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REVISTA DEL ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN
Historia
Roberto Levillier**
El Sr. Roberto Levillier, ministro plenipotenciario de la Argentina en el Perú, autor del
presente artículo, es uno de los investigadores de nuestra historia más competentes y
laboriosos. Su crítica histórica, honda y analítica, se impone por la fuerza de sus doc-
trinas morales y la profundidad losóca de sus conceptos. El juicio que le merece,
a propósito de la carta del virrey Toledo, la extraordinaria gura del vice soberano y
la situación moral de tos indígenas, tiene el valor de la originalidad y de la más alta
comprensión de los valores de la cultura aborigen.
La dirección de la Revista honra sus páginas insertándolo.
Horacio H. Urteaga
Muchas obras se han escrito acerca de las luchas de los virreyes del Perú con los Incas,
saliendo casi siempre Francisco de Toledo, el mejor virrey que tuvo el Perú en el siglo
XVI, ajusticiado sin piedad a manos de cronistas, historiadores y arqueólogos. El no
situarse los jueces modernos dentro de los sentimientos de la época y el inspirarse
para sus juicios en las fantasías del Inca Garcilaso de la Vega, parecen ser las causas
principales de esta injusticia.
¿Qué encontró don Francisco de Toledo al llegar al Perú el 26 de noviembre de 1569?
¿Qué antecedentes adquirió?
Después de la conquista del Cuzco, envió Francisco Pizarro a su hermano don Gonza-
lo a la provincia de Vilcabamba a que trajese de paz esa región que por ser de difícil
* Revista del Archivo Nacional del Perú, Lima, tomo II, entrega III, pp. 499-510, 1924.
** Roberto Levillier (1886-1969), historiador y diplomático argentino, autor de importantes obras rela-
cionadas con la historia del Perú como: Santo Toribio Alfonso Mogrovejo, arzobispo de Los Reyes
(1581-1606): organizador de la Iglesia en el virreinato del Perú (1920), Gobernantes del Perú: cartas
y papeles, siglo XVI. Documentos del Archivo de Indias (14 vols., 1921-1926) y Don Francisco de
Toledo, supremo organizador del Perú: su vida, su obra (1515–1582) (1935-1940).
A propósito de una carta del virrey Toledo:
la caída de dos ídolos incaicos*
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acceso era refugio tradicional de los indios. Las tropas enviadas lograron, aunque sin
alcanzar un dominio efectivo, mantener a raya los intentos de sublevación. La agita-
ción, por entonces, se aquietó.
Al alzarse en guerra, Manco Inca, en tiempos del marqués de Cañete, consiguió ese
virrey aplacarlo, dándole la encomienda de indios que había pertenecido a Francisco
Hernández Girón, a condición de que viviese en el Cuzco y se estuviese en paz.
El licenciado Lope de Castro, que gobernó el Perú de 1564 a 1569, también tuvo sus
dicultades con un indio, Titu Cusi Yupanqui, cuyos secuaces atacaban a los españo-
les en los caminos. Hizo con él un convenio por el que, dándole una renta, consentiría
que entrasen religiosos a predicar el evangelio y que se pusiese un corregidor.
Tal era el estado de cosas cuando entró don Francisco de Toledo a gobernar. Era
resuelto y altivo. Parecióle que los tratos anteriores implicaban como un homenaje
de temor a los incas, y no consintió comprar o alquilar la paz en la forma observada.
Pensó en algún temperamento que asegurase la realización denitiva de los dos idea-
les de la conquista: imponer el dominio efectivo de la civilización blanca y destruir
las idolatrías indias para extender la evangelización de los naturales y atraerlos a la
religión cristiana.
Comenzó por buscar la paz. Este es un hecho irrefutable. Los indios contestaron ma-
tando su emisario don Tilano de Anaya. Preparóse entonces para la guerra. Mandó
levantar tropas en el Cuzco y en Guamanga, designando lugarteniente a Martín Hur-
tado de Arbieta. Acompañaban a este muchos ociales y caballeros, entre otros, los
capitanes Antonio Pereyra, Gaspar de Sotelo, Martín de Meneses, así como Martín
García de Loyola y Antonio Camargo que tanta participación habían de tomar en la
derrota de Túpac Amaru y en el hallazgo del ídolo Punchau.
Existe una provisión del virrey acordando un repartimiento al capitán Loyola, en re-
compensa de sus servicios, en el que pueden distinguirse los móviles y sentimientos
que impulsaron su acción contra el inca
1
.
