintero del Arsenal y un mulato
panameño apellidado Espejo, alcalde de cargadores, los que se “llevaron la negra glo-
ria de ser los cabecillas de estos asesinatos” y, según el anónimo autor del Diario de
las cosas notables acaecidas en Lima, los autores fueron “los españoles bolicheros del
Callao que es la gente más soez de España, y muchos del mismo jaez” (R.M., 1971:
7 “Ocio al comandante de marina Vacaro” (nov. 23 de 1820). En: De la Barra, 1971: 207, 208.
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480). Para Leguía (1972: 156), en cambio, la turba incluía:
Soldados de la dotación de los castillos; marineros e individuos de tropa de
la guarnición de la “Esmeralda”, escapados a nado de la catástrofe de la
víspera; gente de mar de los bergantines y buques de comercio, pulperos de
la población; peones de la maestranza; e individuos de las milicias y de los
gremio marítimos (playeros, eteros, etc.) –todos españoles– brutalmente
azuzados por sus superiores, o espontáneamente impelidos por el odio y el
resentimiento, lanzáronse sobre los americanos, a los gritos de “Ahí están
los gringos! los amigos de Cochrane! los protectores del enemigo! a matar-
los! a matarlos!.
Sin embargo, por lo que se puede observar, la turba se componía tanto de americanos
y peninsulares como de militares y civiles de todas las profesiones relacionadas con el
mar, mujeres incluso, conformando un curioso grupo tanto de comerciantes europeos
como de peones chalacos participando de los asesinatos.
El impacto de la masacre en Lima
El propio Paz-Soldán (1868: 83), citando a Campino y López Aldana, arma que se
pretendió hacer lo mismo en Lima, donde: “Un inglés fue asesinado en la calle y otros
dos estropeados malamente. Todos los extranjeros existentes en Lima se reunieron
en una casa la noche del 6, decididos a vender caras sus vidas”. Lo mismo opinó el
virrey, lo cual lo llevo a evacuar a todo británico y estadounidense que se encontrara
en la capital, pues:
En Lima empezó también el Pueblo a conmoverse contra los Extrangeros,
pues no hay quién no esté en la inteligencia de que ellos auxilian de todos
modos a nuestros enemigos, y para evitar una desgracia en los q[ue] residían
en la Ciudad, que llegaban al Nº de 91, […] les hize avisar a todos por un
Ayudante de Plaza p[ar]a q[ue] no saliesen a la calle y se fuesen a bordo por
el Puerto de los Chorrillos, como se vericó por el expresado Comandante
Downes (Pezuela, 1947: 797).
Es más, considerando perjudicial la implementación de más medidas con el n de
contener al “pueblo”, como solicitaba el comandante Downes, entendía el virrey que
de hacerlo empeoraría aún más la situación. Esto queda claro en una comunicación
suya fechada el 13 de noviembre en la cual da cuenta del apresamiento de la fragata:
El comandante de la Macedonia, que se hallaba en esta capital retraído en
su casa con sus ociales y dependientes, solicitó […] que para su seguridad
se jase un bando o librase otra pública probidencia para contener al pue-
blo. Esta medida me pareció la más peligrosa, durante el fervor y la agita-
ción en que estaban los ánimos, y que pudiendo ser ocasión para atropellar
al gobierno en sus disposiciones, condujese al pueblo de un error a otro y de
un atentado a otro más enorme y difícil de remediar.
8
8 Ocio del ministro de Marina, Francisco de Paula Escudero, al encargado del ministerio del Estado,
Un acontecimiento olvidado de la Independencia: la masacre de extranjeros pro patriotas en el Callao (1820)
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Dichas medidas son, sin embargo, algo exageradas. La historia del inglés asesinado en
la capital bien parece ser un rumor, pues no se realizó ninguna reclamación sobre este
al gobierno virreinal y no es mencionado en otra fuente, por lo cual no hay pruebas de
que la plebe limeña se encontrara conmovida contra los extranjeros que ayudaron al
intrépido Cochrane en su audaz captura. La indiferencia y la expectativa fueron, más
bien, las actitudes de las clases populares limeñas en esta primera etapa de abierto
separatismo político.
¿Plebe chalaca delista?
