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REVISTA DEL ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN
Historia
El poder de las coyas en los documentos
e imágenes (siglos XVI y XVII)
Giuliana Moyano-Chiang
1
Resumen
Este texto se acerca a los documentos de archivo, textos e imágenes más relevantes
que se relacionan con María Cusi Huarcay Coya, Beatriz Clara Coya y Ana María
Coya. Estas coyas o reinas incas ejercieron el poder de su linaje en el virreinato del
Perú entre la segunda mitad del siglo XVI y los primeros años del siglo XVII. El poder
se percibe como múltiples formas en que las mujeres con un rango o dignidad real
llegaron a crear alianzas, sobre todo mediante el vínculo del matrimonio. Este artículo
también explora las imágenes que se crearon sobre los matrimonios de las descendien-
tes incas y la relación de los textos con estas representaciones.
Palabras clave: mujeres, arte colonial, coya, ñusta, poder, reginalidad, linaje inca.
The Power of the Coyas in Documents and Images
(16th and 17th Centuries)
Abstract
The aim of this paper is to examine the most relevant archive documents, literature,
and images related to María Cusi Huarcay Coya, Beatriz Clara Coya, and Ana
María Coya. These coyas or Inca queens exercised the power of their lineage in the
viceroyalty of Peru between the second half of the 16th century and the rst years of
the 17th century. Power is understood as multiple ways in which women with royal
rank or dignity formed alliances, above all, through the bond of marriage. This paper
also explores the images that were created about the marriages of the Inca descendants
and the relationship between the texts and these representations.
Keywords: women, colonial painting, coya, ñusta, power, queenship, inca lineage.
1 Magíster en Historia del Arte, Universidad Nacional de Educación a Distancia. Madrid, España. Correo
electrónico: gmoyanochiang@gmail.com
Recibido: 14/4/2021. Aprobado: 6/6/2021. En línea: 6/8/2021.
Citar como: Moyano-Chiang G. (2021). El poder de las coyas en los documentos e imágenes (siglos
XVI y XVII). Revista del Archivo General de la Nación, 36: 55-77. doi: https://doi.org/10.37840/ragn.
v36i1.120
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Introducción
[...] auer cometido dicho delito contra doña Veatriz de Mendoça mina hija de
Saira [Sairi] Topa Ynga. En auer hablado su desposorio con el dicho Cristó-
bal Maldonado estando depositado en las Provincias del Perú, en poder del
dicho Arias Maldonado siendo relator de la causa
2
.
En las investigaciones sobre las mujeres coloniales indígenas, afrodescendientes y
mestizas siempre advertimos que ellas no se presentan solas en la documentación,
sino que están relacionadas con guras paternas, con sus cónyuges o con autoridades
patriarcales. A pesar de los importantes estudios sobre la mujer en la época del virrei-
nato —realizados por investigadoras como María Rostworowski, Ella Dunbar Tem-
ple, Virginia Bouvier, Sara Beatriz Guardia, Sara Vicuña y María Emma Mannarelli,
entre otras—, la mujer colonial continúa siendo un sujeto que no se maniesta en un
primer análisis, sino que subyace en los espacios limítrofes de los discursos masculi-
nos (Bouvier, 2013: 91).
Por dicha razón, el objetivo de este artículo es examinar los documentos de archivo,
literatura e imágenes más relevantes que se relacionan con María Cusi Huarcay Coya,
Beatriz Clara Coya y Ana María Coya. Estas mujeres de la nobleza inca son perso-
najes femeninos clave para entender el período del virreinato del Perú comprendido
entre la segunda mitad del siglo XVI y los primeros años del siglo XVII. Es en esta
época que se hizo efectivo el translatio imperii, con el acuerdo de rendición propuesto
por el marqués de Cañete a Sayri Túpac en 1557 y la muerte de Túpac Amaru en 1572.
Estos acontecimientos manifestaron el n de la soberanía inca y la legitimación de la
monarquía española como paradigma del poder de Occidente, amparada por la reli-
gión católica. La compleja ideología de translatio imperii como una transferencia de
poderes tuvo su origen en Oriente y en la idea de Roma como sucesora de los imperios
universales de Asiria, Persia y Macedonia. Esta misma idea de transmisión de poderes
se centró en la concesión otorgada por el papa Alejandro VII a los Reyes Católicos
sobre América en 1493 (Mujica, 2021).
Esta forma de poder imperial proveniente de Europa —en concreto, de la península
ibérica— fue individualizadora y totalizadora, integrada en un sistema político orga-
nizado a través de la Iglesia cristiana (Foucault, 1988). En tal sentido, coyas y ñustas
3
,
así como otras personas de la nobleza inca, tuvieron que negociar con las autoridades
españolas su permanencia como individuos pertenecientes a las élites locales, ya que
la entrada de la monarquía española y sus instituciones produjo un choque entre dos
culturas muy distintas forzadas a convivir y entenderse.
Es en este contexto donde se revela el poder de la coya, que se maniesta en diversos
ámbitos donde las mujeres con un rango o dignidad regia
4
llegaron a ejercer inuen-
2 Archivo General de Indias (en adelante, AGI), Indiferente, 426, leg. 25, 1572, f. 161r.
3 Coya o qoya es la reina soberana, esposa del Inca, y ñusta o ñust’a es la princesa real, el título de las
descendientes femeninas del Inca y la coya; además, son llamadas ñustas las hijas del Inca engendradas
con otras mujeres. Véase: González Holguín, 2007.
4 Desde hace algunos años se viene utilizando el neologismo en castellano “reginalidad” para referirse al
rango de ser una reina. En el ámbito anglosajón es de uso común el término queenship para describir el
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El poder de las coyas en los documentos e imágenes (siglos XVI y XVII)
cia; aunque el poder de la coya no se manifestó como dominio público, como sí ocu-
rrió en el caso de su contraparte masculina, el Inca.
La realización de este estudio se ha basado principalmente en los documentos de ar-
chivo, en la literatura de los cronistas de la época, en los trabajos sobre las mujeres del
virreinato y en algunas investigaciones contemporáneas sobre la imagen y la mujer que
proporcionan un punto de vista diferente a la perspectiva canónica que encontramos tan-
to en la historia como en la historia del arte. La falta de material escrito por las propias
mujeres de la época exige buscar datos en crónicas escritas entre los siglos XVI y XVIII
por españoles, mestizos y europeos con una fuerte inuencia patriarcal y cristiana. De
ello se desprende la intencionada omisión sobre los aspectos del mundo femenino.
La documentación de los archivos sobre María Cusi Huarcay, su hija Beatriz Clara
Coya y su nieta Ana María revelan algunos aspectos interesantes sobre el poder os-
tentado por estas coyas. Beatriz Clara y su hija Ana María han originado una impor-
tante literatura como consecuencia de sus matrimonios con Martín García de Loyola,
sobrino nieto de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, y Juan
Enríquez de Borja, nieto de San Francisco de Borja, respectivamente.
El artículo también explora, a partir de las imágenes que se crearon sobre los matri-
monios de las descendientes incas, la relación de los textos con las representaciones
y su repercusión en el virreinato. La obra en cuestión es Matrimonio de Martín de
Loyola con Beatriz Ñusta y de Juan de Borja con Lorenza Ñusta, del año 1718, que
se encuentra en el Museo Pedro de Osma de Lima. Sin embargo, esta no es la única
representación de los matrimonios, ya que existen tres lienzos que tratan el mismo
tema, los cuales se encuentran en las iglesias de la Compañía de Jesús en Arequipa y
el Cuzco, además del beaterio de Copacabana en Lima. Todos ellos fueron pintados
de forma anónima entre los siglos XVII y XVIII, por lo que cabe asegurar que sus
creadores fueron artistas locales de la Escuela Cuzqueña. Estas magnícas obras de
la pintura virreinal han sido ampliamente estudiadas, tanto en su vertiente histórica
como en los aspectos artísticos, iconográcos y estilísticos
5
. No obstante, el tema que
trata la obra Matrimonio de Martín de Loyola con Beatriz Ñusta y de Juan de Borja
con Lorenza Ñusta está abierto a otros posibles análisis.