Don Francisco de Toledo, Mayordomo de S.M. y su Visorrey Gobernador
y Capitán General destos Reinos y provincias del Piru y Tierrarme y Pre-
sidente de la Real Audiencia y Chancillería que rreside en la ciudad de los
Reies, etc.
Por quanto aviendo entendido, visto y platicado la ymportancia que hera
para el servicio de Nuestro Señor y verdadera conversión de los naturales
deste Reino y provincias a él comarcanas, y para la seguridad y pacicación
temporal destos Reynos de la Magestad del Rei nuestro Señor, de que pendía
poder el Santo Evangelio ser propagado e adelantado como Su Santidad lo
pretendió e quiso quando dió el título destas tierras y provincias a la Corona
Real de Castilla ser tan particular rremedio para estos buenos efectos quitar
un daño tan grande como hacía la tiranía de los Yngas que havían quedado
conservados en la provincia de Vilcabamba, donde después de haverse le-
vantado contra el servicio de S.M. Mango Ynga, a quien sus ministros dieron
1 Archivo de Indias. Publicado en el Juicio de límites entre el Perú y Bolivia, por don Víctor Maúrtua.
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la borla de Ynga, por la delidad que prestó a S.M. por él e por sus hijos,
que por no lo aver guardado vinieron grandes daños universales en todo este
Reino, e se rretruxo, e huyó a la dicha provincia de Vilcabamba, donde con
la livertad de su traición e ydolatría llevó todos los ídolos para conservar
en los yndios que quedavan en este Reyno la esperanza de livertad de que se
podrían levantar y bolver a sus rritos y cultos de sus ydolatrias, conserván-
dolos en la del ídolo Punchao del Sol, con los demás que llevó de la ciudad
del Cuzco, con el qual se davan en ella las leyes y los cultos de rreligion e
ydolatrias a todo el Reino.
Y queriendo evitar el daño que esto hacía de no poderse infundir en los
naturales por esta causa la doctrina del Santo Evangelio por los Metropo-
litanos, Obispos y eclesiásticos y rreligiones que en él ha havido e ay con
el christianisimo zelo del Emperador e Rey Don Phelipe nuestro Señor, que
para obreros desta planta los han enviado; aviendo tenido experiencia del
daño que avian causado para este Reino todos los medios que los Virreies
Governadores y Ministros pasados avían tomado, y con las ocasiones tan
grandes y justicadas que dieron en mi tiempo para les hacer la guerra, de
las muertes e daños y trayziones que havian hecho y tratavan, acordé de
mandar hazer la guerra a los subcesores del dicho Mango Ynga, haviéndoles
primero prevenido con todos los medios pusibles.
En la información de méritos y servicios que siguió del capitán Loyola, hecha en el
Cuzco ante el Dr. Loarte, del Consejo de S.M. y alcalde de corte en el Perú, prestaron
los testigos aproximadamente la misma declaración.
después que llegaron al dicho pueblo de Vilcabamba tres o quatro días des-
pués, con parecer del consejo del General e Maese de Campo, saviendo que
Topa-Amaro yba al Capacati, el dicho Capitan Loyola e los soldados de su
Compañía fueron en su seguimiento, e le siguió grandes jornadas. E al ter-
cero día llegó al pueblo de Panquis donde avia dos o tres que el dicho Topa
Amaro avía salido teniendo noticia de la venida del dicho Capitán y en el
dicho pueblo y camino prendió a las mamacoyas y mugeres y hermanas y
hijas del dicho Topa Amaro, y a otros Capitanes e principales suyos que no
le avían podido seguir, y a un hermano del dicho Topa Amaro y a otra mucha
gente. Y por no tener noticia ni podido aver yndio alguno que diese noticia
del camino que el dicho Topa Amaro llevaba, porque algunos de los soldados
comencaban a enfermar, dexó de seguir por entonces al dicho Topa Amaro,
e se volvió a Vilcabamba con toda la gente e prisioneros que avía tomado.
Y en el camino tubo noticia de un capitán principal del dicho Topa Amaro,
que se decía Curi Paucar, el qual estaba escondido en la montaña, e por su
mandado se le traxeron preso En lo qual se paso gran travajo y rriesgo, por
ser como es dicho camino y tierra muy fragosa y mala, e de mucho rriesgo y
peligro e de mucho calor y agua.
después desto, entendiendo el dicho Capitán que quedando bibo el dicho
Topa Amaro y Gualpa Yupanqui, su Capitán General e Governador no se
avia fecho cossa alguna, determinó de le seguir y le buscar en la montaña e
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provincias donde estuviesen. E ansi el dicho Capitán con los dichos soldados
de su Compañía, fué en su seguimiento, y llegaron a un rrio grande, que está
a media legua del pueblo de Mapagua y por caminar con brevedad y no se
detener en el camino en hacer balssas, pasaron el rrío sin balssas, y llevando
el hato que llevaban en unas angarillas que hicieron para lo pasar por el
dicho rrió, en lo qual pasaron mucho rriesgo y peligro por ser el dicho rrío
grande y hondo.
