Rachel Sarah O’Toole
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Ser libre y lucumí Ana de la Calle y la formación de
identidades de la diáspora africana en el Perú colonial
Revista del Archivo General de la Nación
2017, N° 32, 145-164
su estatus) para defender su legado después de la muerte de ella. Durante la década de 1720, les
tocó a sus descendientes defenderse de un clérigo que quiso incautar la casa que ella les había
legado. La fragilidad de su derecho a la propiedad subraya lo astuta que fue la estrategia de Ana
de la Calle de fortalecer su estatus superior con tantos rótulos o términos que fuera posible. Su
aserción de múltiples identidades de estatus élite fue, por tanto, necesaria entre los libres de
ascendencia africana en el Trujillo colonial.
el aislamiento de lucumí
El armar ser libre y lucumí distinguió a Ana de la Calle y tal vez la aisló de otras mu-
jeres libres de ascendencia africana en el Trujillo colonial. Como se ha explicado anteriormente,
de una muestra de acuerdos notariados de manumisión entre 1640 y 1730, solamente veinte, o
el 14 por ciento, de los pocos esclavizados que lograron la libertad legalizada, se registraron a
favor de africanos. Además, de las manumisiones para africanos entre 1700 y 1730, solamente
cuatro quedaron categorizadas como arara.
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Una de éstas fue para una mujer popo (en 1710) y
otra fue para Juan Bautista, que quedó identicado en una venta notariada como negro de casta
lucumí y fue manumitido en 1730 por su buen servicio.
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Aunque los pueblos de la Costa de
los Esclavos compartieran conexiones culturales y lingüísticas (como sugiere Thornton) había
muy poca gente liberta del Golfo de Benín para formar una cohorte para Ana de la Calle, lo cual
subraya el estatus especial de lucumí. ¿Qué importaba que Ana de la Calle hubiera articulado
una identidad tan singular en el Trujillo colonial?
Ana de la Calle no documentó conexiones con otras mujeres libres de ascendencia
africana; más bien articuló una relación de patrocinio que se asemejaba a las conexiones entre
libertas y sus antiguos dueños. Su testamento nombra a una sola persona aparte de sus esposos (el
primero muerto y el segundo viudo) y sus hijos. Pidió que un clérigo prominente, don Ambrosio
Girón de Estrada, sirviera de albacea de su patrimonio. Según casos civiles subsecuentes, Girón
de Estrada, un promotor scal del obispado de Trujillo, poseía la hipoteca sobre la casa de Ana
de la Calle y había sido el cliente principal de su negocio panadero. Ana de la Calle no nombró
a Girón de Estrada como su antiguo dueño, sino que indicó que era su patrón—en lo bueno y
en lo malo. Posiblemente siguió el ejemplo de otras libertas que también nombraron a patrones
que antes habían sido sus dueños. En su testamento en 1675, Ana Juana Pardo, una mulata de
Cochabamba que vivía en Trujillo, declaró que su “industria y trabaxo personal” y la caridad de
su dueño, el entonces obispo de Panamá, le hicieron posible libertarse.
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Declarando rmemente
que su esposo “nunca tubo capacidad ni inteligencia para saber buscar el sustento ordinario,”
Ana Juana Pardo así aseveró que ella misma había pagado su manumisión con la ayuda de su
dueño, cuyo patrocinio ella había cultivado. Reconoció que la relación con su dueño, no la que
tenía con su esposo (quien la había abandonado), había contribuido a su estatus como libre. Las
libertas de ascendencia africana reconocían, a veces públicamente, el patrocinio actual o pasado
de su antiguo dueño. Por ejemplo, María de Alvarado tomó (o recibió) el apellido de su antiguo
43 Francisco Arara en ARL, Protocolos, Cortijo, leg. 110, 1700, folio 577; María Arara en ARL, Protocolos, Espino
y Alvarado, leg. 161, número 238, 1705, folios 326v-327v; Isabel, casta arara, en ARL, Protocolos, Espino, leg.
329, 1720, p. 227v; María, casta arara, en ARL, Protocolos, Espino, leg., 338, 1730, folio 433.
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María Popo en ARL, Protocolos, Cortijo, leg. 120, 1710, folio 388v; Juan Bautista en ARL, Protocolos, Espino,
leg. 338, 1730, folio 102v.
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arl, Protocolos, Álvarez, leg. 90, número 178, 1675, folio 366.