El poder de las vencidas
El matrilinaje de las coyas lo conocemos por los documentos de archivo y por los
relatos sobre estas mujeres que se han entretejido con otras historias. Ana María Coya
era hija de Beatriz Clara Coya; esta última, junto con Francisca Maldonado, Juana
Maldonado y Melchora Sotomayor Coya eran hijas de María Cusi Huarcay Coya, hija
a su vez de Coya Cuxi Huarcay, y esta última hija de Mama Huarcay. Estas mujeres
serían descendientes de una coya llamada Huarque o Huarcay (Temple, 1950: 109).
rango, la dignidad o la condición de ser una reina; esta palabra inglesa apareció por primera vez en 1536
para denir lo antes comentado. Véase: García Herrero, 2017.
5 Véase: Chang-Rodríguez, 2020; Mellado, 2018; Mújica, 2004; Sebastián, Mesa y Gisbert, 1985;
Timberlake, 1999; Wuffarden, 2021.
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Cronistas como Diego Fernández Córdoba o Garcilaso de la Vega coinciden en
señalar que María Cusi Huarcay fue hija del inca Huáscar con Mama Huarcay, omi-
tiendo la versión que indica que María Cusi Huarcay Coya fue hija de Manco Inca
y hermana del Inca Sayri Túpac, su esposo. La poligamia existente durante el Ta-
huantinsuyu y, posteriormente, las uniones al margen de la autoridad eclesiástica
durante el virreinato hacen difícil determinar, de una forma precisa, la relación de
parentesco de estas mujeres.
¿Ejercieron poder las coyas? Para entender el poder real de las coyas hay que
entender el “poder” como algo que va más allá del dominio físico y del poder
de las instituciones, hay que pensarlo como una variante del término, un poder
adscrito al campo funcional y al ambiente donde la reina desarrollaba su inuencia:
la preservación de la memoria dinástica, la diplomacia matrimonial y la mediación
(Echevarría y Jaspert, 2012).
Silverblatt (1978) apunta que los datos sobre las coyas en el Tahuantinsuyu indican
que estas tuvieron derecho sobre las tierras destinadas a su uso personal, siendo muy
probable que la producción de los campos fuera utilizada para mantener el culto a
los ancestros ya fallecidos. La coya ejercía como gobernadora de todas las mujeres,
asimismo, los cultos religiosos sugieren la existencia de una estructura de autoridad
dual donde la coya representaba a todas las mujeres. Sobre el parentesco andino pre-
hispánico se puede decir que hubo un principio de paralelismo por el que los hombres
descendían de una línea masculina y las mujeres de una línea femenina, así la coya,
como hija de la Luna y representante de todas las mujeres, tuvo la misma relación con
su diosa-madre que la que tuvo el Inca con su padre el Sol.
Al mismo tiempo, Silverblatt resalta que hubo algunas coyas que gobernaron el Cuzco
en ausencia del Inca y arbitraron en las decisiones del consejo real. Sin embargo, la
coya no tuvo el mismo dominio del Inca con respecto a su sexualidad, pues esta no
podía unirse a otros hombres a la vez, en cambio el inca podía unirse a otras mujeres
al mismo tiempo. Rostworowski (2005: 18) indica que la coya o reina, como consorte
real, también poseía yanaconas para su servicio, al igual que el Inca.
Es importante mencionar a los grupos de parentesco llamados panacas, estos tuvie-
ron un carácter matrilineal y sus miembros constituyeron la aristocracia del Cuzco.
Asimismo, la composición matrilineal y exógena de las panacas y la importancia del
ayllu materno fueron decisivas a la hora de la elección del candidato a Inca (Rostwo-
rowski, 2015). En relación con las panacas, Rostworowski también apunta que el
término panaca procede de la palabra quechua pana. El signicado de pana es ‘her-
mana’ y está asociado a otros grados de parentesco que unen al varón con la mujer,
como puede ser el de prima hermana o prima segunda, así como puede referirse al
linaje o a un determinado grupo social (González Holguín, 2007).
En la segunda mitad del siglo XVI, la aristocracia nativa quedó incorporada al impe-
rio de Carlos V. Con la muerte de Manco Inca a manos de los españoles, no cesó la
violencia que había empezado con la guerra civil entre los conquistadores, pues los
sucesos de la muerte de Huáscar y Atahualpa, además de las constantes sublevaciones,
habían generado un clima tenso donde el virrey y las autoridades miraban con recelo
y desconanza a los descendientes de la nobleza inca. En este contexto se produce la
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El poder de las coyas en los documentos e imágenes (siglos XVI y XVII)
unión de Cusi Huarcay Coya con Sayri Túpac, ambos hijos de Manco Inca. El inca
había tenido otros dos hijos, Cusi Tito Yupanqui y Túpac Amaru.
El virrey Hurtado de Mendoza acordó, junto con los oidores y los obispos, otorgar a
Sayri Túpac, quien había sido proclamado inca con la borla que lo legitimaba como
tal, diecisiete mil reales castellanos de renta para él y sus hijos, la encomienda de
Francisco Hernández en el valle de Yucay y unas tierras encima de la fortaleza del
Cuzco, a cambio de su renuncia como señor del Tahuantinsuyu y siempre que aban-
donase su enclave de Vilcabamba (Fernández Córdoba, 1571).
Sayri Túpac Inca aceptó la propuesta de Hurtado de Mendoza y se trasladó a la Ciudad
de los Reyes con Cusi Huarcay Coya para entrevistarse con el virrey. En la ciudad fue-
ron recibidos solemnemente por las autoridades españolas y por los pobladores indí-
genas. El Inca y la coya entraron ricamente ataviados a Lima siguiendo las costumbres
incas. A su regreso al Cuzco, ambos son instruidos en la fe cristiana por el padre Juan
de Vivero y bautizados por el obispo fray Juan Solano, dándosele al inca el nombre
de Diego de Mendoza, como el padre del virrey Marqués de Cañete, y a la coya el de
María Manrique, como la madre del virrey (Lohmann, 1965: 4-5). Al mismo tiempo,
y debido a que eran hermanos, recibieron una dispensa del arzobispo de Lima para
poder contraer matrimonio cristiano (Cobo, 1892: 213).
Hacia 1556, Felipe II y María Tudor, hija de Catalina de Aragón y nieta de Isabel I de
Castilla, se habían unido en matrimonio. No habiendo herederos varones en la corona
británica, María Tudor fue proclamada reina de Inglaterra por derecho propio. Para
conmemorar la real boda se acuñaron las primeras monedas que circularon en el vi-
rreinato del Perú, con la gura de Felipe II Rey de España y la Reina María Tudor. En
esa coyuntura, Felipe II comunicó al virrey del Perú y a los oidores, a través de una
carta enviada en enero de 1556, que su hermana María de Austria y Portugal quedaba
como reina regente en su ausencia, advirtiéndoles que debían obedecer su mandato
(Fernández Córdoba, 1571).
Como apunta Earenght (2007), a las mujeres de la realeza rara vez se las nombra so-
las, se las asocia con adjetivos como “reina regente”. En el caso de María de Austria y
Portugal, estos modicadores señalan el rango y la variedad de las prácticas del poder
real. Aunque también este tratamiento convierte a las mujeres en anomalías historio-
grácas que ocultan la verdadera dimensión y alcance de su poder.