E andando el dicho su camino, prendieron, dende cierto tiempo, ciertos yn-
dios Andes de los Manaries, que estavan puestos por espias del dicho Inga,
de los quales tuvieron lengua donde estava el dicho Topa Amaro, e ansi fue-
ron en busca suya. E de los dichos yndios Manaríes que ansi tomaron, se les
hunyó uno, a cuya causa, entendiendo que el dicho indio llegaría primero a
dar mandado al dicho Ynga, dexaron el campo que llevaban, y se echaron
por el rrío avaxo, en cinco balssas que hicieron la tarde que llegaron al rrío
grande, con veinte soldados que el dicho Capitán tomó solamente, porque
los demás los dexó atrás en el dicho rrío con todo el hato. Y en el dicho rrío
prendieron a un Capitán del dicho Ynga, que se dice Uscamayta, que avía
ydo con mucha gente en seguimiento del dicho Gualpa Yupangui a juntarsse
con el dicho Topa Amaro. Y todavía prosiguieron el dicho viaje e camino. En
el qual rrío se passó muy grande travajo, por ser dicho rrío muy caudaloso
e de mucho peligro, a causa de los grandes rraudales y encuentros y peñas
que en él ay, e por ser las dichas balsas en que yban muy ruines; y a esta
causa encallaron algunas de las dichas balsas y zozobraron otras, por cuya
causa fué forzado que el dicho Capitán y soldados sacasen la ropa y hato que
llevaban a cuestas para meter las dichas balssas en el agua.
E con estos travajos e otros llegaron al desenbarcadero del dicho rrío, e fue-
ron por tierra al pueblo de Momori, donde el dicho Topa Amaro avía estado.
Y antes de llegar al dicho pueblo e queriendo pasar un rrío que junto a él
está, salió el Cacique dél con algunos yndios a querer defender el passo, y
el dicho Capitán Loyola con buenas palabras y dádivas hizo amigo al dicho
Cacique, que se dice Yspaca, de manera que el dicho Cacique traxo una
balsa en que passó el dicho Capitán y toda su Compañía al dicho pueblo de
Mamori, de donde el dicho Capitán salió en busca de los dichos Topa Amaro
e Gualpa Yupangui. E aquella noche dió donde estava el dicho Gualpa Yu-
pangui, e le prendió el dicho Capitán. Y otro día siguiente fué en seguimiento
del dicho Topa Amaro; y en dos días que le siguió, después de lo dicho, el di-
cho Capitán anduvo veinte leguas, hasta que dió donde estava el dicho Topa
Amaro y le prendió. En lo qual se hizo gran servicio a Dios Nuestro Señor y a
S.M. en la mucha diligencia que se tuvo en la prisión del dicho Topa Amaro,
porque, si dos horas más se tardara en el prender, el susodicho se embarcava
en un rrío grande, que va junto a la fuerca de los dichos Manaries, e se metía
entre ellos, donde no se podía prender e hicier a el susodicho con los dichos
yndios Manaries gran daño en la provincia de Vilcabamba.
El capitán Francisco de Camargo nos da detalles de interés acerca de la captura del ídolo
principal de los incas. Y no sé qué admirar más, si la fe conmovedora con que los indios
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ansiaban poner a salvo al Dios que adoraban o la fe con que, afrontando los más peli-
grosos obstáculos, perseguíanle los soldados españoles. Así cuenta Camargo el hecho:
Llegados que fueron al dicho pueblo de Vilcabamba e aviando entendido que
el dicho Topa Amaro e Quispi Tito Ynga y su General e Capitanes y demás
yndios yvan huyendo y llevaban consigo un ydolo llamado Punchao que ado-
ravan y tenían por su Dios a cuya crehencia y envaymiento los dichos Yngas
se sustentaban e atrayan a si muchos yndios se dió horden por el dicho señor
General de que el Capitán Loyola saliese con gente por una parte e así salió
e que por otro fuese el Capitán Martyn de Meneses e asi salieron y fueron con
gran rriesgo e travajo por rríos y tierra peligrosisima, y el dicho Francisco
de Camargo en compañía de Alonso de Carvajal caudillo con otros soldados
que se adelantaron más de diez o doze leguas adelante de donde llegó el
dicho su Capitán hasta unos pueblos de Satis llamado Simaponeto adonde
hallaron un rrío muy grande y allí tovieron nuevas que yva por allí Gualpa
Yupangui, General de los dichos Yngas e que llevava el dicho ydolo. E de los
soldados que yvan se aventuraron los diez dellos, uno de los quales fué el
dicho Francisco de Camargo y en una balsa de tres palos con gran rriesgo de
la vida pasaron el dicho rrío en el dicho alcance del dicho GualpaYupangui
se le quitó y despojó de mucha gente y se tomó el dicho ydolo Punchau que
fué causa de dar entender a los yndios el engaño en que estavan y de grande
servicio a Dios Nuestro Señor e a S.M.