Según los testimonios expuestos en este artículo podemos inferir, a primera vista,
que la población del puerto estaba a favor del gobierno virreinal. Dicha opinión fue,
también, la de algunos aterrados extranjeros como el ocial naval británico Basil Hall:
“La agitación en el Callao, lugar siempre propenso a violentas conmociones popu-
lares, se suponía que era tan grande en esta ocasión irritante, que muchos me acon-
sejaban no excitar el populacho mayor furia mostrándome entre ellos”. Así pues, el
marino escocés arma que, poco después de los hechos: “Llegando al Callao, recorrí
las calles al paso de mi caballo. Estaban llenas de gente, en cuyos rostros había un
ceño que signicaba todo, menos amabilidad o bienvenida” (Hall, 1971: 215).
Sin embargo, un examen más minucioso permite mostrar que la actuación de la plebe
chalaca se debió, más que todo, a una causa económica. El marino francés Gabriel
Lafond de Lurcy (1971: 102) escribe sobre el Callao: “Esta ciudad, que es muy sucia,
está poblada por agentes del comercio de Lima y por un gran número de gentes de
color, libres o esclavos, que tienen el ocio de cargadores, calafateros, taberneros,
contrabandistas”. En otras palabras, la mayoría de la población chalaca de la época se
dedicaba a ocupaciones relacionadas con el comercio marítimo y, al ser éste bloquea-
do por los independentistas, se granjearon estos el odio de sus habitantes, causando su
colaboración en el asesinato de los marineros extranjeros. Esto se evidencia cuando,
después de levantado el bloqueo al puerto, el mismo Hall (1971: 253) recuerda: “La
gente no tenía ya tiempo para inquietarse, y lejos de mirarnos con odio y desconan-
za, nos saludaban como amigos”, mostrando como los chalacos dejaron de lado toda
animadversión contra los anglo norteamericanos y colaboraron, relativamente, con
la causa patriota, olvidando así la historiografía la existencia de este curioso hecho.
Conclusiones
A lo largo de este trabajo, hemos explorado un capítulo de la historia peruana casi
ignorado por la historiogaa nacional, cuya naturaleza y alcances han permitido pro-
fundizar en las características sociales que adopta la violencia en el contexto de una
sociedad estamental en tránsito a la modernidad.
Como puede verse, la actitud de la plebe chalaca en los acontecimientos narrados
es más que compleja pero, sobre todo, llena de conictos y ambigüedades, pues su
insertando carta del virrey del Perú de 13 de noviembre de 1820, en la que da cuenta del apresamiento
de la fragata «Esmeralda» en el puerto del Callao. AGI, Estado, 74, nº 61, mar. 23 de 1821; [fs. 4-4v].
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participación en la llamada masacre del Callao tuvo como colaboradores a soldados,
comerciantes y trabajadores peninsulares. No teniendo, además, constancia de que la
mayoría de la población participara en los asesinatos, la actuación de la plebe porteña
se habría debido más a una causa económica que a otra de tipo político, o por xeno-
fobia.
En su mayor parte, los chalacos de la época se dedicaban a ocupaciones relacionadas
con el comercio portuario y, al ser éste bloqueado por la ota separatista de Cochrane,
se habrían ganado estos últimos la animadversión y molestia de los trabajadores de la
dársena, que dependían de aquella para su diario sustento. Fue así como parte de la po-
blación del puerto culpó de su suerte a la tripulación de los buques extranjeros surtos
en la bahía, provocando su participación en los asesinatos, no existiendo sucientes
indicios para que pueda considerarse tales hechos como el resultado de un presunto
delismo de la plebe chalaca en el periodo estudiado.
Referencias
Fuentes primarias
Manuscritos
Archivo General de Indias (AGI)
Estado, 74, nº 61, mar. 23 de 1821.
http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/description/66663?nm
Periódicos
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Hall, B. (1971) [1824]. El Perú en 1821. En Núñez, E. (comp.), Colección documen-
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del Perú.
Lafond de Lurcy, G. (1971) [1843]. Remembranzas de Guayaquil (1822), Lima y Ari-
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del Sesquicentenario de la Independencia del Perú.
Pezuela J. (1947) Memoria de Gobierno. Sevilla. Escuela de Estudios Hispano-Ame-
ricanos.
Un acontecimiento olvidado de la Independencia: la masacre de extranjeros pro patriotas en el Callao (1820)
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R.M. (1971) [1821]. Diario de las cosas notables acaecidas en Lima, con motivo de
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señor don José de San Martín desde el pasado año de 1820. En Denegri Luna,
F. (comp.), Colección documental de la independencia del Perú, t. XXVI, Me-
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Fuentes secundarias
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Leguía y Martínez, G. (1972) Historia de la emancipación del Perú: el Protectorado.
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