En la época del Tahuantinsuyu, los enlaces conyugales también habían sido parte de la
política inca y se daban con la nalidad de estrechar lazos de parentesco entre grupos
de poder. Rodríguez y Mínguez (2013: 16) arman que los Habsburgo adoptaron una
política de enlaces matrimoniales por razones estratégicas, diplomáticas, políticas y
económicas, como continuación de una táctica que tuvo su origen en las élites que
poseían el poder desde la Antigüedad. El lema que circulaba por la Europa de los
siglos XVI y XVII, y que fue referente de la diplomacia de los Austrias durante tres
siglos, condensa inmejorablemente la idea del poder real a través de la política de
matrimonios: “Bella garant alii, tu felix Austria nube(‘Que hagan otros la guerra;
tú, Austria feliz, cásate’).
Sayri Túpac Inca muere en 1561 y hay referencias que apuntan al envenenamiento.
Lo más inquietante sobre su testamento, redactado el 25 de octubre de 1558, además
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de estipular subordinación hacia la nueva autoridad peninsular y hacia el cristianis-
mo, es que en dicho documento legitimó a su hija Beatriz y al hijo, o hija, que estaba
esperando su esposa, la coya María Cusi Huarcay. Asimismo, expresó el deseo de que
sus bienes pasen a sus hijos y que sea su esposa la tutora de los menores. Deja tam-
bién una asignación para una hermana suya llamada Inés
6
. El testamento fue rmado
y traducido por el oidor Rodrigo López, porque Sayri Túpac desconocía la escritura
castellana (Lohmann, 1965).
María Cusi Huarcay Coya redene su situación a partir de la muerte de su esposo, el
Inca. Además de Beatriz Clara, la coya tuvo otras dos hijas llamadas Francisca y Juana
Maldonado
7
. Durante el gobierno del virrey Toledo (1569-1581), este obliga a la viuda
a casarse con el español Juan Fernández Coronel, con el que engendró dos hijos: Martín
Fernández Coronel Inca y Melchora Sotomayor Coya. Al parecer, Toledo adopta la po-
lítica de matrimonios instaurada por los Austrias y la aplica en el virreinato.
La carta redactada el 23 de diciembre de 1586 en la ciudad del Cuzco por el escribano
público Luis de Quesada, a petición de María Cusi Huarcay Coya un año antes de su
muerte, evidencia que para comprender el poder y la base de las estrategias que ema-
nan de este, debemos primero indagar en los signos de resistencia (Foucault, 1988). La
coya se presenta como hija de Manco Inca y esposa de Sayri Túpac, armando tam-
bién que tanto ella como el Inca fueron señores de los reinos que pertenecieron a sus
antepasados. María Cusi Huarcay Coya se presenta a sí misma como lo haría un caba-
llero, hijodalgo y conquistador, declarando su linaje (Levillier, 1921-1925: XI, 231)
8
.
En el texto, la coya pone énfasis en las posesiones que habían pertenecido a su estirpe
y que se encontraban en Vilcabamba, lugar donde ella residió en su juventud. Cusi
Huarcay hace una larga lista de yacimientos de azogue, plata y oro que ella conocía,
y que se encontraban en los cerros y cordilleras cerca de su antigua residencia. Lo pe-
culiar de la lista es que la coya sabía el nombre de cada cerro: “canpalla, ataororuana,
chiniguivita, guaruacasa, çapacaty, minicunga, uroscalla, chino, guamani, guamana-
te, sauani, usanbi y socos”. La intención de María Cusi Huarcay fue la de enseñar las
minas al virrey y así obtener la licencia para su explotación, con la condición de que
su primo Jorge Fernández de Mesa, hijo de conquistador y de una noble inca, se en-
cargase de su explotación, pues alegaba que de no ser así podrían sufrir maltratos los
naturales que habitaban la zona (Levillier, 1921-1925: XI, 231-236).
Este registro muestra que María Cusi Huarcay, viuda y sola, todavía trataba de ejercer
poder e inuencia a través de su linaje con la nalidad de no perder las posesiones que
habían sido de su padre y de su esposo. En la carta que reproduce Levillier consta que
6 En el testamento de Sayri Túpac Inca no hay información sobre quién fue el padre o la madre de su
hermana Inés.
7 No se puede asegurar que Francisca y Juana Maldonado no sean hijas de Sayri Túpac Inca, pues
sabemos por el testamento de este último que María Cusi Huarcay estaba embarazada hacia 1558. Las
niñas podrían haber sido mellizas y su madre haberles puesto el apellido Maldonado, no por ser hijas del
capitán Diego Maldonado, sino porque este fue nombrado albacea y testamentario del Inca. Y si Sayri
Túpac murió en 1561, tuvo que conocer al hijo o hija que esperaba la coya.
8 En este documento, el capitán Lezana declara en su defensa que es caballero, hijodalgo, capitán de Su
Majestad, vecino y conquistador. Archivo General de la Nación (en adelante, AGN), Real Audiencia de
Lima, leg. 2, doc. 11, 1552, f. 479.
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El poder de las coyas en los documentos e imágenes (siglos XVI y XVII)
la coya no rmó porque no sabía escribir
9
y le pidió a su criado Francisco de Morales
que lo haga por ella. No obstante, la explotación de las minas le fue denegada debido
al gran recelo sobre cualquier acción que validara a la nobleza indígena.
María Cusi Huarcay, Beatriz Clara Coya y Ana María Coya no fueron indiferentes
a sus contemporáneos, y se puede armar que sus vidas fueron bastante azarosas.
Beatriz fue entregada en matrimonio, siendo aún una niña de ocho o nueve años, a
Cristóbal Maldonado, hijo del doctor Buendía; años más tarde, también fue prometida
en matrimonio al hijo de Tito Cusi Yupanqui; y, por último, el virrey Toledo propuso
en 1572, coincidiendo con la captura y ejecución del Inca Túpac Amaru, la unión de
la coya con el capitán Martín García de Loyola, sobrino nieto del fundador de la Com-
pañía de Jesús y artíce de la captura del último Inca de Vilcabamba.
Hay noticias que arman que la ñusta ingresó en 1563 al monasterio de Santa Clara
del Cuzco, en donde obtuvo una formación cristiana. Las cartas y papeles publicados
por Levillier (1921-1925) reejan la importancia económica del patrimonio que la
ñusta había heredado de sus padres. El repartimiento de la coya Beatriz, que fue una
de las cabeceras de la provincia del Cuzco, comprendía los valles de Yucay, Pisac y
Jaquijahuana, lugar donde se libró la batalla del mismo nombre entre de los partida-
rios de Gonzalo Pizarro y los eles a la Corona dirigidos por Pedro de la Gasca. En la
zona del Collao que le pertenecía habitaban alrededor de 1900 indios tributarios y un
aproximado de 4500 pobladores de reducciones. Asimismo, en el pueblo de Pucará se
contabilizaban 264 tributarios.
En 1566, el licenciado Lope García de Castro, gobernador del virreinato y presidente
de la Real Audiencia de Lima, envió una carta al Consejo de Indias informando que la
coya María Cusi Huarcay había sacado a la ñusta del convento y la había dejado con
Arias Maldonado, hijo del doctor Buendía. El propósito era casar a la niña con Cris-
tóbal Maldonado, hermano de Arias, quien estaba casado a su vez con Isidora, sobri-
na del licenciado Muñatones. El licenciado informaba, también, sobre el matrimonio
secreto de Cristóbal Maldonado con la hija de Gerónimo Zurbano. En realidad, en el
informe subyace la intención de que el Consejo de Indias le conceda el poder para
controlar a la población indígena mediante el establecimiento de los corregimientos
(Levillier, 1921-1925, III).