En una carta expresaba el virrey Toledo al cardenal de Sigüenza algunas consideracio-
nes, que son de interés, acerca de la guerra contra los indios
2
. Así decía:
Mayor merced hemos descubierto en esta guerra de los yngas que nos ha
hecho dios de la que ante se pensaua, porque ansí en las ocasiones se per-
mitió para la justicación della como en la presteza de la execución que
nos hizo tener para executarla y en aver descubierto tantos daños pasados
y los que se esperauan contra su seruicio y peligro de la seguridad de estos
reynos y trama de los leuantamientos de los naturales a sido grande miseri-
cordia suya aver limpiado y sacado esta rrayz tan del todo que actualmente
estaua conseruada y se auia forticado el autoridad de la ydolatria que se
hallo en esta ciudad y reyno quando se gano y donde se hauian huydo los
que auian leuantado y rreuelado todos los naturales deste reyno y estan-
do actualmente tratando de hazerlo y atrayendo así los ya convertidos se
gano esta prouincia de bilcabamba sin dexar en ella ynga muerto ni biuo
ni dezendiente dellos ni capitán ni ydolo que no se ouiese a las manos todo
en aspereça de tierra increible de pensar que se podía limpiar ni hazer más
efeto del que auia hecho el marqués don Francisco Pizarro y rodrigo orgo-
nez dos vezes que entraron y la vna fueron desbaratados de los enemigos y
la otra se les huyeron y metieron en las montañas y no osando sustentarse
en la prouincia se salieron los españoles y tornó el mango ynga y sus hijos
2 Carta del 19 de octubre de 1572, actualmente bajo prensa en Madrid debiendo entrar a formar parte del
tomo IV de la correspondencia de Gobernantes del Perú que publicamos para la Biblioteca del Congre-
so Argentino. El epistolario de Toledo, solo conocido en trozos, ocupa parte del tomo III y llenará los
tomos IV, V y VI de la misma colección. Archivo de Indias, 70-1-28. R.L.
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a forticar los fuertes que agora tenian y los medios que pusieron los virre-
yes marques de cañete y conde nieva fueron de tan grande ynconuiniente
y peligro como vuestra señoria entendera y mayor el que auia puesto el
licenciado castro con autoridad de su magestad que debaxo de el se hacian
las apostasias y trayciones contra su magestad como vuestra señoria vera
tengo en mas que en todo el auerse recuperado el credito de la nacion es-
pañola que con estos baruaros tan de golpe se yua perdiendo enfrenandose
ellos y no menos los españoles con los temores que con estos yngas nos
ponian para necesitarnos dellos y auerlos yntroducido a que salgan a la
guerra con sus obligaciones los vezinos y ciudades como deuian y a que
en este reyno se haga junta de gente guando fuere menester sin libertades
ni platicas dellas queda una ciudad poblada de aquella prouincia de sant
francisco de la uitoria y hecho vn fuerte con guarnicion en bilcabamba y
abierta la puerta para las prouincias que espera en dios se uernan a su-
jetar y para la entrada de mas comodidad para las noticias mas ricas que
se sabe la prouincia lo es de minas ricas que se van descubriendo todos
los capitanes y principales culpados mande sentenciar alla a mi lugar the-
niente y que remitiese la execueion a la ciuad del cuzco al lugar theniente
mio que alli tenia y los yngas a mi y ansi los metieron alli todos presos en
colleras y a los yngas muertos embalsamados y ydolos y despues de auer
hecho catetizar y enseñar a los yngas y sus capitanes y que fueron bautiza-
dos y perdonados algunos las vidas se ezecuto en otros justicia y se corto
la cabeza al ynga topamaro y hizo una confesion en el cahadalso que a
lo que entiendo fue la cosa de mas prouecho que se podia ofrezer para la
conversion desta gente como vuestra señoria vera la ydolatria que tenian
con estos yngas muertos y biuos se parece bien porque no se sufrio tener
su cabeza en la picota mas que dos dias porque no bastaua castigo para
la adoracion que hazian en ella ni para los clamores y aullidos de doze
o quince mill caciques yndios que se hallaron en la plaza al cortarle la
cabeza y oir su confesion. Los de la trama de la reuelion de la ciudad se a
procedido cinco meses a avnque en forma de justicia como capitan general
no quise salir de a ciudad hasta que estuuiesen sus causas conclusas y
determinar sus sentencias que aunque justamente pudieran algunos dellos
perder las cabezas ellos y el don Felipe quispetito y sus hermanos hijo e tito
cusi se echaron del reyno y sus haziendas seruiran para freno y siguro de
el reyno quellos querian leuantar pues nunca e visto que del allanamiento
que su magestad aya hecho de las reueliones de aca aya quedado sino con
gran perdida y suma de gastos de su real hacienda y sin frenos ni presidios
para sujetar los rebeldes para adelante agora pecaron los yngas y yndios
y mediante dios quedaron ellos y los españoles enfrenados ansi con la for-
taleza y guarnicion que se les dexa como con auer sacado toda la raiz y
pretensión de el derecho de este reino fuera del y credito de el podellos ya
castigar en la aspereza de sus rrincones porque pareze que desautorizaria
la jornada dezir lo poco que su magestad a gastado en ella.
El virrey, después de la triple victoria de haberse apoderado de Vilcabamba, de los
incas y del ídolo Punchau, quiso aanzar su obra y al efecto hizo de esa provincia una
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gobernación española dando el mando de ella al capitán Martín Hurtado de Arbieta
que había dirigido la campaña,
para que como tal Gouernador Capitán General e justicia Mayor podais
hazer e hagais en la dicha prouincia predicarles el Sagrado Evangelio y
enseñar las cosas de nuestra Santa Fee Catholica a loa naturales y ineles
della para lo qual se proveherá de sacerdotes para que los naturales della
rresciuan nuestra santa Fee Catholica e Religion Christiana y se sujeten
quanto a lo espiritual a la obidiencia de la Santa Madre Iglesia Romana y en
lo temporal aseñorio y dominio de la Magestad del Rey don Felipe nuestro
Señor, y a la Corona de Castilla y León, conseruenado los auitantes de la
dicha Gouernacion y prouincia en la posesion y señorio de todos sus bienes
que justa e derechamente tuuieren y les pertenescieren sin les hazer ninguna
opresión.
Pero estas medidas de consideración para con los indios no le parecieron
sucientes, y agregó estas, anormales para la época:
porque por agora los yndios desa prouincia estarán cansados de los trauajos
de la guerra pasada y turbados como bencidos y no es justo añadilles otra
aicción antes rregalarla en todo y porque tambien por los daños que las
guerras suelen traer podría ser que estuisen faltos de comida, de presente,
hasta que os parezca questán mas rreparados no trataréis de rreducirlos a
pueblos y permitiréis que se estén en sus casas, como estauan al tiempo y
antes que se conquistasen y haziendolos doctrinar y visitar al sacerdote que
tuuiere a cargo su doctrina, como mejor sea pusible.
Ese aanzamiento de un señorío y de una religión de vencedores sobre un pueblo
vencido, esa usurpación denitiva de derechos antes pertenecientes a los Hijos del
Sol, consagrábanse después de unos cuatro siglos de imperio de estos políticos y ar-
tistas consumados, sobre las naciones circundantes. ¿Qué fue el Tahuantinsuyo sino
el triunfo de una civilización avanzada y, por lo tanto, envolvente sobre otras más
débiles?
Evocando esa prehistoria gloriosa y recordando que fue fruto de la fuerza o de una
presión moral equivalente a la fuerza, pierde la violenta irrupción española algo de su
carácter de desposeimiento de propiedad legítima e indiscutible, antes bien aparece
como conquista alcanzada contra ocupantes igualmente invasores en otros tiempos.