¿Por qué María Cusi Huarcay aceptó el matrimonio entre Beatriz, su hija, y Cristóbal
Maldonado? Se pude deducir que la situación de la nobleza inca atravesaba un mo-
mento difícil, la coya había visto cómo su padre y su esposo habían sido asesinados, y
teniendo poder y autoridad sobre su hija pensó en crear alianzas para favorecer a sus
descendientes y así perpetuar su linaje. Arias Maldonado poseía el repartimiento de
Hernando Pizarro, uno de los más ricos de la zona. Ante esta circunstancia, el licencia-
do Lope García de Castro manifestó el inconveniente de que Beatriz Coya se vincule a
Cristóbal Maldonado porque así los hijos del doctor Buendía tendrían aún más poder
del que ya poseían (Levillier, 1921-1925, III).
9 El analfabetismo entre las mujeres indígenas y afrodescendientes durante el período colonial fue muy
alto. No obstante, la tasa de analfabetismo en las mujeres en el Perú, por ámbito geográco, sigue siendo
alta. Según datos obtenidos por el INEI, en el año 2019 es de 4,1% en la costa, de 15,4% en la sierra y
de 10,1% en la selva.
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Tras estos sucesos, la ñusta regresó al convento de Santa Clara. Posteriormente, du-
rante el gobierno del virrey Toledo, este buscó una alianza a la altura de la estirpe
real de la niña, teniendo siempre en cuenta la herencia que por derecho propio le
pertenecía a Beatriz Clara Coya. Ni Cristóbal Maldonado ni Felipe Quispe Tito fueron
los elegidos. El connamiento de la ñusta en el convento no fue excepcional para la
época, ya que, durante la Edad Moderna fueron recurrentes los encierros y encarce-
lamientos de mujeres de la realeza de la Península Ibérica. Quizá los más representa-
tivos fueron los de Juana, reina de Castilla y madre del emperador Carlos V, recluida
en un palacio-cárcel en Tordesillas por orden de su padre Fernando II de Aragón; otro
encierro femenino importante fue el de Ana Hurtado de Mendoza de la Cerda, prin-
cesa de Éboli, encerrada por orden de Felipe II en la fortaleza de Santorcaz en 1579.
Dichos encierros, como el de Beatriz Clara Coya, sirvieron para controlar, acallar y
limitar el poder de las mujeres.
La política de matrimonios emprendida por los Habsburgo inuyó en el mandato del
virrey Toledo. Para su gobierno era conveniente que la ñusta, como noble y cristiana,
se casara con alguien que fuese el a la Corona, y el elegido fue el capitán Martín Gar-
cía de Loyola, caballero de la Orden de Calatrava, quien provenía de una familia de la
nobleza vizcaína. El capitán García de Loyola había prendido al inca “rebelde” Túpac
Amaru —el cual, antes de ser decapitado, fue bautizado, tomando por nombre cristia-
no el de Felipe—, por lo que fue distinguido por sus méritos y servicios al Rey con-
virtiéndole en un candidato digno de contraer matrimonio con Beatriz Clara Coya
10
.
Antes de la boda de la coya, realizada en 1572, el virrey Toledo mandó a que se pregun-
te a la joven, que se encontraba recluida en el convento, si deseaba quedarse con las re-
ligiosas o si prefería casarse, ante lo cual Beatriz optó por lo segundo
11
. La sucesión di-
nástica, el matrimonio y la maternidad denieron la vida de las mujeres de la nobleza en
el Antiguo Régimen. Las coyas optaron por el matrimonio como medio de protección
para poder conservar su linaje inca. Evidentemente, el cristianismo modicó la percep-
ción que tenían las mujeres indígenas sobre las uniones conyugales y la maternidad.
El virrey Toledo recomendó al Rey recibir a la pareja en la corte en España. En una
consulta al Consejo de Indias, se propone que Martín García de Loyola reciba una
renta de mil pesos de un repartimiento en el Perú aunque vaya a residir a España
con su esposa
12
. Sin embargo, la pareja tuvo que afrontar el pleito entablado el año
1572 sobre el matrimonio de la coya con Cristóbal Maldonado. Más adelante, la renta
otorgada a García de Loyola por el Consejo de Indias fue una de las vindicaciones
exigidas por Ana María de Loyola Coya.
El pleito se revisó en varias ocasiones. No obstante, en 1572, el escribano de cámara
del Consejo de Indias, Juan de Ledesma, retomó el litigio que había quedado pendien-
te a causa del fallecimiento de su antecesor, el escribano Juan de Ovando. Ledesma
reenvió el caso al virreinato peruano para ser resuelto por sus autoridades
13
. No obs-
tante, la disputa continuó y, en 1577, se concedió licencia a Maldonado para seguir
10 AGI, Patronato 118, r. 9, 1572.
11 Francisco de Toledo, virrey del Perú, a S. M. Cuzco, 24/9/1572. En Levillier, 1921-1925: V, 483.
12 AGI, Lima, 1, N.º 3, 1576.
13 AGI, Indiferente, 426, leg. 25, 1572, fs.161r-161v.
6363
El poder de las coyas en los documentos e imágenes (siglos XVI y XVII)
tratando la querella de matrimonio con Beatriz
14
. Años atrás, los hermanos Maldonado
habían sido enviados a España acusados de conspirar contra Luis Núñez de Vela, al-
guacil de la Real Audiencia
15
.
El caso del matrimonio entre Beatriz Clara Coya y Cristóbal Maldonado pasó a ser
evaluado por el nuncio apostólico, Filippo Sega, dejando un rescripto en latín del año
1578 (g. 1)
16
. La gura de Sega fue muy importante en el siglo XVI porque desem-
peñó el cargo de diplomático de Juan de Austria en Flandes, con el objetivo de ayudar
a la pacicación de los Países Bajos españoles en lucha contra el protestantismo. Du-
rante el virreinato, la disolución matrimonial se otorgaba cuando se demostraba que
no había existido consumación, o por haberse ejercido la violencia en la obtención del
consentimiento matrimonial. Por otra parte, para que un matrimonio cristiano fuera
válido, este debía haber sido realizado por un párroco, los contrayentes debían estar
bautizados y haber testigos del hecho.
A través de los documentos de archivo se percibe la importancia del matrimonio entre
Beatriz Clara Coya y Martín García de Loyola. También se advierte la obligación de
legitimar la unión cristiana de la pareja y su posible descendencia. Cuando García
de Loyola fue nombrado gobernador del Río de la Plata en 1581
17
, no quiso tomar
posesión de su cargo hasta que el pleito con Cristóbal Maldonado estuviera resuelto
18
.
Según apunta Murúa (2008: 200v, 201r), el litigio sobre el matrimonio de Beatriz fue
resuelto por el agustino Juan de Almares, catedrático de la Real Universidad y juez
apostólico, quien se pronunció a favor de García de Loyola.
En 1592, Beatriz Clara Coya se traslada a Concepción junto a su esposo, recién nom-
brado gobernador de Chile
19
,y es allí donde al año siguiente nace Ana María, la única
hija de la pareja. Según expresa Frezier (1716), la ciudad de Concepción, o Penco (en
nombre indígena), fue tomada por el líder mapuche Lautaro después de su fundación,
en 1550. Los levantamientos eran constantes en la zona, por lo que en 1567 se trasladó
la Cancillería Real a la ciudad de Santiago. En repetidas ocasiones, García de Loyola da
cuenta a las autoridades virreinales de la situación de guerra que se vivía allí
20
. A pesar
de las sublevaciones indígenas, el gobernador fundó la villa de Santa Cruz en 1595
21
.
Los nativos de Chile no tuvieron reyes ni soberanos, cada familia se gobernaba por
misma. Las mujeres usaban lliclla y tupu (aller o prendedor), como hacían las
mujeres del Collao (Frezier, 1716). Es en este ambiente, muy distinto al del Cuzco, en
el que Beatriz vivió hasta la muerte de su esposo, asesinado en un alzamiento de los
indios de Arauco y Tucapel en diciembre de 1598
22
.
14 AGI, Charcas, 415, leg. 2, 1577, fs.18r-18v.
15 Traslado de una carta del licenciado Castro a S. M. dando noticia de varias alteraciones ocurridas en la
tierra, y lo que convenía proveer para su paz y tranquilidad. Los Reyes, 2/9/1567. En Levillier, 1921-
1925: III, 257.
16 AGI, Patronato, 3, N.º 25, 1578.
17 AGI, Charcas, 27, r. 5, N.º 9, 1581.
18 Martín Enríquez, virrey del Perú, a S. M. Los Reyes, 17/2/1583. En Levillier, 1921-1925: IX, 260-261.
19 AGI, Chile, 1, N.º 20, 1591.
20 AGI, Patronato, 227, r. 26, 1594.
21 AGI, Patronato, 29, r. 40, 1595.
22 AGI, Patronato, 228, r. 3, 1600.
6464
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Tras los trágicos sucesos y las constantes sublevaciones, Beatriz Clara Coya y su hija
Ana María abandonaron Concepción para trasladarse a la ciudad de los Reyes, en don-
de muere la coya Beatriz en el año 1600. Temple (1950) ha estudiado magnícamente
su testamento, el cual reeja el poder que tuvo Beatriz, aclamada por su esposo como
“Reyna desta tierra”
23
. En su testamento se advierte que Beatriz tuvo una fuerte cone-
xión con la cultura andina y con sus antepasados. De ahí que la coya, como goberna-
dora de las mujeres, no solo dejara a su hija la herencia recibida de sus padres, sino
que se ocupara de otras mujeres de su linaje y de la familia de su esposo: dejó bienes
a su hermana Melchora de Sotomayor, a la doncella Beatriz Vélez, a Isabel de Sosa,
quien la ayudó a criar a su hija Ana María Coya, a tres doncellas llamadas Francisca
de Herrera, Ana Curita y Catalina de Sossa, y a una niña pequeña llamada Leonor de
Loyola sobrina de su esposo.
Durante la segunda mitad del siglo XVI las reinas europeas, especialmente las de la
península ibérica, delegaron parte de su poder a secretarios, ministros y personas edu-
cadas en universidades que estaban entrenadas en las funciones del gobierno. En esta
época, el ejercicio del poder de estas reinas iba siendo menos ocial y pasó al ámbito
privado (Earenght, 2013: 255). Siguiendo esta tendencia, Beatriz Clara Coya nom-
bró en su testamento a Domingo Garro, caballero de la Orden de San Esteban, como
administrador y tutor de los bienes heredados por su hija Ana María (Temple, 1950:
116). Es importante destacar que, en la rma de su testamento, Beatriz se despojó del
apellido de su esposo para rmar solo como “la coya Doña Beatriz”, volviendo a sus
raíces y a su linaje inca. En una provisión de 20 de abril de 1600, el virrey ordenó que
se reservaran los privilegios y derechos que Ana María había heredado de su madre.
Ana María viajó a España y su salida del Virreinato y de su entorno familiar coincide
con el inicio de un nuevo siglo. En Europa residió en casa de su tutor, Juan de Borja
Castro, conde de Mayadal y de Ficalho, quien además de ser un personaje importante
en la corte del rey Felipe III, había sido embajador en Portugal y en Alemania. En casa
de su tutor, Ana María vivió su infancia en un ambiente elegante y culto.
En la misma época, en el Perú, surgieron otros actores sociales, mestizos y criollos,
que buscaron nuevas formas de expresar su identidad en el contexto virreinal de las
Indias Occidentales. Hay que tomar en cuenta la jerarquización existente en cada
sector de la población: los indígenas constituían la mayor parte de la población, y se
fueron adaptando y reconstruyendo dentro del dominio español. Los descendientes
del linaje real inca, aunque conservaban ciertos privilegios, seguían siendo vistos con
recelo por las autoridades reales; y los mestizos incrementaron esa mayoría nativa al
difuminarse el estigma social que los acompañaba. El proceso de mestizaje no se de-
tuvo, y la posición de los mestizos estuvo condicionada por su propio entorno familiar
(Lorandi, 2000).
En 1610 Ana María Coya interpuso una demanda para que se le devuelva lo que por
derecho le pertenecía: la herencia dejada por su abuelo el Inca Sayri Túpac y el legado
de sus padres; el resultado fue favorable para la coya por la intervención de uno de sus
23 Martín Enríquez, virrey del Perú, a S. M., enviando una carta del licenciado Diego López de Zúñiga.
Los Reyes, 1582. En Levillier, 1921-1925: IX, 97.
6565
El poder de las coyas en los documentos e imágenes (siglos XVI y XVII)
administradores, Juan de Oquina
24
, y por la mediación del duque de Lerma, nieto de
San Francisco de Borja.
Estas vindicaciones de Ana María Coya tienen su origen en las acciones del virrey
Toledo llevadas a cabo hacia el año 1572, cuando la madre de la coya estaba recluida
en el convento. Toledo había renombrado los pueblos conocidos como Huayllabamba,
Urubamba, Maras y Yucay con los nombres San Benito de Alcántara, San Bernardo,
San Francisco y Santiago de Oropesa, respectivamente, y los adjudicó a la Corona no
obstante haber sido entregadas a Sayri Túpac como parte del acuerdo de su “capitula-
ción”. Martín García de Loyola, después de casarse con Beatriz Clara Coya, interpuso
una demanda ante el corregidor del Cuzco para que se restituyera a su esposa su he-
rencia paterna
25
. El proceso pasó a la Real Audiencia, pero quedó sin revisarse hasta
1596 (Lohmann, 1948-1949).
Esta política de Toledo tuvo como objetivo descomponer, física y moralmente, el lina-
je real inca, lo mismo que su legado cultural. Cabe destacar que la intención del virrey
fue la de hacer desaparecer los vestigios políticos y religiosos del pasado indígena,
eliminando cualquier iniciativa en favor de la defensa de sus derechos de soberanía
(Duviols, 1977).
A la hija de Beatriz Clara Coya y Martín García de Loyola se le restituyó la jurisdic-
ción de los cuatro lugares adscritos al título del marquesado de Oropesa, con autono-
mía para el ejercicio de autoridad y con facultad de mero et mixto imperio, es decir, la
soberanía para juzgar causas, declarar sentencias de muerte y expulsión, condenar a la
servidumbre o dar la libertad a los esclavos (Lohmann, 1948-1949).
Ana María de Loyola rmaba en los actos ociales como “Ana María de Loyola
Coya”, utilizando siempre el título de coya, reina o señora (Lohmann, 1948-1949:
375). En la documentación sobre los indios tributarios y los pueblos de San Benito de
Alcántara, Santiago de Oropesa, San Bernardo y San Francisco de Maras en el valle
de Yucay que estaban en litigio se menciona solo a Martín García de Loyola como
padre de Ana María de Loyola, omitiéndose así en los escritos la gura de la madre,
dueña de esas tierras por herencia de sus padres. De ahí que, en esta época, ganen más
relevancia la familia Loyola y la estirpe de los Borja, difuminándose el mestizaje de
la coya
26
.