Los incas fueron desalojados de la jefatura del reino, como lo fueron los españoles
tres siglos después, por esos mismos incas y esos mismos castellanos, perpetuados y
encarnados en el criollo peruano. La historia de la humanidad no es sino superposi-
ción de civilizaciones como es la historia de la tierra una sucesiva superposición de
capas geológicas. Desaparecen ante los ojos como expresión externa dominante, pero
subsisten, sirven de apoyo a la última capa vencedora, invisiblemente e invisiblemen-
te inuyen en su composición y orientan sus destinos. Cada cual cumplió su misión y
sirvió al mundo. Los incas, anes de sus conquistados, aumentaron en pacíco con-
sorcio lo existente, diéronle vida, lucimiento y prestigio con su arte delicado y majes-
tuoso, y su sabia y humana política. Los nuevos amos eran demasiado distintos para
que su cultura y la que descubrían pudiesen convivir sin repelerse recíprocamente. La
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lucha era pues étnicamente fatal, hasta que uno de los contendores, vencido, se incli-
nara. Hoy, colocados a distancia de los hechos, podemos a la vez admirar la fabulosa
empresa de los españoles, sin precedente alguno en ninguna época, en ningún país,
aún superior en sus consecuencias grandiosas para la humanidad, a todo lo imaginado
por las mitologías; y también podemos comprender la magnitud y hermosura de la
civilización incaica, nacida de un pueblo más artista y contemplativo que guerrero.
Pero en la época del encuentro, el choque era inevitable. Los incas divinizaron en el
primer instante a los conquistadores barbudos, forrados de armaduras brillantes, due-
ños del fuego atronador y montados en animales veloces y poderosos nunca vistos en
la tierra. Luego la crueldad a que estos apelaron para que su breve número inspirase
espanto, les alejó del aprecio, movió su altivez y creó rencor. A los españoles las ido-
latrías, las costumbres familiares y sociales, las inclinaciones, las ideas, las artes de
los aborígenes, vistas a través de la religión católica, parecieron inicuas y detestables
y fueron miradas con odio despreciativo, intransigencia, fanatismo, son las palabras
que asoman a los labios. Pero no caracterizan a la raza española, caracterizan al siglo.
También fueron fanatismo e intransigencia las terribles matanzas de protestantes, sin
excluir a mujeres y niños, que enrojecieron las calles de París, en 1573, en la noche de
San Bartolomé y que siguieron en Francia, Flandes, Alemania y Suiza, solo por exigir
unas ligeras variaciones en la interpretación del Evangelio y en el ritual externo del
culto católico. Durante los siglos XVI y XVII sacricó el Santo Ocio en la Europa de
los tormentos inquisitoriales, las hogueras y los autos de fe, a todo aquel que no pen-
sara estrictamente como mandaba la Iglesia que se pensara. “E pur si muove” aseguró
Galileo, mas lo dijo en voz baja para no pasar a mano del verdugo.
Toledo era un hombre representativo de su siglo. Fanático de su fe y ferviente de su
rey, vio en Túpac Amaru al enemigo de ambos. De allí su intransigencia, la inquebran-
table decisión de acabar con él al verle sublevado, y su empeño por apoderarse del
ídolo Punchau, que perpetuaba el culto enemigo del suyo.
La muerte de Atahualpa y la conquista del Cuzco fue el primer gran golpe al poderío
incaico. La ejecución de Túpac Amaru y la pérdida de su dios fue acontecimiento
siniestro que desalentó y distendió denitivamente el nervio de la pobre raza indígena.
Garcilaso de la Vega, cuya obra oscila entre la crónica y la novela, imaginó como nal
de melodrama el castigo de Toledo y aquella famosa frase de Felipe II: “No os envié
al Perú para matar reyes sino para servir a reyes”. Para deshacer esta leyenda, preciso
es ver como el buen Inca la prepara. Toda la trama es tan ingenua que no valdría la
pena referirse a ella, si numerosos autores no hubieran hecho caso de su contenido y
contribuido a su popularidad, repitiéndola en análisis crítico.
Toledo regresó a España el 15 de setiembre de 1581 y vio al rey don Felipe en Lis-
boa algunos meses después, es decir, trascurridos cerca de diez años de la muerte de
Túpac Amaru. Naturalmente, Garcilaso no da fechas y presenta las cosas como si el
virrey hubiese embarcado al día siguiente. Conveníale ese arreglo para que la escena
de la reprensión pareciese verosímil. Diez años parecerán sin duda mucho, al espíritu
menos prevenido, para que un rey tan universal recordase en medio de las guerras eu-
ropeas que hacían bambolear su trono, aquella incidencia para él insignicante, ocu-
rrida en un rincón de sus dominios continentales. Al contrario, de hacer ese monarca,
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que personica la intransigencia religiosa y la dureza de alma, alguna observación a
su servidor, fuera la de enrostrarle el no haber aplicado tormento a Túpac Amaru antes
de ejecutarlo.