A principios de 1611, Ana María se casa en España con Juan Enríquez de Borja y
Almansa, caballero de la Orden de Santiago y descendiente de la casa real de los du-
ques de Gandía y marqueses de Alcañices. Juan Enríquez era, además, nieto de San
Francisco de Borja, general de la Compañía de Jesús; era viudo, tenía veinte años más
que la novia y había tenido una hija, Antonia, quien tomó los hábitos en el convento
de las Descalzas franciscanas. La joven novia aportó en dote los bienes que había he-
redado de sus padres, siendo lo más destacable los repartimientos del valle de Yucay,
Jaquijahuana, Hualaquipa y Pucará (Lohmann, 1948-1949).
24 AGI, Escribanía, 503A, 1596-1614.
25 Sobre el pleito sostenido por el capitán Martín García de Loyola, en relación con el repartimiento de
Beatriz Coya en el valle de Yucay, véase: Rostworowski, 2016: 112-349.
26 AGI, Escribanía, 506A, 1610-1625.
6666
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Sobre las arras, Lohmann (1948-1949: 378) arma que el novio “prometió seis mil
ducados, y llevó al matrimonio un censo de 300 000 maravedíes de renta sobre el es-
tado de Alcañices, más mil ducados de renta sobre ciertas asignaciones de Zaragoza,
Mallorca y Cerdeña”. En la Edad Media se pueden apreciar enlaces matrimoniales con
linajes reales extranjeros, que de alguna manera contribuían a transmitir la inuencia
de las dinastías locales (Echevarría y Jaspert, 2012). Las arras entregadas a la consorte
podrían concederle autonomía económica y a la vez la legitimaban ante la sociedad.
Lohmann también señala que, en 1612, el rey Felipe III concedió una dispensa a la
coya Ana María con el n de que tuviera plenas facultades para disponer de sus bienes
a pesar de ser menor de edad, razón por la cual Juan de Oquina abandonó la adminis-
tración de sus bienes.
Desde la implantación del gobierno virreinal en el siglo XVI, la nobleza inca había
establecido un conjunto de relaciones personales como estrategia para asegurar su
linaje y privilegios en el territorio local (Lorandi, 2000). En 1614, el rey Felipe III
concedió el título de marquesa de Oropesa a Ana María de Loyola Coya. Sobre los
cuatro pueblos mencionados en el valle de Yucay se había fundado dicho marquesado
con una renta de 10 000 ducados. La concesión del título de primera marquesa de
Oropesa restituyó a la coya su derecho a regir sobre las tierras que habían pertenecido
a sus antepasados incas, a su madre Beatriz Clara Coya y a sus abuelos maternos Cusi
Huarcay Coya y Sayri Túpac Inca.
Al año siguiente, Ana María y su esposo Juan Enríquez iniciaron el viaje desde Espa-
ña al Perú, solicitando para ello licencia como pasajeros a las Indias Occidentales. Los
marqueses de Oropesa viajan junto al virrey Francisco de Borja y Aragón, príncipe
de Esquilache. Iban con ellos once criados españoles: Petronila de Ayala, Luisa de
San Pedro, Juan de Galarza, Beltrán de Urtrieta, Pedro de Calzada, Juan de Cifuentes,
Francisco Núñez, Pedro Afán de Ribera, Diego Montero, Bernardo Hurtado de Men-
doza y Pedro de Quintana. La lista de nombres y lugar de procedencia de los criados
era primordial, porque de esta forma se daba testimonio que todos habían nacido en
España y con esto se probaba su “limpieza de sangre”, requisito exigido por las auto-
ridades para trasladarse a las Indias
27
.
Los descendientes de la realeza inca recibieron con agrado la llegada de los marque-
ses de Oropesa. La dinastía oriunda consideró a la coya Ana María de Loyola como
descendiente legítima de incas y coyas. La gura de la hija de Beatriz Coya cobra más
importancia porque el título de marquesa de Santiago de Oropesa fue el primer título
nobiliario otorgado para el virreinato, coexistiendo con el título de virrey (Lohmann,
1948-1949).
Lohmann señala que los marqueses establecieron su residencia en la ciudad de Los
Reyes y allí nació el 29 de diciembre de 1615, su primer hijo, Juan Enríquez de Borja,
heredero de los marqueses de Alcañices y Oropesa. Hacia 1617, Ana María y su es-
poso se establecieron en el marquesado, el mismo año que vino al mundo su segundo
hijo Diego; en 1619 nació el tercer hijo de la pareja, Álvaro Melchor, y en 1620 el
27 AGI, Contratación, 5343, N.º 26, 1615.
6767
El poder de las coyas en los documentos e imágenes (siglos XVI y XVII)
cuarto, Antonio. Los marqueses tuvieron en total cinco hijos y seis hijas. La coya Ana
María llevó una vida muy holgada en el marquesado; este bienestar se reejó en las
posesiones con las cuales contaban los marqueses, entre ellas una magníca bibliote-
ca. Entre los libros que poseían destacó Nueva Filosofía de la Naturaleza del Hombre
de Oliva Sabuco de Nantes, escrito en 1587. Esta obra siempre estuvo envuelta en
polémica por estar rmada por una mujer y ser transmisora de ideas heterodoxas sobre
losofía y medicina.
Los marqueses regresaron a España en 1626 y se instalaron en Madrid, donde Ana
María Coya falleció al cabo de pocos años, en 1630. Tanto el matrimonio de Beatriz
Coya con Martín García de Loyola, como la unión de Ana María Coya con Juan
Enríquez de Borja, vincularon el linaje inca con la más inuyente nobleza española.
Aunque el marquesado de Santiago de Oropesa pervivió, con la muerte de Ana María
Coya y la sucesión del mismo a su primogénito, Juan Enríquez de Borja, la imagen
real de la coya fue perdiendo relevancia. No obstante, quedan documentos de archivo,
crónicas, literatura e imágenes en los que encontrar referencias sobre el poder y la
forma a través de la cual las coyas negociaron su permanencia y reconocimiento como
integrantes de las élites incas.
Imágenes poderosas
La obra titulada Matrimonio de Martín de Loyola con Beatriz Ñusta y de Juan de
Borja con Lorenza Ñusta, del año 1718, que se encuentra en el Museo Pedro de Osma
(g. 2), es una imagen asociada a María Cusi Huarcay Coya, Beatriz Clara Coya y
Ana María Coya. ¿Captura esta pintura la condición de las coyas? ¿Se relacionan las
imágenes con los textos? Los matrimonios a los que alude el lienzo se llevaron a cabo
en momentos distintos: el primero de Beatriz con Martín García de Loyola en 1572,
y el segundo de Ana María con Juan Enríquez de Borja en 1611. Sin embargo, dichos
acontecimientos, distantes en el tiempo, conviven en un mismo plano y sirven como
justicación para la realización de esta obra anónima de la Escuela Cuzqueña.
Si se reexiona sobre las mujeres de la realeza inca, no se puede pensar en ellas como
en imágenes congeladas, transformadas por una circunstancia histórica. En tal senti-
do, convendría estudiarlas como signicantes más complejos y problemáticos, que se
resisten a una interpretación ja y válida, o a una interpretación canónica (Nochlin,
2019). En la pintura están representadas tres mujeres, tres coyas, y cada una tiene una
historia relacionada con su posición social y política, y su poder dentro del tablero
social, político y económico virreinal.
El virreinato fue un contexto de dominación donde, según arma Gruzinski (2013:
186), “la ‘realidad’ colonial se desplegaba en un tiempo y un espacio distintos, des-
cansaba en otras ideas del poder y de la sociedad, desarrollaba enfoques especícos de
la persona, de lo divino, de lo sobrenatural y del más allá”. En la construcción y cris-
tianización de la realidad desempeñó un papel muy importante la Iglesia. Los jesuitas,
como mecenas de esta obra, buscaron proyectar sus doctrinas sobre la población au-
tóctona incorporando mensajes que representaban a la nueva élite gobernante. Sin em-
bargo, no solo los religiosos buscaron inuir sobre los nativos con sus imágenes, sino
que también los indígenas idearon fórmulas para adaptarse a esta realidad cristianizada.