Era exigente en el servicio debido a su persona, asiduo en la observación, minucioso
en el análisis de los actos y si bien contenido en sus expresiones, como gran señor,
sabía encontrar la frase que expresa el descontento y la palabra hiriente que castiga la
falta. Sobrábale para ello franqueza viril, energía y claridad. Todo ello se desprende de
sus cartas a los servidores de la Corona en América, fueran ellos autoridades civiles o
eclesiásticas. Pues bien, nada hemos hallado en los cuatro volúmenes en preparación
de las cartas de Toledo, ni en la correspondencia general de las audiencias, de los
cabildos, de gobernadores o particulares, que haga alusión a una amonestación de Fe-
lipe II al virrey, como tampoco, a pesar de nuestra búsqueda en las recopilaciones de
cédulas, hemos podido descubrir una en que expresase su disgusto para la ejecución
del inca.
La frase probablemente inventada por Garcilaso es, además, absurda. Toledo tenía
su pensamiento en su rey y en su credo al aniquilar el último baluarte del incaísmo
religioso y político de su tiempo. Por otra parte, los virreyes no eran enviados al Perú
para servir a los reyes del lugar, sino para defender los intereses de su mandante. Mal
pudo Felipe II verter tan insensato concepto. Menos cabe imaginar ese espíritu frío y
calculador, apiadándose de la muerte de Túpac Amaru cuando aún hoy pesa sobre su
memoria con pruebas atacadas, pero no destruidas, la tremenda acusación de haber
organizado el asesinato de su propio hijo, don Carlos, por razones de conveniencia po-
lítica. En descargo de su conciencia, dictó leyes humanitarias que amparaban al indí-
gena contra los abusos y las codicias de encomenderos, corregidores y caciques, pero
esas fueron calco de las ordenanzas de Toledo, y este en modo alguno las transgredía
al mandar al cadalso –donde perecieron por igual razón, antes y después muchos con-
quistadores españoles– el jefe de una sublevación armada contra el poder real.
Sería faltar a la verdad histórica convenir en que Felipe II mostróse satisfecho de su
virrey. Manifestaba sus descontentos, pero ahorraba satisfacciones alentadoras para
eximirse de la obligación de premiar y retener plena libertad para apercibir. Raras
veces congratulaba o agradecía. Durante años permanecían los virreyes sin respuestas
a sus cartas, sin aprobaciones de sus actos. Cualquiera de los muchos enemigos que
tuvieron en el Perú era, al trasladarse a la corte y ganar el oído del rey, más escuchado
que ellos. Abundan las cartas de gobernantes en quejas reiteradas bien amargas, lle-
nas de desencanto, expresadas con la humillación de ver actos suyos contradichos y
a menudo desautorizados sin razón en el Consejo de Indias o por Su Majestad. A las
peticiones de mercedes que presentaban, cuantos silencios y cuantas notas marginales
del tenor de estas: “que no dé más petición’’, o el más frecuente “no ha lugar”. Los
favores que consistían en un hábito de orden militar, en un título o en una pensión
solían hacerse a los servidores del rey al retirarse ya viejos y caducos.
Enfermo y de sesentaiséis años, llegó Toledo a S. Lúcar en setiembre de 1581, y sin
duda recibiera con algunos otros virreyes una merced si la muerte no le sorprendiera
tan bruscamente. En mayo de 1582 escribían al rey acerca de su difunto tío, sus eje-
cutores testamentarios, D. Juan de Toledo y la duquesa de Escalona. Alcanzó apenas
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Roberto LevillierRev Arch Gen Nac. 2020; 35: 65-75
a vivir seis meses en su patria. No murió, pues, arrinconado como lo dijera algún
historiador. No hubo tiempo para ello.
Añade Garcilaso, a su corta y engañosa relación del nal de Toledo, que las causas de
su muerte fueron los sinsabores que ocasionaron la reprensión del rey y el embargo
de sus bienes. No volvamos sobre lo primero. En cuanto al embargo, leemos en un
interesante expediente de la sucesión de Toledo, al parecer inédito, que entre 1582 y
1597 se discutió entre los sobrinos del difunto virrey y el sco, la regularización de
sus cuentas con la hacienda real. Vemos allí que, no obstante deber el rey a Toledo por
diferentes conceptos la suma de ciento sesentaiocho mil ducados, y deber Toledo a la
hacienda sesentaiocho mil, el celo ocioso del licenciado Zamora fue causa para que
al saberse la muerte del virrey se embargasen sus bienes de Oropesa y Escalona. En
octubre del mismo año estaba ya levantado, pero siguieron luego las discusiones entre
una y otra parte acerca del pago de otras partidas y de los intereses corridos. Termina
el expediente sin que se encuentre en él la sentencia nal, sin duda favorable a Toledo
que había dejado todos sus bienes para obras pías. Quede constancia de que no sufrió
la vergüenza del embargo que quiso Garcilaso dejar pesar sobre su memoria, como un
castigo y una causa de su muerte.
El interés del personaje y del tema llevan la culpa de habernos alargado más de lo de-
bido en un comentario de revista, pero no ha de pasar mucho tiempo sin que ofrezca-
mos un estudio de la obra y de la personalidad poderosa de don Francisco de Toledo,
tal como se desprende de su extenso e instructivo epistolario, complementado con las
cartas de audiencias, cabildos y particulares, escritos en su favor y en su contra desde
el Perú y hasta ahora inéditas en su gran mayoría.
Quizá queda al lector paciente la curiosidad de saber algo más del ídolo Punchau. Ese
mismo interés me hizo examinar con detención el expediente a que acabo de hacer
referencia, y allí descubrí que entre las reclamaciones de los testamentarios gura, en
diversas oportunidades, la devolución o el pago de un mil escudos por un ídolo de oro
que pesaba seis marcos seis onzas
3
. En uno de los cargos, decíase así:
El quinto artículo es sobre un ídolo de oro y unos liencos de los Ingas, avien-
dolo traydo el Virrey como cosa que era hazienda suya, y solo para que con
ellos durasse en su casa la memoria de los notables servicios que a su Ma-
gestad hizo en aquellas probincias del Perú, se los traxo a esta Corte el Juez
Zamora, y estando presente en el guarda joyas de su magestad y esto se lo ha
de bolver como se lo tomo, o mil y quinientos ducados que le costó.
Parece ser que las telas representaban la historia y genealogía de los incas y
otros de la entrada y conquista que hicieron los españoles en el Perú y bata-
llas y cercos que en él tuvieron. Y ese ídolo de oro, ¿no sería el Punchau que
Camargo arrebatara a Sahuar Inca en Vilcabamba y que Toledo prometía,
en su carta al cardenal Sigüenza, llevar él mismo a su majestad? En efecto,
en esa comunicación, de la que publicamos más arriba un trozo, acerca de la
guerra de Vilcabamba, referíase Toledo al dios del Sol:
3 El marco es de 230 gramos y contiene 8 onzas. Pesaba, pues, el ídolo 1554 gramos.
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A propósito de una carta del virrey Toledo: la caída de dos ídolos incaicos
El idolo punchau que quiere dezir dia y es el del sol que dio las leyes de culto
desde la ciudad de el cuzco a todo el reino es la pieza que digo a su magestad
que llevaron guando se gano esta tierra a bilcabamba con que se conseruo
aquella prouincia y las comarcanas, entendido la fuerza que ha tenido el
demonio con el y el estrago que auia hecho desde el setimo ynga aca que
puso culto y reclusión para tiranizar más este baruarismo y los daños que se
an euitado con auerlo hallado que con quantas diligencias hizo el marques
don francisco pizarro nunca le pudo descubrir que se le hurto el mango ynga.
Cierto que me parece pieza que podria por estas partes su magestad embiar-
le a su santidad es de oro baziado con un corazon de massa en vna caxica de
oro de dentro de el cuerpo del ydolo y la massa de polvos de corazones de los
yngas pasados con la sinicacion de las guras que tiene corno estaua todo
en acto executandose ase hallado mas cierta y verdadera razon en todo esto
que la que agora auia de quuando se gano esta tierra de agora quarenta años
tenia vna manera de patenas de oro a la rredonda para que dandoles el sol
relumbrasen de manera que nunca pudiesen ver el ydolo sino el rresplandor
estas me cortaron los soldados para hazer sus partes, porque su magestad
me manda que si uiere alguna cosa de estas se la ymbie y porque no se ofrece
agora persona particular mediante dios con lo que ouiere de esta cosas Ileu-
are yo con la buena licencia de su magestad.
Como se ve, en el pleito solo se especica el peso; en la carta, la forma y el nombre.
¿En qué santuario de España o de Italia asiste, ignorado al deslar del tiempo, el dios
Sol? Dios, ya no. Lo fue mientras resplandeciera en los anales gloriosos de sus eles.
Cuando de él y de Túpac Amaru se apoderaron los castellanos, cayeron en la misma
fatídica hora en el ocaso, una raza y el astro que la guiaba.