6868
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No cabe duda de que la obra Matrimonio de Martín de Loyola con Beatriz Ñusta y de
Juan de Borja con Lorenza Ñusta simboliza el triunfo de la Iglesia católica en Amé-
rica y de la concordia, esta última entendida como la armonía entre dos mundos, con
la participación divina del cristianismo y sus representantes terrenales, la Compañía
de Jesús, y la mediación de las coyas representadas a través de los matrimonios. No
obstante, en ella subyace también la idea de la vigilancia de la sexualidad femenina.
Como arma Timberlake, “es muy signicativo que una copia de esta misma obra se
encuentre en el beaterio de Nuestra Señora de Copacabana, un lugar que era destinado
a las mujeres de la nobleza inca” (1999: 578).
En primer lugar, el triunfo de la Iglesia en América se contó en cuerpos, en bienes y en
almas. Durante el virreinato, la Iglesia llevó a cabo una empresa por la cual la nobleza
autóctona se resignó, no sin antes luchar en encarnizadas guerras y sublevaciones, a
aceptar el cristianismo y la dominación imperial. Los linajes nativos se dedicaron a
conservar las huellas de sus orígenes, las imágenes y los objetos que legitimaban su
poder (Gruzinski, 2013). Las coyas, como reinas incas, conservaron el linaje real y
aunque se piense siempre en ellas como reproductoras biológicas de una estirpe, lo
cierto es que no solo fueron capaces de desaar al patriarcado, sino que también inu-
yeron en la transformación de su entorno (Nash, 2004).
Conviene recordar que la conquista de América fue contemporánea a la expansión
del libro impreso e ilustrado. Además de la incorporación de la escritura, se debe
tener en cuenta la inuencia de los grabados que llegaron junto con los primeros
libros y que reproducían las obras más importantes de la época (Gruzinski, 2013).
Estos grabados gozaron de gran popularidad en España y en toda Europa, llegando
desde los Países Bajos hasta Sevilla, donde a través de la ruta comercial que unía
la península ibérica con las Indias Occidentales fueron introducidos en el virrei-
nato del Perú.
También se puede armar que el lienzo de los matrimonios está relacionado con la
“concordia”. La composición muestra a las dos partes: indígenas y españoles, cada
facción se presenta en un lado de la composición y en el centro se ubican los persona-
jes que, de común acuerdo, rman la paz como en el emblema titulado Concordia, de
Andrea Alciato (g. 3), el cual tiene su origen en el mundo literario y recoge un con-
tenido moral. Los emblemas tuvieron una notable inuencia en la pintura en América.
Para entender la concordia entre las dos partes, se tiene que recuperar el momento en
el que Sayri Túpac decide acceder a la propuesta del virrey Hurtado de Mendoza y se
produce la “rendición” del Inca. Como señala Fernández Córdoba (1571), el virrey
marqués de Cañete envía a personas de conanza a tratar con el Inca la “concordia y
paz”, y le propuso perdonar todo lo pasado (las sublevaciones), con la condición de
que aceptara al rey Felipe II como su señor.
La concordia y los matrimonios son representaciones idealizadas del virreinato. Este
montaje histórico, aunque se reera a personas concretas no las retrata, sino que las
convierte en imágenes alegóricas. Se puede argumentar que los términos alegoría e
historia se excluyen el uno al otro, pues la alegoría es aquí atemporal —lo demuestra
la anacronía de los matrimonios— mientras que la historia es única y datada (Di-
di-Huberman, 2008).
6969
El poder de las coyas en los documentos e imágenes (siglos XVI y XVII)
En segundo lugar, el cristianismo trajo a los pueblos sometidos un canon de virtud
femenina que tomó como modelo a la Virgen María. Como apunta Mannarelli (2018),
el patriarcado exigió la vigilancia de la sexualidad femenina como conducta a seguir
para obtener reconocimiento social, sobre todo en las familias cuyo linaje estuvo aso-
ciado a las élites dominantes.
Desde que en 1563 el Concilio de Trento abordó el tema de las imágenes, se llevó a
cabo la perfecta unión entre la imagen sagrada y su correcto locus, es decir la correcta
exposición de las obras por su nalidad didáctica y ejemplicadora. La Iglesia dispu-
so que se debían evitar las alegorías complejas y todo aquello que el el no pudiera
interpretar con facilidad (Suárez, 1998).
La ortodoxia católica también prohibió la desnudez, por lo que los indígenas ya no
debían ser representados desnudos. Sin embargo, circulaban libros con ilustraciones,
láminas y grabados que presentaban a los nativos de las Indias Occidentales casi des-
nudos como en el Códice de trajes del siglo XVI, editado en Alemania (g. 4), que
reproduce imágenes de indígenas vestidos con trajes elaborados con plumas portando
un ave exótica. Esta iconografía del ave también acompaña a la imagen de Cusi Huar-
cay Coya en el lienzo de los matrimonios, es una representación mítica y simbólica
prehispánica relacionada con los pueblos originarios de toda América.
En relación con el tema de las alianzas matrimoniales, la obra Matrimonio de Mar-
tín de Loyola con Beatriz Ñusta y de Juan de Borja con Lorenza Ñusta evidencia la
intención de validar estas uniones entre linajes provenientes de diferentes realidades:
antiguos cristianos y nuevos cristianos. Después del Concilio de Trento se aprobó el
Decreto Tametsi, con la nalidad de erradicar las uniones clandestinas que coexistían
con los matrimonios religiosos (Arechederra, 1994).Arechederra arma que, por esta
disposición, el matrimonio debía pasar por unos ritos para ser validado. A pesar de
esto, las uniones clandestinas continuaron siendo numerosas durante el virreinato.
Posiblemente la frase atribuida a Demóstenes exprese bien lo que el control sobre la
sexualidad femenina perseguía: “las cortesanas existen para el placer; las concubinas,
para los cuidados cotidianos; las esposas, para tener una descendencia legítima y una
el guardiana del hogar” (Foucault, 2019).
El obispo del Cuzco oció el enlace matrimonial de María Cusi Huarcay y Sayri Tú-
pac después de recibir el bautismo. El dibujo realizado por Guamán Poma de Ayala
(Fig. 5)
28
se inspira en el matrimonio de la Virgen María y San José. Las representa-
ciones de la boda de la virgen se fundamentan en la idea divina sobre el matrimonio
concertado por Dios como casamentero y sacerdote, juntando las manos de los pri-
meros casados, siguiendo las escrituras del Génesis “no es bueno que el hombre esté
solo” (León, 1884: 7).
En el lienzo Matrimonio de Martín de Loyola con Beatriz Ñusta y de Juan de Borja
con Lorenza Ñusta cada elemento puede tener otro signicado. La mejor forma de
acercarse a esta obra sería emanciparla de nuestra visión integral y canónica. Didi-Hu-
berman (2017) propone que una imagen puede ser solo un vestigio de un mundo, tal
28 La esposa de Sayri Túpac fue María Cusi Huarcay y no doña Beatriz Coya, como aparece en el título
del dibujo.
7070
Giuliana Moyano-ChiangRev Arch Gen Nac. 2021; 36: 55-77
como un documento de archivo se limita a una situación concreta, así como su impor-
tancia se condiciona a su contenido y también a su posibilidad de ser o no preservado.
“Pero, a pesar de todo, los ojos de la historia testimonian”.
La lámina sobre los incas e indios del Perú (g. 6), insertada en el texto de Frezier
(1716), fue hecha solo un par de años antes que el lienzo de los matrimonios; las dos
imágenes coinciden con un acontecimiento muy importante para la monarquía espa-
ñola, que es el n del reinado de los Habsburgo y el cambio dinástico asumido por
los Borbones. En este contexto, el traslado de poderes a la dinastía de los Borbones
se reeja en el protagonismo de los varones en oposición a las mujeres, ya que la
monarquía francesa se regía por la sucesión monárquica que siempre debía recaer en
el hombre. En el texto de Frezier encontramos un listado con los nombres de las doce
coyas, o reinas incas “míticas”: la primera Mama Ocllo Huaco y la última Coya Pilico
Huaco, esposa de Huayna Cápac, las cuales aparecen en un listado en oposición a los
incas. Las coyas posteriores a Coya Pilico Huaco están ausentes, no se las toma en
cuenta en la historiografía europea, sin embargo, se nombra a Huáscar y a Atahualpa
como incas sucesores de Huayna Cápac.
A nales del siglo XVIII se llevó a cabo la erradicación de los signos de la nobleza
inca en el virreinato peruano como consecuencia de la rebelión de Túpac Amaru II.
Las represalias del visitador Areche tuvieron como objetivo la eliminación y desa-
parición de las imágenes que hacían referencia a la estirpe nobiliaria autóctona. La
lectura de los Comentarios reales, del Inca Garcilaso de la Vega, y la divulgación de
la genealogía inca fueron prohibidas (Peralta, 2021).
En España, los grabados sobre la genealogía de los incas, realizados en 1793 por
Manuel Rodríguez, grabador de la Real Academia de San Fernando, también fueron
prohibidos con la nalidad de borrar el rastro de la nobleza inca (Peralta, 2021). A
pesar de la prohibición de todo aquello que recordara a la estirpe inca, resulta paradó-
jico que desde el mismo momento del levantamiento de Túpac Amaru II hayan surgi-
do documentos sobre la rebelión y que, al mismo tiempo, las láminas realizadas por
Manuel Rodríguez, prohibidas por el Consejo de Indias en plena Ilustración, hayan
generado un archivo con las imágenes idealizadas de catorce incas, que representan al
primer Inca, Manco Cápac, y al último, según Rodríguez, Atahualpa
29
. No obstante,
cabe señalar la ausencia de la contraparte femenina de esas imágenes idealizadas de
los incas, las coyas.
Conclusiones
La historia de María Cusi Huarcay, Beatriz Clara Coya y Ana María Coya la podemos
encontrar en los archivos, pues detrás de cada documento siempre hay una historia.
Para ostentar la dignidad de coya en el Tahuantinsuyu había que ser la esposa del
inca; aunque en la segunda mitad del siglo XVI, con la desaparición de los incas Sayri
Túpac y Túpac Amaru, las coyas que sobreviven a los incas utilizan su poder para
29 Indiferente, MP-ESTAMPAS, 116 a 129, 1793.
7171
El poder de las coyas en los documentos e imágenes (siglos XVI y XVII)
establecer vínculos a través de alianzas matrimoniales con los linajes más importantes
de la península ibérica.
En este contexto, es crucial el momento en el cual Beatriz Clara Coya, estando con-
nada en el convento, toma la decisión de aceptar el matrimonio con Martín García
de Loyola y no permanecer con las religiosas. Esta determinación la introdujo en el
tablero político del gobierno colonial; en tal sentido, la integración de las coyas en la
élite de la sociedad virreinal fue una forma de resistencia. Tanto para Beatriz Clara
Coya como para Ana María Coya, la nalidad de estos matrimonios fue la de mante-
ner la estirpe real inca e integrarla en un nuevo orden político. Aunque estos pactos
parezcan un sometimiento por parte de las coyas, en realidad son una estrategia para
preservar la memoria dinástica inca y conseguir sus vindicaciones sobre el legado de
sus ancestros.
Durante el reinado de los Habsburgo se reconoció a las coyas como herederas del
linaje real inca. Al mismo tiempo, mediante los matrimonios cristianos de las coyas
con personas de estirpe real peninsular, se legitimó la descendencia de estas mujeres.
Quedan por investigar los años que Beatriz Clara Coya vivió en Concepción y la
forma en que se relacionó con las mujeres indígenas de esta población al sur del con-
tinente. También, a partir de la lectura de las fuentes, se sabe que María Cusi Huarcay
fue privada de la tutela de sus hijos y de la administración de sus bienes.
La obra Matrimonio de Martín de Loyola con Beatriz Ñusta y de Juan de Borja con
Lorenza Ñusta captura la imagen idílica de las coyas como representantes de un pa-
sado glorioso. El lienzo está fuera de su contexto por lo que ha perdido su cometido
adoctrinador. Sin embargo, sitúa a estas tres mujeres de estirpe real —indígena y
mestiza— en el mismo espacio que sus equivalentes masculinos. Aunque cabe añadir
que el título de la obra analizada hace referencia a las coyas como ñustas o hijas, de-
pendientes de sus progenitores o de sus esposos.
La imagen de los matrimonios representa la unión de dos mundos —indígena y paga-
no, español y cristiano— y reconstruye el pasado con una visión optimista donde no
se intuyen las guerras, sublevaciones, pleitos, encierros y muertes que se extraen
de los textos. En el lienzo, las coyas son mediadoras de la idealizada concordia entre
españoles e indígenas. Con el n del virreinato y la proclamación de la independencia
del Perú, la imagen de la coya se transformó en un personaje de un pasado mítico
que fue desvaneciéndose durante la República. A pesar de este silencio inigido a
las coyas, se sabe, por los documentos e imágenes, que fueron personajes con poder,
necesarias y visibles en la sociedad virreinal.
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Fig. 1 Validación matrimonio: Cristóbal Maldonado-Beatriz de Coya.
Fig. 2 Anónimo, Matrimonio de Martín de Loyola con Beatriz Ñusta
y de Juan de Borja con Lorenza Ñusta
España. Ministerio de Cultura. Fuente: AGI, Patronato, 3, n. 25, 1578.
Óleo sobre tela, 1718, 175.20 x 168.30 cm. Museo Pedro de Osma, Lima.
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El poder de las coyas en los documentos e imágenes (siglos XVI y XVII)
Fuente: gallica.bnf.fr / Bibliothèque Nationale de France
Madrid, Biblioteca Nacional de España, RES/285
Fig. 4 Códice de trajes, s. XVI, manuscrito realizado en Alemania.
Fig. 3 Concordia, Emblemata (1531). André Alciat.
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Giuliana Moyano-ChiangRev Arch Gen Nac. 2021; 36: 55-77
Fuente: Guaman Poma, Nueva corónica y buen gobierno (c. 1615),
manuscrito GKS 2232 4º, p. 121. Real Biblioteca de Dinamarca
Fuente: gallica.bnf.fr / Bibliothèque Nationale de France
Fig. 5 “El arzobispo Juan Solano casa a Sayri Topa Ynga
con la reina Doña Beatriz, quya”. Dibujo 179.
Fig. 6 “Incas et indiens du Perou”, lámina XXXI. Amédée François Frezier,
Relation du voyage de la mer du Sud aux côtes du Chily et du Perou (1716).
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El poder de las coyas en los documentos e imágenes (siglos XVI y XVII)
Referencias
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Contratación, 5343, N.º 26, 1615.
Escribanía, 506A, 1610-1625.
Indiferente, 426, leg. 25, 1572; MP-Estampas, 116 a 129, 1793.
Lima, 1, N.º 3, 1576.
Patronato, 3, N.º 25, 1578; 29, r. 40, 1595; 118, r. 9, 1572; 227, r. 26, 1594; 228,
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